Egipto - Repulsión, vergüenza, indignación
Robert Fisk, desde El Cairo
The Independent, Gran Bretaña
Traducción de Jorge Anaya
La Jornada, México, 19-8-2013
Repulsión, vergüenza, indignación. Todas estas
palabras se aplican a la desgracia de Egipto en las seis semanas anteriores. Un
golpe militar, millones de encolerizados simpatizantes del dictador electo
democráticamente y después derrocado, versiones sobre mucho más de mil
simpatizantes de la Hermandad Musulmana asesinados por la policía de seguridad
¿y qué nos dicen las autoridades este domingo? Que Egipto es víctima de una
maligna conjura terrorista.
El
lenguaje habla por sí mismo. No una conjura
terroristacualquiera, sino una tan terrible que es
maligna. Naturalmente, el gobierno adquirió este uso de la palabra
terroristade Bush y Blair, otra contribución occidental a la cultura árabe. Pero va más allá: nos informa que el país está a merced de
fuerzas extremistas que quieren crear guerra. Uno pensaría al escuchar esto que la mayoría de los muertos en las seis semanas pasadas fueron soldados y policías, cuando en realidad fueron manifestantes inermes.
Y
¿quién tiene la culpa? Obama, desde luego, por
alentar el terrorismocon sus plañideras quejas de la semana pasada… o eso dicen las autoridades egipcias. Y nuestros viejos amigos, los
medios extranjeros. Son los canales infieles –incluida Al Jazeera– los que han alimentado el odio en la tierra de los faraones, según la prensa egipcia (que ahora es tan plañidera como Obama en su servilismo hacia los nuevos gobernantes).
Fuera
de la mezquita de Fath, en El Cairo, el sábado pasado, partidarios de los
militares maltrataron a reporteros y camarógrafos, entre ellos algunos alemanes
e italianos, e incluso por un rato Al Jazeera se alejó de la escena. The
Independent corrió sus riesgos, con Alastair Beach con la Hermandad, dentro de
la mezquita sitiada.
Afuera
de ella, yo andaba con un gastado sombrero de turista entre los esbirros de
seguridad y los partidarios del ejército; un amigo egipcio me ayudó, explicando
de modo no muy amable a los de las cachiporras que yo era un anciano turista
inglés que había salido de su hotel para ver qué pasaba. Dejé en mi bolsillo mi
libreta y mi teléfono móvil.
Bienvenido a El Cairo, escuché varias veces mientras los soldados disparaban al aire.
Para
ser justo, déjenme recontar un pequeño momento esperanzador entre el drama del
sábado. Dos egipcios se me acercaron y dijeron, con mucha sencillez:
Es muy injusto tener a esa gente en la mezquita sin agua ni comida; son seres humanos como nosotros. No eran partidarios de Mursi, pero no parecían simpatizar con la policía. Eran sólo egipcios buenos y decentes, humanos, como los que todos esperamos que formen la verdadera mayoría.
Esto
me lleva a recordar una mentira al típico estilo de Obama, la semana pasada.
Vino cuando el presidente de Estados Unidos decidió hacer una pausa en sus
vacaciones de golf para comentar la violencia en Egipcio. Describió a los opositores
a Mursi –ahora representados por un general, Abdel Fatah Sisi, también ministro
de la defensa y viceprimer ministro– como
muchos egipcios, millones de egipcios, tal vez una mayoría de egipcios. De este modo Obama acreditó al golpe un apoyo mayoritario. Cómo debió de haber complacido al general Sisi, quien habla un excelente inglés estadunidense, ese pequeño conjunto de palabras en clave.
Y
resulta extraño que los periodistas supuestamente maliciosos hayan estado
minimizando las acciones asesinas de las fuerzas de seguridad egipcias. En
repetidas ocasiones Al Jazeera se ha referido a ellos como
hombres armados, como si no estuvieran uniformados ni dispararan desde la azotea de un cuartel de policía. Los editoriales en Occidente han descrito las matanzas perpetradas por policías egipcios como
mano dura, como si Lewis y Hathaway hubiesen aporreado en la cabeza a algunos chicos malos. Un amigo digno de confianza me dijo el otro día que nuestros líderes occidentales están tan hartos de los manifestantes que infestan las reuniones del G-8 –donde siempre se aplican las acostumbradas advertencias contra el
terror–, que tienen simpatía innata por los policías y un odio implícito a todo aquel que protesta. ¿Cómo olvidar la simpatía de Blair hacia los brutales policías antimotines italianos, hace unos años?
Pero
el ejército y la policía de Egipto pueden confiar en la ayuda de nuestros
queridos amigos los sauditas. El propio rey Abdalá ha prometido miles de
millones de dólares para el pobre Egipto ahora que la generosidad de Qatar se
ha secado. Sin embargo, los egipcios harían bien en desconfiar de los
obsequiosos sauditas: la casa de Saud no se interesa realmente en ayudar a
ejércitos extranjeros –a menos que vayan a salvar a Arabia Saudita–, pero sí
participa mucho en apoyar a los salafistas del partido Noor, los
fundamentalistas que ganaron un extraordinario 24 por ciento en la pasada
elección parlamentaria egipcia, y que sin miramientos decidieron aliarse con el
general Sisi cuando Mursi fue derrocado. Los conservadores salafistas son mucho
más del agrado de los sauditas que los miembros potencialmente liberales de la
Hermandad. Es a ellos para quienes el rey abre su bolsillo. Y si por desventura
pudiesen formar una mayoría con los miembros desencantados de la Hermandad en
las próximas elecciones, el califato de Egipto estaría un paso más cerca.
Ahora,
el otro lado de la historia. Es cierto que hombres armados han abierto fuego
desde las filas de partidarios de la Hermandad. Un puñado cuando mucho, y eso
no justifica que la prensa egipcia llame
terroristasa decenas de miles de personas; pero tanto mi colega como yo los hemos visto. Los ataques a los templos son reales. Se han incendiado iglesias. Hogares cristianos han sido agredidos por vándalos; la víctima más reciente fue una niña de 10 años, Jessi Boulos, cuando regresaba de su clase de Biblia en un barrio pobre de El Cairo.
La
furia anticristiana es ahora política e ideológica. Es una persecución. Tal vez
el papa Tawadros lamente haberse tomado la foto con los partidarios del golpe.
Pero el jeque de Azhar estaba en esa misma fotografía… al igual que los
salafistas.
Oh,
sí, y ahora el gobierno matraquea con la necesidad de
disolverla Hermandad. Puesto que sus miembros ya son capturados por la policía, no estoy seguro de lo que se pretende lograr con esta
disolución. ¿Acaso los británicos no declararon
ilegalal Ejército Republicano Irlandés? ¿Lograron acabarlo con eso?
El
viernes pasado, después del toque de queda, cruzaba yo el puente 6 de Octubre
sobre el Nilo cuando vi más de 30 jóvenes con túnicas tipo galabia, sentados en
el pavimento con las manos sobre la cabeza. Entre ellos caminaban a zancadas
policías de uniforme negro, con escopetas, y bandas de beltagi –los muchachos
rudos empleados por la seguridad del Estado (supongo que podríamos llamarlos
terroristas buenos–, y de pronto supe lo que significa el
estado de emergencia. Temor. Cero derechos. Cero órdenes de aprehensión. Cero ley.
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