Uruguay - Mujica, el principal responsable del gran desastre
A pesar de la tragedia política de Pluna, que dejó pérdidas económicas, políticas y personales, parecería que el presidente salió ileso
Gabriel Pereyra
Si entre todos los defectos y errores cometidos por los integrantes del equipo económico en el asunto de Pluna hubiese que buscar alguna virtud, esa sería la fidelidad; fidelidad, por sobre todas las cosas, con el presidente de la República, José Mujica.
Al equipo económico que lideraba Fernando Lorenzo se le pueden señalar actitudes arrogantes, despectivas incluso con sus propios compañeros de partido (de allí quizás las soledad del astorismo a la hora de la renuncia), pero los hombres que manejan la economía son una isla de prolijidad dentro de un gobierno donde las patinadas son el santo y seña de cada día.
Pero en el caso de Pluna, a la urgencia por resolver un asunto que se les vino encima y lo manejaron mal desde un comienzo, a los hombres del astorismo se les sumó una situación que terminó por ser determinante: fue el presidente Mujica el que marcó el tono de cómo proceder con la aerolínea luego que se decidió apartar a Leadgate.
Cuando no aparecía nadie para ofertar por Pluna, fue Mujica quien telefoneó al empresario Juan Carlos López Mena para que le diera una mano. Fue Mujica que lo presionó cuando el empresario amagó con no presentarse y fue Mujica el que lo siguió presionando para que encontrara la forma de entrar en el negocio.
Como era una mala señal y un precio político muy alto a pagar que la izquierda le vendiera Pluna a López Mena dejándole el monopolio de los cielos y los mares, entonces se empezó a tramar bajo cuerda todo ese engaño que luego se supo, con un testaferro de dos nombres, un comprador que nunca compró y una garantía de dudosa solvencia.
Todo apañado, impulsado, promovido por el primer mandatario. Luego vinieron las llamadas de Lorenzo, el acatamiento de Fernando Calloia en el Banco República, el exceso de confianza estampado en la ya legendaria foto del exministro de Economía almorzando con López Mena, mientras que en un borde de la mesa, como un mandadero con traje caro, se veía al caballero de la derecha, el testaferro. Era el comienzo del fin de la gran mentira.
Por las razones que fuere, el equipo económico se había apartado de su estilo y había entrado en la lógica del como te digo una cosa hago otra, de lo político por encima de la ley, de las mujiqueadas que ya dejaron de sorprender.
Por eso la conferencia de prensa en la que el sábado Mujica dio su apoyo y solidaridad a los afectados, no fue una formalidad de esas que exige la política. Si Lorenzo y Calloia cometieron delito en su accionar, uno se pregunta qué ocurriría si el fiscal citara al presidente y le preguntara: "¿Usted le ordenó a sus subalternos actuar de esta forma?". O ni siquiera tanto, sino que le preguntara: "¿Usted estaba al tanto de que sus subalternos estaban actuando de esta forma que se aparta de la ley?".
No sólo es obvio que el presidente debía saber, sino que fue él quien empujó a todos al desastre, el que antes de la subasta sabía que esta se liquidaba "en cinco minutos", el que pasará a la historia como el conductor de una de las crisis éticas más profundas de la izquierda uruguaya, y lo hará casi ileso, porque es una de sus características, porque es el Pepe, porque casi todo le está perdonado, aunque la patriada le haya salido muy cara económicamente al país, políticamente al Frente Amplio y personalmente a los hombres que, aún en el error, le fueron fieles hasta el final.
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