EL MITO DE LA IZQUIERDA EN CHILE.

Posted by Correo Semanal on miércoles, noviembre 17, 2010

Por Hernán Montecinos


Últimamente, se han publicado una serie de artículos lanzando ideas acerca de cómo tendría que ser el mejor modo de empezar a reconstruir la izquierda que, como sabemos, se encuentra invisibilizada en el escenario político-social de nuestro país. Se dice, no sin razón que la izquierda -si es que ésta existiera- estaría pesando menos que un paquete de cabritas.

Muchas de estas opiniones si, bien es cierto, son plausibles de tomarlas en cuenta, sin embargo, en mi opinión, la mayoría de ellas, adolecen de un gran fallo: parten de la idea que esta reconstrucción tendría que hacerse, necesariamente, a partir del Partido Comunista y de la misma Concertación.

Como sabemos el lenguaje político introducido en el imaginario social de nuestro país, han hecho creer que es en estos referentes donde se encontrarían representadas las genuinas ideas de izquierda; un supuesto que, de ningún modo, en lo personal, podría estar de acuerdo. Pienso que cualquier propósito de reconstrucción de la izquierda, a partir de la premisa de este supuesto, estaría condenado al fracaso.

Y como toda opinión, para que no parezca antojadiza hay que fundamentarla, paso a enumerar hechos y circunstancias en los que avalo mi particular punto de vista sobre el tema:

El Premio Nacional de historia, Gabriel Salazar, en una reciente entrevista por TVN afirma que “en Chile la izquierda no existe”.

Y no deja de tener razón, porque si bien el Partido Comunista, hasta hace poco, fue un inequívoco bastión representativo de la izquierda, hoy esa imagen carece de sentido darla por cierta. Los últimos hechos políticos han dejado al descubierto un giro en 180 grados de la tradicional política que caracterizó al Partido Comunista desde sus orígenes.

Aventuro mi tesis, ni más ni menos, porque el Partido Comunista, de un tiempo a esta parte, ha venido siendo cooptado por el sistema que hasta el día de ayer declaraba como su principal enemigo y, para más peor, ha terminado por transformarse en una especie de vagón de cola de la Concertación. También, está el hecho de romper con su tradicional política de alianzas que lo hacían privilegiar, en los procesos electorales, pactos con movimientos y partidos que pertenecían inequívocamente al mundo de la izquierda.

Cierto es que, individualmente, habemos no pocos que sentimos, anhelamos y actuamos dentro del espíritu que le es consustancial a la izquierda, pero ello no quiere decir que la izquierda como tal, exista orgánicamente como actor que tenga cierto peso dentro de la sociedad chilena. Existen grupos y pequeños movimientos afanados por formar un gran referente político de izquierda. Sin embargo, pese a todos los empeños, tales propósitos han resultado fallidos.

El último gran intento lo fue el Junto Podemos pero, como sabemos, en el mismo momento en que sus objetivos empezaban a tomar vuelo, el Partido Comunista, contrariando los esenciales acuerdos de dicho conglomerado (un ente alternativo a la Alianza y la Concertación), en menos que canta un gallo, en la undécima hora, con un oportunismo que dejó boquiabiertos a todos, se desmarcó de tal proyecto para pasar a formar acuerdos con la Concertación, ni más ni menos, la principal responsable de la profundización del sistema neoliberal en nuestro país, un conglomerado que se distinguió por cohabitar permanentemente con la derecha, dándole golpes muy duros a los anhelos y pretensiones de la izquierda chilena.

Se dice no sin razón que “la Concertación y la Alianza unida, jamás serán vencidas”. En efecto, se ha sucedido una especie de dominó político; primero, la Concertación cooptada por la derecha, y ahora los comunistas cooptados por la Concertación. Así vamos, de cooptación en cooptación. A decir verdad todo un desastre, un panorama muy negro para los propósitos de los anhelos de la izquierda chilena y de todo el pueblo en su conjunto.

