León Trotsky y la historia que pudo ser

Posted by Correo Semanal on miércoles, julio 17, 2013

Entrevista a Gabriel García Higueras



Trotsky sigue interesando, hace días se presentaba en Barcelona la edición castellana más completa y cuidada de Mi vida (Mi Vida: intento autobiográfico - Obras Escogidas Tomo II, Ediciones IPS/Museo Casa León Trotsky), también acaba de aparecer una biografía académica  que parece bastante seria (León Trotsky. Una vida revolucionaria, de Joshua Rubenstein, Ed. Península, col. Atalaya, Barcelona ). Este es un buen motivo para repasar algunas lecciones sobre el personaje, y nadie mejor para hacer que Gabriel García Higueras que fue entrevistado en Perú por Carlos Miranda Passalacqua

El historiador peruano y profesor de la Universidad de Lima, Gabriel García Higueras, publicó en 2005 un libro titulado Trotsky en el espejo de la historia. En él se encuentran reunidos un conjunto de ensayos que abordan la Revolución de Octubre y la historia de la sociedad soviética desmitificando las distorsiones, surgidas durante el estalinismo y después de él, sobre el papel histórico desempeñado por el organizador del Ejército Rojo. Gracias a su gentileza pude conversar extensamente con él sobre su trabajo y el resultado fue la siguiente entrevista.

Gabriel, te has definido como un “trotskólogo, no trotskista”. ¿Se puede apreciar de manera clara la línea que divide una categoría de la otra? Y, ¿cuáles son los puntos de intersección más comunes entre ambas?

Los usuarios del término trotskología fueron los historiadores soviéticos; ellos lo acuñaron. Con este concepto se designa el área de estudio sobre la vida y la obra de Trotsky. Cuando en los años setenta los soviéticos lo empleaban era para impugnar los trabajos de los “trotskólogos” occidentales. En la segunda mitad de los ochenta, durante la perestroika, hubo el florecimiento de la trotskología soviética desde aproximaciones diferentes en comparación con la visión tradicional. 

Teóricamente, existe una clara línea divisoria entre el abordamiento académico y el político-propagandístico en relación con Trotsky. Si ha de tratarse de un trabajo académico se estudiará su itinerario vital y sus ideas en relación con su tiempo histórico. Si nos referimos a una obra de propaganda, ésta puede dar las razones por las que la perspectiva revolucionaria de Trotsky era válida y abogará por la actualidad de su programa o, por el contrario, se pretenderá su deslegitimación. No obstante, tratándose de una personalidad histórica que ha concitado –hasta hoy– tanta controversia, suele ocurrir que los límites entre lo académico y lo político aparecen difusos. Me refiero a que puedes encontrar estudios académicos solventes sobre Trotsky escritos por militantes y teóricos del trotskismo; pienso, por ejemplo, en la calidad intelectual de los trabajos de Ernest Mandel. En sentido contrario, hay obras académicas que, lejos de ser neutrales, contienen juicios y comentarios tendenciosos. Y van más allá: pretenden desacreditar al personaje con un evidente objetivo político. Esto lo puedes ver claramente en la biografía de Trotsky escrita por el historiador Robert Service, publicada en 2009.

Ello ocurre porque, a diferencia de otros personajes de su época, en el caso de Trotsky existen partidos que propugnan su ideario político; ahora lo hacen con mayor intensidad dada la situación actual de crisis capitalista global. La vigencia del legado político de Trotsky sigue en debate desde posiciones políticas antagónicas.  

En el exordio de tu libro, comentas que tuviste la oportunidad de conocer a Ismael Frías (quien había militado en las filas del trotskismo peruano y posteriormente trabajado al lado de la segunda esposa de Trotsky). ¿Qué información inédita te transmitió? Y en general, ¿cómo describirías aquella significativa experiencia?

Conocí a Ismael Frías en 1989. En esa época, él dirigía el semanario político Equis. Yo estaba informado que había sido secretario de Natalia Sedova, la viuda de Trotsky. De manera que tenía un especial interés en conocerlo y entrevistarlo. Recuerdo que la entrevista no me la concedió de inmediato. Tuve que escribirle y exponerle que mi interés obedecía a un estudio que venía haciendo sobre Trotsky; sólo entonces accedió a recibirme en su pequeño departamento en el distrito de Lince. 

En su juventud, debido a su participación en una gran huelga estudiantil contra la dictadura de Odría, fue deportado a México en 1953. Es allí donde, a través de un amigo trotskista, conoce a Natalia Sedova, y gracias a su conocimiento del francés, ella le propone que fuera su secretario y lo invita a vivir en su casa. Él aceptó la invitación de inmediato y vivió junto a Natalia Sedova durante tres años.

De regreso en el Perú, Frías fue miembro del Partido Obrero Revolucionario Trotskista. Años después, se alejaría del trotskismo. Él colaboró en el gobierno del general Velasco y fue director del diario Última Hora. Durante la “segunda fase” del gobierno militar, fundó y dirigió Equis, en cuyas páginas defendió el regreso a la democracia. Cuando lo conocí, se definía como socialdemócrata. La primera vez que conversamos fue en mayo de 1989 y esa sería la primera de muchas conversaciones.

