Bolivia - Neodesarrollismo o alternativa al capitalismo

Posted by Correo Semanal on lunes, octubre 24, 2011


Guillermo Almeyra
La Jornada, México, 16 y 24 de 2011
 
Primera Parte

La conquista del gobierno por una rebelión masiva obrera, campesina y popular, que impone un parlamento de mayoría indígena y un presidente uru-aymara cuya lengua materna es el aymara, no cambia el sistema social imperante en el país, su inserción en el mercado capitalista mundial ni el carácter del Estado. A pesar de todas sus consecuencias importantes sobre las relaciones de fuerza entre las clases y los sectores sociales -o sea, sobre el funcionamiento del Estado, que es expresión de la misma- no es, sin embargo, más que un momento en un proceso en el que todos los días hay que conquistar nuevos cambios sociales, so pena de recaer en lo que las movilizaciones quieren cambiar.

Nada está adquirido de una vez para siempre, nada está firmemente conquistado y el proceso revolucionario fundacional no mantiene siempre el mismo vigor y la dinámica inicial. Porque el capitalismo provoca, inevitablemente, la burocratización de los movimientos sociales y del equipo gobernante, el cual sólo puede escapar a los peligros profesionales del poder con un duro esfuerzo autocrítico y de renovación cultural.
En el caso de Bolivia se sobreponen y entremezclan tres revoluciones: la descolonizadora, por los derechos de los pueblos originarios, que son mayoritarios, y por la igualdad de ellos con los mestizos y blancos; la democrática y antioligárquica, por el pleno goce por las mayorías de los derechos que monopolizaba una minoría étnica y cultural, y por la creación de un estado de derecho y, por último, en germen, la anticapitalista, por un sistema social alternativo, la cual está presente en la historia boliviana en la generalización del poder dual y del poder popular frente al poder el Estado, incluso cuando éste contaba o cuenta con un gobierno ampliamente mayoritario (como el primero del MNR o el de Evo Morales).

La primera de esas revoluciones se apoya en el reconocimiento de que el Estado es plurinacional y, por tanto, en el establecimiento constitucional de una discriminación positiva en favor de los pueblos originarios, cuyas lenguas, culturas, usos y costumbres, y justicia popular, y cuya autonomía deben coexistir -con toda su diversidad- con la justicia, la legislación y el aparato estatal capitalista, que se proclama republicano y considera universales las leyes e instituciones del mismo que la revolución democrática intenta imponer.

Dada la subsistencia de la explotación capitalista de los trabajadores y oprimidos, por el capital internacional y sus agentes y socios menores, a cada rato reaparecen los gérmenes de la tercera revolución, la anticapitalista, bajo las diferentes formas de los órganos de poder de abajo que surgen como Estado en creación en los conflictos enfrentándose al gobierno del Estado central, que está guiado por las necesidades del desarrollo capitalista y por las exigencias de la economía mundial.

El gobierno está forzado a exportar minerales y productos agrícolas primarios para tener divisas para el funcionamiento estatal, la reducción de la miseria y la ignorancia, y el crecimiento económico del país. Mantiene así una política neodesarrollista, extractivista y una agricultura capitalista de exportación que choca con el hambre de tierras de la agricultura campesina y con la defensa de los bosques y los recursos naturales (agua, maderas, biodiversidad). Considera, por ejemplo, que es lógico y legal que los pocos dirigentes de una trasnacional minera o petrolera afecten gravemente el ambiente de todos, pero no que 10 mil indígenas, con su modo de vida no capitalista, se opongan al trazado de una carretera internacional que destruirá su territorio y les opone el consenso de los talamontes, cocaleros, pequeños comerciantes, funcionarios y clases medias mestizas o indígenas de las zonas integradas en el capitalismo a este plan en beneficio de los empresarios brasileños.

De modo que para el gobierno de aymaras y mestizos integrados, los guaraníes son salvajes que deben ser ignorados o reprimidos o, peor aún, los consideran tan atrasados que se dejan manipular siempre por Estados Unidos o los terratenientes. Este es el precio de teorizar la formación, como hizo el vicepresidente boliviano, de un capitalismo andino, o sea, la suma de una incipiente burguesía aymara que explota bárbaramente la mano de obra familiar y el trabajo semiesclavo para asegurarse una acumulación capitalista primitiva con el acuerdo con los dirigentes de los movimientos sociales (el MAS), que remplazan en los hechos a los ayllus comunitarios, porque éstos están en proceso de disgregación debido a la emigración y la urbanización. Quien trabaja para construir un capitalismo nacional diferente, cierra la vía a una alternativa al capitalismo y perpetúa en su país la dependencia, la explotación, la desigualdad, el atraso.

Como no es posible borrar del mapa a los pueblos originarios orientales ni tampoco crear una reserva natural en una parte del TIPNIS para que vivan allí en un área protegida, como viven los elefantes o los rinocerontes de Kenia, no hay otra alternativa que respetar la Constitución, aceptar la voluntad de los pueblos guaraníes, que no fueron consultados previamente sobre el trazado de la carretera, y modificar el trazado del proyecto para preservar el TIPNIS.

Una alternativa a las imposiciones económicas, políticas e ideológicas del capitalismo no es posible sin la participación consciente y voluntaria de los indígenas y de los indígenas-campesinos, los cuales deben sentir que son protagonistas del cambio y crecer con éste en una visión solidaria y a escala más vasta que su propio territorio, de la construcción de la unidad de las autonomías y las diversidades.

