Palestina - La solución de dos estados murió hace una década

Posted by Correo Semanal on miércoles, septiembre 18, 2013

Israel sigue buscando más Oslos para ganar legitimidad internacional

Ilan Pappé * 
Information Clearing House, 15-9-2013
http://www.informationclearinghouse.info/
Traducción de María Landi


El reciente intento de reavivar las conversaciones de paz entre Israel y los palestinos no tiene más probabilidades de producir resultados significativos que los intentos anteriores. Llega 20 años después que se firmaron los Acuerdos de Oslo entre Israel y la OLP.

Los Acuerdos de Oslo fueron un doble evento. Hubo una Declaración de Principios (DP) firmada ceremoniosamente en el jardín de la Casa Blanca el 13 de septiembre de 1993; y luego el relativamente menos celebrado acuerdo 'Oslo II', firmado en septiembre de 1995 en Taba, Egipto, que delineó la implementación de la DP según la interpretación israelí.

La interpretación israelí fue que los Acuerdos de Oslo eran meramente una ratificación tanto internacional como palestina de la estrategia que los israelíes habían formulado en 1967 respecto a los territorios ocupados. Después de la guerra de 1967, todos los sucesivos gobiernos israelíes se empeñaron en mantener Cisjordania como parte de Israel. Para ellos era tanto el corazón de su antigua tierra natal como un activo estratégico para evitar la división del Estado en dos, en caso de que estallara otra guerra.

Al mismo tiempo, la élite política israelí no quería otorgar la ciudadanía a la gente que vivía allí, ni consideró seriamente su expulsión. Querían conservar el territorio, pero no a la gente. El primer alzamiento palestino [1987], sin embargo, demostró el costo que tenía la ocupación, lo cual llevó a la comunidad internacional a exigir de Israel una clarificación de sus planes para el futuro de Cisjordania y la Franja de Gaza. Para Israel, Oslo fue esa clarificación.

Los Acuerdos de Oslo no eran un plan de paz para los israelíes; eran una solución para la paradoja que había preocupado a Israel: querer el espacio físico sin la gente que lo habita. Ese fue el problema del sionismo desde el mismo día de su fundación: cómo hacerse de la tierra sin su población nativa, en un mundo que ya no aceptaba más colonialismo y limpieza étnica.
Los acuerdos Oslo II proporcionaron la respuesta: emplear el discurso de la paz y paralelamente crear hechos consumados que llevarían a confinar a la población nativa en pequeños espacios, al tiempo que los restantes se anexaban a Israel.

En Oslo II, Cisjordania  fue dividida en tres áreas. Sólo una de ellas, el Área A -donde la población palestina vive en zonas densamente pobladas-, no sería controlada directamente por Israel. Se trataba de un territorio no homogéneo que constituía un mero 3% de Cisjordania en 1995, y creció hasta un 18% en 2011. Los israelíes garantizaban autonomía a esa área y creaban la Autoridad Nacional Palestina (ANP) para administrarla. Las otras dos áreas, B y C, serían gobernadas directamente por Israel en el primer caso, y supuestamente en forma conjunta -pero también directamente en la práctica- en el segundo caso. 
Oslo fue concebido para permitir a Israel perpetuar esta matriz de partición y control por un período muy largo. El segundo alzamiento palestino en 2000 mostró que los palestinos no estaban dispuestos a aceptar esto. La respuesta israelí fue buscar otro Oslo más -al que tal vez podemos llamar Oslo III- que les garantizara de nuevo aceptación internacional y palestina para la forma en que pretenden  gobernar los territorios ocupados. Es decir, darles una autonomía limitada en las áreas palestinas densamente pobladas y mantener total control israelí sobre el resto del territorio. Esto serviría como una solución permanente en la que esa autonomía sería posteriormente llamada 'estatalidad'. 