Volviendo a tu pregunta, Ismael me aportó un valioso testimonio personal sobre Natalia Sedova. Me relató que el día que la conoció, ella le preguntó con interés por la situación política de los países sudamericanos. Conocía de América Latina a través de los exiliados de diversas nacionalidades que habían visitado a su esposo en México. Por ejemplo, se interesó en conocer la naturaleza del peronismo y le hizo preguntas sobre la situación en Bolivia.

En su experiencia como secretario, él la ayudaba con su correspondencia, pero sobre todo la acompañaba. Ismael pasaba la mayor parte del tiempo en esa casa (donde Trotsky vivió sus últimos días), aprovechando su gran biblioteca.

Además de lo dicho, Ismael fue uno de mis primeros interlocutores en el tema de Trotsky y me aportó nuevos conocimientos sobre el trotskismo. Debo recordar que era un hombre de admirable cultura; leía sobre todo en francés y tenía una memoria fotográfica. Era un hombre afable y gran conversador, y solía apasionarse cuando hablaba de política.  

Algo que me dijo en nuestra primera conversación fue que a él le parecía estéril y hasta peligroso, especialmente para la juventud, creer que en el culto a las ideas de un hombre como Trotsky podía encontrarse una guía para la acción política.

La última vez que conversamos fue en 1992. Después de algunos años, supe que, a causa de la diabetes que padecía, había perdido la visión. Quise verlo, pero él ya no recibía visitas. En 1999 perdió la vida como consecuencia de un intento de suicidio. Se encontraba atravesando una profunda depresión, según informó la prensa. Me conmovió mucho saber de su triste final. Lo recuerdo con gratitud y admiración.   

Citándote: “A la luz de las ideas y acciones de L.D. Trotsky, valoro positivamente el balance de su trayectoria política. Sin considerar sus hechos y aportaciones al movimiento revolucionario ruso e internacional, el conocimiento y la comprensión cabales de la historia del mundo contemporáneo serían insuficientes. Ello no obsta a que reconozca que Trotsky, como cualquier otra personalidad política, cometiera yerros en determinadas coyunturas y que juzgara, de manera equivocada, ciertos hechos.”

¿En qué medida encuentras vigente el pensamiento político de Trotsky? ¿Sus principales yerros favorecieron el fortalecimiento de la burocracia en el Partido y el Estado? 


Desde mi perspectiva, la principal vigencia de Trotsky se da en su visión histórica acerca del período que inauguró en el mundo la Revolución Rusa. En ese sentido, continúa siendo válida su interpretación de la degeneración de la Revolución y las consecuencias que la política del estalinismo acarreó para la causa del socialismo en el mundo. 

También destaco de su obra –continuadora de la tradición marxista– la adopción de una metodología histórico-materialista en el análisis de hechos y procesos políticos de la historia soviética y mundial. Así, en la década de 1930 escribió páginas dedicadas al fascismo que, para algunos estudiosos, constituyen los mejores análisis realizados por Trotsky; también escritos donde examina hechos de su época, tales como la crisis capitalista de los años treinta o el fenómeno del totalitarismo estalinista, entre otros.

En los últimos años se han difundido en nuestro idioma escritos de Trotsky –algunos publicados por primera vez– sobre la Segunda Guerra Mundial, el carácter semicolonial de los países de América Latina y su relación con el imperialismo, textos que contienen análisis objetivos e ideas sugerentes.

Sobre la segunda parte de la pregunta, pienso que Lenin y Trotsky incurrieron en el error de adoptar medidas que terminarían por establecer un régimen monopartidista en Rusia. Debe recordarse que, desde que asumieron el poder, ambos se opusieron a un gobierno de coalición con los partidos socialistas. Tanto por el lado bolchevique, como por parte de los otros partidos, hubo intransigencias y las negociaciones fracasaron. Después, en enero de 1918, los bolcheviques –con el apoyo de los social-revolucionarios de izquierda– disolvieron la Asamblea Constituyente democráticamente elegida, elecciones en las que éstos no obtuvieron la mayoría. Los bolcheviques justificaron este acto razonando que la Asamblea era incompatible con el poder soviético. Sin embargo, desde la izquierda revolucionaria, este hecho mereció una crítica bien argumentada por parte de Rosa Luxemburg en 1918.

Es cierto que el poder soviético nació en condiciones harto difíciles. Poco después de la toma del poder por los bolcheviques, en los primeros meses de 1918 estalló en Rusia un enfrentamiento armado. Las fuerzas militares anticomunistas tuvieron el apoyo de la intervención de fuerzas militares del extranjero. En estas circunstancias, los bolcheviques se vieron en la necesidad de imponer medidas represivas, y surgió el terror revolucionario. A este fin sirvió la policía secreta, la Cheka, que si bien contribuyó a la defensa de la Revolución incurrió también en terribles y lamentables excesos. Esto aparece muy bien descrito en las memorias de un testigo de los acontecimientos, el revolucionario Víctor Serge, para quien con la fundación de la Cheka se creó una verdadera inquisición. 

