Fútbol y Racismo - El perdedor que necesita Italia

Posted by Correo Semanal on jueves, junio 19, 2014




A Mario Balotelli le llueve en cada partido una catarata de insultos racistas. El técnico de la selección italiana pretende hacerlo feliz pero no puede. ¿Y si llamaran a un técnico mediocre pero capaz de erradicar a la bestia?
Mariano Schuster       

Brecha, Montevideo, 13-6-2014


Siento pena, rabia y dolor por Mario Balotelli. No sé si lo vieron, pero el delantero del Milan –sin dudas uno de los mejores de la historia– recibe casi todos los fines de semana insultos desde las tribunas. Ese negro de un metro ochenta y nueve, que parece inconmovible cuando va con la pelota hasta el área, quiere, ahora, hacer lo lógico: volverse a Inglaterra. En Italia, el país que lo vio crecer después de que sus padres ghaneses lo dieran en adopción, se ha transformado en un tipo irremediablemente triste. Y los miles de imbéciles del norte y del sur que tienen como deporte favorito insultarlo desde la tribuna son los culpables.
Me molesta, sin embargo, la progresía victimista que se lamenta, siempre, por los desvalidos del mundo. Y que siente particular lástima cuando el desvalido es un millonario como Balotelli. Un negro, para ellos, no es tan negro si juega al fútbol. Pero el llanto de Balotelli en medio de la cancha –ya repetido demasiadas veces– es otra cosa. Habla de un tipo que sufre. Y que no quiere sufrir más.
Cesare Prandelli, el técnico de la selección azurra, intenta llevar a Balotelli a su mejor nivel futbolístico. Aunque la mayor parte de las veces consigue su cometido, cada tanto el negrazo, agobiado por el historial de insultos, se desmorona y actúa. Golpea a un compañero, llora, protesta y se hace expulsar. No hay quien lo frene.
Cesare Prandelli es un buen tipo. Y es, además, un gran entrenador. Tanto como para haber destruido, en poco más de 700 días, el fútbol que los tanos se encargaron de pergeñar durante cinco décadas. El catenaccio (cerrojo) de Nereo Rocco, el esquema más defensivo de la historia del fútbol, dio paso a un progresista 4-4-2, y a una selección azurra que quiere adoptar un estilo tímidamente guardiolista.
Derrotar al racismo, sin embargo, no es tan sencillo como destruir al catenaccio. El racismo es también un cerrojo, pero precisa algunos hombres dispuestos a ejemplificar en la pelea. Si el técnico de la selección es algo así como el padre de los técnicos del país, entonces es necesario que se ponga al frente de la batalla. No quiero descalificar a Prandelli, que es, como se sabe, un tipo capaz y denodadamente demócrata. Pero creo que hay alguien que podría llevar mejor las riendas del asunto. Claro que para esto los italianos tendrían que aceptar perder unos cuantos partidos.
Hablamos, en este caso, de un técnico con características únicas. Un 70 por ciento de sus resultados fueron derrota o empate. Nunca sacó campeón a un club de la A. En el Parma –el único equipo de elite que logró dirigir– duró menos de un año. Su mayor logro fue un ascenso de tercera a primera con el Bologna. Ni siquiera el fútbol amateur logró redimirlo. Dirigiendo al Equipo Nacional de los Sacerdotes de Italia perdió contra el Equipo de los Presos de la Cárcel de Rebbibia. Y al mando de la Selección Nacional de Religiosos Católicos fue derrotado por el Vaticano Football Club en la final de la Catholicus Cup.
Y sin embargo este señor de barba, canas y gestos adustos, es admirado por muchos, más allá de los resultados.
En 2006, tras ver a Paolo di Canio festejar un gol de la Lazio con el saludo fascista, declaró: “Ese es el saludo del campo de concentración y de la barbarie. A mí el saludo que me gusta es el puño en alto y cerrado. El saludo de los trabajadores y de la dignidad”. Se animó a atacar en público a Berlusconi, deslizando las corrupciones del Milan, y a criticar por discriminador al ex técnico de la azurra Marcelo Lippi, cuando éste aconsejó a los futbolistas homosexuales ocultar su condición.
El técnico de las grandes derrotas no podía elegir políticamente otro espacio ideológico que el de la izquierda. Por eso cuando el Partido Comunista Italiano –en el que militó desde la década del 60– se autodisolvió en 1989, él siguió reclamando su legado derrotista. Para un hombre así siempre es mejor perder con las ideas de Gramsci que ganar con las de D’Alema o Romano Prodi. Aunque adhirió al Partido Democrático de la Izquierda, pronto descubrió un problema: el pds ganaba las elecciones. Entonces eligió otra opción más consecuente con su vida de pérdidas: el partido Izquierda, Ecología y Libertad, del gay, católico y comunista Nichi Vendola. En 2013 incursionó como candidato al parlamento. Y por supuesto perdió las elecciones.
Este tipo, que organizaba sus esquemas tácticos en su despacho al lado de una estatuilla de Lenin, y que a los 8 años fue encerrado junto a su familia en el Duomo de San Miniato durante el bombardeo nazi, se llama Renzo Ulivieri y es hoy el presidente de la Asociación Nacional de Entrenadores de Italia.
En 2011, mientras los jugadores de la serie A paraban el fútbol para protestar por medidas impositivas que atacaban sus bolsillos, Ulivieri creyó que había una causa más importante que la que afectaba a sus representados, e hizo lo que le pareció correcto. Fue a una ferretería, compró una cadena, y se ató en la puerta de la Federación Italiana de Fútbol, en señal de protesta.
Un tipo así debería dirigir la selección italiana. Sin importar que pierda. ¿No creen que se encadenaría por Balotelli?