Chile - Terremoto: inconvenientes fracturas subdesarrolladas
Agotados de mirarse al espejo, el terremoto del 27/02 desconcertó a los que no pierden oportunidad de avisar que el Chile desarrollado está a la vuelta de la esquina. El gobierno no es el culpable del terremoto, pero sí es responsable de no haber reaccionado a tiempo. A cuatro días del desastre, se avisa que la ayuda va en camino.
Ricardo Candia Cares
El Clarín, Santiago de Chile, 2-3-10
http://www.elclarin.cl/
Que los vecinos no hayamos tenido manera de comunicarnos con los nuestros es explicable. Pero que el gobierno haya quedado aislado del país afectado es inconcebible. De qué vale tener decenas de mordernos F 16 si en caso de una conflagración el mando estará incomunicado de sus unidades tácticas y estratégicas. En el siglo de las comunicaciones, el gobierno queda sin comunicación con la segunda ciudad en importancia del país.
La discusión semántica y técnica respecto de si tsunami o terremoto de los comunes, demoró decisiones vitales. La evaluación de los ministros respecto de la situación tomó tanto tiempo que unidades especializadas en rescate listas a emprender el vuelo, debieron esperar un tiempo precioso antes que se dispusiera su envío. Había que evaluar.
Hoy, a cuatro días de la tragedia se informa que barcos navegan con alimentos, agua, materiales y maquinaria. Para cuando el terremoto de Haití, las autoridades hinchaban su pecho para decir que en menos de veinticuatro horas, Chile, humanitario y solidario, había hecho llegar, de los primeros, su ayuda humanitaria a esa devastada tierra.
Lo que puede sonar a crítica estéril tiene un propósito más allá de dejar en evidencia la ineptitud de ciertas autoridades. Botar un poco la bronca.
El subsecretario del Interior, entrevistado por la televisión, montó en cólera al preguntársele por la demora en la entrega de ayuda. Cómo si le urticara que los canales de televisión dieran cuenta, desde el sitio de los sucesos, lo que es evidente para todos: que otra cosa es con guitarra.
La gente común no sólo debe sacudir el polvo de sus casas destruidas, debe además, sufrir los estragos de los saqueos generalizados. Esta vez no se trata de las barras bravas enfrentándose como estúpidos por los colores amados. Se trata de un estallido social larvado que ocupa malamente los estragos de un drama tremendo para hacerse ver. Terremoto social, han dicho con profusión y certeza muchos por distintos medios. Da la impresión que no sólo libera energía la placa de Nazca y su eterno enfrentamiento con la Sudamericana, sino que los ganadores de siempre enfrentados con los siempre perdedores. Por la vía del muy democrático sentido del resentimiento.
Da la impresión que se libera parte del alma chilena profundamente trastocada en treinta y cinco años de machacar un individualismo que se olvidó de la solidaridad. Un tercio de siglo en que hizo mella el laissez faire, aplicado desde la cama al cementerio, por los constructores de malos edificios y buenos y negocios.
Muchos recordarán la reacción de las antiguas organizaciones de trabajadores y de estudiantes para las catástrofes que de tanto en tanto se ensañan con esa castigada tierra. Al hacerlo, deberán tener en la memoria los contingentes de voluntarios que se movilizaban para atender las necesidades inmediatas de las víctimas. Recordarán cómo los artistas de entonces, solidarios, sin marearse aún por el vendaval de luces y estrellitas, llegaban donde los más afectados con su palabra, su canto de aliento y esperanza.
Hoy les ganó la baza la Teletón. El desfile de luciérnagas en paños menores, la farándula holgazana, ocupara los espacios de la televisión para juntar millones que serán destinados a misteriosos pagos. En esta pasada de la naturaleza hemos podido ver un cadáver anterior al terremoto: la solidaridad, la organización del pueblo, su sentido de clase, su alma sufriendo por el que sufre, su mano abierta. No hay largas colas de voluntarios para marchar al sur.
Las organizaciones de estudiantes siempre se dispusieron al trabajo voluntario en caso de catástrofes naturales y de las otras. Una vez atendido los heridos y removidos los escombros, levantaban sus banderas y seguían la lucha. Hoy, las organizaciones de trabajadores, qué tanto hicieron en la historia de este país, brillan por su ausencia. Se las llevó el maremoto del modelo social afinado por veinte años de Concertación y las organizaciones de vecinos, los sindicatos, las federaciones, la centrales, el tejido social, férreo, solidario, combativo, no existen.