Al término de la guerra civil con el triunfo del Ejército Rojo, el Partido Comunista era el único legal, pues todos los partidos de oposición, incluyendo a los socialistas (el menchevique, el social-revolucionario) fueron proscritos. Los bolcheviques consideraban que, de esta manera, se ejercía la dictadura del proletariado. Estas disposiciones, que tenían un carácter provisional, causaron grave daño a la democracia proletaria, ya que silenciando a cualquier voz opositora, los bolcheviques eliminaron cualquier intento de fiscalización externa a su dirección.

Asimismo, en el X Congreso del Partido, en marzo de 1921 –en medio de una ola de agitación en el país– se aprobó un decreto que prohibía la oposición organizada dentro del Partido. De esta manera, fueron reprobadas las críticas y demandas de la Oposición Obrera. Se establecían las bases de un partido monolítico. Años después, en la época que Stalin tenía bajo control la maquinaria del Partido, el gobierno de la burocracia se valió de esta prohibición para condenar a la Oposición de Izquierda y expulsar a Trotsky y a otros bolcheviques de la institución.

Ahora bien, es necesario hacer un distingo entre las medidas antidemocráticas del gobierno de Lenin y las disposiciones arbitrarias que Stalin haría aprobar años después. En la primera etapa de la Revolución, el proyecto bolchevique promovía fortalecer el gobierno del Partido y encauzar el camino al socialismo en un proceso caracterizado por la lucha de clases. En cambio, a partir de 1925, la burocracia en ascenso buscaba, a través de las sanciones disciplinarias, conservar el poder y enfrentar a aquellos sectores del Partido que defendían posiciones revolucionarias. Esta burocracia devendría contrarrevolucionaria, implantando una dictadura despiadada que destruyó el Partido Bolchevique e hizo de la URSS un Estado policíaco. Su objetivo era preservar el control del poder y mantener sus privilegios. Todo aquel grupo que se opusiera a la dictadura de la burocracia sería eliminado. 

La historia validó la teoría de Trotsky que preconizaba la interdependencia de la Revolución Rusa con los procesos revolucionarios mundiales, al demostrarse que no es posible la construcción del “socialismo en un solo país”. Sin embargo, ¿hubiese sido factible que se formara un bloque socialista sólido en términos socioeconómicos, que perdure hasta hoy en condición de superpotencia? 

Nunca sabremos qué hubiese sucedido si es que la clase trabajadora conquistaba el poder en los países europeos de capitalismo avanzado al término de la Primera Guerra Mundial.

Debe recordarse que los bolcheviques partían de la siguiente premisa: la construcción del socialismo en Rusia no podía realizarse de manera aislada.   Trotsky –el primero entre ellos– concebía que la revolución proletaria en Rusia podría triunfar antes que en otros países desarrollados, pero daba por sentado que cuando se estableciera el poder de los trabajadores en Europa, éstos apoyarían la causa socialista de Rusia, que, por su atraso y sus contradicciones sociales, enfrentaría graves problemas. Además, la supervivencia de la Revolución Rusa estaba en peligro, considerando que el país tenía de vecinos a Estados imperialistas. 

Las expectativas de una revolución en Europa se vieron alentadas por las sacudidas revolucionarias en Alemania y en el centro de Europa, a fines de 1918. Pero éstas fracasaron con la única excepción de Hungría (la República Soviética Húngara tendría corta vida).

Es probable que los países de Europa en donde hubiera arribado la clase obrera al poder prestaran apoyo material y técnico a Rusia. Ello habría permitido enfrentar en mejores condiciones las dificultades y penurias que postraron al país en los primeros años críticos del régimen de los soviets. Para conseguirlo era indispensable que el socialismo se hubiera constituido en un sistema socioeconómico basado en la división internacional del trabajo. Ya antes de la Primera Guerra Mundial, Trotsky había abogado por la consigna de los “Estados Unidos de Europa”, concebida como la unión económica de Europa sobre bases socialistas.

¿Cómo es que Stalin y el triunvirato consiguieron finalmente impedir que sea Trotsky quien suceda en el poder a Lenin, pese a la recomendación implícita de éste y a la popularidad en las bases del partido de aquél?

