HACER RESPETAR EL “ORDEN PÚBLICO” A TODA COSTA.

Posted by Correo Semanal on sábado, diciembre 22, 2012

Sergio Grez Toso**


El 21 de diciembre de 1907, en Iquique, puerto del extremo norte de Chile,

centenares de trabajadores chilenos, peruanos y bolivianos fueron masacrados por el

Ejército y la Armada chilena en las puertas de la escuela Santa María. De este modo, el

gobierno oligárquico chileno ahogó en sangre la “huelga grande” de la provincia de

Tarapacá, un movimiento social espontáneo, pero sustentado en organizaciones obreras

que venían constituyéndose desde varios años1.

En la minería del salitre, de la plata, del carbón y del cobre, en las actividades

portuarias, en las fábricas de Santiago, Valparaíso, Viña del Mar, Concepción y otras

ciudades, se estaba formando una clase obrera que empezaba a abrazar las ideologías de

redención social del socialismo y del anarquismo. Ante la proliferación de sus huelgas y

protestas, el Estado, preocupado por el mantenimiento del orden social, desde 1903

había respondido a las reivindicaciones proletarias con sucesivas masacres. La “cuestión

social” ardía en Chile en vísperas del primer Centenario de su independencia nacional.

La “huelga de los 18 peniques”

En un contexto global de gran prosperidad de la clase dirigente y del Estado, la

devaluación monetaria había bajado el valor de cambio del peso chileno de 18 a 7

peniques de libra esterlina, encareciendo drásticamente el valor de los alimentos. No

obstante la degradación de su nivel de vida y las duras condiciones de trabajo, las

reivindicaciones del proletariado tarapaqueño a fines de 1907 eran más bien moderadas.

Los obreros del salitre pedían pago en dinero legal y no en fichas-salario emitidas por

las compañías que sólo podían ser cambiadas por productos disponibles en las tiendas

(“pulperías”) de las mismas empresas a precios más elevados que en el mercado libre;

libertad de comercio para evitar esos abusos; estabilidad en los salarios utilizando como

norma el equivalente de 18 peniques de libra esterlina por peso; protección en las faenas

más peligrosas para evitar accidentes que causaban numerosos muertos; establecimiento

de escuelas vespertinas para obreros financiadas por las empresas. Los trabajadores de

Iquique –portuarios, ferroviarios y obreros fabriles- exigían alzas de sus magros salarios

a fin de compensar la pérdida de su poder de compra por la devaluación monetaria. Casi

todos –pampinos2 e iquiqueños- coincidían en exigir el cambio a 18 peniques.

El 4 de diciembre, se declararon en huelga en Iquique más de 300 trabajadores

del ferrocarril salitrero y a los pocos días hicieron lo mismo los obreros portuarios y

luego los obreros de varias industrias. Pero la falta de coordinación entre los huelguistas

y las concesiones de algunos empresarios erosionaban el movimiento.

La situación cambió radicalmente en pocos días. El 10 de diciembre empezaron

una huelga los obreros de la salitrera de San Lorenzo y dos días más tarde, ante la

negativa de la empresa de acceder a sus peticiones, un puñado de esos operarios se

dirigió a la salitrera más cercana, Santa Lucía, para paralizar sus faenas. El ejemplo fue

imitado y así, recorriendo el desierto más árido del mundo, los obreros extendieron su

movimiento. En los días siguientes más y más “oficinas”3 salitreras paralizaron sus

faenas y los trabajadores concluyeron que para obtener respuesta a sus reivindicaciones

debían bajar a Iquique donde se encontraban los representantes de las compañías

inglesas, chilenas, alemanas, españolas e italianas que explotaban con grandes

beneficios la fabulosa riqueza del nitrato arrebatada por Chile a Perú y Bolivia durante

la Guerra del Pacífico (1879-1883).

Luego de marchar toda la noche, el primer grupo de unos 2.000 obreros llegó a

esa ciudad al amanecer del domingo 15 de diciembre. El Intendente provisional Julio

Guzmán, que reemplazaba al renunciado Carlos Eastman, dialogó con los pampinos y

con los representantes patronales. Guzmán trató de convencer a los obreros del salitre

que volvieran a la pampa dejando en Iquique solo a un comité para llevar las

negociaciones. Pero como los trabajadores se negaron a hacerlo mientras sus

reivindicaciones no fueran satisfechas, la autoridad no tuvo más remedio que alojarlos

en la escuela Domingo Santa María.

