Limitaciones y la Revolución Pendiente
Mario R. Fernández
Muchos historiadores
consideran que la primera revolución del mundo occidental fue la que ocurrió
durante el siglo 12, en la Edad Media, impulsada por el Papa Gregorio VII , en serio conflicto con el emperador
Enrique IV (Heinrich IV). Los cambios que los gregorianos impusieron al
clero terminaron con la corrupción de sus miembros y transformaron a la
iglesia. Como todas las revoluciones la revolución gregoriana tuvo seguidores
radicales y moderados e influyó en la vida social, política, económica e
intelectual de su tiempo ayudando a constituir a la Iglesia en un super-estado.
Todas las revoluciones, al igual que la gregoriana, surgieron de la necesidad de
transformar realidades específicas y no fueron utopías; comenzaron denunciando
abusos, reclamando y confrontando la decadencia moral e institucional del orden
dominante. El logro final de los impulsores e ideólogos revolucionarios nunca
fue reformar ese mundo prevalente sino abolirlo, destruirlo totalmente
para reemplazarlo con un nuevo orden.
Hoy, parecería que esto de la
revolución no tuviera cabida sea porque la ideología dominante favorece esta
perspectiva o por el fracaso de proyectos anteriores revolucionarios.
Pero, no hace tanto tiempo, la perspectiva general no era esta. El dominio
ideológico de hoy es el de una élite que ha sido eficaz en convencernos que es,
y se siente ser, dueña de todo. Ella ha logrado imponer, a través de sus
ideólogos, administradores y secuaces, una serie de antivalores culturales,
sociales y económicos como nunca antes en la historia. Y estos valores
han penetrado los rincones más olvidados del planeta y atravesado
organizaciones políticas y sociales importantes, incluso algunas responsables
de dar vida a proyectos contrarios a esta élite rica y poderosa.
La necesidad de una
revolución, vale decir de un cambio violento o pacífico que imponga nuevos
paradigmas y pensamientos filosóficos, es sin embargo vital. Y lo es particularmente
en el mundo occidental que ha sido origen mismo del mal que domina al resto; es
como una necesidad de abrir las ventanas para dejar entrar por fin aire fresco
a un cuarto donde el aire se está haciendo irrespirable para todos. Pero
pareciera fácil hablar de esta necesidad fundamental y difícil llevarla a cabo
en la práctica; sería ridículo ilusionarnos mirando con lentes rosados la
realidad a nuestro alrededor, obviando las limitaciones que nos afectan, algo
que a veces aceptamos en nuestro diario vivir. Creer, por ejemplo, que en
América Latina hay procesos revolucionarios en curso que desafían el orden
mundial es un poco una ilusión. Es cierto que se han levantado algunos
proyectos muy valientes de reformas y se han tomado algunas posiciones
anti-imperialistas importantes (como en el caso de la Revolución Cubana
siempre) pero en la mayoría de los países latinoamericanos no se desafía el
orden imperante. Hay gobiernos que implementan reformas y cambios y el
caso de Venezuela y su Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América/
Tratado de Comercio de los Pueblos es uno y por ello figuran en las odiosas
listas negras del imperialismo en EEUU y Europa y sus presidentes,
legítimamente elegidos, sufren una campaña de desprestigio constante,
contando con la colaboración de las oligarquías latinoamericanas que los llaman
“autoritarios” o “populistas” y hasta “pro-comunistas.” Entonces, es
cierto, existen estos proyectos transformadores que cuentan con millones de
simpatizantes, pero la posición de muchos países latinoamericanos es aún
generalmente cómplice en la explotación y opresión de sus propios pueblos.
Problemático es que incluso
entre periodistas, analistas e intelectuales simpatizantes con la
transformación y el cambio en Latinoamérica haya que cuidarse también de
interpretaciones confusas que tienen repercusiones serias porque contribuyen a
la desinformación. Dos destacados analistas que merecen mucho respeto por ser
consecuentes en cuanto a su apoyo de las luchas de los pueblos del Tercer
Mundo, como James Petras y Raúl Zibechi, por ejemplo, no son siempre
claros al respecto en sus artículos. En el artículo publicado por James Petras
el 3 de mayo pasado en Global Research y traducido al español por Rebelión bajo
el título “El capitalismo extractivo y las diferencias en el bando
latinoamericano progresista”, Petras incluye entre los países del campo
progresista (refiriéndose realmente a los sudamericanos) no sólo a Bolivia,
Ecuador y Venezuela sino también a Argentina, Brasil, Uruguay y Perú, y si bien
es cierto que todos tienen semejanzas en su desarrollo económico y su
dependencia en las exportaciones de materias primas, es obvio que los gobiernos
del ALBA (Ecuador, Bolivia y Venezuela) han desafiado esta dependencia y
defendido su autodeterminación, mientras que los otros mantienen economías
neoliberales estrechamente relacionada a los proyectos políticos y
macroeconómicos de las instituciones imperiales (FMI. BM, BID ). Pienso que no está bien confundir a los
países del ALBA con el resto, el imperialismo nunca los confunde y mantiene
contra los primeros su maquinaria de conspiración interna y externa las 24
horas del día –desprestigiando, implementando planes desestabilizadores
violentos, de asesinatos a presidentes y dirigentes, intentos de golpe de
estado como el de junio del 2009 contra el presidente de Honduras Manuel
Zelaya. Mientras que los otros países latinoamericanos que Petras incluye bajo
el mismo rótulo de “progresistas” no sufren estos atropellos y la prensa
dominante los define siempre como “confiables” en lo político y en lo
económico y hasta como ejemplos de “modernismo.”
