Oportunista capitalismo salvaje o de cómo enriquecerse con guerras, desastres y enfermedades

Posted by Correo Semanal on sábado, julio 02, 2011


por Adán Salgado Andrade


Como ya he referido en otros trabajos, el capitalismo salvaje siempre está a la caza de la mejor oportunidad para hacer una buena ganancia, aunque para ello destruya sociedades, países, medio ambiente, mares, tierras, mate de hambre al 70% de la humanidad … todo con tal de que su cada vez más crónica y difícil perpetuación siga adelante, a pesar de las profundas crisis y graves problemas que a diario presenciamos. Por ejemplo, las revueltas sociales que se están desarrollando en países como España, Grecia, Inglaterra, Francia y hasta en los mismos EU, países que en otros tiempos alardeaban de ser supuestamente ricos, demuestran las fallas cada vez más profundas de este sistema que sólo beneficia a unos cuantos barones del dinero y a las corporaciones que han maniatado a todo el planeta a su propia conveniencia (en EU, por ejemplo, el centro del capitalismo mundial ya hay un buen porcentaje de personas que pasan hambre). Lo peor es que se siguen tomando como modelo de desarrollo capitalista a países que aparentan ser “milagros” económicos, pero que ya comienzan a sufrir las inevitables consecuencias de los desequilibrios económicos provocados por el capitalismo salvaje, como es el caso de China, país que ya empieza a experimentar fenómenos como inflación, desaceleración, destrucción anárquica de sus recursos naturales, hambrunas, descontentos sociales, entre otros problemas, además, claro, de que sigue teniendo millones de pobres viviendo en el campo y en las ciudades (ver en este mismo blog mi trabajo “El sobrevalorado crecimiento económico chino”).
Voy a exponer tres casos concretos en los que el principio de oportunidad capitalista está presente, sin importar las consecuencias que el desarrollo de ciertas actividades lucradoras puedan tener en la sociedad o, peor aún, sin importar si son o no éticas, todo sea con tal de ganar muy buen dinero, hacerse rico en poco tiempo y figurar en las listas anuales de los mayores millonarios del mundo publicadas por Fortune o Forbes, como veremos.
Voy a referirme primero a la “singular” historia de dos muchachos estadounidenses, muy jóvenes, que casi se hicieron ricos dedicándose al muy lucrativo negocio del tráfico de armas. Este par de muchachos, David Packouz y Efraim Diveroli, son los típicos chicos clase medieros problema, pues el primero abandonó la “high school”, en tanto que el segundo intentó estudiar una carrera universitaria, pero al poco tiempo se salió. Packouz fue enviado a Israel por sus padres, para supuestamente corregirse, pero se volvió un adicto a la marihuana y otras drogas. Diveroli, por el estilo, dejó la escuela pues se entusiasmó mucho cuando un tío lo invitó a vender armas en un negocio que éste poseía, luego de lo cual, el chico decidió establecer su propio negocio. Ambos muchachos se conocían desde la “high school”, pero habían dejado de verse. Sin embargo, tuvieron un muy feliz reencuentro en el año 2005, durante el cual Diveroli le platicó de su negocio de armas a Packouz, diciéndole que además necesitaba un socio y que éste, su viejo amigo, le parecía el candidato idóneo. “Necesito a alguien  de mucha confianza”, le dijo Diveroli, y le confió que vendiendo armas había amasado ya una “pequeña fortuna” de ¡un millón ochocientos mil dólares!, algo que dejó muy gratamente sorprendido a Packouz, quien había pensado que unos cien mil o doscientos mil dólares quizá era lo que tuviera su gran amigo, pero no cerca de ¡dos millones de dólares”. Packouz aduce que las razones para entrarle al “lucrativo negocio” fueron que: “Yo iba a hacerme de buenos millones, pero nunca pensé dedicarme al tráfico de armas toda la vida, no, pero sí me fascinaba estar en un negocio que podía decidir la fe de las naciones”. O sea, que Packouz, de sólo 25 años en ese entonces, además de quererse hacer rico en muy poco tiempo (el objetivo de casi cualquier joven estadounidense promedio), se quería también sentir una especie de Dios, ¿qué les parece? En cuanto a Diveroli, 21 años en ese entonces, abiertamente declaraba que a él no le importaba si las guerras eran justas o no y si mucha gente, incluso inocente, moría. “Sí, yo sé que me van a decir que mi país mete las narices en donde no le importa, pero así es la cosa. Y si con eso yo hago muy buenos negocios y varios millones, ¡pues sean bienvenidas las guerras injustas!”