“El Legado de la Ocupación de Iraq: Los Niños de Faluya”
Robert Fisk
Agencia de Noticias de Ahlul Bait (ABNA) — (1) La historia de Sayef: Para el pequeño Sayef no habrá primavera árabe. Con solo 14 meses de edad yace sobre una pequeña manta de color rojo amortiguada por un colchón barato instalado sobre el suelo, llorando a intervalos. Su cabeza tiene el doble del tamaño que debería y está ciego y paralizado. Sayeffedin Abdulaziz Mohamed — su nombre completo — tiene una cara amable en su cabeza descomunal, y dicen que sonríe cuando otros niños lo visitan y cuando las familias y vecinos iraquíes entran en la habitación.
Sin embargo, nunca sabrá la historia del mundo que le rodea, nunca disfrutará de las libertades de un nuevo Oriente Medio. Sólo puede mover las manos y no puede ingerir nada salvo leche embotellada, pues no puede tragar. Ya casi pesa demasiado como para que su padre lo lleve. Vive en una prisión cuyas puertas permanecerán cerradas para siempre.
Cuesta tanto escribir este tipo de informe como comprender el coraje de su familia. Muchas de las familias de Faluya cuyos hijos han nacido con lo que los médicos denominan "anomalías congénitas" prefieren mantener su puerta cerrada a los extranjeros, pues consideran a sus hijos como un vergonzoso estigma personal más que como una posible prueba de que algo terrible ocurrió aquí tras las dos grandes batallas estadounidenses contra los insurgentes de la ciudad en 2004 y tras otro conflicto en 2007.
Después de haber negado en un primer momento el uso de proyectiles de fósforo durante la segunda batalla de Faluya, las fuerzas de EEUU admitieron más tarde que habían disparado ese tipo de munición contra los edificios de la ciudad. Informes independientes han señalado en Faluya una tasa de nacimientos con malformaciones mucho mayor que la de otras zonas de Irak, no digamos la de otros países árabes. Naturalmente, nadie puede presentar pruebas irrefutables de que la munición estadounidense sea la causa de la tragedia de los niños de Faluya.
Sayef vive —un verbo utilizado con intención — en el distrito de al-Shahada de Faluya, en una de las calles más peligrosas de la ciudad. Los policías —como los ciudadanos de Faluya, todos ellos son musulmanes sunitas — montan guardia con sus armas automáticas en la puerta de la casa de Sayef cuando la visitamos, pero dos de esos hombres armados y con uniforme azul entran con nosotros y quedan visiblemente emocionados a la vista del indefenso bebé que yace en el suelo, mueven sus cabezas en señal de incredulidad y con un aire de desesperanza que su padre, Mohamed, se niega a manifestar.
"Creo que todo esto se debe a que los norteamericanos utilizaron fósforo en los dos grandes batallas", dice. "He oído hablar de muchos casos de malformaciones congénitas en niños. Tiene que haber una razón. La primera vez que mi hijo fue al hospital vi allí a otras familias que tenían exactamente los mismos problemas".
Estudios realizados desde las batallas de Faluya de 2004 han registrado profundos incrementos en los índices de mortalidad infantil y cáncer en Faluya. El último informe, entre cuyos autores se encuentra un médico del Hospital General de Faluya, constata que las malformaciones congénitas afectan al 15% de todos los bebés que nacen en Faluya.
"Mi hijo no puede valerse por sí solo", dice Mohamed, acariciando la dilatada cabeza de su hijo. "Sólo puede mover las manos. Tenemos que alimentarlo con biberón. No puede tragar. A veces ni siquiera puede tomar la leche, así que tenemos que llevarlo al hospital para que le hagan ingerir líquido. Nació ciego. Además, el riñón de mi pobre criatura se ha apagado. Se quedó paralítico. Sus piernas no se mueven. Su ceguera se debe a la hidrocefalia".
Mohamed agarra las inútiles piernecitas de Sayef y las mueve suavemente arriba y abajo. "Cuando Sayef nació me lo llevé a Bagdad y conseguí que lo examinara uno de los neurocirujanos más importantes. Me dijeron que no podían hacer nada. Tenía un agujero en la espalda, que cerraron, y luego otro agujero en la cabeza. La primera operación no tuvo éxito. Tenía meningitis".
