Elecciones en Argentina y Chile: Que no es lo mismo, pero es igual
Borrador sobre la crisis del sistema de
partidos políticos y de los recursos electorales en ambos países.
Andrés Figueroa Cornejo
1. El domingo 11 de agosto se realizan
en toda Argentina las elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias
(Paso) con el fin de determinar los cargos nacionales que modificarán o no la
composición de un tercio del Senado y la mitad de la Cámara de Diputados a
fines de octubre de 2013. Un análisis que condensa desde una perspectiva
crítica los alcances de las Paso se encuentra en http://frentepopulardariosantillan.org/ante-las-elecciones-primarias-2013-declaracion-de-marea-popular-y-el-fpds-cnpatria-grande/
En Chile, a mediados de noviembre de
2013, se efectuarán las elecciones generales, presidenciales y de ambas
cámaras. Para conocer algunos de sus aspectos se puede revisar http://www.rebelion.org/noticia.php?id=172205&titular=an%E1lisis-y-proyecci%F3n-del-escenario-pol%EDtico- y http://www.rebelion.org/noticia.php?id=171577&titular=las-hijas-de-los-generales-
El presente borrador, en cambio,
pretende explorar, más allá de los detalles contingentes y las distancias
matizadas entre las democracias burguesas de Argentina y Chile, el modo en que
se expresa la crisis del sistema de partidos políticos en ambos países.
2. Tanto en Argentina como en Chile, la
política profesional se presenta ante las grandes mayorías como distanciamiento
y espectáculo; como publicidad, farándula y saturación. Como una industria cuya
particularidad está asociada a la administración de un Estado aparentemente
inmutable e imparcial. Ello se acentúa en los períodos electorales.
3. ¿Cuál es la mercancía en temporada
de elecciones? Los candidatos y luego sus promesas programáticas. ¿Cuál es la
forma de semejante mercancía? El compromiso pegajoso, amigable, vecino y
verosímil de cambiar el actual estado de cosas ‘para el bien común’, envuelto
en un procedimiento mendicante explícito. En su movimiento doble, la democracia
burguesa representativa y vertical –o la dictadura del capital mediada por el
truco o la puesta en escena del sufragio- resulta patriarcal (aunque se trate
de candidatas), lejana como la mercancía más cara y, a la vez, con rostro que
busca la identificación inmediata con el eventual comprador.
¿Por qué abusar de la mercadotecnia?
Porque es una mercancía desacreditada, en crisis, que precisa de renovados
artificios y coberturas en el momento de la oferta y la vitrina. Los
pueblos ya conocen el momento frustrante de su realización. Por eso, desde
arriba, el sistema de partidos políticos hegemónico –por fuerza y consenso-, se
lima las uñas constantemente, reflota acontecimientos mistificados y sin
contexto, como también oscurece la memoria y experiencias históricas de los
expoliados. Siempre desde arriba, durante las elecciones la población
habilitada para votar es tratada como clientela de supermercado, consumidores,
espectadores; como masa infantilizada, deficitaria, incompleta, impotente e
incapaz. Es decir, como grupos sociales fáciles de distraer, víctimas de un
déficit atencional sin retorno, analfabetos políticos. En buenas cuentas, en
las elecciones del capitalismo argentino y chileno, simplemente se reproducen
las relaciones sociales que dominan provisionalmente la totalidad de la vida.
4. La crisis de representatividad del
sistema de partidos políticos –que sólo subsiste porque su agotamiento no es
suficiente por sí solo para ser trascendido- atraviesa tanto a las viejas
derechas, como a las viejas izquierdas. Por más que acudan a la cirugía
plástica antes de cada rutina electoral. Por más que empleen nuevas caras
viejas o, peor aún, viejos apellidos, como si el ejercicio de la
política fuera un asunto genético, atávico, hereditario, toda vez que es
histórico y universal. (En Argentina puede cumplir esa función el tótem
masculino de Néstor K. o Perón o Belgrano; y en Chile, el de los generales
golpistas y los no golpistas, o cualquier Alessandri o Frei Montalva o incluso
Salvador Allende. Cada uno de ellos como figura aislada, individual, ausente de
texto y contexto).
Los representantes, partidos, alianzas,
bloques, frentes y concertaciones, directos, postizos o ‘voluntarios’, de más o
menos similares intereses de clase en el sistema político en decadencia -apenas
oxigenado por el éxito parcial de la alienación y el miedo- no se corresponden
a expresiones opositoras, sino que complementarias.
