El homenaje de Cataluña a Nin y la reacción estalinista vergonzante desde Red Roja

Posted by Correo Semanal on martes, julio 16, 2013

Fundación Andreu Nin

Pepe Gutiérrez-Älvarez


El homenaje unánime que la izquierda catalana dedicó a Nin sugiere que el PCE todavía no ha hecho lo que toca hacer al respeto. También nos revela las miserias de lo que queda del estalinismo.


Ahora ya solo falta que el PCE hago lo que le corresponde hacer sobre el caso Nin. De momento es el único partido comunista del estado que no ha pedido disculpas por su complicidad en el caso Nin, el hecho más conocido de su vertiente estaliniana, de una historia que hay que superar.

Ya lo hicieron ICEV, el PCC y el PSUC viu en el acto de homenaje que la izquierda catalana en su práctica totalidad, dedicó a Andreu Nin en el un acto extraordinario en el Parlament. Es verdad que desde los años sesenta han sido mucho los representantes partidario que han hecho han asumido esta cuestión, siendo sin duda el primero de todo, Manuel Sacristán.

En los ochenta, Manuel Vázquez Montalbán escribió algunas páginas, como La sombra de Nin, artículo en el que Manolo se remite  a la perestroika gracias a la cual  se rompieron con todas aquellas “coartadas para el terror: la coartada del verdugo y la profunda coartada de la víctima, que, como el sándalo, perfumaba el hacha que la abatía”. Se refiere al “informe sobre la detención e interrogatorio de Andreu Nin nos recuerda un episodio emblemático del estalinismo a la catalana y a la española”. Está claro que “cualquier renacimiento del caso va a ser utilizado por la derecha cultural y política española para señalar la barbarie roja, como si la derecha pudiera descubrir barbaries en el ojo ajeno”, pero no menos “obvia” es dicha “utilización” como lo “es la división de la izquierda ante la reaparición del cadáver de Nin”. Reaparición (reiterada tiempo después), que plantea bien “de hacer justicia a los dobles perdedores de la guerra, los poumistas”,  o paradójicamente ocurre que “la socialdemocracia descubre en el caso Nin una prueba metafísica de la maldad intrínseca del bolcheviquismo de ayer, de hoy y de mañana”. Montalbán llama a que “los comunistas catalanes no asuman el caso Nin como propio”, pero “no ha habido una reflexión del colectivo, del intelectual orgánico colectivo llamado partido y mientras no la haya la sombra de Nin seguirá siendo algo más que un efecto óptico y algo peor: una zona oscura de la propia conciencia”.  Lo único que ha habido ha sido tomas de posiciones personales, algunas tan tempranas y tan rotundas como la de Manuel Sacristán.

En dicho artículo, Montalbán criticaba el “avestrucismo, y lo liga con el “caso Comorera”, igualmente “tapado”, aunque -a nuestro parecer- fuese por motivos bastante diferentes. No creo que se deba olvidar que Comorera fue víctima de unos métodos que él no había dudado en aplicar. El propio secretario general del PSUC, Rafael Ribó, declaraba a la revista El Temps que el partido ha asumido esos dos puntos oscurísimos de su historia y traslada a los historiadores la responsabilidad de decir la última palabra. Todavía no, creo. Todavía es preciso decir muchas penúltimas palabras que serían más políticas que históricas. Todavía un debate sereno sobre Nin y Comorera sería tan interesante para los políticos como para los historiadores. A los políticos siempre les interesa un tema que conduce al de la alienación y la militancia religiosa y los historiadores pueden ver dos películas por el mismo precio. La película de por qué ocurrieron las cosas que ocurrieron (en blanco y negro) y la película de cómo se debate hoy lo que ocurriera ayer (en technicolor).