Tanto Mohamed como su esposa pasan de la treintena. A diferencia de muchas familias tribales de la zona no están emparentados y sus dos hijas, nacidas antes de las batallas de Faluya, se encuentran en perfecto estado de salud. Sayef nació el 27 de enero de 2011. "Mis dos hijas quieren mucho a su hermano", añade Mohamed, "e incluso los médicos le quieren. Todos ellos participan en el cuidado del niño. El doctor Abdul-Wahab Saleh ha hecho un trabajo increíble con él... Sayef no estaría vivo de no ser por él".
Mohamed trabaja para una empresa de irrigación pero admite que con un salario de sólo 100 dólares al mes recibe ayuda económica de sus familiares. Se encontraba fuera de Faluya durante el conflicto, pero volvió dos meses después de la segunda batalla sólo para encontrarse con su casa derruida. Recibió fondos para reconstruirla en 2006. Durante nuestra conversación contempla prolongadamente a Sayef y luego lo coge en brazos.
"Cada vez que miro a mi hijo me muero por dentro", dice mientras las lágrimas le corren por la cara. "Pienso en su destino. Se está haciendo más duro cada vez. Es más difícil sobrellevarlo". Así que le pregunto a quién culpa por el calvario del pequeño Sayef. Aguardo oír una diatriba de insultos contra los norteamericanos, el gobierno iraquí, el Ministerio de Salud. Durante mucho tiempo la prensa occidental ha caracterizado a los habitantes de Faluya como "pro-terroristas" y "anti-occidentales" a raíz del asesinato e incineración de cuatro mercenarios estadounidenses que tuvo lugar en la ciudad en 2004 —fue aquel suceso lo que desencadenó la batalla por Faluya, que se saldó con la muerte de unos 2.000 iraquíes, civiles e insurgentes y la de casi 100 soldados estadounidenses.
Sin embargo, Mohamed permanece silencioso durante unos momentos. No es el único padre en mostrarnos a su hijo deforme. "Sólo pido ayuda a Dios", dice. "No espero ayuda de ningún ser humano". Lo que demuestra, supongo, que Faluya — lejos de ser una ciudad de terror — alberga a algunos hombres muy valientes.
Faluya: Una historia
La primera batalla de Faluya, en abril del 2004, fue un asedio de un mes durante el cual las fuerzas estadounidenses no consiguieron tomar la ciudad, considerada como un bastión de la insurgencia. La segunda batalla, que tuvo lugar en noviembre, dejó la ciudad arrasada y suscitó un arduo debate debido a alegaciones en el sentido de que las tropas de Estados Unidos habían utilizado proyectiles de fósforo blanco. Un estudio de 2010 señaló que el aumento de la mortalidad, cáncer y leucemia infantiles de Faluya superaba los índices reportados por los sobrevivientes de las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
(II) El hospital de los horrores
En la pantalla situada en un despacho del piso alto del Hospital General de Faluya empiezan surgir imágenes. Y, de repente, el despacho del administrador Nadhim Shokr al-Hadidi se convierte en una pequeña cámara de los horrores. Un bebé con una boca inmensamente deformada. Un pequeño con un defecto en la médula espinal, con una parte de la columna fuera del cuerpo. Un bebé con un terrible e inmenso ojo ciclópeo. Otro bebé con solo media cabeza, nacido muerto, como el resto, en la fecha del 17 de junio de 2009. Pero otra imagen más está apareciendo en pantalla. Fecha de nacimiento: 6 de julio de 2009, y en ella se muestra un bebé diminuto al que le falta medio brazo derecho, la pierna izquierda, los genitales.
“Todo el tiempo estamos viendo ahora este tipo de cosas”, dice Al-Hadidi en el momento en que una doctora entra en la habitación y echa un vistazo a la pantalla. Ella ha atendido en algunos de los partos de estos niños nacidos muertos. “Nunca había visto nada tan espeluznante en todos mis años de trabajo”, dice en voz baja. Al-Hadidi responde a las llamadas telefónicas, saluda a los visitantes, nos ofrece té y galletas mientras las fantasmales imágenes van sucediéndose en la pantalla. Pedí ver esas fotografías para garantizar que los niños nacidos muertos, que las deformidades, son reales. Porque siempre suele aparecer un lector o un espectador que musitará entre dientes la palabra “propaganda”.
