Fútbol y Racismo - El perdedor que necesita Italia
A Mario Balotelli le llueve en cada partido una catarata de insultos
racistas. El técnico de la selección italiana pretende hacerlo feliz pero no puede.
¿Y si llamaran a un técnico mediocre pero capaz de erradicar a la bestia?
Mariano Schuster
Brecha, Montevideo, 13-6-2014
Siento pena, rabia y dolor por Mario Balotelli. No sé si lo vieron, pero
el delantero del Milan –sin dudas uno de los mejores de la historia– recibe
casi todos los fines de semana insultos desde las tribunas. Ese negro de un
metro ochenta y nueve, que parece inconmovible cuando va con la pelota hasta el
área, quiere, ahora, hacer lo lógico: volverse a Inglaterra. En Italia, el país
que lo vio crecer después de que sus padres ghaneses lo dieran en adopción, se
ha transformado en un tipo irremediablemente triste. Y los miles de imbéciles
del norte y del sur que tienen como deporte favorito insultarlo desde la
tribuna son los culpables.
Me molesta, sin embargo, la progresía victimista que se lamenta,
siempre, por los desvalidos del mundo. Y que siente particular lástima cuando
el desvalido es un millonario como Balotelli. Un negro, para ellos, no es tan
negro si juega al fútbol. Pero el llanto de Balotelli en medio de la cancha –ya
repetido demasiadas veces– es otra cosa. Habla de un tipo que sufre. Y que no quiere
sufrir más.
Cesare Prandelli, el técnico de la selección azurra, intenta llevar a
Balotelli a su mejor nivel futbolístico. Aunque la mayor parte de las veces
consigue su cometido, cada tanto el negrazo, agobiado por el historial de
insultos, se desmorona y actúa. Golpea a un compañero, llora, protesta y se
hace expulsar. No hay quien lo frene.
Cesare Prandelli es un buen tipo. Y es, además, un gran entrenador.
Tanto como para haber destruido, en poco más de 700 días, el fútbol que los
tanos se encargaron de pergeñar durante cinco décadas. El catenaccio (cerrojo)
de Nereo Rocco, el esquema más defensivo de la historia del fútbol, dio paso a
un progresista 4-4-2, y a una selección azurra que quiere adoptar un estilo
tímidamente guardiolista.
Derrotar al racismo, sin embargo, no es tan sencillo como destruir al
catenaccio. El racismo es también un cerrojo, pero precisa algunos hombres
dispuestos a ejemplificar en la pelea. Si el técnico de la selección es algo
así como el padre de los técnicos del país, entonces es necesario que se ponga
al frente de la batalla. No quiero descalificar a Prandelli, que es, como se
sabe, un tipo capaz y denodadamente demócrata. Pero creo que hay alguien que
podría llevar mejor las riendas del asunto. Claro que para esto los italianos
tendrían que aceptar perder unos cuantos partidos.
Hablamos, en este caso, de un técnico con características únicas. Un 70
por ciento de sus resultados fueron derrota o empate. Nunca sacó campeón a un
club de la A. En el Parma –el único equipo de elite que logró dirigir– duró
menos de un año. Su mayor logro fue un ascenso de tercera a primera con el
Bologna. Ni siquiera el fútbol amateur logró redimirlo. Dirigiendo al Equipo
Nacional de los Sacerdotes de Italia perdió contra el Equipo de los Presos de
la Cárcel de Rebbibia. Y al mando de la Selección Nacional de Religiosos
Católicos fue derrotado por el Vaticano Football Club en la final de la
Catholicus Cup.
Y sin embargo este señor de barba, canas y gestos adustos, es admirado
por muchos, más allá de los resultados.
En 2006, tras ver a Paolo di Canio festejar un gol de la Lazio con el
saludo fascista, declaró: “Ese es el saludo del campo de concentración y de la
barbarie. A mí el saludo que me gusta es el puño en alto y cerrado. El saludo
de los trabajadores y de la dignidad”. Se animó a atacar en público a
Berlusconi, deslizando las corrupciones del Milan, y a criticar por
discriminador al ex técnico de la azurra Marcelo Lippi, cuando éste aconsejó a
los futbolistas homosexuales ocultar su condición.
El técnico de las grandes derrotas no podía elegir políticamente otro
espacio ideológico que el de la izquierda. Por eso cuando el Partido Comunista
Italiano –en el que militó desde la década del 60– se autodisolvió en 1989, él
siguió reclamando su legado derrotista. Para un hombre así siempre es mejor
perder con las ideas de Gramsci que ganar con las de D’Alema o Romano Prodi.
Aunque adhirió al Partido Democrático de la Izquierda, pronto descubrió un
problema: el pds ganaba las elecciones. Entonces eligió otra opción más
consecuente con su vida de pérdidas: el partido Izquierda, Ecología y Libertad,
del gay, católico y comunista Nichi Vendola. En 2013 incursionó como candidato
al parlamento. Y por supuesto perdió las elecciones.
Este tipo, que organizaba sus esquemas tácticos en su despacho al lado
de una estatuilla de Lenin, y que a los 8 años fue encerrado junto a su familia
en el Duomo de San Miniato durante el bombardeo nazi, se llama Renzo Ulivieri y
es hoy el presidente de la Asociación Nacional de Entrenadores de Italia.
En 2011, mientras los jugadores de la serie A paraban el fútbol para protestar
por medidas impositivas que atacaban sus bolsillos, Ulivieri creyó que había
una causa más importante que la que afectaba a sus representados, e hizo lo que
le pareció correcto. Fue a una ferretería, compró una cadena, y se ató en la
puerta de la Federación Italiana de Fútbol, en señal de protesta.
Un tipo así debería dirigir la selección italiana. Sin importar que
pierda. ¿No creen que se encadenaría por Balotelli?
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