Cuando Lenin enfermó a partir de 1922, surgió el asunto de quién lo sucedería. Se formó una alianza tripartita, constituida por los dirigentes bolcheviques Zinoviev, Kamenev y Stalin. El triunvirato se constituyó con el objetivo de frenar el ascenso de Trotsky al poder. Éste no era visto con simpatía entre la dirigencia del Partido: había ingresado al Partido Bolchevique pocos meses antes de la toma del poder y en el pasado había sido detractor de Lenin. Trotsky tuvo un señalado papel en la Revolución de Octubre y en la Guerra Civil y era un líder conspicuo del Gobierno soviético. Por estas razones, lo veían como un candidato de fuerza a la sucesión. La figura más visible del triunvirato era Zinoviev, quien en ese momento presidía la Internacional Comunista y era un político cercano a Lenin. En tanto que Stalin era el miembro de más bajo perfil, aunque ello respondía a un cálculo político. En ese momento, Stalin desempeñaba la Secretaría General del Partido, que era el cargo administrativo más importante dentro de la organización. Desde ahí hizo una serie de nombramientos para puestos claves en la administración, y ello le permitió formar un círculo de funcionarios cercanos y leales, de donde provendría su base de apoyo político. Lenin, durante su efímera recuperación, recomendó en un apartado de su testamento retirar a Stalin de ese cargo, ya que había sido informado de la manera violenta cómo había tratado los asuntos nacionales en Georgia. Sin embargo, tras la muerte de Lenin en enero de 1924, su testamento no fue leído en el XIII Congreso del Partido porque en una reunión de miembros distinguidos del Partido se decidió que no era conveniente hacerlo de conocimiento público y se declaró que los temores de Lenin con respecto a Stalin eran infundados. Trotsky no se pronunció en aquella reunión. Antes, había criticado en una carta (del 8 de octubre de 1923) el régimen malsano del Partido y responsabilizaba de esa situación al aparato secretarial. La alusión a Stalin era clara. La crítica de Trotsky daría lugar a la formación de una plataforma de 46 miembros del Partido que apoyaron su carta. Sin embargo, ésta fue condenada por el Comité Central, y ello daría lugar a una discusión que se publicó en la prensa. En diciembre de 1923, el triunvirato respondió a la crítica de Trotsky, atacándolo y condenando a la oposición. Fue en ese momento cuando se inició la campaña de vilipendio contra Trotsky que llevaría a la derrota completa de la oposición en 1924.

En todas estas discusiones, Stalin supo maquinar con astucia. En 1925 los problemas económicos que se debatieron en el Partido terminarían por resquebrajar su pacto con Zinoviev y Kamenev. Así, en el XIV Congreso venció a sus antiguos aliados con el apoyo del sector conservador del Partido, representado por Bujarin. En 1926, Stalin derrotó a la oposición conjunta de Trotsky, Zinoviev y Kamenev; y una vez que tuvo el monopolio del poder, se desmarcó de las posiciones bujarinistas y dio inicio a la colectivización del campo y a la industrialización acelerada de la URSS. El ascenso de Stalin al poder fue gradual. En este proceso, no elaboró programa alguno, sino que tomó ideas de uno y otro de acuerdo a lo que conviniera en ese momento. Mientras sus adversarios debatían cuestiones de principios, él, mediante el creciente control sobre la maquinaria del Partido, maniobró para asegurarse el poder, y cuando lo consiguió terminó por eliminarlos a todos. 

¿De haber sido elegido Trotsky Secretario General del Partido en 1924, es posible que no se hubiese suscitado la Segunda Guerra Mundial?

Con esta pregunta volvemos a “lo que pudo haber sucedido si…”, es decir, lo contrafáctico. Desde este terreno podríamos plantear que si Trotsky y la corriente política que dirigía hubieran conducido la política del Estado soviético, el curso ulterior de la historia mundial, pudo haber sido diferente. E indico esto por la siguiente razón: la Internacional Comunista se habría orientado estratégicamente por las resoluciones de sus cuatro primeros congresos. De modo que la táctica del “frente único”, propugnada por Lenin y Trotsky, se hubiera mantenido vigente. Esta táctica señalaba la alianza de los partidos comunistas y socialdemócratas por tratarse de organizaciones políticas de la clase obrera. El gran error conceptual de Stalin fue caracterizar la socialdemocracia como el “ala izquierda del fascismo”, de ahí su designación de “socialfascismo”. Dicha concepción se impuso a las secciones de la Internacional a partir de su VI Congreso, en 1928, prohibiendo cualquier alianza con los socialdemócratas. Tal fallo resultaría decisivo para explicar el porqué de la derrota de la clase obrera en Alemania a inicios de los años treinta. Los dirigentes del Partido Comunista Alemán siguieron las directivas de Moscú y no tendieron puentes con el Partido Socialdemócrata. La consecuencia de este error fue que los votos de la clase obrera se dispersaron, y en el proceso electoral de 1930 los nazis obtuvieron una votación masiva, en su mayoría proveniente de la clase media. Trotsky –desde el destierro– condenó tal política y advirtió del peligro que representaba el ascenso del fascismo para la clase obrera, pero su llamado fue ignorado. En las elecciones para la presidencia de Alemania en 1932, Hitler ocupó el segundo lugar en la votación y su partido obtuvo la mayoría en el Parlamento. Esta sería la antesala de la designación de Hitler para el cargo de Canciller de Alemania, en 1933. A partir de entonces y con el establecimiento de la dictadura de Hitler, el Partido Comunista Alemán sería perseguido y se controlaría al movimiento obrero en Alemania. La historia  pudo haber sido muy diferente: si los comunistas y los socialdemócratas hubieran participado en un frente común de izquierdas, sus votos conjuntos habrían logrado una mayoría holgada que impidiera el ascenso de los nazis. En definitiva, de haberse evitado el triunfo del nacionalsocialismo se hubiera eliminado la amenaza de agresión militar alemana sobre Europa, que fue la causa principal de la Segunda Guerra Mundial.
     