. Y por ello apoyaba al partido republicano, pues, agregada Diveroli, “los republicanos son los que más guerras han hecho, menos que los idiotas de los demócratas, así que por eso soy republicano, para apoyar a que mi país le entre a cuanta guerra haya, sea o no injusta, con tal de que yo tenga muy pronto mis primeros diez mil millones de dólares y derrote a los grandes de las armas”. Así que con ese tipo de declaraciones, es evidente que ambos jóvenes lo que menos podían tener era escrúpulos (su perfil es el de los clásicos “self made” estadounidenses, que han hecho sus fortunas incluso delinquiendo). Rentaron un departamento, se compraron un par de laptops, dos celulares y línea a Internet y, muy gustosos y entusiastas, se pusieron a trabajar:
Diveroli aprovechó que tras las invasiones de EU, primero a Afganistán, en el 2001, y luego a Irak, en el 2003, ante los crecientes gastos militares que ambas implicaban (y siguen implicando), el inepto y beligerante Bush, junto a sus “halcones guerreros”, decidieron también aplicar al Pentágono, su agencia militar, el principio de la eufemística “libre competencia capitalista”, abriendo licitaciones para que empresas fabricantes de armas y/o comerciantes de éstas, participaran en ese muy lucrativo negocio, con tal de que, razonaban Bush y sus secuaces, los costos de sostener tan caras invasiones bajaran lo más posible. Lo de “bajar los costos”, en realidad fue un simple pretexto, pues el hecho fue que se aumentó aún más el gasto militar,  que fue de $145,000 millones de dólares en el 2001, a $390,000 en el 2008, con tal de “estimular” al sector militar que, aducen siempre los gobiernos estadounidenses, es gran “generador de empleos” (esa premisa es falsa, pues se podría apoyar a otros sectores más productivos y, esos sí, realmente benéficos para la humanidad, como las actividades agropecuarias, por ejemplo, o la reforestación de bosques y áreas verdes).
Así que con eso de licitar la venta y distribución de armas, Bush en realidad sólo benefició a decenas de “pequeños armeros”, quienes también, si así lo deseaban, podían surtirle armamento al ejército y armadas estadounidenses, así como hacen grandes corporaciones como General Dynamics o Raytheon. Justamente eso fue lo que aprovecharon Diveroli y Packouz, quienes fundaron AEY Inc., y se aplicaron a tratar de conseguir los mejores contratos, a ver en dónde podían comprar las armas más baratas, cómo transportarlas al más bajo precio posible… y así, actuando como verdaderos “señores de la guerra”, poco a poco fueron ganando contratos y surtiendo de armas a los mercenarios iraquíes y afganos, aliados a los estadounidenses, quienes supuestamente “combatían” a los grupos insurgentes en Afganistán e Irak. Diveroli y Packouz se hacían de las armas usadas y municiones que países de la antigua Yugoslavia o de la desaparecida Unión Soviética habían acumulado por muchos años, y de las cuales poseían millones y estaban siempre dispuestos a venderlas muy baratas, “de oferta”, pues, con tal de sacarles algo de dinero a sus vejestorios. Y es que las condiciones que exigía el Pentágono eran mínimas, pues se requería que tanto armas, como municiones fueran útiles, no importaba el calibre o el lugar de fabricación, incluso si eran chinas, las cuales estaban “prohibidas”, no por su mala calidad, sino porque había un embargo de armas chinas desde los sucesos de Tianamen, pero si se hacía con discreción, hasta ésas se permitían (además, razonaba Diveroli, y eso se los decía a los funcionarios del pentágono que le otorgaban los contratos, con respecto a las malas armas chinas, que al fin que no eran para soldados estadounidenses, sino para simples árabes, así que “para qué les compramos bueno”, decía, cínico).