Pero las fotografías son una horrenda recompensa condenatoria a tales dudas. 7 de enero de 2010: un bebé de piel descolorida, amarillenta y brazos deformes. 26 de abril de 2010: una masa gris en el lugar de la cabeza del bebé. Un doctor junto a mí habla de la “Tetralogía de Fallot”, una trasposición de los grandes vasos sanguíneos. 3 de mayo de 2010: una criatura con forma de rana en la que, según me dice la doctora de Faluya que entró en la habitación, “todos los órganos abdominales están intentando salir del cuerpo”.
Esto es demasiado. Estas fotografías son tan horrendas, provocan tanto dolor y emoción –al menos, para los pobres padres- que resulta imposible contemplarlas. Sencillamente, no pueden publicarse.
Hay una actitud muy seria en los doctores de Faluya. Saben que conocemos esta tragedia. Es más, no hay nada nuevo por descubrir en las deformidades de los niños de Faluya. Otros periodistas –incluido mi colega Patrick Cockburn- han visitado Faluya para informar sobre ellas. Lo que es una vergüenza es que esas deformidades continúen sin controlarse. Una doctora de Faluya, una ginecóloga formada en Gran Bretaña –volvió a Iraq hace solo cinco meses-, que ha sufragado ella misma para su clínica privada un escáner que vale alrededor de 100.000 euros para la detección prenatal de anormalidades congénitas, me da su nombre y me pregunta por qué el Ministerio de Sanidad en Bagdad no lleva a cabo una investigación oficial completa sobre los bebés deformados de Faluya.
“He estado en el ministerio”, me cuenta. “Me dijeron que tenían un comité. Fui al comité. No han hecho nada. No puedo conseguir que me respondan”. Después, veinticuatro horas más tarde, la misma mujer envió un mensaje a un amigo mío, otro doctor iraquí, pidiéndome que no utilizara su nombre.
Aunque el número de niños nacidos muertos en Faluya es escandaloso, el equipo médico del Hospital General de Faluya demuestra su honestidad advirtiendo repetidamente del peligro de llegar a conclusiones demasiado pronto.
“Yo asistí en el parto de ese bebé”, dice la obstetra cuando aparece otra imagen en la pantalla. “No creo que este caso tenga que ver con las armas de EEUU. Los padres son parientes cercanos míos. Los matrimonios tribales aquí hacen que un montón de familias estén muy próximas por la sangre. Pero hay que tener en cuenta también que si las mujeres dan a luz en el hogar a niños muertos con malformaciones, no nos van a informar y enterrarán al bebé sin que podamos registrarlo”.
Las fotografías continúan apareciendo en la pantalla. 19 de enero de 2010: un bebé nacido muerto con unas extremidades diminutas. Un bebé nacido el 30 de octubre de 2010 con labio leporino y paladar hendido, todavía vivo, con un agujero en el corazón, un defecto en la cara, con necesidad de tratamiento de ecocardiografía. “El labio leporino y el paladar hendido son anomalías congénitas comunes”, dice en voz baja la Dra. Samira Allani. “Lo alarmante es el aumento de la frecuencia”. La Dra. Allani ha documentado un trabajo de investigación sobre “el incremento de la prevalencia de los defectos de nacimiento” en Faluya, un estudio con cuatro padres “con dos linajes de progenie”. Las cardiopatías congénitas, se dice en el documento, alcanzaron “cifras sin precedentes” en 2010.
Las cifras continúan aumentando. Mientras estamos conversando, una enfermera se acerca con un mensaje para la Dra. Allani. Vamos de inmediato a una incubadora que se encuentra cerca de la sala de partos del hospital. En la incubadora hay un bebé de solo 24 días. Zeid Mohamed es casi demasiado pequeño para sonreír pero está durmiendo mientras su madre le observa a través del cristal. Le ha dado permiso a la doctora para que yo pueda ver a su bebé. Su padre es guarda de seguridad, la pareja se casó hace tres años. En la familia no hay ningún registro de nacidos con deformidades. Pero Zeid tiene solo cuatro dedos en cada una de sus manitas.
