FRANCIA: POLICÍA CAZA A PADRES INMIGRANTES EN LAS ESCUELAS
Ricardo Jimenez
“Los policías a veces llegan a
esperar en la puerta del colegio a que los padres de los niños inmigrantes los
traigan para detenerlos y deportarlos”. Los ojos de Marie se abren y mira
alternativamente al amigo que nos hace de traductor y a mí, con actitud de
desahogo y expectante, como si informara a alguien que de verdad pudiera hacer
algo al respecto. Ella es francesa en todo el sentido de la palabra, vive en el
barrio de Belleville, en la zona de Repúblique, adyacente a la del centro
de París, en cuya escuela pública su hijo, Jean, de siete años, tiene numerosos
compañeritos inmigrantes, principalmente africanos, de las ex colonias de las
cuales Francia extrajo largamente la riqueza en que sustentó su opulencia, pero
para cuyos ciudadanos no tiene ahora espacio ni dignidad que ofrecer.
“Son gente que tenía papeles, pero el
mismo gobierno cambia las leyes, los plazos y los requisitos y los deja
irregulares”, agrega, Marie, enfatizando su tono de denuncia, se ve que desea
trasmitirme claramente la indignación y el dolor en su mirada. Me cuenta que es
una de las madres que no soportó el espanto de los niños inmigrantes y sus
compañeritos franceses cuando se llevaban detenidos a sus padres, y se integró
a un grupo voluntario de padres franceses que ofician de “exploradores” y
celular en mano avisan todas las mañanas si “está despejado” para que los
padres no europeos puedan dejar a sus niños en la escuela evitando la cacería
policial. “Si está la policía –relata- algunos de los franceses recogemos al
niño y lo llevamos a la escuela”. “Somos los mismos padres que estamos
protestando contra los recortes de presupuesto para las escuelas y hospitales
públicos”, agrega.
“Sebas”, el amable compañero
latinoamericano que oficia de guía y traductor, me cuenta que a sus 27 años
está haciendo un magíster de psicología adolescente y trabaja como voluntario
en clínicas públicas de muchachos con problemas. En la estación Chatelet, una
especie de corazón central del sistema de transporte público de París, me
señala discretamente a policías que “piden papeles” a quienes “se ven
sospechosos” de ser inmigrantes irregulares, para detenerlos si se confirma la
sospecha. La imagen no puede dejar de recordarme escenas de películas de la
ocupación nazi en Europa.
¿Y a ti no te ha afectado?, le
pregunto. “Este año la Circular Guéant, emitida por el gobierno, obligó a
rechazar 30 mil visas de estudiantes más que el año anterior, gente que cumplía
todos los requisitos pero que igual fue rechazada, hasta ahora yo me he
salvado, no sé si el año que viene”. Habla con total serenidad, pero en sus
ojos se ve que contarme es para él un acto de dignidad. La Circular que
menciona refiere al Ministro del interior francés, Claude Guéant, conocido por
sus medidas que incluyen, además de la agresión de sus reiteradas declaraciones
públicas xenófobas, la disminución de 30 a 15 actividades posibles de realizar
para solicitar visas de trabajo, e incluso agredir el espacio de libre
circulación europea, impidiendo que extra comunitarios pasen en tren desde
Italia a Francia.
En 2009, una investigación, realizada
y publicada por la Universidad de Lille, demostró que los inmigrantes, sumando
y restando, dejaban un saldo neto de ganancias económicas a Francia por más de
12.000 millones de euros anuales, además de innumerables otras contribuciones
sociales y culturales, llenando el vacío de población en áreas económicas
vitales como la construcción, el comercio, los servicios de aseo y cuidado, e
incluso los servicios médicos, donde más del 50% de médicos de los servicios
hospitalarios públicos en las periferias son inmigrantes. No importa. A alguien
hay que culpar de la crisis y descargársela, y qué mejor que los más
vulnerables. Esa parece ser, de hecho, la nueva consigna
oficial europea. ¿Qué harán los Estados latinoamericanos al respecto?
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