Como Diveroli era todo un experto en regatear, además de que tenía muy buenas relaciones con otros traficantes y hasta contrabandistas de armas (del tipo del personaje que interpreta el actor Nicholas Cage en la cinta “El señor de la guerra”, basada en un armero contrabandista ruso, recientemente arrestado), siempre consiguió muy bajos precios, con lo que podía obtener a veces hasta tres veces lo invertido. Y fueron creciendo tanto sus ventas, como sus sueños de muy pronto juntar sus primeros diez mil millones de dólares y cotizar en las grandes firmas bursátiles de Wall Street… pero para su desgracia, sólo se quedaron en ochenta y cinco millones, pues su desmedida ambición, sobre todo de Diveroli, que ya no quería pagarle a su “amigo” la parte de sus ganancias, así como las prácticas ilegales en que incurrieron (por ejemplo, se comprobó que no pagaban impuestos, que sobornaban a funcionarios de otros países, con tal de que les dieran mejores precios por la bélica mercancía, que se asociaron con contrabandistas, incumplieron contratos… entre otras “irregularidades”), provocaron que un buen día de agosto del 2007, apenas escasos dos años después de su “sociedad”, agentes del FBI y del ISR irrumpieran al departamento que usaban como su “compañía” y les confiscaran todo. Y a la cárcel fueron a dar, a pesar de tener ese espíritu “self made” estadounidense, de si fuera preciso hasta asesinar, con tal de volverse inmensamente ricos (indirectamente lo hacían, al vender armas).
El segundo ejemplo que doy es con respecto a las tragedias que los desastres naturales traen aparejadas, como son inundaciones por huracanes, terremotos o tsunamis, por citar algunos. Y tomo como ejemplo el caso de Japón, nación que a principios de este año sufrió un terremoto tan intenso, cuyo epicentro, en el mar, provocó también un maremoto que generó potentes tsunamis, los cuales barrieron con aproximadamente diez por ciento del territorio japonés en sus litorales. En Youtube pueden verse varios videos en donde se muestra la forma en que intensas corrientes de agua marina devastan grandes zonas urbanas, arrastrando embarcaciones de todo tipo, fábricas, comercios, casas, puentes, postes y autos como si fueran de juguete.
Y las imágenes posteriores son desoladoras: una niña llorando en medio de las ruinas de lo que fuera su casa y todo un barrio residencial; zonas industriales y urbanas reducidas a desordenados escombros, como si hubieran sido bombardeados por muchas horas y así por el estilo (como las imágenes que pueden verse después de los infames bombazos de Hiroshima y Nagasaki).
El problema adicional a los ya de por sí graves, de cientos de personas muertas (se calculan más de 23,000 entre muertos y/o desaparecidos), la devastación de varias ciudades portuarias, de autopistas, de puertos, puentes, destrucción de embarcaciones, de miles de casas, edificios e industrias… es que también se afectó el sector energético, pues plantas nucleares como la de Fukushima resaltaron severamente dañadas y dejó de operar, ya que, en pleno litoral, se diseñó sólo para resistir olas de 3 metros y no de más de diez metros, como fue el caso, lo que ha puesto en entredicho la supuesta rectitud y honestidad de algunos funcionarios japoneses, pues es claro que haber consentido algo tan irresponsable, de no cumplir con normas más estrictas de diseño, sobre todo en un país tan sísmico como Japón, es producto sólo de tolerada, discreta corrupción.
De todos modos, aún con las medidas de seguridad pertinentes, el caso japonés, casi totalmente dependiente de la energía nuclear, ha expuesto los potenciales peligros que la generación de electricidad con reactores nucleares trae implícitos, pues aunada a la desactivación de algunas de las plantas nucleares por los daños, aunque menores, que sufrieron, está el peligro mucho mayor, posterior al terremoto y al maremoto mismos, que es la radiación que ha seguido emanando en la destruida planta de Fukushima y que provocará daños a la salud en el corto y mediano plazos de la población circundante e incluso más alejada del sitio, además del agua contaminada con altos niveles de radiación, empleada para enfriar el reactor, que se ha estado arrojando al mar, lo que también repercutirá no sólo en el ecosistema marino de dicho país, sino en el resto del planeta.