En la entrevista al militar e historiador Dmitri Volkogonov que salió en el diario  español El Mundo el 30 de julio de 1990 y se tituló “’Matad a Trotsky’, firmado: Stalin”, el otrora defensor del comunismo calificó a Stalin como el mayor trotskista que hubo, haciendo referencia a que éste adoptó los supuestos métodos coercitivos, bárbaros y sanguinarios del líder de la IV Internacional. ¿Cómo podemos estar seguros que de haber sucedido a Lenin, Trotsky no hubiese cometido atrocidades similares a las que se llevaron a cabo durante el régimen estalinista (esas que dejaron un saldo de casi cuarenta millones de muertos)?

Me parece importante esta pregunta ya que una corriente liberal de la historiografía contemporánea, especializada en la Unión Soviética, sostiene que el estalinismo fue la continuación natural del bolchevismo, punto de vista que no es nuevo. A lo anterior se añade que la Revolución Rusa fue un trágico y sangriento error de la historia.

Desde esa perspectiva, se ha escrito que en el gobierno de Lenin se instituyó el terror de Estado, y se ha afirmado que Trotsky era partidario de un “socialismo de cuartel”, que profesaba una concepción autoritaria del ejercicio del poder, concluyendo que de haber sucedido a Lenin hubiera sido aun más despótico y sanguinario que Stalin. Así, lo sostuvieron los historiadores soviéticos del tiempo de la perestroika en su intento por asemejarlo a Stalin, tal como lo hiciera una corriente de la historiografía anticomunista en la época de la Guerra Fría. En los últimos años, Robert Service se hizo eco de esta interpretación en su biografía de Trotsky, obra bastante deficiente, por cierto.        

Ya he comentado los actos de violencia ocurridos en los años que siguieron al triunfo de la Revolución de Octubre y los excesos cometidos por su policía secreta; pero no se deben abstraer estos hechos de su marco histórico. Se debe tener en cuenta la ola de violencia que se desató en Rusia, como resultado del enfrentamiento militar interno, en la que los bolcheviques luchaban por la supervivencia del régimen. El propio Trotsky escribió en sus memorias que, en los tres años de guerra civil, aprobó medidas draconianas para imponer la disciplina en el Ejército y que tales decisiones fueron dictadas en interés de la clase obrera. De ahí que asumiera su responsabilidad ante el proletariado y ante la historia. Cabe recordar que Víctor Serge consideraba que, pese a los excesos cometidos, no se podía dudar que Lenin y Trotsky hubieran obrado de buena fe. 

Los brutales métodos represivos de Stalin –que Trotsky nunca admitió– partían de un error conceptual: considerar que a medida que avanzaba la construcción del socialismo, se agudizaba la lucha de clases. Tal desviación condujo a una serie de medidas punitivas, como purgas, destierros masivos, encarcelamientos y ejecuciones.

Por otro lado, la violencia servía a objetivos diferentes: la represión practicada por el gobierno de Lenin y Trotsky respondía a la necesidad de defender el Estado obrero nacido de la Revolución; las medidas punitivas del régimen de Stalin tenían por objeto consolidar el poder de la burocracia sobre las clases trabajadoras.

En la página 201 sostienes: “La Historia fue uno de los tantos dominios de la cultura soviética que fueron sometidos al estricto control del Partido tras el triunfo de la burocracia. La censura y la opresión de la ortodoxia oficial se dejó sentir, asimismo, en los campos de la literatura, las artes plásticas y el cine […] Otro tanto ocurrió con las ciencias naturales. Predominaron los trabajos de encargo y la literatura y ciencia dirigidas”.
¿Conoces los casos del fundador de la psicología histórico-cultural Lev Vygotski y el del sacerdote, filósofo y matemático Pável Florenski? ¿De qué otros artistas, científicos o pensadores nos podrías hablar?

De los casos que mencionas, conozco el de Lev Vygotski, cuyos estudios sobre el desarrollo cognitivo desde un enfoque sociocultural son referentes importantes en la psicología moderna. A nivel educativo tiene vigencia su teoría del constructivismo social. Él escribió una obra muy vasta, pero el dogmatismo ideológico que imperó en la URSS en los años treinta determinó el cese de la publicación de sus trabajos. Pasarían más de 20 años hasta que sus obras se hicieran conocidas.

Muchos casos se podrían citar para ilustrar la injerencia del Partido Comunista en las ciencias, las letras y las artes en la Unión Soviética durante los años treinta. Trataré sobre dos ejemplos elocuentes. El primero, en el campo de las ciencias, es el caso Lisenko.

A fines de los años veinte, en el contexto de la colectivización de la agricultura, un ingeniero agrónomo llamado Trofim Lisenko procuraba nuevos procedimientos para aumentar el rendimiento de los cereales en el futuro inmediato. Sus promesas fueron acogidas por las autoridades, a pesar de no estar respaldadas por la suficiente base empírica. Un grupo de científicos demostró experimentalmente que sus ideas no permitían aumentar el rendimiento agrícola. Lisenko se defendió, acusando a sus críticos de saboteadores, y llevó al campo de la ideología lo que era una discusión científica. De esta manera, se oponía la ciencia soviética –que pretendidamente él representaba– a la ciencia burguesa. Tal situación iba muy a tono con la circunstancia de entonces en que la ciencia soviética se guiaba por el principio del partidismo. Esto le valió a Lisenko el apoyo de la burocracia. Con ello logró eliminar a sus adversarios. Ocupó importantes cargos científicos en su país y monopolizó la ciencia. Su influencia duraría hasta la década de 1960. La aplicación de las medidas pseudocientíficas de Lisenko causó considerables pérdidas a la agricultura y un notable retroceso de la ciencia soviética en el campo de la genética y la biología, como después quedaría demostrado.  

