CHILE: ¡¡¡ Asamblea Constituyente SÍ o SÍ !!!

Posted by Correo Semanal on lunes, septiembre 24, 2012

Hagamos Patria, ciudadanos: ¿¿Asamblea Constituyente SÍ o SÍ!!

Sergio Grez Toso.

A medida que el movimiento por la Asamblea Constituyente crece –más y
más, ampliándose en cantidad, diversidad y calidad, ya imparable–, a
los terrores de la ínfima minoría que impuso la vil Dictadura,
apresando, exiliando, torturando y asesinando, para apoderarse de
todos los poderes, se juntan alertas de muy conocidos
concertacionistas para los graves peligros de populismo que ella
implicaría, contrastando con extraños apoyos a su realización, que
generan no pocas sospechas.


 Por la derecha, para citar algo publicado hoy, el columnista
mercurial Joaquín Fermandois [Constituir la patria, página 3], después
de haber evocado a Karl Marx (¡!), afirma “Lo mismo sería con una
solución a todos los males del pasado, del presente y del futuro
mediante una nueva Constitución, hija de una asamblea constituyente.
Nos acercaríamos a la enfermedad latinoamericana, donde cada nueva
iluminación da a luz una nueva Constitución. […] Con esa mentalidad,
van a seguir varias más. En vez de constituir un residuo de la
experiencia política en la historia, la Constitución, así concebida
como cura mágica, se convierte en un juguete retórico”. Pasmosamente,
Fermandois reconoce que el supuesto plebiscito de 1980 fue “en lo
esencial llevado a cabo fuera de las reglas del juego democrático”;
pero, concluye que las “sucesivas reformas, hasta culminar con la de
2005” habrían legitimado y perfeccionado el engendro dictatorial,
agregando “Cierto, queda el tema del binominal, que llama a una
reforma, puesto que ya cumplió su misión”, considerando “imprudente
aferrarse a él, como en otra época lo era obstinarse en el cohecho”,
no por constituir grave delito, sino porque “era muy feo”.

 Cual ‘fuego amigo’, tenemos las declaraciones de Camilo Escalona,
descalificando las demandas por una Asamblea Constituyente: “Yo no
quisiera que fuera una especie de droga, que nos haga olvidar los
problemas políticos, que son los decisivos. O sea, que nos pongamos a
fumar opio en un escenario ficticio, inexistente, de una crisis
institucional que no existe” [La Tercera, 1 de septiembre].

 De los ataques, harto apresurados, con origen en destacados miembros
de la Concertación, quizás baste enunciar aquellos proferidos por dos
ex ministros de sus gobiernos, Genaro Arriagada y Edmundo Pérez Yoma;
el primero se declaró, en El Mercurio, “muy escéptico de los
resultados de las asambleas constituyentes”, porque ellas crean
“órdenes constitucionales mal estructurados” e “invocan la libertad,
pero terminan concentrando el poder en líderes populistas”; por su
parte, don Edmundo, respondiendo a La Segunda, explicitó ser “en
principio, absolutamente opuesto a todas las asambleas
constituyentes”.

 Sorprendentemente, Ricardo Lagos e Ignacio Walker, de formas
diferentes, expresaron apoyo condicionado –o, al menos, no rechazo– a
una Asamblea Constituyente. El ex presidente de la República, en tan
inusual como imperdible entrevista, aceptó esa instancia para acabar
con el sistema binominal [El Ciudadano, primera quincena de
septiembre] y el senador democratacristiano dijo “me permití sugerir
[…] que, de persistir el bloqueo parlamentario en materia de reformas
político-institucional, yo estaba abierto a considerar otras vías
institucionales, incluida la posibilidad de una asamblea
constituyente…”


 Saliendo al paso de las insultantes descalificaciones del presidente
del Senado, Manuel Riesco* le escribió una larga y densa carta
abierta, con los siguientes últimos párrafos, certeros para el
bacheletismo extremo de Escalona:

“Acá es donde entra la demanda de una Asamblea Constituyente. Esta
debe ser la consigna central de la campaña de Bachelet. Al mismo
tiempo, hay que decir que no vamos a poder lograrla si no obtenemos
una mayoría importante en el parlamento y/o la movilización social no
irrumpe para exigirla.

 Si el gobierno de Bachelet no se propone actuar de este modo, corre
el riesgo que le pase lo mismo que al gobierno de Kerensky en el
ejemplo clásico: ser sobrepasada, absolutamente, por los
acontecimientos. Estos, por otra parte, seguirían un curso
impredecible al no tener adelante una fuerza política experimentada,
capaz de conducirlo.

 Su segundo gobierno sería un desastre. Sencillamente, no podría
gobernar y podría terminar muy mal, como el gobierno de De la Rúa en
Argentina, o los socialistas en Grecia o España: en la impotencia
total. ¡Una suerte de madrugada del 27 de febrero, extendida a los
cuatro años de gobierno!

