Rusia - Crimea o la huida hacia adelante del "sistema Putin"

Posted by Correo Semanal on domingo, marzo 23, 2014

Kevin Limonier
Traducción de Faustino Eguberri
Viento Sur
Utilizando la historia de Crimea, Vladimir Putin "demuestra una vez más su capacidad para hacer girar una situación a su favor colocando la memoria y el patriotismo en el corazón de la crisis", afirma el investigador Kevin Limonier, para quien esta puesta en escena de la potencia rusa ha sido una nueva ocasión de hacer olvidar los problemas internos de Rusia.

Desde la oficialización, el martes pasado, de la adhesión de Crimea a Rusia, el país está atravesado por una inmensa ola de entusiasmo patriótico. Sin embargo, la ostentación espectacular de la potencia rusa a la que se entrega Vladimir Putin desde el comienzo de la crisis disimula mal la grave crisis política interna que atraviesa actualmente el país. El posicionamiento tan radical como sorprendente del Kremlin en este asunto se debe, sobre todo, a la debilidad de un sistema de dominación basado en la renta energética que alcanza hoy sus límites. Asistimos también, quizás, a la peligrosa huida hacia adelante de un presidente obligado a suscitar el reflejo nacionalista para preservar un poder cuyo origen remonta al comienzo de los años 2000.

En aquel momento, Vladimir Putin heredaba un país en crisis y sólidamente controlado por amplias redes de clientelismo cuyo centro lo constituían los oligarcas. Éstos fueron aparcado progresivamente y pronto se proclamó, a través de la "verticalidad del poder", la vuelta de un Estado fuerte y una Rusia soberana. Pero esta retórica no marca el fin del sistema del que los oligarcas sacaban su poder; muy al contrario: gracias a una estrategia que mezcla hábilmente investigaciones, confiscaciones y persuasiones, Vladimir Putin logra obtener que la mayor parte de los responsables políticos regionales, algunos de los cuales habían construido en sus circunscripciones verdaderos imperios económicos en los años 1990, le juren fidelidad sustituyendo a los oligarcas. Se instaura una jerarquía paralela a la de la administración, muy pronto alimentada por la creciente renta energética del país: a un alcalde, un gobernador o un jefe de empresa se les pueden atribuir subvenciones en una perspectiva de relanzamiento económico, cerrando las autoridades centrales los ojos sobre las desviaciones de fondos a cambio de la fidelidad de los responsables en cuestión. De ese modo, el dinero recuperado permitió constituir amplias redes de estómagos agradecidos cuyo peso condiciona la posición y la influencia de sus jefes respecto a Moscú.
En 2007, este sistema de dominación por la renta estaba en su cenit: la economía rusa iba bien y había pocos opositores; tan era así que el presidente prefirió ceder su puesto a un allegado durante cuatro años antes que modificar la Constitución. Pero este apogeo es de corta duración. La crisis financiera de 2008 hace caer el precio de los hidrocarburos provocando una disminución de la renta y, por tanto, una reducción de la cantidad de dinero disponible para irrigar el "sistema Putin": los estómagos agradecidos están entonces obligados a ampliar sus horizontes de prospección de recursos "grises" a fin de mantener su posición, suscitando el descontento de una población que un decenio de crecimiento y de estabilidad ha llevado a aspiraciones de transparencia y de igualdad social. Estallaron numerosos escándalos locales, amplificados por internet y las redes sociales, hasta que, en diciembre de 2011, fueron organizadas grandes manifestaciones contra Rusia Unida, el partido de Vladimir Putin entonces denominado "partido de estafadores y de ladrones".

Habiendo perdido el apoyo de las clases medias urbanas, Putin está obligado a replegarse sobre su electorado tradicional, conservador y provincial, muy apegado a los mitos de la potencia y el patriotismo ruso. Mientras proseguían los escándalos de corrupción y de desviación de fondos y crecía una sorda cólera en las grandes ciudades, el asunto de las Pussy Riot, la preparación de los juegos olímpicos de Sotchi o también sus éxitos diplomáticos en Siria han permitido a Vladimir Putin, hasta ahora, monopolizar una escena mediática que no puede abandonar so pena de ver su poder contestado.


El asunto de Crimea es la última y más espectacular de estas acciones mediáticas. Si todo el mundo fue sorprendido por el cariz que tomó la protesta en Ucrania, el apoyo sin fisuras de Moscú a los rusófonos de la región representa una oportunidad suplementaria de poner en escena una cierta visión de la potencia rusa a la vez que se hacen olvidar las vicisitudes internas. Utilizando la historia compleja de esta casi isla y la del puerto de Sebastopol, verdadero monumento del heroísmo militar ruso, Vladimir Putin demuestra una vez más su capacidad de hacer girar la situación a su favor colocando la memoria y el patriotismo en el corazón de la crisis. Se juega en ello la supervivencia política de un presidente cuya base interna resulta cada vez más incierta y que se ve obligado, como sus fieles, a acciones cada vez más audaces.