Pienso que es grave colocarlos
en la misma bolsa, porque el imperialismo y la oligarquía nunca los confunde.
Ademàs, el nivel de participación popular define a estos gobiernos
separadamente, los gobiernos del ALBA se sustentan en el dinamismo del
movimiento social y político, cuenta con bases organizadas en todos los
sectores de la sociedad, y este nivel de participación y organización se ha dado
porque sus gobiernos no sólo lo han permitido sino que lo han facilitado,
ayudando a la construcción de movimientos con libertad para ser críticos a sus
propios gobiernos, algo que ni los ricos ni el imperialismo toleran o perdonan
jamás –saben que si los pueblos tienen oportunidades de democratizar su entorno
lo hacen y existe entonces la posibilidad de crear un proceso revolucionario
que responda a sus necesidades y aspiraciones mas legítimas. Gobiernos como el
de Uruguay, Brasil, Perú, si bien llegaron al poder gracias a su apoyo popular,
porque sus pueblos los eligieron por sus programas de izquierda, pero estos
limitaron de inmediato la participación popular (que tratan de reavivar
solamente en tiempos de elecciones) y abandonaron los programas de justicia,
distribución y soberanía por los que fueron elegidos y cerraron sus puertas a
sus bases políticas y sociales terminando con toda participación significativa.
Se han vuelto electoreros, manipuladores sindicales, corruptos, apoyan el
neoliberalismo fehacientemente, conviven y gobiernan con y para los ricos.
El primer ejemplo de este
proceso lo vivió Chile con la Concertación, que por más de veinte años funcionó
como gobierno de derecha y extrema derecha, traicionando los principios
ideológicos y políticos que llevara la Concertación al poder, y usando métodos
fascistas contra el pueblo Mapuche y otros grupos y ciudadanos, pero contando
siempre con el apoyo imperial, incluso con el apoyo de sectores de izquierda
que desde fuera de Chile los definían como de “centro-izquierda” haciéndoles un
gran favor porque actuaban totalmente como la derecha. Cuando la demagogia
política deja de resultarles, y se les cae la careta y pierden el gobierno del
país, termina la manipulación y el engaño. Los chilenos vuelven a salir
masivamente a las calles y hoy más del 80 por ciento de ellos y ellas los
rechaza.
En un artículo publicado el 14
de mayo en Rebelión y titulado “El fracaso de la VI Cumbre de las Américas,”
Raúl Zibechi destaca como relevante que Dilma Rousseff, presidenta de
Brasil, interrumpiera al Barack Obama, presidente de Estados Unidos, mientras
este alababa el crecimiento de la clase media en América Latina que según el
aumentaba el potencial de empresas de su pais de venderle más mercancías y
aviones Boeing. Rousseff agregó “O Embraer” que son aviones brasileños y con su
comentario cosechó aplausos. Para Zibechi la no asistencia de Rafael
Correa, Hugo Chávez y Daniel Ortega, hicieron “menos ruido” que la de Rousseff.
