El estado de la crisis económica mundial

Posted by Correo Semanal on martes, febrero 09, 2010



Cuando se prepara una recaída

Por José Luis Rojo
Socialismo o Barbarie, revista, Nº 23/24, diciembre 2009/marzo 2003

“Tomamos muy malas decisiones. El tiempo para tomar buenas decisiones fue hace 15 años. Hoy ya no tenemos margen para hacerlo. Vamos que tener que sufrir, no hay forma de evitar el sufrimiento”
(John Mauldin, en La Nación, Buenos Aires, 8-11-09).

Algo paradójico está ocurriendo con la economía mundial. Hacia finales de 2008, la dinámica de la crisis parecía orientarse hacia la segunda Gran Depresión de la historia contemporánea. Cualquier índice que se revisara era el más grave desde la II Guerra Mundial. Esta circunstancia constituía algo estadístico, al menos cuando se trataba de economías del Norte del mundo.1

Sin embargo, a comienzos de 2010, la crisis parece haber quedado atrás. Con una masiva intervención estatal –lo que marca un agudo contraste con lo ocurrido a comienzos de los años 30 bajo la administración de Edgar Hoover–, se ha pasado del pánico en las alturas de la clase capitalista mundial2 a una cierta euforia por la “recuperación sostenida de los mercados”.3

El tono volvió en cierto modo a hacerse más sobrio ante el default en Dubai, los interrogantes por la sostenibilidad del déficit fiscal en Grecia, las preocupaciones por Irlanda, España y Gran Bretaña, el temor por las consecuencias del creciente desempleo mundial y un largo etcétera.

El lector podrá preguntarse: ¿qué es lo que me perdí? ¿Qué pasó en el medio para que se saltara de un extremo al otro del estado de ánimo en tan sólo pocos meses? ¿Se estará frente a una recuperación sostenible? ¿O más bien se trata de un respiro en la dinámica de la crisis que barre bajo la alfombra los desequilibrios dramáticos que siguen latentes en el núcleo íntimo de la economía mundial y que se van a expresar en el próximo período en una situación de estancamiento económico y recaídas en la crisis?

Esta última es nuestra caracterización. En todo caso, responder a estos interrogantes es lo que trataremos de hacer en el presente texto. No se trata de un problema meramente económico sino político: de esta evolución depende la dinámica de la lucha de clases mundial: la eventualidad o no de la ruptura del equilibrio capitalista de las últimas décadas. Plantearemos, además, algunos de los problemas teóricos de la crítica marxista al capitalismo que se están actualizando a la luz de la actual crisis. Que tiene, a nuestro modo de ver, todos los ingredientes de un evento de dimensiones históricas y no meramente “cíclicas”.

1. La dinámica recurrente de la crisis

“La peor tormenta económica global desde 1930 podría estar comenzando a aclarar, pero otra ya está apareciendo en el horizonte financiero: la deuda pública masiva. En el mundo rico, los gobiernos están prestando inmensas sumas en tanto la recesión reduce los impuestos y el gasto aumenta en materia de rescates, beneficios por desempleo y planes de estímulo. Nuevos datos de los economistas del FMI sugieren que la deuda pública de los diez más importantes países ricos subirá del 78% del PBI en 2007 al 114% en 2014. Estos gobiernos deberán entonces alrededor de 50.000 dólares por cada uno de sus ciudadanos” (The Economist, 11-6-09).

Cómo señalamos, después del episodio de Dubai el triunfalismo de los “mercados” ha quedado algo mellado. Si las bolsas han venido creciendo tras la enorme caída entre septiembre de 2008 y marzo de 2009, ha sido en gran medida porque hacia ese canal se transfirió parte importante de los multimillonarios rescates estatales. Al compás de la recuperación en el valor de las acciones y, hasta cierto punto, también en el producto mundial4, los capitalistas han venido anunciando que “la crisis terminó”.5

Contrariamente a este aserto, podemos comenzar este trabajo con una definición categórica: es demasiado apresurado dar las hurras. Una crisis de magnitud histórica como la actual no puede desvanecerse en el aire de un día para el otro.

Esto no quita que, en la actual coyuntura, se esté frente a una suerte de amesetamiento en su curva de desarrollo. Pero eso es una cuestión de diferente orden a cuyos alcances y límites luego nos referiremos, y que para nada cuestiona el carácter estructural de la crisis misma. Lo central hoy es que los desequilibrios económicos que están en la base misma de la recuperación preanuncian la eventualidad de una nueva recaída.