En tiempos de la “perestroika” de  la Fundació Andreu Nin llevó a cabo una reclamación directa a las autoridades soviéticas y escribió una carta abierta al PSUC. En la carta se reclama de Treball, órgano de dicho partido, una rectificación de "las calumnias que durante los años 36 y siguientes se publicaron en los órganos del PCE y del PSUC, donde se acusaba a Nin y a sus compañeros del POUM de agentes a sueldo del fascismo".

La respuesta llegó en forma de editorial de Treball y trataba de “responder con toda claridad y solemnidad a las demandas solicitadas. Y lo hace claramente en un sentido positivo. Hace muchos años que el PSUC revisó críticamente los graves errores cometidos en el período estalinista. Estos errores no disminuyen el heroísmo y los aciertos que prodigó nuestro partido durante la guerra y en el largo período franquista posterior. En esta revisión no ahorramos la discusión sobre los hechos de mayo de 1937, de los que todavía hay muchas versiones legítimas (…)  En lo que se refiere a la muerte de Andreu Nin, consideramos necesario investigar los hechos reales. La hipótesis de la intervención de agentes estalinistas parece bastante probable para muchos de los conocedores de la materia. Si en la investigación aparecen responsabilidades ligadas al PSUC, no seremos nosotros los que las escondamos, sino todo lo contrario; muchos hechos de nuestra historia reciente demuestran la voluntad de transparencia que nos guía...Andreu Nin forma parte del cuadro de honor de los dirigentes de la izquierda catalana de este siglo. El conocimiento de su vida (y de su muerte) es una asignatura que tenemos que estudiar todos los que nos consideramos herederos de su generación. Por lo tanto, el PSUC y Treball rectifican una vez más, formal y definitivamente, cualquier calumnia contra Andreu Nin, se adhieren a las iniciativas de la Fundación Andreu Nin y abren las páginas de sus publicaciones a todas aquellas contribuciones que nos puedan llegar en memoria de este histórico dirigente del POUM”.

No se trata para nada de negar la diversidad de posiciones, así por ejemplo, el PCC mantiene una Fundación dedicada a Pere Ardiaca, representante del comunismo militante que tanto contribuyó a la reconstrucción del movimiento obrero y popular en resistencia, pero todavía incapaz de ofrecer un análisis autocrítico También quedó claro que Alfredo Clemente valoraba al Nin marxista revolucionario y condenaba el sectarismo, pero seguía creyendo en las mismas fórmulas, pero eso forma parte de un debate mucho más amplio. El debate sobre el balance del socialismo del siglo XX que acabó de la peor manera posible. Se trata de condenar unos procedimientos que ahora se utilizan como descalificación. De estalinistas se trataron mutualmente, euros y prosoviéticos en la crisis que acabó dando al traste al PSUC, que gustaba compararse con el PCI y que gozaba de una implantación no menor.

Ahora el concepto se le aplica a la dirección del PSUC viu por parte del sector anguitista. Anoto que en una elocución –creo que en una fiesta de Treball- del secretario general anterior de esta formación, Albert Escofet fue mucho más rotundo en este punto del estalinismo en el PSUC que Joan Herrera, que Joan Joseph Nuet y que Clemente.

Este último declaró en el Parlament que había gente de su partido que no estaría de acuerdo con su declaración. Los que nos hemos movido entre viejos comunistas ya sabemos a quienes se refiere Alfredo. A antiguos militantes nostálgicos de cuanto todo estaba mucho más claro para ellos, cuando las cosas funcionaba por “campos”, pero no lo escuchará hablar en un debate sobre la cuestión. Los recuerdos de un día en una sala a rebosar en un acto en que tomaban la palabra Julio Anguita y Livio Maitán, el líder histórico de la IV Internacional italiana, por entonces miembro de Refundazione. Livio  repetió una frase del finado Fausto Bertinotti,  vocalizando muy bien en castellano: Comunismo y estalinismo son dos conceptos incompatibles. Y no hubo ni un garraspeo.