Se calcula que los daños en infraestructura urbana, industrial, portuaria y doméstica ascienden a casi 300,000 millones de dólares, pero además la reconstrucción puede llevarse hasta diez años en algunos casos (suponiendo que antes no se produzca otro terremoto de igual o mayor magnitud). La industria automotriz resultó severamente afectada y sólo algunas plantas de las principales empresas – Toyota, Honda, Nissan, Mazda, Mitsubishi –, han comenzado a operar, así como las compañías de productos electrónicos, como Sony, Hitachi, Toshiba, entre otras. Y es que tanto por las plantas nucleares que han sido cerradas, así como por el cuestionamiento de los potenciales peligros que generar energía de esa forma acarrea, se ha reducido la producción de electricidad. De golpe, se calcula que dicha reducción fue de 30%. Las consecuencias son que el estilo japonés, también muy derrochador de energía, así, muy a la manera estadounidense, de ciudades muy iluminadas, como Tokio, así como Las Vegas, de momento quedó atrás, pues con trabajos si se tiene energía para las necesidades domésticas e industriales más urgentes, pero los apagones frecuentes varias veces por día son cotidianos, además de que 1.3 millones de hogares se quedaron sin electricidad (en esta época de caluroso verano, se está aconsejando a todos los empleados dejar sus elegantes ajuares para usar camisas o blusas ligeras y sandalias, pues el aire acondicionado de oficinas casi es inexistente).
Por tanto, la urgencia japonesa por reactivar su producción energética, a como dé lugar, ha sido tema de “jugosos negocios” por venir.
Por supuesto que está la reconstrucción misma de toda la infraestructura urbana e industrial devastada, que, como ya mencioné, podría ascender hasta a $300,000 millones de dólares, conservadoramente hablando. Pero para ello es necesario antes reactivar al sector eléctrico, y es cuando el “principio de oportunidad” del capitalismo salvaje está, como en todo momento, por trágico que sea, siempre presente. Varios oportunistas, expertos en especulación bursátil, en especial el señor Keith Fitz-Gerald, vaticinan que Japón tendrá que recurrir al energético alternativo que ya está teniendo cada vez más demanda y que, por lo mismo, tanto sus costos de producción, así como de transporte, están subiendo mucho por estos meses. Me refiero al gas natural licuado (LNG, liquefied natural gas), que a decir de Fitz-Gerald, es ya la nueva panacea energética. El gas natural es otro de los productos extras que se extraen de los pozos petroleros, es, digamos, el vapor del crudo, pero también se origina por otras fuentes, tales como depósitos de carbón de piedra, en los fondos oceánicos y hasta en el llamado permahielo (como se denomina a la capa de hielo más antigua y dura de los polos, la que, por desgracia, con el calentamiento global, ya se está también derritiendo), que lo ha mantenido atrapado por millones de años. Se compone principalmente de metano, gas que ya es empleado como energético en varias aplicaciones (por ejemplo en el combustible metanol) y se calcula que sus reservas pudieran incluso duplicar a las existentes de combustibles fósiles, tales como el petróleo, con las que se cuenta actualmente, así que representa un supernegocio, a decir de los oportunistas y especuladores. Fitz-Gerald predice que Japón sustituirá hasta el 86% de su generación de energía eléctrica con LNG y aconseja a los ávidos inversionistas, deseosos de obtener muy buenas, prontas y altas ganancias, que inviertan su dinero en todo cuanto se refiera al gas natural, o sea, instalaciones, refinación, procesamiento, transporte… y no sólo indica que eso va a suceder en Japón, sino que en vista de la merma que están sufriendo gran parte de las reservas petroleras, pues será el energético alternativo y su empleo aumentará en los años venideros. Evidentemente el costo del gas natural aumentará, debido a la creciente demanda (por ejemplo, Indonesia, que es el tercer exportador mundial de LNG, ya suscribió nuevos contratos con Japón para enviarle otros 21 cargamentos extras de ese necesitado energético en este mismo año), sobre todo, como dije antes, tanto por las necesidades energéticas de Japón durante esta emergencia, así como porque la energía nuclear, a la vista de muchos analistas y expertos mundiales, es vista cada vez menos como una solución a nuestra voracidad energética, y su producción será marginal (en casi todos los países con reactores nucleares, se están repensando los nuevos proyectos nucleares que estaban por construirse, incluso en aquéllos muy inclinados a tal energía, como EU, Alemania o Francia y están viendo como una seria alternativa el LNG). Y es por el costo tan alto que tendrá el gas natural, que se ve “viable” su explotación a mayor escala, y con ello, a los especuladores frotándose las manos por las altas ganancias que devengará el invertir en las actividades asociadas a su producción (aunque son estúpidamente miopes, pues ello redundará en un encarecimiento de toda la actividad económica y un nuevo factor de crisis de este crónicamente enfermo capitalismo salvaje). Así que, insisten Fitz-Gerald y otros “expertos bursátiles”, que los ávidos inversionistas le entren con su dinero a todo cuanto tenga que ver con el gas natural licuado.