Segunda Parte

En Bolivia los campesinos-indígenas que producen para autoconsumo pero venden sus excedentes (y que pueden producir sea individualmente, sea en formas comunitarias de diverso tipo), los peones rurales y pastores, los pequeños mineros privados, los trabajadores mineros asalariados, los asalariados urbanos que trabajan en talleres semiartesanales o en las fábricas, en el pequeño comercio informal o formal, en los organismos estatales o instituciones privadas, coexisten con los indígenas de Oriente, que viven en comunidades autónomas basadas en el autoconsumo y que tienen relaciones muy laxas con el mercado, vendiendo a veces algunos productos, comprando algunos insumos y trabajando en ocasiones por salario.

La influencia de las ideas y valores capitalistas dominantes, en general, es mayor en las ciudades que en las zonas rurales, mayor en el altiplano que en la selva oriental, mayor entre los mestizos que entre los indígenas, mayor entre los aymaras de El Alto y de La Paz que entre los que aún viven en los restos de los comunitarios ayllus cerca de la frontera con Perú. En cuanto a la economía de Bolivia, es capitalista, extractiva y depende, como el país, de los cambios tecnológicos que se suceden en el capitalismo internacional, como se expresó en los ciclos sucesivos de la plata, el estaño, ahora el petróleo y el gas, el litio y las tierras raras, más la soya. El capital financiero internacional dirige esa economía y está entrelazado con los grandes burgueses nacionales, sobre todo de oriente. El Estado, que es debilísimo, enfrenta a multitud de otros poderes en germen, sea en los conflictos con los obreros y los indígenas-campesinos que lo desafían por motivos corporativos, sea en las luchas con los intentos reaccionarios de sectores capitalistas locales (terratenientes e industriales) de construir una autonomía regional semiseparatista.

Como en Bolivia, tradicionalmente, los puestos públicos se compraban, el gobierno debe combatir por igual la tendencia al uso particular de los recursos públicos, a la corrupción, al prebendarismo y al caudillismo. Al mismo tiempo, tiene que reducir el regionalismo, la visión provinciana y corporativa que sobrepone los intereses de cada gremio o sector a los del conjunto de explotados y oprimidos. La debilidad del Estado y la carencia de cuadros preparados del gobierno lo lleva, por otra parte, a imponer la dependencia de las empresas y capitales extranjeros o de las ONG con ellos relacionadas. Todo eso refuerza en su seno el jacobinismo centralizador y autoritario, el decisionismo verticalista, la concentración del poder y la tendencia a tratar de unificar a la población recurriendo fundamentalmente a una retórica nacionalista similar a la de Bush-Villarroel y del MNR de 1952, que el gobierno presenta y decora con una salsa indigenista tipo new age, en buena parte inventada, para tratar de juntar aymaras, quechuas, urus, guaraníes y otras etnias chaqueñas o los pueblos amazónicos.

Al mando efectivo del mercado mundial y del capital internacional y sus imposiciones, el Estado boliviano, como el de otros países dependientes, opone esencialmente un voluntarismo neodesarrollista, buscando a toda costa divisas fuertes para que la cadena que lo apresa sea más liviana y más larga. ¿Cómo combinar el desarrollismo y el extractivismo heredados y necesarios en una primera fase de transición hacia la independencia económica y política con el desarrollo de políticas que fomenten una producción y un consumo alternativos a los del capitalismo? En primer lugar, no dándose el objetivo de desarrollar un capitalismo bueno, andino-amazónico, porque ese animal no existe y, en cambio, se crea un monstruo. En segundo lugar, respetando las formas no dañinas de utilización de la naturaleza (los cultivos en el bosque y la caza y pesca en éste, la pequeña ganadería, la pequeña minería, el artesanado tradicional, la economía campesina basada en la producción combinada de cereales, tubérculos, frutas, legumbres y hortalizas y la cría de animales de traspatio). En tercer lugar, con una reforma agraria que no destine las tierras de Oriente al monocultivo capitalista de soya para exportación o a la exportación de maderas preciosas, sino al asentamiento de familias campesinas del altiplano que de todos modos serán corridas de allí por la falta de agua. Además, desarrollando el cooperativismo, el espíritu de colaboración comunitaria o colectiva y respetando la voluntad de los indígenas, sean ellos campesinos o no, y de las poblaciones rurales, así como los diversos tipos de autonomías que les garantizan las leyes, en vez de decidir todo desde La Paz.
El conflicto con los pueblos del Chaco y del Beni, y con los guaraníes, por ejemplo, provino de un atropello: no hubo consulta previa, como fija la Constitución, en el trazado de la carretera que atravesaría su territorio. Y, tras obligarlos a iniciar una marcha de protesta de 650 kilómetros a pie, desde la selva hasta el altiplano, siguió con otro atropello aún peor, o sea, con las declaraciones de que la carretera se haría sí o sí y con la salvaje represión policial y las falsas negociaciones con un puñado no representativo de gente del TIPNIS.

Si ahora los marchistas son recibidos multitudinariamente en La Paz y si Evo Morales debe negociar con ellos allí y no en el TIPNIS, es porque no hubo consulta previa sino un intento de imponerles, como en el caso del gasolinazo, las decisiones inconsultas y arbitrarias del gobierno y del mercado. Si un problema técnico se transformó en un caso político grave es porque el gobierno no entiende que el carácter plurinacional del Estado y la Constitución resultante de las luchas no pueden ser ignorados ni rebajados al nivel de la retórica y de los ritos new age, sino que son vinculantes. Las políticas económicas dependen del consenso y de la estabilidad política, y no éstos del éxito de aquéllas.