Ahora bien, en Argentina y Chile,
aquellas agrupaciones críticas al capitalismo y, por extensión, refractarias al
devaluado sistema de partidos políticos y que, sin embargo, participan en las
elecciones por beneficio táctico (publicidad ampliada) o convicción, se
presentan hoy como ‘alternativa’. O sea, como otredad y negación propositiva
respecto del imperio planetario del capital y la hegemonía de su
modalidad financiera, extractivista, informatizada y militarizada, según sus
grises formas nacionales.
No obstante, y lejos de la propaganda,
situarse como pura alternativa u oferta programática democratizadora, pero
carente de las fuerzas sociales concretas que combaten al capital, es un gesto
insuficiente.
Cuando se propone que la lucha contra
el capitalismo es por arriba y por abajo, no se trata de dos opciones
separadas, sino de un solo momento que comporta los mismos supuestos y
soportes. Es decir, no es posible considerar decisivo un diferendo electoral
desde los intereses y modos de los pueblos y los trabajadores, desde su
movimiento real, sin contenerlos protagónicamente. Y así también, el movimiento
real de los pueblos y los trabajadores que se enfrenta contra el capital no
puede desdeñar las elecciones burguesas siempre y cuando su desempeño allí esté
férreamente subordinado a sus intereses, tácticas y realización histórica, con
los resguardos suficientes para que las plazas ganadas no reviertan su sentido
–por cooptación, mesianismo o ilusión- y terminen siendo parte del
problema.
Entonces, postularse como ‘alternativa’
política, sin que el sujeto político que orienta y desenvuelve -mientras corre
o camina- su propia práctica y proyecto emancipador, en el mejor de los casos,
puede tal vez testimoniar la naturaleza inhumana del capitalismo desde una
tribuna en 3D, y, en el peor de los casos, puede fortalecer la escenografía
gastada del sistema de partidos políticos imperante aún.
Asimismo, también resulta insuficiente
plantearse como pura ‘alternativa’. Tanto en Argentina, como en Chile, las
luchas colectivas del sujeto político concreto (pueblos indígenas, mujeres
oprimidas y sin derechos, trabajadores activos e inactivos precarizados,
estudiantes e intelectuales empobrecidos, ambientalistas consecuentes; todo
quien sobrevive de la venta de su fuerza de trabajo, e incluso pequeños
propietarios subordinados a los precios, la demanda y la deuda impuestas por el
gran capital imperialista resumido en la bolsa, las armas y la divisa), se
manifestará como posibilidad de superación del
capitalismo, más que como ‘alternativa’ o simple negación de lo que, por ahora,
constituyen las relaciones sociales dominantes.
5. Los Estados no son inmutables e
imparciales. Son un producto histórico devenido de las relaciones sociales y de
poder existentes en una época determinada de la sociedad humana en la
naturaleza. Sus instituciones, funciones y movimiento no tienen que ver con un
mítico acuerdo social ocurrido en distintos tiempos o a similar distancia y
velocidad. Por el contrario, su sola realidad revela la existencia –para este
caso, desde la modernidad- de clases sociales de intereses antagónicos e
irreconciliables.
Por tanto, el Estado es una relación
social que está allí para promover, servir, proteger y legitimar la hegemonía
de una clase social sobre otra. Bajo el capitalismo, el Estado, incluso
extremando sus formas democráticas hasta los bordes tolerables por la minoría
que vive a costa de la mayoría, es de contenido burgués. De no ser
burgués, el Estado sólo podría ser popular y radicalmente democrático
si es concebido por una sociedad autoconciente que lo va minando en tanto crea
sus propias formas nuevas de organización social, distintas de la sociedad de
clases. Es decir, un Estado no es burgués ni antipopular ni
antidemocrático sólo cuando el conjunto de la sociedad lo sabe transitorio o como mal necesario y
temporario mientras edifica las condiciones para su extinción y
superación. De volverse el Estado un fetiche y la estatización de los bienes y
servicios un fin en sí mismo -como si el Estado fuera un producto abstracto y
terminal-, como tendencia observada históricamente, él sostiene las relaciones
de poder y obstruye la mismidad entre necesidad y libertad.
Para la voluntad e intereses de la
sociedad como totalidad libre y liberadora pendiente, el Estado
únicamente es un ‘mientras tanto’ la política deje de ser la concentración de
la economía y la guerra. Naturalmente, la velocidad espacial de la
desaparición del Estado está determinada, en general, por el mapa temporal de
la lucha de clases en todas sus escalas y proporciones nacionales, regionales y
mundiales, y por la inauguración de una era post-capitalista, sin
explotados ni explotadores, sin arriba ni abajo, sin opresión y sin guerras.
Esto es, junto con la abolición de la
propiedad privada, es necesario abolir la política conocida como hasta ahora.
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