De Instintos y Conciencias Críticas
Nora Fernández
Fidel ha dicho sabiamente, que la educación es
“la lucha contra el instinto,” que todos
los instintos “conducen al egoísmo” y que “solo la conciencia” puede
llevarnos a la justicia. Según Fidel la conciencia se desarrolla entonces a
través de la educación –lo que para él no es sólo una fórmula práctica sino la
única teóricamente aceptable. Cuando hablamos, pienso, la confundimos
específicamente con la formal, de educación es fácil interpretar la educación como
simplemente educación formal, olvidarnos de todo lo que aprendemos fuera de las
aulas, lo informal, las experiencias que nos dicen claramente que nunca terminamos de educarnos y que el
aprendizaje no termina mientras estemos vivos.
La educación, formal
e informal, no son tan valoradas -escuchamos poco a los educadores y prestamos
quizás menos atención a lo que nos dice nuestra propia voz. Hablando de
educación se nos viene generalmente a la mente “la sala de clase” y el proceso
formal de aprender. Desatendemos lo que aprendemos viviendo en diversos
escenarios y en la acción. E incluso entendiendo la educación formal como
central, las contradicciones saltan a la vista: la volvemos respuesta obligada a casi todas las preguntas
y problemas que enfrentamos en sociedad --¿que nos falta? Es siempre más y
mejor educación—pero en nuestras acciones se hace obvio que nos interesa poco.
Incluso en países
del Primer Mundo, raramente llegan educadores al gobierno o al poder
–visiblemente en manos de abogados y economistas y realmente en manos de ricos
situados detrás de la cortina principal del teatro democrático. A pesar de
tanto hablar de la “educación” nos basta con mirar esas prácticas nuestras para
descubrir que nos tenemos en tan alta estima a maestros y profesores. Ellos
mismos confiesan muchas veces sentirlo así y se imaginan como algo así como
“cuidadores de niños cándidamente idealizados.” Miramos mal a las madres
solteras también, es que el cuidado de los niños recibe poca valoración. Y el
tratamiento histórico que les hemos dado a los niños nos informa que tampoco a
estos los les hemos valorado demasiado. Maestros y profesores, idealizados y
cuestionados, entienden que esa visión cándida que de ellos se tiene no implica
que no han de ser acusados por eso de poco eficiente, irresponsables e
incapaces.
Con dificultad
encuentran los educadores espacios desde donde educar en los que reciban cierto
respeto y se sientan valorados. Algunos abandonan por eso la profesión y se
dedican a otra cosa --cansados de esperar un lugarcito desde donde ejercer a
tiempo completo y con una paga regular. Los encontramos trabajando para el
estado o en organizaciones no-gubernamentales en áreas donde pueden usar sus
capacidades sin sufrir tanto estrés.
Frecuentemente se
ataca a la educación misma, tanto sutil como directamente amenazada con la
privatización. Los cortes presupuestarios se han hecho regla, aunque dificultan
seriamente la tarea de educar. Instituciones de enseñanza y educadores
enfrentan además frecuentes y continuas batallas ideológicas en esa tarea
diaria suya de implementar programas aprobados y generalmente cuerdos.
Expectativas crecientes en sociedades en las que aumenta la intolerancia
encuentran en ambos un chivo expiatorio muy conveniente. La lucha es por el
formato y contenido de la educación formal y es seria.
En EEUU, sectores
fundamentalistas culpan a los maestros por los programas, por su enfoque y por
su contenido que por ser científico les cae muy mal. Se les presenta casi como
“agentes” del estado por enseñar la teoría de la evolución, que es ciencia
pero, que aleja a los niños del creacionismo obligado que el fundamentalismo
les impone en sus casas. Muchos padres fundamentalistas favorecen la educación
fuera de la escuela y en casa (home-schooling) por eso y contribuyen al
cuestionamiento general de la educación.