El descuelgue del P.C representó un quiebre significativo en los intentos de unificación de la izquierda que se venía gestando pacientemente desde hace años. Y si bien el P.C. entregó sus razones para así hacerlo, igual quedó flotando en el ambiente el cuestionamiento, desde la izquierda, a tal acuerdo. Por lo demás, el mismo P.C corre sus propios riesgos al haber elegido como compañeros de ruta a la Concertación, en desmedro de los partidos y movimientos de izquierda.
Galina Serebriakova, escritora rusa, en su hermoso y fascinante libro “La novela de Carlos Marx”, implícitamente, deja entrever este riesgo:
”¿Cuándo es lícito un compromiso, y cuándo se convierte en infamia, en traición a los camaradas de lucha y a uno mismo?
¿Dónde está el límite de lo que un revolucionario puede aceptar en sus relaciones con el enemigo?
Esa línea divisoria es tan sutil, que uno puede caer del otro lado sin advertirlo”

En efecto, el P.C. al privilegiar resultados inmediatistas (elección de 3 diputados), no midió los riesgos que tendrá que enfrentar a mediano o largo plazo. Las nefastas consecuencias que han sufrido los otrora poderosos comunistas italianos, francés y español, al adoptar similar vía de pactos o acuerdos, han terminado por pasarles la cuenta: hoy desplazados, invisibilizados de la vida política en sus respectivos países.

Y no es que no esté de acuerdo con que los comunistas tengan representación en el parlamento; al contrario, hace rato ya que deberían haberlo tenido, incluso en una proporción mayor aún. Lo malo está la forma en que llegaron, no por la puerta ancha, sino por el patio trasero. De paso, un parlamento que por su esencia y el modo como se elige es poco representativo y antidemocrático, los comunistas –quiero creer, involuntariamente-, se han prestado como testigos de fe para lavarle tal imagen ante la opinión pública internacional.

Nuestro insigne poeta e intelectual, Armando Uribe, Premio Nacional de Literatura, va más lejos aún cuando en una especie de sentencia admonitoria, nos advierte: “Chile no existe”. Una fuerte y potente metáfora que, implícitamente, viene a reforzar la idea fuerza que hay en la afirmación de Gabriel Salazar, que en Chile la izquierda no existe.

Más aún, nuestro poeta no se queda en chicas, cuando en reciente entrevista en el periódico “El ciudadano”, con su potente y grave voz nos lanza toda su indignación a la cara “siento vergüenza de ser chileno”. Sin duda, una indignada exclamación, motivado quizá por el recargado ambiente de derecha (y de la más dura) que se respira en nuestro país, y por las vueltas de carnero y traiciones que como espectáculo nos ofrecen a diario los políticos. Y a no olvidar también, por la evidente paralogización de una izquierda que, en el espectro político, aparece hoy como fantasmagórica, perdida entre la bruma de los puros juegos virtuales, es decir, como si no existiera.

A veces, en tiempo de crisis, es bueno poner atención a lo que nos dicen nuestros intelectuales, antes que a la de los políticos que nos tienen cansados con sus mentiras, chácharas y empalagosa charlatanería.

Ahora bien, se confunde el hecho que si bien, no pocos sentimos y actuamos con los valores que le han sido inherentes al mundo de la izquierda, ello no quiere decir que nos encontremos representados institucional, política y socialmente en la sociedad neoliberal que habitamos. El hecho que existan en el parlamento 3 diputados comunistas no quitan ni ponen a la realidad evidente de este hecho, al contrario la institucionalidad fascista que se nos ha impuesto viene a ser aceptada y refrendada ahora, ni más ni menos, que por el propio partido comunista que, se suponía, era su mayor detractor.

Ahora bien, lo peor que le ha sucedido a la izquierda es el surgimiento de la Concertación. En un comienzo sus fines y utilidad quedan fuera de toda duda (poner fin a la dictadura). Sin embargo, una vez fuera el dictador, su sombra siguió imperando al quedar intacta su institucionalidad de corte fascista. Quizás el único cambio que logró alcanzar, fue terminar con los senadores designados y rescatar las atribuciones presidenciales para nombrar a los comandantes en jefe de las fuerzas armadas. Eso sería lo único, en lo demás nada de nada; al contrario, reafirmó y consolidó aún más los enclaves institucionales, incluida la propia Constitución pinochetista, bendecida y santificada, nada más y nada menos, bajo la propia firma del ex presidente “socialista” (¿), Ricardo Lagos.

Entonces, por más que la Concertación haya querido revestir con cosmética la Constitución pinochetista, impuesta a sangre y fuego, está quedó incólume en sus principios básicos esenciales. A decir verdad, la Concertación nunca tuvo coraje, ni menos, voluntad política, para cambiar nuestra carta fundamental, quedándose enredada en una sonsa “política de los acuerdos”, que a la postre significó no cambiar nada de lo sustantivo que había en ella.. Lo único que quedó claro, con la política de los acuerdos, es que el pueblo siguió jodiéndose, una vez más, como siempre, desde el año 1973 hasta nuestros días. No se ha dejado espacio, ni la mínima posibilidad de hacer cambios estructurales en una institucionalidad retrógrada y de evidente corte fascista. Peor aún, la Concertación no sólo aceptó dicha institucionalidad,, sino terminó por tomarle gusto, usufructuando de las prebendas que ésta generosamente ofrecía a la élite política. Terminaron por conformase, refocilándose en sus intrincadas y complejas redes.