De otro lado, en el campo de las artes es relevante recordar a Dmitri Shostakóvich, uno de los grandes compositores del siglo XX. A inicios de 1930, en la Unión Soviética la libertad de creación fenecía cuando el Partido asumió el control de las artes. Oficialmente se ordenó que la cultura fuera accesible y educara a las masas. El arte modernista fue suprimido por un arte que exaltara las conquistas sociales del Estado proletario; a este fin sirvió el “realismo socialista”, adoptado como arte oficial. En la música se quería eliminar la influencia de la tradición europea y el vanguardismo. Shostakóvich componía obras modernas, musicalmente complejas, que no eran del agrado de la clase política. Su música era calificada de “caótica”. Amenazado por la dictadura que se impuso en las artes, el compositor ruso se vio obligado a hacer concesiones. Resultado de ello fue su Quinta Sinfonía (1937), que gozó del favor de la burocracia y del gusto popular. Algunas de sus sinfonías posteriores no llegaron a satisfacer las expectativas del Partido, y sus composiciones fueron prohibidas. Inclusive, el músico fue despedido del Conservatorio de Leningrado, donde enseñaba. También tuvo que aceptar componer obras de encargo. Fue después de la muerte de Stalin cuando su trabajo creador pudo expresarse con mayor libertad. 

En la página 137 aseguras que la ruptura política con Diego Rivera, a raíz de una resolución de la IV Internacional que lo obligaba a trabajar bajo control internacional, hizo abandonar a Trotsky su residencia de Coyoacán. Sin embargo, existen versiones que sostienen que el verdadero motivo fue que nuestro personaje tuvo algún tipo de romance furtivo con Frida Kahlo, lo cual no estuvo dispuesto a tolerar el muralista mexicano. ¿Tienen algo de ciertas dichas versiones?

No, en absoluto. Lo que ha sucedido es que este episodio es de conocimiento general debido a las películas dedicadas a Frida Kahlo, así como por los documentales televisivos. También, hay novelas que lo narran. Si hablamos de filmes, encontramos en Frida, de Julie Taymor, una escena en que estos personajes aparecen manteniendo relaciones íntimas, lo cual es un hecho supuesto. Lo que sí parece cierto es que, de acuerdo con algunos testimonios, ellos vivieron un affaire; se trató de un breve escarceo pasional.  Éste debió ocurrir por mayo de 1937, pocos meses después de que Trotsky se instalara en la Casa Azul de Coyoacán, en donde fue huésped de los pintores Diego Rivera y Frida Kahlo. El episodio fue revelado en las memorias del secretario de Trotsky, Jean van Heijenoort. En esa época él vivía junto a Trotsky, pero, más allá de ciertos indicios, no tuvo evidencias de aquella relación. Cuando Natalia, la esposa de Trotsky, lo percibió, se generó una situación tensa en el hogar. Diego Rivera ni lo sospechaba. De hecho, los detalles de la relación, Van Heijenoort los supo algún tiempo después por la propia Frida Kahlo, de quien se hizo amante (Frida era una mujer atractiva e interesante y mientras estuvo casada con Rivera vivió amoríos con diferentes personas). De acuerdo con Van Heijenoort, Frida, al tratar con Trotsky, usaba la palabra “love” y él le escribía a la artista cartas de amor que introducía en los libros que le entregaba. Con esto se creó una situación de mucho riesgo, ya que, si su conocimiento trascendía el pequeño círculo que los rodeaba, un escándalo de consecuencias políticas impredecibles hubiera podido estallar. De ahí que, prudentemente, sus participantes decidieron poner fin al vínculo amoroso. Las aguas volvieron a su cauce. Después de este episodio, Trotsky permaneció en la casa de los Rivera por dos años más. Sea como fuere, en relación con el affaire Trotsky-Frida, mi amigo el historiador español Antonio Liz opinó en su biografía del revolucionario: “Para ella Trotski no debió ser sólo ese eslavo maduro de ojos azules de mirada profunda y porte viril, sino también el mítico tribuno de la Revolución de Octubre y el férreo creador del Ejército Rojo. Para él Frida debió suponer las renovadas ganas de vivir, de sentirse aún joven y deseado… ¿Consumaron sexualmente su pasión? No lo sabemos, pero ojalá por ellos ya que el amor apasionado es la forma suprema del goce”. Nadie lo ha expresado mejor. 

¿Estás de acuerdo con Gorbachov respecto a su aseveración: “En general, la historia soviética ha sido la historia de un progreso indiscutible, a pesar de todas las pérdidas desvíos y fracasos”?