Los archivos del ordenador de la Dra. Allani contienen cientos de Zeids. Le pide a otro doctor que llame a algunos padres. ¿Querrán hablar con un periodista? “Quieren saber lo que le ha sucedido a sus niños”, dice. “Se merecen una respuesta”. Tienen toda la razón. Pero ni las autoridades iraquíes, ni las estadounidenses ni las británicas –que estuvieron periféricamente implicadas en la segunda batalla de Faluya y perdieron cuatro hombres- ni ninguna ONG importante parece querer o poder ayudar.
Cuando los doctores consiguen algo de financiación para una investigación, se dirigen hacia organizaciones que tienen claramente su propia predeterminación política. En el documento de la Dra. Allani, por ejemplo, se reconoce que recibió financiación de la “Fundación Kuala Lumpur para la Criminalización de la Guerra”, un grupo que casi está intentando exonerar el uso de armamento estadounidense en Faluya. Me temo que esto es, también, parte de la tragedia de Faluya.
La obstetra que me pidió mantener el anonimato habla con desolación de la falta de equipamiento e información. “Los defectos cromosómicos –como el Síndrome de Down- no pueden corregirse antes del nacimiento. Pero sí podríamos tratar una infección fetal y podríamos resolver ese problema extrayendo una muestra de sangre del bebé y de la madre. Pero ningún laboratorio de aquí tiene el equipamiento debido. Todo lo que se necesitaría para impedir esa enfermedad es una transferencia de sangre. Desde luego, todo esto no va a contestar a nuestras preguntas: ¿Por qué ha aumentado el número de abortos? ¿Por qué ha aumentado el número de bebés nacidos muertos? ¿Por qué han aumentado los nacimientos prematuros?
El Dr. Chris Busby , profesor visitante en la Universidad del Ulster que ha investigado casi a 5.000 personas en Faluya, está de acuerdo en que es imposible especificar la causa de los defectos de nacimiento y de los cánceres. “Algunas de las exposiciones mutagénicas principales deben haberse producido en 2004, cuando se perpetraron los ataques contra la ciudad”, escribió hace dos años. El informe del Dr. Busby, recopilado con Malak Hamdar e Intisar Ariabi, halló que la tasa de mortalidad encontrada en Faluya era de 80 por cada mil nacimientos, comparada con el 19 por mil de Egipto, el 17 por mil en Jordania y solo el 9,7 por mil en Kuwait.
Otro de los doctores de Faluya me cuenta que la única ayuda que han recibido de Gran Bretaña provino del Dr. Kypros Nicolaides , el director de Medicina Fetal del Hospital del King’s College de Londres, donde dirige una institución de beneficencia, la Fundación de Medicina Fetal, que ha formado ya a un doctor de Faluya. Cuando lo llamo se expresa con gran indignación:
“Para mí, el aspecto criminal de todo esto –durante la guerra- fue que a los gobiernos británico y estadounidense ni siquiera se les ocurriera acercarse a Woolworths y comprar unos cuantos ordenadores para documentar al menos las muertes en Irak. Pero tenemos un estudio de Lancet que estima en al menos 600.000 las muertes durante la guerra. Sin embargo, la potencia ocupante no tuvo la decencia de comprar un ordenador de unos 600 euros que les permitiera decir ‘nos han traído hoy este cuerpo y este era su nombre’. Ahora tienen un país árabe con la cifra más alta de malformaciones y cánceres de la mayoría de los países y necesitan un estudio epidemiológico adecuado. Estoy seguro de que los estadounidenses utilizaron un armamento que causó esas deformidades. Pero ahora hay en Irak un gobierno que vaya Vd. a saber de dónde ha salido y ningún estudio. Es muy fácil dejarse ir y no hacer nada, excepto para algunos profesores locos como yo en Londres que estamos intentado conseguir algo”.
En la oficina de al-Hadidi, aparecen ahora fotografías que desafían las palabras. ¿Cómo puedes intentar describir un bebé muerto con una sola pierna y una cabeza cuatro veces más grande que su cuerpo?