Y eso no sería todo, las cosas no llegaron solamente hasta ahí. Una permanente y constante política de reafirmación del sistema neoliberal siguió imperturbable su curso bajo la administración concertacionista. Aventada toda posibilidad de cambio en las estructuras institucionales, no se ha dejado espacio ni tan siquiera para posibilitar la renacionalización de nuestra principal riqueza el cobre, cada vez más entregada su explotación a la voracidad del capital extranjero. Tampoco nada se hizo y nada se avanzó para volver hacer de la educación y la salud un bien común social, antes que un instrumento puramente mercantil y trampolín para los puros negocios. La misma suerte corrieron bienes sociales tan importantes como la luz y el agua potable; peor aún, se pasaron al área privada otrora bienes sociales como avenidas y carreteras, sin olvidar que la presidenta Bachelet, antes de dejar su cargo, para no ser menos, dejó todo armado para privatizar las aguas de mar, a lo menos, en lo que dice relación en su zona costera.

Ni que hablar de una reforma tributaria, instrumento esencial para desde allí poder hacer una auténtica distribución de la riqueza, tan necesaria hoy en un país como el nuestro que, para vergüenza, exhibe ante el mundo el desdoroso título de ser uno de los países con mayor desigualdad en el reparto de la riqueza social. Por todos es sabido que Cuando Bachelet dejó el poder, en vez de disminuir esta brecha, la dejó más aumentada aún.

Es decir, bajo la égida de la Concertación se siguió aplicando una política implacable de privatización que, como sabemos, nada tienen que ver con una auténtica política de izquierda cuyo propósito esencial, es ir al recate de nuestras riquezas naturales y poner como bien común y social los servicios esenciales. Si hasta en los mismos círculos empresariales reconocen que durante el periodo que gobernó la Concertación se hizo el mejor gobierno de derecha. A confesión de parte, relevo de pruebas, dice el dicho. No lo decimos sólo nosotros, sino también los empresarios que, según se supone, mucho saben sobre estas cosas.

Entonces, no hay que hacerse ilusiones respecto de la Concertación. Veinte años de sucesivos gobiernos y nada de nada. Para los ricos todo, para los de a pie, poco o nada. Esa es la impronta que marcó el paso de la Concertación en 20 años de gobierno, a pesar de todas las cifras que quiera exhibir para hacernos creer lo contrario.

En efecto, ya sabemos el valor que tienen las cifras en manos de los políticos, instrumentos que les sirven para emborracharnos la perdiz y hacernos creer que estamos todos en el limbo, de que somos todos tigres, y todas esas perogrulladas. Las cifras en manos de los políticos son muy peligrosas, un puro manejo, una pura ilusión, cifras que esconden la cruda realidad de que los que siempre estamos jodidos somos nosotros, la izquierda, los trabajadores y la gran mayoría del pueblo en su conjunto. Sin embargo, bien sabemos que la realidad es más fuerte y poderosa que cualquier cifra estadística. No se las puede tapar ni con las tarjetas de crédito, ni con los malls, ni los retails, ni tampoco con los lavados de cabeza que se nos hace a través de esos programas estúpidos de la televisión, en su mayoría con mensajes banales y faranduleros.

Sin duda, que con el advenimiento de la Concertación es cuando la izquierda se empezó a joder poco a poco, hasta terminar por quedar invisibilizada. Y tanto fue así, que hasta los periodísticos y revistas, cuyas líneas editoriales obedecían a pensamientos afines a la izquierda o al progresismo, los sucesivos gobiernos de la Concertación los dejaron morir de a poco. Les negaron sistemáticamente el acceso a los anuncios y avisos publicitarios estatales, recursos cuantiosos, traspasados íntegramente a la cadena de diarios de El Mercurio y el consorcio Copesa que, como bien sabemos, fueron diarios golpistas durante el gobierno de la Unidad Popular.

Vista así las cosas, ¿alguien puede seguir insistiendo en que desde la Concertación tiene que resurgir una nueva izquierda renovadora o progresista capaz de hacer los cambios que el mundo de la izquierda reclama? Creo no equivocarme al decir que de ningún modo. Y menos aún cuando pienso que en su interior subsisten y cohabitan lobbistas tránsfugas y mercenarios vendidos en favor del poder y el dinero cohabitando con lo más rancio de la aristocracia rica y poderosa de este país. No se porque, cuando llego a este punto no puedo dejar de nombrar a personajes como Oscar Guillermo Garretón, Jaime Estévez, Fernando Flores, Max Marambio, Jaime Ravinet, Enrique Correa, Jorge Shahaulsson y una larga e interminable lista de otros próceres.