Para decirlo claramente: un eventual recrudecimiento de la crisis es un escenario completamente plausible en el mediano plazo: “EEUU se recupera, pero muy despacio. La tasa de desempleo está muy alta, en casi el 10% y si uno cuenta la gente que no está buscando trabajo, está más cerca del 12 o 13%. Si se cuenta la gente que está part time buscando trabajo, entonces la tasa está más cerca del 20%. Hace dos años, sólo 1 en 16 personas estaba subempleada: hoy, 1 de cada 5. Nadie en mi generación se acuerda de esto. Ahora vamos a tener un desempleo crónico por largo tiempo. Esto va a limitar el potencial del crecimiento. También creo que EE.UU. va a volver a caer en recesión en 2011, porque vamos a tener la mayor suba de impuestos que hayamos visto antes. Todo en medio de una economía débil”.6

La perspectiva más probable es entonces un estancamiento duradero de la economía mundial (que no excluye “recuperaciones” como la actual) y recurrencia de la crisis.

La mano visible del Estado

El mecanismo de recuperación de la economía mundial ha sido claro: el Estado salió masivamente al rescate de la economía, lo que ha resultado exitoso en lo inmediato pero que –como está dicho– prepara una acumulación de contradicciones de magnitud.

No por nada se está hablando de la “nueva burbuja creada por la asistencia estatal”. “Uno de los motores de la escalada bursátil son los billones de dólares de estímulo financiado con deuda que los gobiernos y los bancos centrales del mundo han inyectado a sus economías en su empeño por combatir la recesión. Por grande que sea, el auge que ha tenido lugar a partir de marzo se ha producido en un contexto marcado por el escepticismo: ‘Creo que en algún momento esto va a acabar mal… No creo que salgamos pacíficamente de lo que constituye un nivel insosteniblemente alto de deuda’” (E. S. Browning, 24-11-09). En el mismo sentido: “Es indudable la significación económica real que en 1929 (en EEUU) el gasto federal representaba sólo el 2.5% del PBI mientras que en 2007 alcanzaba alrededor del 20%. Debido a que la inversión del Estado está determinada por decisiones políticas –y, como tales, opuestas a los cálculos de ganancia–, el gasto estatal puede parar una caída económica. Cuanto mayor sea este gasto, más alto será el ‘piso’ de la crisis. Pero este supuesto parte de asumir que el Estado como tal no esté en bancarrota” (Neil Faulkner, Internacional Socialism 122).

Esto es, los multimillonarios rescates estatales, en la medida en que no se traduzcan en la creación de nueva riqueza, podrían terminar en el estallido de una nueva burbuja incluso más grande que la que explotó con la caída de Lehman Brothers. Obviamente, esto daría lugar a un nuevo giro en la crisis económica mundial.

Repetimos: aquí hay un problema de fondo: los multimillonarios rescates estatales no son otra cosa que “adelantos” o “promesas” de creación de riqueza futura. Para evitar el ingreso en un escenario altamente inflacionario o, más importante aún, de cesación de pagos, esa riqueza “adelantada” hay que crearla en el terreno de la economía real: “EE.UU., Gran Bretaña y Japón se han dedicado a financiar sus déficit presupuestarios mediante señoreaje [es decir, emisión de moneda]. Se puede decir, entonces, que EEUU, haya escapado del peligro hiperinflacionario con su plan de ‘aligeramiento cuantitativo’? Tal vez sí, tal vez no. En la medida en que el dinero recién creado sea utilizado para un verdadero desarrollo económico y para el crecimiento, no es probable que el financiamiento mediante señoreaje infle los precios, porque la oferta y la demanda crecerán juntas” (Ellen Brown).

Por supuesto, lo contrario podría ocurrir si el dinero creado no es usado para “un verdadero desarrollo económico y para el crecimiento”… Efectivamente, si estos “adelantos” a costa de la explotación y creación de valor y plusvalor futuros no son materializados; es decir, si no son cubiertos con la producción de riqueza real, se podría estar en presencia de la fabricación de la más fenomenal burbuja monetaria (y financiera) en la historia moderna: “En los portafolios prevalecen las inversiones más arriesgadas, como las acciones, los bonos basura y las materias primas, porque de ahí provendrán las ganancias en el futuro inmediato. Algunos creen que los temores por el repunte del mercado son exagerados. Señalan que las acciones habían caído a sus niveles más bajos en 12 años en marzo 2009 antes de empezar a repuntar. Si el estímulo produce una recuperación económica real, dicen, la escaladas bursátil tiene sentido” (E. S. Browning, cit.). Eso es lo que debería ocurrir: una recuperación económica sostenida que evite que el actual rescate se transforme en una nueva burbuja.

El problema es que esta apuesta no está asegurada: “La mayor burbuja financiera en la historia se está inflando a plena vista. Será la ‘madre de todas las burbujas’, y cuando reviente, señalará el fin del ciclo de boom/quiebras que ha caracterizado la actividad económica en todo el mundo desarrollado… Dólares fantasmas, impresos de puro aire, respaldados por nada y que producen casi nada definen la ‘burbuja del rescate’” (Ellen Brown, cit.).

