La ciudad y nuestro futuro
Igor Parra
Observarypensar.blogspot.com
Hace poco tiempo atrás he tenido la oportunidad de exponer, en una Facultad de Arquitectura andina, mi punto de vista sobre la ciudad y el medio ambiente.
También, poco ha, un familiar, creo que conmovido, y preocupado, por mi reciente comentario en este blog sobre uno de los escenarios posibles de la crisis actual para los deudores latinoamericanos de bancos españoles, me pedía comentarios claramente optimistas, en realidad menos contingentes.
Por ello me extenderé en esta ocasión sobre el contenido de esa conferencia suramericana, dada en el contexto de un Seminario de transferencia de conocimientos.
En efecto, cuando tomamos en cuenta el registro material, su evolución tecnológica y la forma cómo sobrevive el objeto-ciudad a través de diversos cambios climáticos, en diversos continentes, no se puede sino ser optimista sobre el futuro de la humanidad. Es decir, creo posible proponer que la evolución humana ha creado una adaptación orgánica en el entorno natural, el objeto-ciudad, de tal capacidad y potencial evolutivo que en el momento actual es difícil concebir un futuro humano sin las ciudades.
Una pregunta genérica es ¿cuándo comienza el registro material del objeto-ciudad? Según los datos disponibles, de forma bastante coincidente en el tiempo, alrededor de 5 mil años atrás observamos la aparición de estructuras religiosas y palaciegas envueltas en un continuum de áreas de habitación, de tamaño y densidad variables, con ejes de circulación, con o sin murallas tanto en Latinoamérica, Africa, Asia y Europa en su parte más oriental y mediterránea. Hace 5 mil años se registra un intervalo denominado “óptimo climático”, en el que las temperaturas eran tan altas como las medias anuales actuales, pero las precipitaciones eran netamente más abundantes en las zonas subtropicales, que es donde nacen las grandes civilizaciones.
Pero 5 mil años son pocos cuando los comparamos con los más de 3 millones de años que ya dura la vida humana sobre la tierra. Sin embargo en esos recientes 5 milenios hemos podido observar una serie de tests de resistencia mucho más duros que los que se aplican a los bancos europeos. El principal test ha sido el temporal, es decir la duración del objeto-ciudad, a través de incidentes climáticos mayores, tales como las crisis climáticas que tumbaron algunas civilizaciones latinoamericanas, asiáticas, del oriente medio y africanas hacia unos 3 mil quinientos años atrás, es decir unos 1500 años antes de la era cristiana. Desaparecieron, en la mayoría de esos casos críticos, los entes sociales que las hicieron crecer y desarrollarse, pero el objeto-ciudad permaneció en el acerbo de la humanidad. Aquellas que desaparecieron físicamente, pero son las menos, y esto me parece capital, no provocaron una perdida en la memoria específica social-humana de los usos y potencialidades que tenía vivir en y de la naturaleza pero dentro de ese objeto-ciudad, en asociaciones demográficas significativas, con el fin de gestionar de forma optimizada los excedentes de la producción agrícola-ganadera, minera, del comercio, de la guerra (que es otra forma de intercambio de propiedad).
En esa perspectiva de 5 mil años, ¿cuál es el factor limitante de la ciudad? Creo que por ahora no se ha encontrado ese factor limitante absoluto, es decir un factor que pueda eliminar del registro humano, en lo conceptual (el recuerdo) y en lo material, el objeto-tecnológico-ciudad; cierto que este objeto-ciudad puede tener límites físicos a su expansión espacial: un rio, montañas, un desierto, el mar, etc. También es cierto que una ciudad puede estar mejor o peor equipada o defendida, ser más rica o más pobre, decaer o crecer. Pero no desaparecerá, como algunos objetos tecnológicos, del uso cotidiano de millones de personas, tal como ocurrió con los óptimos machacadores de piedra del modo tecnológico 1, que cubre desde -2,5 millones de años hasta unos 700 mil años antes del presente.
Es cierto que podemos trazar una clara línea que diferencia las ciudades de la época pre-industrial, de aquellas de la era industrial. Pero esas diferencias no modifican esencialmente el hecho que apunta cada vez que observamos el fenómeno de forma detallada: la ciudad tiene una capacidad orgánica de evolucionar, mutar, adaptarse y sobrevivir a radicales cambios de la propiedad pública y privada, de guerras absolutas, de cambios climáticos que han llegado a eliminar a algunas de ellas, por ejemplo las ciudades romanas cerealeras del norte de Africa, durante el tardo imperio romano, ya en época cristiana. En esa lista de ciudades desaparecidas coincidiendo con cambios climáticos podemos apuntar también el caso extraordinario de Caral en la costa peruana, en el entonces feraz valle del rio Supe, probablemente Caral sea la ciudad más antigua de Latinoamerica, con 5 mil años de antigüedad. Cambiadas las condiciones climáticas, que, hipotéticamente, indujeron desordenes sociales, esa cultura civilizada de Caral desaparece hacia 1200 antes de la era cristiana. Sin embargo, en Peru, el objeto-ciudad se perpetuó en los usos de dominio humano del espacio.
Por ello hay espacio conceptual para proponer, como lo hice en la Universidad San Antonio Abad del Cusco, que la ciudad es el escenario contemporáneo y de futuro principal de la especiación humana, tanto por su densidad demográfica, por su capacidad orgánica de adaptación a múltiples escenarios tanto naturales como sociales y económicos, entre los que integramos la forma-guerra de relaciones internas y externas de la ciudad (en la era industrial cuando hay guerras inter e intra estatales la victoria o derrota se genera en el objeto-ciudad).
Este escenario-ciudad no es nuevo, tiene ya varios miles de años, y en él la sociedad humana ha construido un espacio que contiene, y seguramente contendrá, la actual y futura evolución humana.
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