(III) Los padres de los niños iraquíes afectados, abandonados y asustados, esperan ayuda en vano
“Necesita múltiples operaciones fuera de Iraq. Es un problema disfuncional. No oye por el oído izquierdo. Me dijeron que debía tener seis años antes de que pudieran sacarle cartílago de la pared torácica para ponérselo en el oído. Todas las operaciones tienen que hacerse fuera de Iraq para poder reponerle la oreja y la función auditiva”.
Y mientras su padre habla, Sayef Ala’a, de cinco años, se sienta obedientemente en el sofá que hay a nuestro lado y hace lo que su padre le dice, moviendo la cabeza para mostrarnos el trocito superficial de carne que constituye su oreja izquierda, inclinando la cabeza hacia un lado para que podamos tomarle fotos. Comparado con otros niños con malformaciones congénitas, Sayef Ala’a es afortunado. Puede ver, respirar, caminar, correr, jugar y escuchar a su padre y a sus amigos con su oído derecho. Y es un pequeño con mucho coraje.
“No ha aprendido muchas cosas aún, porque no ha ido al colegio”, dice su padre. “Me preocupa que puedan acosarle en la escuela. Es un niño, pero algunas veces se me acerca y me dice que sabe que tiene una oreja deforme, pero no importa, me dice, porque no tiene otros problemas. Es tímido pero no le importa venir a verles”. Y en ese momento el padre nos señala mientras nos sentamos al lado de su hijo en el sofá. “Ningún otro extranjero ha venido a verle”.
Como otros padres de Faluya, el padre de Sayef Ala’a, que es comerciante, confía en que los empleados de alguna ONG llamen algún día a su puerta y le ofrezcan al niño un visado extranjero, tratamiento médico en el extranjero, educación. Es un sueño que nunca se va a cumplir, no mientras el gobierno iraquí siga sin mostrar interés alguno en los niños deformes de Faluya.
Sayef Ala’a tiene un hermano de tres años que no presenta problemas de salud, pero Sayef fue concebido en 2006, dos años después de las batallas de Faluya, y su hermano dos años después que él. La madre de Sayef Ala’a es prima de su padre pero las familias no han tenido nunca historial alguno de enfermedades congénitas. “Es la consecuencia de las armas químicas utilizadas por los estadounidenses en Faluya”, dice el padre. Ha visto otras anomalías, mucho peores que la que su hijo sufre. Todas las familias dicen lo mismo.
“Sí, el caso de mi hijo es un tanto trivial comparado con el resto. Pero solo tiene la mitad de la audición. He conseguido pasaporte para mí y mi hijo”, -y en ese momento el padre de Sayef nos enseña los documentos para que los inspeccionemos- “por si algún día una organización caritativa llama a mi puerta y se lo llevan para atenderle fuera de Iraq”.
Sin embargo, y llama mucho la atención, cuando le pregunto de quién es la culpa, el padre de Sayef Ala’a dice casi las mismas palabras pronunciadas por el padre de Sayef Mohamed, de 14 meses, que tiene una cabeza desproporcionada y está ciego y paralizado. Contesta de inmediato: “Creo en Dios, por eso dejo las cosas en sus manos. No creo que ningún ser humano vaya a ayudarnos. Sí, estaba preocupado antes de que tuviéramos nuestro segundo hijo por si presentaba problemas similares, pero decidí dejar las cosas en manos de Dios porque quería ese segundo niño”.
La familia ha consultado con dos profesores de Bagdad –uno de ellos con una licenciatura de medicina de la Universidad de Glasgow- y tiene una perspectiva de la que otros pueden carecer en Faluya.
El abuelo de Sayef Ala’a afirma que la RAF arrojó gas mostaza sobre unos parientes lejanos en la ciudad de Diyala en 1917, durante la Primera Guerra Mundial, e incluso entonces hubo deformidades. Desde luego, puede que lo fácil para una familia –temerosa de lastimar su “honor” al admitir que su niño sufre malformaciones congénitas- sea culpar a las armas de los enemigos estadounidenses de Faluya por sus desgracias, pero no parece ser el caso.