En Canadá, afortunadamente,
el fundamentalismo es menor y los padres se responsabilizan más de la educación
de sus hijos. Pero tampoco aquí se expresan totalmente satisfechos con la
educación. Según una encuesta patrocinada por la CBC
(2008) los padres entienden que la educación canadiense sufre debido a cortes
presupuestarios, clases numerosas y falta de atención individual pero no por
eso dejan de cuestionar la calidad de maestros y profesores. Quieren un mayor
desarrollo de capacidades básicas en matemáticas y otras materias, pero también
quieren asegurar el desarrollo moral y
social de los estudiantes. Casi un 65 por ciento acepta que los problemas
tienen raíces en los hogares –pero igual hay un 20 por ciento que aún culpa a
maestros y profesores.[1]
Complicando las
cosas, los estudiantes llegan a las instituciones de enseñanza con desafíos
crecientemente complejos y muchas veces con limitado interés por aprender. Hay
estudiantes con carencias alimenticias, sea por pobreza o por el creciente
consumo de comida chatarra. Hay estudiantes que enfrentan situaciones
familiares difíciles y hasta disfuncionales. Y otros que sufren padres formal o
informalmente ausentes. Hay muchos niños que llegan a sus casas y no hay nadie
esperándoles. La educación compite además con actividades cuasi adictivas --la
televisión, los juegos interactivos, los celulares, y se desarrolla en
sociedades que favorecen crecientes horas de actividades extracurriculares para
quienes pueden pagarlas. Pero nada parece más dañino que educar en un contexto
que no favorece la educación: un contexto donde saber o entender no parece tan
importante como entretenerse y ganar dinero. Y aunque motivar es tarea
fundamental del educador, se vuelve crecientemente difícil cuando no se cuenta
con colaboración en los hogares. La curiosidad por leer, entender, desarrollar
una mente crítica comienza a edad temprana y los primeros responsables de
facilitarla son mamá y papá, o quien esté a cargo de los cuidados del
niño.
Acaso nos
preguntamos ¿si esperamos demasiado de la educación y le entregamos muy poquito
a cambio? Por ejemplo, en Canadá le toma años a los jóvenes maestros asegurarse
una posición estable y alcanzar la “clase propia;” la mayoría deambulan por
años de colegio en colegio trabajando de suplentes. Los graduados de casi todos
los grados académicos, a decir verdad, exceden las posiciones de trabajo
disponibles. En el caso particular de los educadores los presupuestos tampoco
incluyen posiciones nuevas aunque sean necesarias. La austeridad económica se
ha hecho regla y exige la “normalización” en escuelas primarias y secundarias
de clases de 30 alumnos y más. Pero se espera que los educadores a cargo
manejen su tiempo efectivamente y aseguren la atención individual de cada uno
de sus estudiantes, ayudándolos incluso a superar desafíos personales
serios.
Si el desarrollo
de conciencia crítica fue alguna vez actividad prioritaria de la educación hoy
no parece serlo ni a nivel de las universidades. En el mundo desarrollado la
educación superior se ha vuelto un rito cuasi obligatorio, según la ideología y
la propaganda que rige. Se parte del supuesto, no siempre mencionado
abiertamente, que solamente dentro de las universidades se cosecha la mente. No
se plantea demasiado que ser estudiante universitario sigue siendo un
privilegio y una aspiración importante de las clases medias. ¿Qué pasa, me
pregunto, con todos los jóvenes que por elección, o por diseño externo a ellos,
no alcanzan la educación superior? ¿Estarán condenados a no desarrollar jamás
una conciencia crítica?
Mientras algunos
parecen imaginarse que pensar críticamente es exclusividad de universitarios,
otros equivocadamente piensan que las oportunidades de trabajo han de aumentar
automáticamente con un diploma universitario o que para eso existe la
universidad. En tiempos recientes se ha
hecho cada vez más obvio, sin embargo, que la universidad no prepara para
trabajar --las metas de la educación superior son y deben ser más amplias. Es
muy tangible que encontrar trabajo con grado universitario no depende solo del
grado sino del mercado laboral. Vivimos en sociedades con mercados laborales en
vías de constante achicamiento, que favorecen posiciones temporales y de medio
tiempo y exportan, además, un buen número de sus mejores posiciones al
extranjero.
Es también obvio
que las universidades se han comercializado, que son un ritual
institucionalizado –que exige presencia y un básico nivel de participación pero
no requiere involucrarse demasiado. Con el aumento del número de
universitarios, las clases tipo lecturas de cien alumnos o más se han hecho muy
comunes y estas raramente ofrecen oportunidades de discusión o de dialogo. Por
lo que aunque la universidad trate de
brindar elementos fundamentales para sus estudiantes en el proceso de pensar,
no puede hacerlos muy efectivamente. El desarrollo de capacidad crítica en la
universidad requiere mucho más que atender y todo esto --pensar, reflexionar y
desarrollar conciencia crítica, exige esfuerzo personal y es responsabilidad de
cada estudiante.
Hoy, en la
práctica, la conclusión del ciclo educativo universitario de cuatro años es
específico en su meta: se trata de obtener un grado. Y para ellos hay que
completar 40 cursos, unos fijos por los departamentos y otros elegidos por los
estudiantes, según dependa. Es de esperar que en el camino de lograr ese
objetivo específico del grado, se logre también un nivel de madurez y de
desarrollo personal aceptable --que ojalá conlleve al desarrollo de conciencia
crítica. Pero no hay garantías de todo
esto.