 Estoy seguro que eso sería lo último que desearías para ella y para
el país. Por este motivo, te sugiero consideres revisar tu posición
respecto de la justa consigna de la Asamblea Constituyente.”

 Por su parte, Felipe Portales* no deja pasar por alto los
restringidos ‘apoyos’ de Lagos y Walker a la Asamblea Constituyente,
en contundente artículo, incluyendo esta contundente denuncia: “Pero,
además, tanto Ignacio Walker como Ricardo Lagos (seguramente
extrañados del temor de la derecha, ya que ambos suscribieron la
Constitución del 80 –con algunas reformas– en 2005) calmaron a la
derecha, señalándole que, de ninguna manera, su insinuación tenía el
alcance de buscar una profunda transformación de la sociedad chilena.
Queda, pues, más que claro que las insinuaciones hechas por ambos
líderes concertacionistas no están para nada en sintonía con los
deseos de los grupos ciudadanos que han planteado la necesidad de una
Asamblea Constituyente. Estos no sólo pretenden, con ello, tener una
Carta Fundamental auténticamente democrática (algo que para Lagos y
Walker ya existe, desde el momento que ellos mismos suscriben la
actual Constitución); sino, a partir de allí, realizar profundas
transformaciones del sistema económico y social vigente, en la
perspectiva de la justicia social y del respeto de los derechos
humanos consagrados en este plano por la conciencia moral de la
humanidad, desde la Declaración Universal de Derechos Humanos de
Naciones Unidas (1948) y del Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales (1966), de los que Chile es Estado
Parte.”

 De cualquier manera, lo que realmente importa es expurgar de raíz la
muy mal llamada Constitución Política de la República de Chile –en
realidad Bando Militar Nº 3.464*, impuesto por brutal terrorismo de
Estado, para tratar de perpetuar la pos dictadura– y posibilitar que
el pueblo (o sea, todos los pueblos que habitan este territorio
llamado Chile, incluyendo los afrodescendientes), por primera vez en
nuestra historia, ejerza soberanía plena, construyendo una verdadera
Carta Magna, que recoja –desde las bases, a nadie excluyendo,
conjugando real democracia­– las genuinas necesidades y aspiraciones
de la gran mayoría de las mujeres y de los hombres honrados que
constituyen la población nacional, dando legitimidad a cada norma
legal –lo que implica, también, acabar con la aberrante Justicia
Militar y derogar las infames leyes de Seguridad del Estado (N°
12.927) y Antiterrorista (N° 18.314), entre otras repudiables normas
heredadas de la vil tiranía–, otorgando derechos integrales e
instaurando deberes justos…

 Reforzando el completo repudio a ese nefasto Bando Militar, Sergio
Grez Toso [Imagen de Chile: la crisis de una mistificación; El Clarín
de Chile, 14 de septiembre], bien sintetiza los falaces ‘logros’ de la
Concertación: “Otro componente de la realidad chilena, que echa por
tierra la imagen de una democracia ejemplar, es el carácter ilegítimo
de la Constitución y del sistema político. La Constitución Política de
la República de Chile tiene un origen espurio, por haber sido impuesta
por la dictadura pinochetista, en condiciones de ausencia total de
libertades y garantías democráticas. Su fin no es otro que el de
legitimar y afianzar el modelo económico neoliberal, junto a su
complemento, el sistema de democracia restringida, tutelada y de baja
intensidad implantado a partir de 1990. Los cambios que sufrió la
Constitución, después de su ‘aprobación’, en 1980, si bien no han sido
del todo despreciables, no alteran ni su génesis ni su contenido
fundamental. Una de esas reformas, la consistente en sacar del texto
constitucional el sistema electoral binominal, dejándolo como una
simple ley, en su momento pareció a muchos analistas que abría
posibilidades de abrogar tan inicuo procedimiento. No obstante, los
hechos que se han sucedido desde entonces han demostrado que la
Constitución y el sistema electoral binominal se mantienen
estrechamente unidos, formando un todo, destinado a poner un cerrojo
que impida reformas que abran paso a una democratización profunda del
país.”

 Respecto a esa “aprobación”, en 1980, Manuel Salazar Salvo* precisa
lo que en verdad ocurrió: “La dictadura decidió que, en el plebiscito,
los presidentes de las mesas receptores de sufragios serían designados
por los alcaldes [no electos, serviles a la Dictadura], al igual que
dos vocales. No se necesitaría de registros electorales; para votar
bastaría el carnet de identidad, aunque estuviese vencido. La
preparación del plebiscito fue encargada al ministro secretario
general de Gobierno, general Sergio Badiola, y al subsecretario de la
misma cartera, el abogado Jovino Novoa, hoy senador de la UDI. Novoa
preparó un instructivo de cuatro puntos que, en carácter de
confidencial, se distribuyó entre las jefaturas de los servicios
públicos. En el punto 3, se ordenaba: ‘Colaborar con los alcaldes,
proporcionando listas de personas confiables para que sean designadas
presidentes de mesa y promover la inscripción de personas de sectores
favorables al gobierno para que participen en el sorteo de vocales’.
[…] Familias completas, de Las Condes y Providencia, así como
ejecutivos de bancos y grandes empresas, aparecieron a cargo de mesas
en las comunas más populares. […] El estado de emergencia impedía las
reuniones en todo el territorio nacional, junto con imponer el receso
político y el control de los medios de comunicación. La disidencia
sólo podía expresarse, con mucho cuidado, en unas escasas revistas y
radioemisoras….”