Entre tanto, miles de pampinos (algunos con sus mujeres e hijos) continuaban

afluyendo en trenes y a pie a Iquique. Su presencia reanimó las huelgas de los obreros

iquiqueños, que el 16 de diciembre fundieron su movimiento con el de los trabajadores

del salitre constituyendo un “Comité Central de la Pampa y el Puerto Unidos”, como

órgano conductor de todas las huelgas. Ese mismo día el gobierno del Presidente Pedro

Montt instruyó a las autoridades locales para que decretaran un virtual Estado de sitio e

impidieran la bajada de más pampinos. Fuertes contingentes militares fueron enviados a

Iquique. En una de las naves despachadas desde Valparaíso viajaron el Intendente

Carlos Eastman, reasumido en su cargo, y el general de Ejército Roberto Silva Renard4.

Luego de su desembarco en Iquique –el 19 de diciembre- Eastman se entrevistó

por separado con los líderes de la huelga y con los dirigentes de la Combinación

Salitrera, organismo representativo de los capitalistas Aunque los empresarios dijeron

estar dispuestos a estudiar las peticiones obreras, se negaron a discutir bajo la presión de

los huelguistas porque declararon- de hacerlo en esas condiciones, “perderían el

prestigio moral, el sentimiento de respeto que es la única fuerza del patrón respecto del

obrero5. El impasse se repetiría el 20 y el 21 de diciembre.

La masacre

Ante el fracaso de todas sus tentativas de mediación, poco antes de las 14 hrs.

del 21 de diciembre, Eastman transmitió por escrito al General Silva Renard la orden de

desalojar la escuela Santa María donde se encontraban unos 5.000 huelguistas, a los que

se sumaban unos 2.000 más en la Plaza Montt, reunidos en meeting permanente frente

al inmueble educacional. Ante la negativa del Comité de huelga de evacuar el lugar y

dirigirse al Hipódromo, Silva Renard hizo avanzar dos ametralladoras, colocándolas

frente a la escuela. Luego de media hora de infructuosas discusiones entre oficiales y

dirigentes obreros, el general se retiró anunciando que haría uso de la fuerza. Solo unos

doscientos trabajadores abandonaron el lugar en medio de las pifias de sus compañeros6.

A las 15,45 hrs. comenzó el fuego de ametralladoras seguido por nutridos tiros

de fusilería. Las balas de las ametralladoras atravesaban varios cuerpos y los frágiles

muros de madera de la escuela. Cientos de personas cayeron acribilladas. Cuando

cesaron los disparos, la infantería entró a la escuela descargando sus armas sobre los

obreros. Los que huían eran lanceados por soldados a caballo. Después de varios

minutos infernales, los detenidos –unas 6.000 a 7.000 personas- fueron arreados hacia el

Hipódromo por la soldadesca que perpetró nuevos asesinatos7.

Aunque el gobierno reconoció solo 126 muertos y 135 heridos8, la prensa obrera

y diversos testigos elevaron varias veces esa cantidad. Las autoridades provinciales

organizaron rápidamente el retorno de los pampinos a sus lugares de trabajo y el

gobierno central puso algunos barcos a la disposición de quienes desearan trasladarse al

centro del país. Paralelamente, se decretó censura de prensa, se desató una cacería de los

dirigentes obreros -especialmente anarquistas- que habían logrado escapar y se

produjeron numerosas detenciones.

La “huelga grande” de Tarapacá había sido ahogada en sangre por el Estado sin

que mediara violencia alguna de parte de los trabajadores. La masacre de la escuela

Santa María se recordaría como la página más negra de la historia del movimiento

obrero chileno hasta el golpe de Estado de 1973.

La “guerra preventiva”

¿Por qué se produjo esta matanza? El general Silva Renard justificaría su acción

diciendo que convencido de que “no era posible esperar más tiempo sin comprometer el

respeto y prestigio de las autoridades y fuerza pública” había ordenado hacer fuego9.

Pero según se deduce de su informe al gobierno, los huelguistas no habrían representado

un peligro para la seguridad pública sino, simplemente, un desafío al poder de las

autoridades.

El temor a los trabajadores fue el elemento clave en el desencadenamiento de la

furia represiva estatal. Así lo interpretó el diputado liberal Arturo Alessandri Palma,

quien en el debate de la Cámara de Diputados sostuvo que en Iquique no se había

producido ningún acto que reprimir y que la censura a la prensa decretada por el

gobierno no era “sino miedo y cobardía”. Era el miedo atávico de la clase dominante

chilena a la sociedad popular. Pero la masacre no fue el resultado de un pánico

descontrolado. La decisión de ametrallar a los huelguistas había sido adoptada

previamente en caso de que éstos se negaran a abandonar la escuela. Como lo

reconociera en la Cámara el Ministro del Interior, Rafael Sotomayor, los sucesos del 21

de diciembre "no fueron debidos a un acto de impremeditación, de culpable e inhumana

ligereza. Cada una de las autoridades, en mérito de la magnitud de desgracias que

podrían sobrevenir, […] pesó muy bien sus resoluciones […] y hubo de apelar a

recursos extremos y dolorosos, pero que las difíciles circunstancias hacían, por

desgracia, inevitables”10.