Veamos, ¿por qué EEUU negó primero haber utilizado fósforo sobre zonas habitadas de la ciudad en 2004 y admitió la verdad solo cuando en una cinta de video se mostró claramente que estaban lanzando fósforo sobre las concentraciones de viviendas? ¿Y por qué nadie de fuera viene a examinar la oreja de Sayef Ala’a?
Trasfondo de la historia: La prueba era clara pero a nadie le preocupaba, excepto a Vds.
Es la misma vieja historia de siempre. No saben nada. No ven nada. No dicen nada. Cuando los niños morían en el sur de Irak en medio de una plaga de cánceres tras la Guerra del Golfo de 1991, los estadounidenses y los británicos no quisieron saber nada. Ni tampoco, desde luego, Sadam Husein. Si los niños se habían envenenado a causa de nuestra munición de uranio empobrecido, entonces Sadam quedaba en evidencia, ¿no es cierto? Los lectores del Independent contribuyeron con 250.000 dólares en medicinas para los niños que vimos en Iraq que estaban sufriendo cánceres y leucemia tas esa guerra.
Margaret Hassa, de Care International, asesinada posteriormente por unos criminales desconocidos meses después de su secuestro tras la “liberación” de Irak, nos ayudó a distribuir las medicinas de nuestros lectores por el país. No fue gracias a Sadam, desde luego. Y todos los niños murieron. Y ni una palabra de nuestros amos, los fabricantes de armamentos y los chistosos generales.
Es lo mismo que ocurre ahora en Faluya de nuevo. Los doctores hablan de aumentos masivos de las malformaciones congénitas en los niños. Los estadounidenses utilizaron munición con fósforo –posiblemente también con uranio empobrecido- en las batallas de 2004 en Faluya. Todo el mundo en Faluya conoce esas malformaciones. Los periodistas han visto a estos niños y han informado de su situación. Pero no se sabe nada, no se ve nada, no se dice nada. Ni el gobierno iraquí ni el gobierno estadounidense ni el británico dicen ni pío sobre Faluya. Incluso cuando encontré en los Balcanes una niña serbia de doce años con hemorragias internas, vómitos constantes y las uñas que se le desprendían continuamente de pies y manos –había tocado un trozo de metralla de munición de uranio empobrecido tras un ataque aéreo de la OTAN cerca de Sarajevo en 1995-, la OTAN se negó a responder a mi oferta de llevar a un doctor militar para que la examinara.
Entonces había descubierto ya hasta 300 hombres, mujeres y niños serbios que habían vivido cerca de los objetivos de la OTAN en el suburbio de Hadjici, en Sarajevo, que habían muerto de cánceres y leucemia durante los cinco años que siguieron al bombardeo. Al igual que en el sur de Irak tras la Guerra del Golfo de 1991, cuanto menos digas mejor.
Encontré a Ali Hillal en 1998, cuando tenía solo ocho años, en el Hospital Mansour de Bagdad. Vivía cerca de unas fábricas y de una emisora de televisión en Diyala, objeto de repetidos ataques de la aviación estadounidense y británica en 1991, el quinto niño de una familia que no tenía antecedentes de cáncer. Ahora tenía un tumor cerebral. Latif Abdul Sattar tenía linfoma no-Hodgkin. Yusef Abdul Rauf Mohamed, de Kerbala, tenía hemorragias intestinales. Y estaba también Cheru Yasim, con su vestido de fiesta –quiso que la fotografiaran así-, que tenía leucemia aguda miloblástica.
Y así ocurría con cada niño que encontraba hace catorce años. Dhamia Qassem, de 13, sufrió un ataque al corazón durante el tratamiento de una leucemia aguda. Ahmed Walid, que era un bebé durante los bombardeos sobre Irak en 1991, desarrolló leucemia crónica mieloide en 1995. Muchos de los padres estaban con sus niños durante los ataques y algunos hablaban de olores extraños, de insecticidas y flores. Los diplomáticos occidentales –que por lo demás decidieron permanecer en silencio- se preguntaban si los niños podían haberse visto afectados por el humo de las fábricas bombardeadas de productos químicos de Sadam.