  Juan Pablo Cárdenas*, reflexiona sobre el proceso que estamos
viviendo, en la perspectiva de la imprescindible Asamblea
Constituyente: “Tal como a la Dictadura se la derrotó con el
alzamiento popular, hoy es necesario oponerle a la pos dictadura
nuevas movilizaciones, en la convicción de que –al final– las ideas
son más efectivas que la represión y las armas. Así como la solidez
moral termina derrotando, siempre, a los políticos e intereses
corruptos y abyectos. Luego de un año de movilizaciones, se podrá
argumentar que es insuficiente, todavía, lo logrado por el mundo
educacional, en recursos e iniciativas gubernamentales, o
parlamentarias. Sin embargo, la tozudez de las autoridades puede estar
próxima a desmoronarse, con algo mucho más contundente: la comprensión
general de que las demandas educacionales, laborales,
medioambientales, previsionales y tantas otras sólo podrán alcanzar
solución con un logro esencial. Esto es, con un nuevo ordenamiento
institucional, el fin de nuestros falsos representantes y el ejercicio
de una democracia participativa. Que le pierda, ciertamente, el miedo
al pueblo y a los ciudadanos.”

  En términos prácticos, ahora, determinante será trabajar por más
organización y unidad, apoyando y divulgando la Cuarta Urna en 2013,
para una Asamblea Constituyente*: “Nuestra propuesta es clara: que en
las elecciones de noviembre de 2013, además de las tres urnas para
recepcionar los sufragios a Presidente de la República, Diputados y
Senadores, se instale una cuarta, en la que cada elector pueda
pronunciarse, en el mismo acto, por la alternativa de convocar a una
Asamblea Constituyente que redacte una nueva constitución o, por el
contrario, mantener vigente la Constitución de 1980”.

 En ese imperioso ámbito, Pedro Felipe Ramírez* ya sintetizó los
requisitos básicos que deberíamos respetar:

“Lo que sí podemos pedir y exigir al Congreso actual es que abra la
puerta institucional a la instalación de una asamblea constituyente.
Que le retorne a la ciudadanía el ejercicio pleno de su soberanía; que
le devuelva su poder constituyente.

  Esto sólo podrá ocurrir si logramos generar una gran fuerza social y
política que la demande.

 Para ello, es muy decisivo, en primer lugar, que la conformación,
generación y funcionamiento de la asamblea constituyente que se
proponga sea capaz de alcanzar importante adhesión y confianza
ciudadana. Por lo que será necesario atender, entre otros, los
siguientes criterios:

1. Que sea elegida por votación universal;

2. Que su composición y forma de elección garantice una efectiva
representación de la pluralidad ciudadana y que pueda realizar su
trabajo en un plazo razonable;

3. Que se establezca un amplio sistema de información, consultas e
iniciativa de la ciudadanía;

 4. Que se le dote de un alto grado de solemnidad;

 5. Que el proyecto sea finalmente aprobado por medio de un plebiscito;

 6. Que mientras no entre en vigencia la nueva Constitución sigan
funcionando las instituciones que establece la actual.”

  Para la eventualidad de que este limpio procedimiento fallase –lo
que es bastante probable, por causa de la casta (casta, ¡no clase!)
inescrupulosa que se ha apoderado de las instancias de decisión
política, únicamente en beneficio propio, de sus familias y
compinches–, la alternativa me parece obvia: el Programa de Gobierno,
que deberá resultar del debate más amplio y participativo, sobre todo
de los trabajadores, movimientos sociales y pueblos originarios,
tendrá que incluir –idealmente, como primer punto– el compromiso
ineludible de convocatoria, en corto plazo, a una Asamblea
Constituyente, por parte del candidato o candidata que las fuerzas
populares escojan para representarlas, complementando, esta acción,
otras iniciativas que se han estado analizando.

  Tenemos muchísima pega, pero somos la legítima mayoría y nuestros
pueblos no pueden seguir esperando por efectiva democracia, dignidad,
justicia, equidad, fraternidad y desarrollo tan armónico como global,
teniendo en correcta cuenta las cosmovisiones y la sabiduría del buen
vivir de nuestras(os) hermanas(os) indígenas. Pero, atención, máxima
atención: la Dictadura no fue derrotada’ por “un lápiz y un papel”;
tampoco esta determinante lucha será ganada apenas con palabras…