Ahora bien, en un artículo anterior, en el periodo de las últimas elecciones, a propósito del callejón sin salida en que se encuentra la izquierda chilena, me hacía las siguientes preguntas las que ahora repaso introduciéndole las correspondientes actualizaciones.

¿Qué le ha pasado al Partido Comunista? ¿Qué le ha pasado a la parte progresista de la Concertación? ¿Qué le ha pasado a la izquierda chilena?¿Qué le ha pasado a los trabajadores de nuestro país? ¿A nuestros intelectuales?, etc.

¿Por qué tantos años callados, impávidos, inermes los brazos y las bocas silenciadas, sin la más mínima capacidad de reacción ante el implacable neoliberalismo aplicado en nuestro país, y que la Concertación tan bien ha administrado, e incluso, profundizado más aún de cómo lo dejó la dictadura?

¿Por qué siempre apegados a una enervante inercia y dando pasos en falso para caer políticamente en la misma rutina de siempre?

¿Qué nos pasó? ¿Cómo es que nos amansaron? ¿Por qué tan fácilmente nos domesticaron? ¡Cómo es que hemos aguantado tanto?

¿Qué política estamos haciendo? ¿O es que conciliando y cohabitando con los que han sido nuestros adversarios es la única política que se puede hacer? ¿Cuándo vamos hacer una política que nos sea propia, aquella que nos conviene? ¿Acaso dejar que las cosas sigan tal cual, o la ineptitud y la inercia tiene algún sentido o valor político?

Por cierto, no es todo culpa de la Concertación ni menos del Partido Comunista. La izquierda, en este sentido, también tiene su culpa teniendo que cargar con una enorme procesión que la ha ido corroyendo por dentro.

En la elección pasada recibí una carta de una madre asustada ante la eventualidad que saliera elegido Piñera como presidente. Si ello aconteciera, me decía, con qué cara iba a mirar a los ojos de sus hijos, qué explicaciones tendría que darles para que comprendieran la tragedia que estaba pasando. Inmediatamente le respondí, más o menos, en los siguientes términos:

Que había que hablarles con la verdad, nada más simple que eso. Confesarles nuestra cobardía por no haber exigido, a los sucesivos gobiernos de la Concertación, haber cumplido lo que nos prometieron. Decirles la vergüenza que sentimos por haber dejado que las cosas siguieran tal cual, sin la más mínima capacidad de reacción de parte nuestra. Sentir vergüenza por haber permitido que la Concertación se enredara en una relación incestuosa con la derecha para que el neoliberalismo hiciera y deshiciera hasta apoderarse de nuestra propia alma. Sentir vergüenza por habernos plegado a un pensamiento único dejando de pensar con cabeza propia.

En fin, y ya no sólo sentir vergüenza por todo aquello que debiéramos de haber hecho y no hicimos, sino también, darle cuenta a nuestros hijos de nuestra cobardía por aguantar tanta ignominia en todo orden de cosas.

Por último, reconocer el lavado de cabeza que nos hicieron con tantas tarjetas de créditos, con tanto Malls, con tantos grandes Supermercados, con tanto ídolo de futbol, con tantos ídolos de barro, y todas esas cosas. Reconocer que nos narcotizaron con puras banalidades y estupideces. En fin, la utilización con éxito de todos los recursos a que echa mano el sistema capitalista, para adormecernos y así fugarnos de los problemas reales. El pan y circo de la época de los romanos, ahora acá en Chile, en versión moderna, terminaron por atrofiarnos aceptando cualquier cosa.

Si ayer fue la Concertación, y hoy Piñera, ¿para la próxima elección tendremos que caer en este mismo juego? ¿Cuál es la solución?

De verdad, no soy quien para pretender sabérmelas todas y actuar de pitoniso. Sin embargo, de lo que sí estoy seguro, es que frente a la actual crisis que vivimos en la izquierda, para superarla, tenemos que confiar en nuestras propias fuerzas, en nosotros mismos. Olvidarnos por completo de la Alianza y la Concertación y de todos aquellos que nos han engañado y mentido por tantos años. No volver a tropezarnos más con el mismo palo. Esto quiere decir que la única manera de superar nuestra crisis es empezarla a reconstruir ¡empezando de cero!... No veo otro camino