Aunque pacífico, el desafío del movimiento obrero era intolerable para el poder

civil y militar: “Había que obrar o retirarse dejando sin cumplir las órdenes de la

autoridad”, declaró Silva Renard. Y agregó: “Había que derramar la sangre de algunos

amotinados o dejar la ciudad entregada a la magnanimidad de los facciosos que colocan

sus intereses, sus jornales, sobre los grandes intereses de la patria. Ante el dilema, las

fuerzas de la Nación no vacilaron”11.

Se trató de una acción puntual de guerra preventiva contra los trabajadores. Más

que una amenaza en si misma, la “huelga grande” tarapaqueña era un peligro latente por

el mal ejemplo que podía proyectar una actitud de debilidad del Estado y los patrones.

El leiv motiv de las autoridades era el mantenimiento del orden público supuestamente

amenazado por los huelguistas. El propio Ministro del Interior confesó haber instruido a

las autoridades locales acerca de “la necesidad de hacer respetar el orden público

cualquiera que fuese el sacrificio que ello importara, por doloroso que fuera el

procedimiento que se impusiera”12.

CONCLUSIÓN

La matanza de la escuela Santa María de Iquique fue la expresión más cínica del

orden oligárquico que reinaba en Chile a comienzos del siglo XX. Pocas veces en la

historia del país el poder se mostraría tan desnudo como en aquella oportunidad. En los

años posteriores a estos sucesos el conflicto entre las clase sociales se agudizó. Los

trabajadores más avanzados comenzaron a percibir más claramente que el Estado estaba

del lado de los patrones y que por eso, junto con fortalecer la autonomía y unidad de sus

organizaciones sociales, debían enfrentar a la burguesía más allá del terreno laboral. Así

nacieron el Partido Obrero Socialista (1912), la anarcosindicalista Federación Obrera

Regional de Chile (1913) y rama chilena de la Industrial Workers of the World (1919),

de orientación igualmente anarcosindicalista.

Por su parte, la burguesía aceleró su toma de conciencia acerca de la necesidad

de emplear prioritariamente las armas de la política –leyes sociales, políticas

asistenciales, diálogo y cooptación- para hacer frente al movimiento obrero. El

populismo sería más eficaz para frenar la contestación social que la represión ciega. La

guerra preventiva quedaría como reserva estratégica en caso de nueva necesidad. De

este modo, la matanza de la escuela Santa María sirvió para que todos los actores del

drama social chileno de comienzos del siglo XX rediseñaran sus estrategias para las

batallas por venir.

* Este artículo fue publicado en diciembre de 2007 en las ediciones francesa, española, catalana,
portuguesa, noruega, alemana, suiza alemana, croata, griega, argentina, brasileña, colombiana, chilena,
italiana, japonesa y árabe de la revista Le Monde Diplomatique.
** Historiador, Director del Museo Nacional Benjamín Vicuña Mackenna, Director del Magíster en Historia y Ciencias Sociales de la Universidad ARCIS, profesor de la Universidad de Chile.

1 Sergio González, Ofrenda a una masacre. Claves e indicios históricos de la emancipación pampina de
1907, Santiago, Lom Ediciones, 2007, págs. 167-189.

2  Pampino: habitante de la pampa. Pampa: vocablo quechua que designa al desierto habitado por el
hombre.

3 Nombre dado a las explotaciones salitreras.
4 Eduardo Devés, Los que van a morir te saludan, Historia de una masacre. Escuela Santa María de
Iquique, 1907, Santiago, Lom Ediciones, 1997, págs. 46-54; Sergio González, Hombres y mujeres de la
pampa: Tarapacá en el Ciclo del Salitre, Iquique, Taller de Estudios Regionales, 1991, págs. 51-53
5 Citado en Sergio Grez Toso, “La guerra preventiva: Escuela Santa María de Iquique. Las razones del
poder”, Mapocho, N°50, Santiago, segundo semestre de 2001, pág. 272.
6 Grez, op. cit., págs. 272-273.

7 Devés, op. cit., págs. 168-184.

8 Archivo Nacional de la Administración, Ministerio del Interior, vol. 3274, Varias autoridades, decretos
y notas (diciembre de 1907), Telegrama del Intendente Carlos Eastman al Ministro del Interior, Iquique,
11 de enero de 1908.
9 Citado en Grez, op. cit., pág. 273.


10 Citado en Grez, op. cit., págs. 276-277. Las cursivas son nuestras.

11 Ibid. Las cursivas son nuestras.

12 Citado en Grez, op. cit.. pág. 279. Las cursivas