Salvo la notable iniciativa de la FECH, el pueblo desmovilizado hasta la insensibilidad, se conforma con putear mirando la tele. Los llamados a la solidaridad activa de las organizaciones de los trabajadores portuarios y pescadores artesanales, se pierden entre las noticias de la tragedia.
Este país cuasi desarrollado que la Concertación construyó con ahínco, ha dejado ver su lado pobretón y tercermundista. Los atrapados por el concreto del edificio de Concepción, no se diferencian en mucho con relación a aquellos que fueron aplastados por los adobes del caribe. Ambos son cadáveres que deberán ser llorados por sus deudos y devueltos a la tierra. Unos fueron muertos por pobreza, otros por el relumbre de algo parecido a la riqueza pero que es un oropel que encubre el oro falso de un discurso repetido.
En el tráfago de la primera hora, algunos olvidarán que las autoridades dijeron no a los ofrecimientos de ayuda extranjera con el argumento de no tener claro qué se necesitaba. Ahora ya se sabe, pero es tarde. Bien entrenados equipos taiwaneses, mexicanos y de otras nacionalidades ofrecieron su experiencia para salvar personas atrapadas, pero se les dijo que no a la espera de saber qué había pasado.
Quien haya prendido la televisión desde el primer momento, se habrá dado cuenta que periodistas de muchos medios en pocas horas ya estaban en los lugares azotados por el tsunami, haciendo despachos en vivo y dando cuenta de la grave situación. Uno se pregunta si las autoridades no miraban la tele. Y uno se pregunta también, si pudieron llegar los periodistas y sus equipos, por qué no lo podía hacer la gente del ministerio del interior o de alguna otra autoridad.
Cunde el rumor de que la Armada estaría siendo acusada por el Ministro de Defensa de no haber efectuado el aviso de tsunami, sólo para encubrir otra ineptitud inexcusable. La Marina dice que sí lo habría hecho mediante fax. La pelea subsiguiente por quién es el irresponsable, no devolverá la vida a quienes fueron arrastrados por el mar y que podrían haberse salvado si las alarmas hubieran cumplido su cometido.
Hace muchos años que se habla que la llegada de un terremoto big y su socio el tsunami. Se han hecho simulacros, definido áreas seguras, constituido comités y equipos. Casi fusilan a unos tipos que hicieron en un video un simulacro en que Valparaíso era afectado por una catástrofe parecida. Nada sirvió.
Parece que Chile dista de ser el país desarrollado que se vende en el exterior. Por lo menos, habrá que reconocer que el desarrollo es también binominal, es decir, hay un desarrollo para ricos y otro para el resto.
Pronto habrá que enfrentar la reconstrucción. Como siempre, el peso de esa inmensa labor recaerá en los hombros de los trabajadores. La incertidumbre que genera un próximo gobierno de los empresarios y millonarios, agrega mucha más oscuridad al panorama inmediato. Es difícil que las cosas vayan a ser tan distintas, si se considera que desde el 11 de marzo y por cuatro años, gobernarán los autores y compositores de la marcha neoliberal. Atrás quedará el recuerdo de los intérpretes de los últimos veinte años.
Tanto el fin de la Concertación como el comienzo de la derecha en el gobierno, no será de un recuerdo grato. Algo en la naturaleza nos dice que la cosa no aspecta bien. Ni nuestro país, ni el maltratado mundo que se ahoga por la economía de mercado que lo estrangula y le quita el aire.
Que hemos salido de situaciones peores, no le pone ni le quita. La buena onda y la esperanza incluida en esa afirmación, esconde también una especie de fatalismo superior. La aceptación de lo que venga, total, como somos duros de cabeza, lo superaremos.
A ver si un día nos rebelamos ante tanta tragedia y decidimos cambiar de criterio y aceptar como destino sólo algo que se parezca a la felicidad y que los terremotos, tsunamis y otras calamidades sean en el futuro porque la tierra lo quiere y no porque gandules ambiciosos la llevan al cataclismo final, más encima sin que hagamos nada para impedirlo.
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