La observación de Zibechi puede ser no sólo demasiado optimista sino también
superficial, olvida que las cumbres son montajes publicitarios para los
representantes de los Estados Unidos, no tienen agenda fija y no pasan de ser
un show internacional, similares a los ridículos debates de candidatos a
presidente en tiempos de elecciones que imitan muchos países del mundo. En
realidad poco importa lo que se diga en este show, el caradurismo se impone, y
para los EEUU alcanza con que cruces la puerta del salón y participes de su
fiesta para que el show de la supuesta cumbre sea exitoso, en unos días todo
habrá pasado al olvido hasta que llegue el llamado a la próxima cumbre. Lo
único interesante fue justamente esa decisión de no ser parte del circo que
tomó el gobierno de Correa, ese rechazo público al show, un paro visible a
nuestra historia de humillaciones. En realidad ningún país latinoamericano
debería de haber asistido a esta cumbre por dignidad y respeto a la tragedia
que diariamente cargamos --más de medio millón de latinoamericanos y latinoamericanas
asesinados, incluidos niños y ancianos, más de 100 mil desaparecidos, millones
que han sufrido terribles torturas y condenas carcelarias en nuestra saga por
liberarnos, parte del genocidio ejecutado directamente por tropas imperialistas
y la otra parte planeado y ejecutado por civiles y militares latinoamericanos
bajo los auspicios del imperio que representan los Estados Unidos y Europa (que
ha destruido y trata de destruir cualquier proyecto democratizador y de
autodeterminación en América Latina). No es honor asistir en el nombre de
nuestras naciones a estos encuentros, aun cuando algunos representantes
se hagan los interesantes frente al director del show.
En este difícil dilema del
presente y del futuro no tan lejano de supervivencia que enfrenta la humanidad,
en que el imperialismo de ricos y usureros del mundo, y de las clases sociales
que los sustentan, que aceleran la guerra histórica contra los pueblos para
mantener sus privilegios a como de lugar (saqueando, oprimiendo, masacrando
gente inocente, detrozando el balance de la naturaleza y dañando la salud
física y mental de todos los habitantes del mundo) no nos podemos dar el lujo
de estar confusos ni de aceptar argumentos enmarañados. Debemos conocer el
terreno en que pisamos, quienes son confiables y cuáles son nuestras
herramientas y cuáles nuestras limitaciones. No podemos ilusionarnos con que el
mundo va a cambiar por sí solo, incluso en tiempos en que las instituciones
políticas, administrativas y financieras del imperialismo y de occidente apenas
parecen mantenerse en pie.
Tampoco podemos engañarnos con
el mito ese de los países emergentes, nombre que los BRICS le deben a
nadie menos que a Jim O’Neill, uno de los directores de Goldman Sachs, cuando
tratan de convencernos de que el crecimiento eterno es posible (o deseable) y
que los BRICS van a salvar al sistema (o cambiar el mundo). Brasil, admirado
por millones de lationamericanos que parecen haber olvidado el “milagro
brasileño” de los 60 y 70, su oligarquía depredadora y poderosa y sus clases
medias convencidas de que han alcanzado el cielo. Rusia que busca en el sistema
capitalista decrépito un futuro para sí, al tiempo que resiste la penetración
de su poder político por occidente. India con la mitad de su población sumida
en la miseria y opresión. China y su revolución industrial, tratando de hacer impenetrable su independencia política a
los “liberales” de Europa y Norteamérica. Sudáfrica, otro país con más de la
mitad de su población en la miseria y enormes niveles de corrupción política y
económica. Entonces, ¿De qué emergentes estamos hablando?
Ni deberíamos aceptar como
liberador el aumento de las exportaciones latinoamericanas de recursos y
monocultivos, con toda la contaminación ambiental y daño de salud a la población
que implican, o que su cambio de destino significa algo más que el centro del
mundo occidental que se ha desindustrializado incluyendo al mismo Brasil, por
ello minerales y productos agrícolas se exportan a Asia que hoy concentra gran
parte de la industria, y a esa excepción europea que es Alemania, en vez de a
Estados Unidos, Canadá o el resto de
Europa.
El sacrificio y la valentía de
los movimientos de protesta, cada vez más frecuentes, han pasado a ser ejemplo
de lucha, pero ha aumentado también la represión contra ellos y podría llegarse
a invocar “estados de excepción” y hasta impulsar golpes de estado en países
donde no estamos acostumbrados a verlos. No olvidemos que las protestas tienen
rostro joven, ni que la mayoría de la población continúa apoyando
electoralmente a gobiernos y partidos neoliberales. El caso del Canadá
anglosajón y de Estados Unidos es muy informador y en ambos los movimientos de
protesta han enfrentado una feroz represión y recibido escasa solidaridad de
parte de la población, muy desconectada de la realidad que vive y limitada en
su participación política, con la excepción de los fascistas que estos si
siguen muy activos o de pequeñas organizaciones de izquierda que se organizan y
que junto con los Ocupa salen a la calle. Sólo Grecia parece haber sabido dar
la pelea, por lo que nos queda rogar que el pueblo griego y su izquierda no se
desvíe –algo a lo que nos estamos acostumbrando a ver.
Hay una revolución pendiente,
una que tendría que barrer con la corrupción de un sistema insostenible y
llevarnos a un cambio radical en nuestra forma de pensar y de vivir, a otros
principios filosóficos y prácticos, unos que eviten el caos que se nos viene
encima y la decadencia total a donde la élite dominante nos lleva.
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