El Negro
Nuria Barbosa León
Conrado Pérez Almaguer supo desde muy niño que la palabra “negro”
significa desprecio, odio y humillación, y que el color de la piel mide
diferencias con otras personas.
Nació en la década del 40 en el campo, en un batey azucarero cerca de la
ciudad de Puerto Padre, municipio de la actual provincia oriental de Las Tunas,
descendiente de un matrimonio con ocho hijos. Para ellos la comida era un lujo
y el único alimento posible, extraer guarapo con las muelas.
Conrado y sus hermanos aprendieron los secretos del cañaveral antes de
hablar. Sus pequeños brazos amontonaban la caña y la lanzaban a las carretas
para contribuir a que la paga del padre rindiera para un plato de harina de
maíz en las noches oscuras, acompañados de mosquitos y con la brisa del aire
como música.
Su casa, asentada en el camino se hizo como vivienda improvisada porque
el dueño de la tierra preveía un futuro desalojo cuando la familia no sirviera
para el trabajo. No permitió nunca la siembra de otro tipo de cultivo que no
fuera la caña, ni la cría de animales. En tiempo muerto de zafra, el hambre
rugía, los ojos enrojecían y en el cuerpo esquelético de los muchachos prendía
la fiebre.
Y aunque en tiempo de molienda, aparecían esperanzas en la familia para
una vida mejor, estaban condenados al pago del colono a través del bono de
hasta tres pesos con el que podían adquirir los productos en la bodega,
propiedad del propio dueño y conformarse con las escasas mercancías ofertadas.
Allí, los vecinos: Benjamín Mayo impedía que en su finca sin cultivos
fueran tomadas las ramas secas para convertirlas en leña para el fogón, y Amado
Manresa se creyera el dueño del agua prohibiendo el acceso al único pozo de la
zona. Pero además, Conrado y su familia, sufrían el desprecio por ser negros.
Los llamaban los “negritos”.
La palabra “cambio” se convirtió en la fuerza para acompañar a los
barbudos de la Sierra Maestra a través de las noticias escuchadas por boca de
alguien. Cuenta Conrado que se aferró al 1ro de enero de 1959 para nunca más
triturar caña con los dientes.
Hoy vive en el poblado tunero de Vázquez, labora en una cooperativa
agropecuaria, cosecha caña y produce sus propios alimentos. A nadie le importa
el color de su piel y lo destacan como buen trabajador. Lo admiran por sus
aportes productivos y su familia es valorada porque cuando empieza la zafra,
todos se meten en el cañaveral.
Su casa de mampostería la construyó el Ministerio del Azúcar como a los
demás trabajadores del lugar. Sus cinco hijos, junto a los otros chicos del
pueblo, estudiaron lo que han querido y hasta donde han
querido. Lamenta que sólo uno haya quedado en las tierras para cultivarlas.
Ya no siente pavor cuando lo llaman “Negro”.
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