No pocos han
dicho que la universidad es crecientemente una continuación de la enseñanza
secundaria. A esto ha contribuido en particular la falta de oportunidades de
empleo. El limitado mercado laboral ha extendido el ciclo de estudios de las
clases medias, enrolando estudiantes que antes hubieran preferido trabajar y
desarrollar otro tipo de capacidades.
Pero a diferencia de la enseñanza secundaria que es generalmente
gratuita, la universitaria se paga, por lo que ha obligado al endeudamiento de
una buena parte de los estudiantes universitarios. En Norte América el nivel de
endeudamiento estudiantil es preocupante, aunque el nivel de aumento de costo
de la educación lo sea incluso más y que incluso pagando los estudiantes
universitarios no llegan ni cercanamente a cubrir el costo real de la enseñanza
universitaria, que es muy cara.
En Estados Unidos
el total de débitos por deudas a estudiantes el 2011 excedió el endeudamiento
por tarjetas de crédito, y es de más de un billón de dólares (un trillón en
inglés).[2] Con tamaño
endeudamiento, y siendo que al terminar sus estudios los graduados no
encuentran trabajo, el número de gente que es incapaz de pagar y no tiene
chances de recibir ayuda aumenta. De acuerdo a NACBA (Asociación Nacional de
Abogados de Consumidores en Bancarrota) más del 80 por ciento de estos abogados
ha notado un aumento en el número de personas con deudas de estudio que busca
ayuda legal. [3]
En Canadá, donde
toda la educación universitaria es publica, el endeudamiento estudiantil,
consecuencia de cortes al financiamiento federal de la educación pos-secundaria
en los últimos 25 años, también ha aumentado. Los cortes federales se
transforman en montos que los estudiantes enrolados tienen que absorber, se
endeudan para solventarlos –la deuda es de unos 14.800 millones de dólares
canadienses. No debemos engañarnos tampoco, los montos de endeudamiento
estudiantil no cubren el costo de la educación, con suerte representan un 20 por
ciento del costo de esta al estado canadiense. Es igual interesante, ver por
segundo el crecimiento de esta deuda: http://www.cfs-fcee.ca/studentdebt/index.html.
En Canadá el
mayor endeudamiento se da en las provincias Marítimas, donde en cinco años
(1999-2004) el endeudamiento individual aumentó de unos de 21.100 a unos 28.000
dólares canadienses por estudiante. El menor endeudamiento se da en Quebec, con
unos 13.000 dólares canadienses por estudiante, allí la masiva movilización
estudiantil ha obligado al gobierno provincial a tomar responsabilidad en mayor
medida por el costo de la enseñanza superior. El endeudamiento se ha vuelto una
barrera al acceso a educación pos-secundaria, en especial para estudiantes que
vienen de hogares de bajos ingresos, quienes también son particularmente
afectados por el estrés de estas deudas. [4]
El desarrollo de
consciencia crítica, puede darse a través de la educación formal e informal
–sea a través de experiencias personales o de un abanico de aprendizajes que
nos enriquecen. Los más jóvenes experimentan un mundo neoliberal impuesto por
élites de poder y dinero que les es impone limitaciones hoy y en el futuro. No
debe sorprendernos el encontrar jóvenes de una diversidad de orígenes entre los
indignados europeos y norteamericanos, incluso estudiantes universitarios. Un
número creciente de jóvenes se endeudan para educarse y no encuentran salidas
laborales a pesar de su educación. Gentes jóvenes con herramientas para pensar,
formales e informales, se encuentran o tienen que enfrentar un contexto
limitante con barreras tangibles a sus aspiraciones y expectativas. En las
calles se reúnen y experimentan juntos tratando de entender y transformar.
Viven experiencias personales enriquecedoras y muy relevantes al desarrollo de
conciencias críticas. Aprendemos con otros, en la acción, en la práctica y en
la solidaridad. Preocupados por el futuro personal salen los jóvenes a las
calles y aprenden lo que ninguna universidad podría haberles enseñado: a creer
en su capacidad de pensar y entender su realidad y el contexto que los rodea y
a aplicar en su vida diaria lo que allí descubren.
[1] Poll: Canadian schools make the grade –but just. Parents give
schools a B or B minus, survey done for CBC
suggests. http://www.cbc.ca/news/canada/story/2008/09/01/pass-or-fail-poll.html
[2] Student loans outstanding will exceed $ 1 trillion this year, http://www.usatoday.com/money/perfi/college/story/2011-10-19/student-loan-debt/50818676/1
[4] Student Loans in Canada :
Education should´nt be a Debt Sentence, http://www.cfs-fcee.ca/studentdebt/index.html
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