Una era orweliana
Francisco Torres Montealegre, Secretario de Relaciones Internacionales de Fecode, Colombia. Bogotá, enero 8 de 2014
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A raíz de las revelaciones hechas por Assange y Snowden sobre como las agencias de inteligencias norteamericanas espían a Raimundo y todo el mundo, amigos y enemigos, militares y empresarios, prominentes dirigentes y ciudadanos de a pie como usted o yo que hacemos una llamada o navegamos incautamente por internet, volvió a recordarse el libro de Orwel, 1984, pero no lo suficiente.
George Orwel publicó en 1949 una novela de ciencia ficción en la cual arriesga una predicción de lo que sucedería 35 años después. Como es natural en toda ciencia ficción –ya que es imposible saber lo que va a suceder ya no décadas en el futuro, sino el día de mañana- el autor toma los elementos de la historia y la ciencia que conoce y los traspone a un escenario que crea en el lector un sentido de extrañeza. Lo curioso es que pretendiendo Orwel criticar al estado soviético y, en cierta medida, al régimen nazi, termina por dar en el clavo de lo que era el desarrollo de las autodenominadas democracias liberales de occidente –en realidad potencias imperialistas como Gran Bretaña y los Estados Unidos- que defiende por lo menos en la versión anterior a la segunda guerra mundial.
Que el Gran Hermano, el supremo dictador, haya sido personificado en el año 2013 por Obama es un macabro chiste de la historia para lo que suponía Orwel. No obstante, el autor de 1984 acertó al definir en líneas gruesas el desarrollo de los métodos de control en la sociedad regida por el capital financiero.
Estamos vigilados constantemente por celular, internet en toda la variedad de sus redes sociales, cámaras de seguridad, satélites, bases de datos de los bancos, listas negras y otros métodos que ni imaginamos; el 90% de la población –obreros, campesinos, productores de las naciones oprimidas- es considerada como no humana y, en consecuencia, tratada como tal; se ha erigido una neolengua –no es sino ponerle un poco de cuidado a la televisión, el cine, los videos y las declaraciones oficiales- que suplanta la realidad empobreciendo el idioma; todos los días se reescribe la historia falsificándola sin recato ante nuestros propios ojos; se afirman dos cosas contrarias al mismo tiempo sosteniendo que ambas son verdaderas, por ejemplo, que el dominio feroz de los monopolios es libre mercado.
Los colombianos no escapamos, ni modo, al mundo orweliano. Y ya que somos malos por naturaleza y ellos, nuestros señores del norte y sus vasallos de aquí, encabezados por Santos hoy y ayer por Uribe, buenos hasta el punto de parecer ángeles, merecemos estar reseñados con huellas de patas y manos; también merecemos ser tratados como raza inferior cuya única virtud es la capacidad de sobrevivir a todo, hasta al salario mínimo; nuestra educación, impuesta desde Washington –vía Ministerio de Educación-, propala una neolengua miserable, una historia más falsa que una moneda de cuero y una teoría subjetivista donde todo es verdad y todo es mentira o si no que lo digan los que tienen que presentar las pruebas Saber, culmen del sofismo elevado a política de estado.
Queda por resolver la suerte futura de los habitantes de este planeta: si esclavizados sin remedio por el gran hermano o luchando por su libertad y por la independencia de sus naciones. La revelación de los sucios procedimientos de Estados Unidos ayuda a que se abra camino la segunda posibilidad.
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