Y también, dada la carestía en el valor que todos los energéticos, incluido el petróleo y el LNG, están experimentando, se hace “rentable” que se exploten otras fuentes energéticas, consideradas no hace mucho inviables, por lo costoso de su procesamiento, además de ser muy contaminantes, pero esto no importa, seguir dañando a la ecología del planeta (ver en este mismo blog mi artículo: ¿Más energía o más desperdicio?). Incluso las llamadas energías verdes ya se están dejando de lado, con el pretexto de que no servirán mucho para satisfacer las engullidoras e insaciables necesidades energéticas de corto y largo plazo (EU, por ejemplo, está por retirar, bajo esta lógica, el subsidio que da a las empresas que se dedican a la tecnología para aprovechar la luz solar, así que muchos de esos proyectos de investigación y fabricación se irán a la basura). 
Una de esas “alternativas energéticas” es el esquisto (shale), piedra mineral aceitosa que contiene kerógeno, un compuesto orgánico aceitoso, el cual, mediante un costoso y complicado método llamado Petrosix, inventado en Brasil (que desde 1954 ha procesado el esquisto), se transforma en aceite líquido y otros compuestos, uno de los cuales es el llamado gas de petróleo licuado (LPG), que igualmente puede ser empleado como el LNG que menciono arriba. Pero también el esquisto tiene su cuota de perjuicios y uno de ellos es que es incluso más contaminante que el carbón mineral usado actualmente (como en China, razón por la cual, muchas de sus ciudades están entre las más contaminadas del mundo, porque casi toda la electricidad se produce con base en dicho carbón). Es decir, los problemas de contaminación ambiental, que ya de por si tenemos, generados por la producción presente de millones de toneladas de tóxicos gases de efecto invernadero, que están calentando al planeta, crecerán exponencialmente, al incrementarse también exponencialmente la producción de dichos gases, conforme las reservas de esquisto se vayan empleando. Por otro lado, resulta que el complicado proceso Petrosix emplea igual o mayor cantidad de energía que su eficiencia energética (este término se refiere a la cantidad de energía que se emplea para crear una fuente energética, así que si se gasta más energía en crear una nueva energía, pues no tiene entonces caso, como sucede con el esquisto. Es algo que también sucede con el hidrógeno empleado en las llamadas celdas de combustible, que se gasta más energía en obtenerlo que la que rinde dicho gas. Ver mi ya mencionado trabajo: ¿Más energía o más desperdicio?).
Otra “alternativa” energética que ya también tiene enjugándose la boca a los ávidos inversionistas por las potenciales “futuras ganancias” son las tierras aceitosas (yo las llamo tierras enchapopotadas), que son arenas saturadas en forma natural de un aceite orgánico llamado betún (bitumen), que también pueden ser explotadas, claro, a un muy alto costo e igualmente son muy contaminantes al emplearlas (me parece que aprovechar hasta ese tipo de reservas muy caras y contaminantes de energía fósil, es como si se nos cayera un frasco de mermelada y con tal de aprovechar hasta la última gota de aquélla, nos pusiéramos a lamer el piso, sin importar que nos cortáramos la lengua por los vidrios rotos, mezclados. Así es la avaricia dentro del capitalismo salvaje). Las mayores reservas naturales están en Alberta, Canadá, y ya varias empresas, petroleras incluidas, como ExxonMobil, les están echando el ojo.