 La batalla contra el estalinismo está ganada. Queda mucha gente que apoya tal o cual actuación, muchos comunistas que siguen creyendo en la primacía de los aparatos, minorías que odian lo que llaman “anticomunismo de izquierdas”, pero su decadencia es cada vez más perceptible. Hace tiempo echaban mano a Ludo Martens y personajes semejantes, pero ya nadie se acuerda de ellos. Lo del Parlament fue en ese sentido representativo: no quedaba ninguna fracción de izquierda, ninguna pluma, nada fuera del homenaje clamoroso. Los que la quieran encontrar tendrá que buscar los anónimos irredentos que publican notas furiosas increíblemente freakies, en los márgenes libres como los que permiten el diario Público o Kaosen la red.

La única nota abiertamente proestalinista que he encontrado en la red apareció en Red Roja y estaba firmada por un tal José Guillen, a todas luces el seudónimo de Manuel Navarrete. El mismo hecho es ya de por sí singular, al revés de lo que ocurre normalmente, el artículo no ha sido reproducido en otras páginas, en cuando al seudónimo se entiende que no se quiere comprometer a Red Roja.

El artículo no es otra cosa que un ejercido de escolástica airada, muy propia del autor. Navarrete no necesita conocer la historia ni muycho menos debatir con ella, se la hace a la medida. Es una texto típico de la fase gloriosa del estalinismo, lo que proclama es sagrado, simplemente porque lo dice él, no hay lugar para el matiz, un par de ejemplos, Nin criticó el Frente Popular pero aún y así el POUM formó parte de la coalición, por otro lado, el gobierno republicano no tomó medidas contra los golpistas aunque estaba al día de sus movimientos, ¿no plantea esto ninguna duda? Desde ese Olimpo de la verdad por encima de cualquier duda, se dedica a increpara a Nuet y a Clemente. En otros tiempos esto se habría solventado de otra manera. Lo digo porque el estilo del autor no puede ser más cainista.
El líder de Red Roja llega a escribir, ¿Donde está hoy Nin, en Washington o en Berlín?

Esta es la fibra de Koba, la que convierte al discrepante en traidor. De Nin se llegó a decir que se reunía con Franco, como de Trotsky se llegó a decir que se reunía con Hitler, y huno militante honesto que con la fe del carbonero se lo llegó a creer semejante ignominia. Militantes Lise Ricol López quien en Roja primavera (1996, Madrid, Ed.  Del Oriente y del Mediterráneo), escribe: “En aquel tiempo, yo creía, como la mayoría de los comunistas que Trotsky –calificado de agente de Hitler- era el instigador de ese `golpe´ (julio de 1936), cuando en realidad lo condenó  con dureza desde el primer día (…) También denunció, con justeza, la transposición de la política estalinista en España mediante los consejeros soviéticos que trabajaban en ministerios claves, especialmente en los del Interior y de la Guerra. Del mismo modo, puso al descubierto los mangoneos del Gepeú en la represión que siguió a la derrota del golpe de mano y su responsabilidad –desmentida siempre- en el asesinato de Nin y de otros dirigentes del POUM tras su detención. Su `desaparición´ se interpretó en la casi totalidad de los órganos de prensa y las radios como la prueba de que se habían pasado al campo de Franco para escapar de la justicia popular…Fue mucho después, al vivir en mi propia carne y saber, por las revelaciones de Kruschev, en 1956, de los crímenes de Stalin, cuando llegué a conocer la verdad y a comprender que nunca deben aceptarse incondicionalmente las afirmaciones, análisis y órdenes de los dirigentes políticos o religiosos. ¿Acaso no es la duda, como recalcaba entre otros  Kart Marx, la principal cualidad del ser humano?” (pp., 384-385).

De semejante  furia del tal José Guillén o Manuel Navarrete, se pueden deducir muchas cosas. Citemos solamente una: que la izquierda catalana en su conjunto debe de andar entre el Washington o en el Berlín nazi al lado de Andreu Nin.