En Basora, me encontré con el Dr. Yawad Khadim al-Ali, que había trazado mapas con agrupaciones de casos de cáncer en recién nacidos y adultos por todo el sur de Irak; algunos de los niños eran de los mismos lugares de batalla en los cuales los tanques de EEUU incendiaron munición de uranio empobrecido ante las fuerzas acorazadas de Sadam. Incluso cuando visité estos lugares encontré familias campesinas con nuevos cánceres. En ese caso, los doctores lo atribuyeron desde luego al uranio empobrecido, no al fósforo, aunque algunos investigadores han sugerido que también se utilizó uranio empobrecido en 2004 en Faluya.
Sin embargo, lo que resultó bochornoso fue la respuesta. Mientras los lectores del Independent hacían generosas donaciones para medicinas para los niños, la reacción del gobierno británico fue penosa. Lord Gilbert, en el Ministerio de Defensa, en una carta llena de sarcasmos, decía que mi relato acerca de una posible relación entre la munición de uranio empobrecido y el cáncer infantil –“no podía venir de otro que no fuera Robert Fisk”- era una “premeditada perversión de la realidad”. Las partículas de las ojivas con uranio son difíciles de detectar, escribió, “incluso con el equipo de control más sofisticado”.
Sin embargo, cuando un funcionario de la Agencia de la Energía Atómica escribió a la Artillería Real en Londres en 1998, dijo que la propagación de la radioactividad y la contaminación tóxica supondría “un riesgo tanto para militares como la población civil”, si no se abordaba una vez llegados al tiempo de paz.
En diciembre de 1998, Doug Henderson, el entonces Ministro británico para las Fuerzas Armadas, escribió –en una carta que quizá pronto tenga que repetirse sobre Faluya- que aunque el gobierno era consciente de los informes que vinculaban el uranio empobrecido con “supuestas [sic] malformaciones, cánceres y defectos congénitos, no habían visto ningún dato sobre investigaciones epidemiológicas sobre esa población que alguno de sus homólogos hubiera revisado que apoyara esas afirmaciones y por tanto sería prematuro hacer comentario alguno sobre el asunto”.
Y así, suma y sigue. Las autoridades no tienen nada que decir porque no habían visto “datos epidemiológicos revisados por sus homólogos”, y no los hay porque no se quiso llevar a cabo investigación alguna. Ahora, también está sucediendo lo mismo en Faluya donde puede que también en 2004 se utilizara munición de uranio empobrecido, y donde se sabe con seguridad que se utilizó fósforo blanco. Pero resulta que “no hay datos epidemiológicos revisados por sus homólogos”. Así pues, adiós a los niños de Faluya, a sus valientes padres y a cualquier posibilidad de averiguar la verdad.
A menos, desde luego, que algunas ONG consigan el dinero y los recursos y la formación necesarios para hacer lo que ni el gobierno iraquí ni el estadounidense han mostrado tener interés en hacer: catalogar el incremento en malformaciones congénitas en una ciudad donde las fuerzas de EEUU combatieron una de sus batallas más duras desde la ofensiva de Tet en Vietnam. El fósforo puede utilizarse para identificar objetivos, pero si se utilizó como arma en zonas civiles, violaría el Convenio de 1980 sobre armas convencionales. Quizá es por eso por lo que nadie quiere oír el nombre de Faluya.
Robert Fisk nació en Inglaterra pero vive actualmente en Beirut. Es licenciado en Ciencias Políticas por el Trinity College de Dublin. De 1971 al 1975 fue corresponsal del diario “Times” en Belfast.
Desde 1976 es corresponsal en Medio Oriente, actualmente para el periódico londinense “The Independent”. En sus reportajes ha cubierto, entre otros conflictos, la invasión del Líbano por Israel (1978-82), la revolución en Irán (1979), la guerra Irán-Iraq (1980-88), la guerra civil de Afganistán (1980), la I guerra del Golfo (1991), la guerra en Bosnia (1992-96) y el conflicto de Argelia (1992).
Fuentes:
(I) http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk- the-children-of-fallujah--sayefs-story-7675977.html
(II) http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-the-children-of-fallujah--the-hospital-of-horrors-7679168.html
(III) http://www.independent.co.uk/opinion/commentators/fisk/robert-fisk-the-children-of-fallujah--families-fight-back-7682416.html
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