Pero algo ha cambiado en la visión israelí de Oslo desde el año 2000. Los líderes políticos en el Israel anterior a 2000 eran genuinos, creo, en su oferta del Área A de Cisjordania y Gaza para el Estado palestino. Sin embargo, la élite política que tomó el poder en este siglo, al tiempo que emplea el discurso de los dos estados, ha establecido  -sin declararlo públicamente- un único Estado israelí, en el cual los palestinos y palestinas en Cisjordania tendrán el mismo estatus secundario que los que viven dentro de Israel. También encontraron una solución especial para la Franja de Gaza: convertirla en un gueto.

El deseo de mantener el status quo como una realidad permanente se convirtió en una estrategia en toda  regla con el ascenso  al poder de Ariel Sharon a principios de este siglo. La única duda que tuvo fue sobre el futuro de la Franja de Gaza; y una vez que encontró la fórmula de la guetización-en lugar de gobernarla directamente-, no sintió necesidad alguna de cambiar esa realidad de manera significativa en ninguna otra parte.

Esta estrategia se basa en el supuesto de que a largo plazo la comunidad internacional le daría a Israel, si no legitimidad, al menos indulgencia hacia su control permanente sobre Cisjordania. Los políticos israelíes son conscientes que esta estrategia ha aislado a Israel en la opinión pública mundial, convirtiéndolo en un Estado paria a los ojos de grupos de la sociedad civil en todo el mundo. Pero, al mismo tiempo, les alivia saber que hasta ahora esa tendencia global ha tenido poco efecto sobre las políticas de los gobiernos occidentales y sus aliados.

Cualquier esperanza de revivir algo a partir de las ideas originales que llevaron a los palestinos a apoyar los Acuerdos de Oslo en 1993 se marchitó con el gobierno de Ehud Olmert en 2007, cuando se entierra, para todos los efectos, tanto los Acuerdos de Oslo como la solución de dos estados.

Esa estrategia fue definida por Olmert como «unilateralismo». El fundamento de esta política es que no habrá paz en el futuro previsible, por lo que Israel tiene que decidir unilateralmente el destino de Cisjordania. Los esfuerzos diplomáticos en este siglo hicieron muy poco para alterar la implementación de esa estrategia sobre el terreno.

Desde la perspectiva del presente, la estrategia se despliega claramente sobre el terreno. Cisjordania está dividida en dos espacios: uno judío, otro palestino. Las áreas judías son más o menos equivalentes al Área C de Oslo, donde Israel tiene el control total, pero también a partes del Área B, donde la ANP e Israel comparten el control. Juntas, conforman casi la mitad de Cisjordania.[1]

Israel aún no ha anexado oficialmente el espacio 'judío', pero podría hacerlo en el futuro. Por el momento la identidad étnica de ese espacio está determinada por una presencia judía masiva, junto con una progresiva limpieza étnica de los habitantes palestinos en esas zonas, o empujándolos a enclaves estrechos dentro de ese espacio 'judío'. El espacio 'palestino', por su parte, es el Área A, controlado por la ANP, donde Israel se reserva el derecho de entrar libremente con sus agentes secretos, unidades especiales y, si es necesario,  fuerzas armadas a gran escala, cada vez que lo considere necesario.

Para los principales políticos y generales israelíes responsables de formular las políticas, esto no es una situación temporal, sino una forma de vida que se puede mantener durante mucho tiempo. Se complementa con una serie de medidas que son de suma importancia para cualquier persona comprometida en la lucha contra la ocupación. La primera es económica: el gobierno de Israel continúa volcando inmensas sumas de dinero en las colonias, y como resultado estas colonias han devenido en una expansión urbana, con toda la infraestructura moderna de una nueva metrópoli. El dinero se utiliza principalmente para construir dentro de las colonias existentes, pero también para ampliar el área alrededor de ellas, de tal manera que se han convertido en una característica permanente del paisaje. 