En ambos casos, tanto en el esquisto, como en las tierras aceitosas, como dije, el oportunismo salvaje capitalista está viendo futuras, muy codiciadas ganancias. Personas como el supuesto gurú Tim Cejka “recomienda” a esos ávidos inversionistas a que metan su dinero en todo lo relacionado con el esquisto, pues dado que EU posee alrededor de entre el 60 y 70% de las reservas mundiales de dicho mineral, se jacta de que “¡si usted invierte en estos nuevos paraísos energéticos, podría estar duplicando su dinero en los próximos diez meses, se lo garantizo!”. Como se ve, no hay ninguna otra consideración para estos inescrupulosos hacedores de dinero, ni más contaminación, ni más destrucción natural, ni más enfermos en el mundo, ni más calor, ni más sequías… no, nada de eso importa, sólo importa que se aprovechen desgracias o escasez de lo que sea, con tal de llevarse varios buenos millones al bolsillo… y todo con el contubernio, sin objeciones, de gobiernos blandos, al puro servicio de los barones de las corporaciones y del dinero.
Y me referiré ahora al tercer punto en el que el principio de la oportunidad especuladora está antes que el propio beneficio que pudiera generarse de lo que voy a narrar. Se trata de una nueva droga contra el cáncer que se ha calificado como “la droga milagrosa” por los ávidos corredores de Wall Street. Bautizada como PCU (Programmed Cell Destruction, destrucción programada de células), ha sido desarrollada por una pequeña compañía farmacéutica  ubicada a 56 kilómetros de la capital estadounidense, Washington, y no se ha revelado su nombre porque los corredores de bolsa la están recomendando sólo a “muy contados clientes”, para que sean los primeros en aprovechar el “boom” y se hagan de rendimientos que, se asegura, ¡pueden ser de hasta un 2000%! “¡Imaginen ustedes que puede multiplicarse su inversión hasta en 20 veces, gracias a esta droga milagrosa, tomen en cuenta que cada tratamiento contra el cáncer cuesta $10,000 dólares en promedio y hay 12 millones de personas con cáncer, sólo en los EU, así que hagan sus cuentas!”,  se publicita en “información exclusiva” dirigida a los potenciales interesados en adquirir acciones de la empresa en cuestión. Y es que la supuesta “droga milagrosa”, se dice, ataca el cáncer de una forma distinta a cuanto medicamento anticancerígeno haya existido antes, pues logra que las células T, que son los anticuerpos encargados de atacar a los patógenos invasores, no sean “engañados” por los sistemas de evasión que poseen las células cancerígenas y se peguen a éstas, a las que les inyecten su sustancia destructora y lo sigan haciendo así, hasta acabar con todas. Y aunque actualmente se recomienda sólo para combatir la leucemia y ciertos linfomas, al parecer puede hacerlo con cualquier tipo de cáncer, e incluso combatir otros males, tales como artritis o lupus, de acuerdo con los reportes que la propia empresa ha emitido, cuyas acciones se cotizan actualmente en 7 dólares, pero podrían llegar a valer hasta $140 dólares, si su producto resulta ser tan bueno como se presume.
Como puede verse, no les importa a los hacedores de dinero el hecho de que la droga pudiera ser tan efectiva y novedosa al atacar el temido cáncer, como ningún otro tratamiento lo ha hecho antes (de ser realmente cierta su efectividad), ya que incluso, se alardea, es capaz de combatir cáncer en fases terminales. No, eso no interesa, sino sólo que es una “¡fabulosa oportunidad de multiplicar $5,000 dólares en $100,000 dólares!”. Y de acuerdo con esta especuladora, mezquina “lógica”, a mayor número de enfermos que adquieran la droga y se curen, mayores serán las ganancias.
Así que, pensemos por un momento, si de entre los propios ávidos inversionistas hubiera algunos con cáncer, ¿podrían ser al mismo tiempo pacientes e inversionistas?, que dijeran “¡me curo y gano mucho dinero al mismo tiempo!” Aunque en este muy deshumanizado, materialista sistema en que vivimos, hasta esa posibilidad puede darse.
Pero quizá lamentarían esos ávidos inversionistas cancerosos tener que descontar de sus “jugosas ganancias” el precio del tratamiento, ¿no creen?

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