Hay que situar esa afirmación en el contexto en que fue pronunciada. Con ocasión del setenta aniversario de la Revolución de Octubre, en noviembre de 1987, Gorbachov presentó un informe sobre la historia soviética, al que pertenece la frase que citas. En este documento se exponía un balance de los logros del régimen soviético; en general, predominó en éste una visión optimista del recorrido histórico de la URSS, y estableció un vínculo entre la Revolución de Octubre y la perestroika, que fue presentada como la continuadora del proyecto revolucionario de Lenin. Era la “nueva revolución dentro de la revolución”. Esa es la razón del título del informe: “Octubre y la Perestroika, la revolución continúa”. En esa época, Gorbachov declaraba que el objetivo de la perestroika era la renovación del socialismo y reivindicaba el ideario de Lenin y su llamado a otorgarle “¡Todo el poder a los soviets!”. A juicio de Gorbachov, con Stalin se habían abandonado principios básicos del socialismo, y, por lo tanto, se buscaba regresar a sus fuentes.

Debo recordar que hubo intelectuales soviéticos que criticaron ese discurso por su visión poco innovadora en sus enfoques sobre la historia. A pesar de las distorsiones y silencios de tal informe, hay que destacar de éste el anuncio hecho por Gorbachov de la creación de una comisión encargada de investigar  las arbitrariedades cometidas por la dictadura de Stalin en los años treinta. Este sería un paso muy importante para la revisión de la historia oficial, proceso que permitió interpretaciones audaces y amplios debates y críticas sobre el pasado que buscaron sanear la historia soviética de innumerables falsificaciones.       

En la página 344 leemos “Además, a diferencia de otras personalidades de la historia soviética rehabilitadas en la perestroika, el caso de Trotsky era de suyo tanto más complejo cuanto que su ideario político mantenía vigencia y era reivindicado por organizaciones partidistas en el mundo. Y aun más importante: sus demandas políticas cobraban actualidad, verbigracia: la democracia obrera, la libertad de partidos, el renacimiento de los sindicatos, la revisión de los planes económicos, la lucha por la igualdad social y contra los privilegios, etcétera”. ¿Hoy en día es más difícil reivindicar a Trotsky en la propia Rusia?
Es mucho más difícil por cuanto el régimen político ruso representa la antítesis de las ideas por las que Trotsky se hizo revolucionario. La política en Rusia se halla totalmente divorciada de su pasado socialista. En ese sentido, el presidente Putin declaró que la etapa soviética era un capítulo cerrado de la historia. Por otra parte, es sabido que Rusia es uno de los países donde existe una de las mayores concentraciones de riqueza en el mundo y donde la mafia ha acumulado un considerable poder. El actual Gobierno se caracteriza por su autoritarismo, y promueve los valores nacionalistas, apelando a la tradición.

En el año 2007, el Gobierno decidió que, para terminar con la visión negativa de la historia rusa, se aprobaran leyes que le otorgaran una amplia injerencia sobre los contenidos en los libros de historia. Esto implicaba claramente un regreso a las viejas prácticas soviéticas de manipulación de la historia. De esta manera, se promueve el patriotismo, destacando el poderío de la Unión Soviética bajo Stalin y la victoria militar en la Segunda Guerra Mundial; al mismo tiempo se guarda silencio sobre las purgas estalinianas.  

En este contexto, la imagen que principalmente se proyecta de Trotsky en los libros de historia y en los medios de comunicación es profundamente negativa y hasta siniestra. En una biografía publicada en Moscú en 2003 se ha llegado a afirmar que Trotsky fue el representante de grandes fuerzas internacionales, entre ellas los grupos masónicos y el poder judío, con el fin de debilitar el poderío de la URSS. Versiones de este nivel, lindantes con el delirio, no son una excepción en la Rusia de hoy.

Te contaré algo más: hace dos años un programa de la televisión de Moscú, “El tribunal del tiempo”, dedicó una transmisión al tema Trotsky. En este programa se presentaron dos planteamientos: ¿Fue Trotsky una oportunidad perdida de la Revolución Rusa o representó el peor de los escenarios posibles? Cada planteamiento fue defendido por un equipo de especialistas y hubo un largo y acalorado debate en el set de televisión. Al término de la emisión, se informó que el 80 por ciento de las llamadas del público estaba de acuerdo con que Trotsky era la peor opción posible, y sólo el 20 por ciento opinaba que fue una oportunidad perdida. Esto da una muestra clara de la manera tan negativa como la opinión pública rusa percibe a este personaje; visión en la que han influido, sin duda, los medios de comunicación.    

En el año 1990; cuando se conmemoraba medio siglo del atentado mortal contra Trotsky en Coyoacán, tú tenías más o menos 24 años. ¿Cómo es que Esteban Volkov (nieto de Trotsky) se enteró de ti y te invitó? ¿Y qué recuerdas de las conversaciones que mantuviste con él?