La segunda medida es la continua des-arabización del área de la 'Gran Jerusalén': más de 250.000 palestinos han sido desarraigados de esta área, que cubre casi un tercio de Cisjordania. Esto se logra mediante la demolición de casas, las detenciones por motivos políticos y, sobre todo, no permitiendo a la gente regresar al área dela Gran Jerusalén si cometieron el error de salir de ella.

La tercera medida es la red de muros. Su rasgo más visible es el famoso Muro de apartheid, que ha partido en dos a Cisjordania con el fin de comprometer la integridad territorial de cualquier futuro Estado palestino. La red también incluye las cercas y barreras más pequeñas que encierran a la mayoría de las aldeas y pueblos palestinos, a fin de impedir cualquier desarrollo territorial más allá de los límites en los que la gente vive ahora. En 2013, éste es el Estado de Israel: una república sionista que se extiende entre el Mediterráneo y el río Jordán, con un número casi igual de población palestina y judía en ella. Esta realidad demográfica hace peligrar por ahora la identidad judía del Estado, o la 'democracia' de los amos.

No existen partidos políticos de cierta importancia en Israel que ofrezcan cambiar esta realidad. Tampoco existe un plan real de Occidente para detener la consolidación de este Estado único en los hechos; mucho menos para ofrecer seriamente una alternativa viable. Factores tales como la fragmentación del lado palestino, la desintegración de los estados nacionales árabes vecinos, y el apoyo incondicional y sostenido de EEUU a Israel, actúan como un amortiguador que protege a la sociedad judía israelí de cualquier amenaza potencial a su Estado expandido, racista, pero económicamente viable.
La validez moral de este nuevo Estado de Israel geopolíticamente expandido ha sido erosionada significativamente desde que la sociedad civil palestina lanzó hace unos años la exitosa campaña de boicot, desinversión y sanciones (BDS). Las propias acciones de Israel han contribuido a una mayor deslegitimación del Estado ante los ojos de la sociedad civil de todo el mundo.
La lucha pasada de Occidente contra el régimen de apartheid de Sudáfrica demuestra que el rechazo intencional a la legitimidad de un régimen es un proceso ascendente, y eso aún puede pasarle al nuevo Estado expandido de Israel. Por lo tanto, el rol de los amigos y amigas de Palestina en todo el mundo no ha cambiado, y es continuar presionando a sus gobiernos con el mismo compromiso  y vigor para sancionar a ese régimen por sus políticas criminales.

La estrategia para la gente que está adentro tampoco ha cambiado mucho. Cuanto más pronto se den cuenta que ya no pueden luchar por una Palestina independiente dentro del 'espacio palestino', mejor. Podrían entonces concentrarse en unir al frente palestino y elaborar la estrategia de un plan de lucha, junto con israelíes progresistas, para un cambio de régimen en este nuevo Estado único que se estableció en 2001. Se necesita urgentemente una nueva estrategia para reformular la relación entre judíos y palestinos en la tierra de Israel y Palestina.

El único régimen razonable parece ser un estado democrático para todos y todas. Si esto no va a suceder, la tormenta en las fronteras de Israel se acumulará con una fuerza aún mayor que hasta ahora. Por todas partes en el mundo árabe, la gente y los movimientos están buscando formas de cambiar los regímenes y las realidades políticas opresivas. Seguramente esto llegará también al nuevo Israel extendido; si no hoy, mañana. Los israelíes pueden ocupar la mejor cubierta en el Titanic, pero el barco se está hundiendo de todos modos.


* Ilan Pappé es un historiador israelí, director del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter, Reino Unido. Es autor de numerosos libros, el más conocido de ellos "La limpieza étnica de Palestina".

[1] N. de la T.: En realidad es bastante más: la mayoría de los informes de organismos como OCHA o Pt (de la ONU) sostienen que sólo la superficie del Área C constituye el 62% de Cisjordania, mientras que las Áreas A y B juntas constituyen un 38%.