En 1989 leí en el semanario Novedades de Moscú una entrevista a Esteban Volkov. En ésta daba a conocer que él y sus hijas habían firmado una carta dirigida al Tribunal Supremo de la URSS solicitando que Trotsky fuera exculpado de las falsas acusaciones en los Procesos de Moscú, entre 1936 y 1938, pedido que, según se supo después, fue desestimado. Tras la lectura de esta entrevista, decidí contactarme con Esteban, lo cual sucedió en los meses siguientes. Un año después, con motivo de la conmemoración del cincuenta aniversario de la muerte de Trotsky, él hizo las gestiones para invitarme al coloquio internacional que se realizó en Ciudad de México. Fue así como tuve el honor de conocerlo personalmente, al igual que a algunos miembros de su familia. Así comenzó nuestra amistad. Desde el inicio, descubrí en él a una persona muy amable, simpática y comunicadora. Ya en nuestras primeras conversaciones, me contó detalles del año que vivió al lado de Trotsky en México. Además, no olvido que él me acompañó en mi primer recorrido por la casa de Trotsky.     

Debo recordar que siendo muy pequeño, Esteban logró salir de Rusia junto a su madre Zina –la primogénita de Trotsky–. Por ser descendiente del revolucionario, él fue privado de la nacionalidad soviética en la década de 1930. Después de la muerte de su madre en Berlín, vivió en Viena y París; en esta última ciudad, su tío León Sedov –hijo de Trotsky– se hizo cargo de él (Sedov sería eliminado por la policía secreta de Stalin). En 1939, cuando tenía 13 años, fue trasladado a México para reunirse con su abuelo. En este país echó raíces: obtuvo la ciudadanía mexicana, estudió la carrera de ingeniería química, se casó y formó una familia; en el campo profesional hizo una exitosa carrera en el campo de la industria farmacéutica.

Después de mi primer viaje a México en 1990, he visto a Esteban en tres ocasiones más. En el 2006, regresé a ese país para la presentación de mi libro en el Museo León Trotsky, y tuve el privilegio de contar con sus comentarios (como sabes, Esteban escribió el prólogo de mi trabajo). Luego, en el año 2010, participamos en las actividades por el setenta aniversario luctuoso de Trotsky. Nuestra última reunión fue en agosto del año pasado. En cada uno de estos encuentros, lo he entrevistado y siempre ha tenido la mejor disposición por ofrecerme su testimonio (incluso respondiendo a preguntas que muchas veces le he enviado por correo electrónico). De manera que ha sido una fuente valiosísima en mi investigación; además por el hecho de ser en la actualidad el único testigo vivo de la etapa final de la lucha de Trotsky.

Es admirable lo bien que se encuentra a sus 86 años; goza de buena salud y no ha perdido lucidez. Pero sobre todo, lo que más quiero destacar de Esteban Volkov es su gran calidad humana y su generosidad y la meritoria labor que ha dedicado durante décadas a la conservación del Museo Casa de León Trotsky.

El año pasado, Esteban me dio la excelente noticia de que se encuentra escribiendo sus memorias, algo que muchos esperábamos y que será de gran valor testimonial.  

Por último, en estos siete años que han transcurrido desde la aparición de tu libro, ¿has continuado investigando sobre la vida y obra de Trotsky? Y de ser así, ¿tienes pensado realizar alguna nueva publicación?

En realidad, en junio se cumplirán ocho desde la publicación de mi libro. Te confesaré que, si bien en el momento de su aparición recibió comentarios positivos (sobre todo en las reseñas publicadas en el extranjero), me he sentido frustrado de que no haya tenido una segunda edición, a pesar de algunos ofrecimientos editoriales que vinieron del exterior. La primera edición se agotó, y he procurado una segunda, corregida, aumentada y puesta al día, sobre todo en lo referente a la bibliografía (mucho es lo que se ha publicado sobre Trotsky en los últimos siete años, no sólo en el campo de la historia, también en la literatura).

Actualmente, tengo como proyecto a corto plazo elaborar un artículo académico sobre los libros de Trotsky (el año pasado hice un registro de su biblioteca personal en México). A mediano plazo, pretendo escribir un relato sobre su último año de vida. A diferencia de otras biografías que se han ocupado de la etapa mexicana de Trotsky, mi trabajo se centrará exclusivamente en el tiempo que habitó la casona de la calle Viena, en Coyoacán. Este trabajo se basará, sobre todo, en los testimonios de personas cercanas al revolucionario, en particular sus secretarios y familiares, y destacaré en éste su vida cotidiana. El proyecto de investigar este período partió del director del Museo León Trotsky, el profesor José Antonio González de León. 

Creo conveniente añadir, por último, que la obra escrita de Trotsky es de tal amplitud (por ejemplo, en la década de 1980 un proyecto editorial en la República Federal Alemana estimaba que sus obras completas comprenderían de 80 a 100 tomos) que toda una vida dedicada a la investigación de su obra no bastaría para abarcarla en su totalidad.    

Muchas gracias, Gabriel, por concederme esta noticiosa entrevista. Una vez más, te felicito por tu encomiable trabajo de investigación. Son aportes como el tuyo los que han hecho posible reivindicar la figura de León Trotsky, que hasta nuestros días sigue causando polémica y desatando pasiones. Enhorabuena y que continúen las publicaciones. 

El agradecido soy yo por tu interés y por el tiempo que has dedicado a la lectura de mi libro, y te felicito por la profundidad con que lo has hecho. Debes ser de las pocas personas que lo ha leído en su integridad.