En algún momento los Estados deberán retirar las ayudas, y los gobiernos más endeudados deberán, a todo trance, descargar una ofensiva más brutal que la que ya se está viviendo sobre la clase trabajadora7, bajo la clásica forma de ajustes sobre salarios, empleo, condiciones de trabajo y presupuesto estatal.

En todo caso, aquí hay un grave problema de “timing” económico-político: si la discontinuidad de los rescates y el comienzo del ajuste fiscal no se sincronizan bien, se podría producir un relanzamiento de la crisis hacia dimensiones muy difíciles de precisar hoy. Dominique Strauss-Kahn, director gerente del FMI, viene alertando sobre el tema: “La economía mundial está en un compás de espera y es vulnerable a la posibilidad de nuevos trastornos. Salir demasiado pronto [de la asistencia estatal] sería terrible. Podría implicar una recaída en la recesión. Por lo tanto, tenemos que esperar hasta tener una recuperación real en la demanda privada” (La Nación, 24-11-09).

En el mismo sentido, The Economist recordaba meses atrás las lecciones de 1937, cuando Roosevelt erró la política y se deslizó hacia un ajuste económico que reavivó la depresión: “La recuperación de la depresión fue detenida por una severa segunda caída en 1937-8, cuando el desempleo volvió a escalar al 19%. La causa fundamental de esta segunda recesión fue el infortunado y largamente inadvertido pasaje a una política contraria a la que se venía teniendo en materia fiscal y monetaria. En 1937 el estímulo fiscal desapareció. Además, se cobraron nuevos impuestos a la seguridad social. Estos factores redujeron el déficit en un 2,5% del PBI, ejerciendo muy significativas presiones contradictorias […] El episodio de 1937 provee un alerta. La urgencia por declarar la victoria y volver a una política normal luego de la crisis económica es muy fuerte. Esta urgencia debe ser resistida hasta que la economía esté nuevamente acercándose al pleno empleo. Las crisis financieras tienden a dejar heridas que hacen que las instituciones financieras, los hogares y las firmas se comporten de manera diferente. Si el gobierno retira el apoyo demasiado rápido, puede sobrevenir el retorno a una caída económica o incluso el pánico. En prevención de esto, no sólo no se deben retirar prematuramente los gastos de apoyo estatal, sino que se debe planear muy cuidadosamente su ‘expiración’” (The Economist, “Las lecciones de 1937”, 18-6-09).

En síntesis, como advierte la publicación burguesa históricamente propulsora del capitalismo de libre mercado, aquí hay un dramático problema: el criterio debe ser que la asistencia no se retire antes de tiempo. ¿Cuál es ese “tiempo”? El retorno a una situación de cuasi pleno empleo en el Norte del mundo.

Pero para que llegue ese momento, según todas las estimaciones, haría falta al menos un lustro, cuando ya mismo se están encendiendo señales del alerta por los peligros de la insostenibilidad fiscal…

Se trata, ni que decirlo, de objetivos contradictorios e incompatibles que dan señales de alerta de la muy factible recaída de la crisis en el mediano plazo (insistentemente se habla de 2011).

Las consecuencias no deseadas del rescate estatal

“Incluso si previenen tal crisis y salen de la depresión, la expansión de la deuda estatal no es una solución en el sentido de una cura que va a disparar un nuevo boom, como el que siguió a la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Cada vez que la deuda es empapelada con más deuda, el problema se ‘resuelve’, pero sólo hasta la próxima crisis” (Andrew Kliman, El Aromo, septiembre-octubre 2009).

Hasta ahora, lo que salvó a la economía mundial de una depresión fueron los rescates estatales. Visto desde el lado de la demanda, la caída del poder de compra de los salarios, el retroceso de la inversión, el derrumbe del comercio internacional, todo esto fue reemplazado por la asistencia monetaria directa de parte de los Estados.

Para ver cómo funciona esto concretamente, tomemos el caso de una de las más grandes empresas norteamericanas, General Electric: “Ganar contratos del gobierno se ha convertido en una pieza clave de su estrategia global. La empresa estima que dos billones de dólares se destinarán a proyectos de infraestructura en todo el mundo en los próximos años, y ha anunciado acuerdos de energía con gobiernos desde Iraq a China. ‘Creo que sacaremos más provecho del estímulo que el resto’, dijo su CEO a los analistas en abril pasado” (WSJA, en La Nación, 17-11-09).

En el mismo sentido, pero a nivel mucho más “macro” respecto de EE.UU. (y lo mismo es aplicable al resto de los países imperialistas y China): “Washington inyectó 245.000 millones de dólares en casi 700 bancos y compañías de seguros, garantizó deuda bancaria por cerca de 350.000 millones y concedió más de 300.000 millones en préstamos de corto plazo a empresas de primera categoría. Además, rescató a dos de las tres principales automotrices del país y desembolsó miles de millones de dólares para estimular el mercado de bienes raíces comerciales y préstamos a la pequeña empresa y de tarjetas de créditos. En dos paquetes de estímulo promulgados en febrero 2008 y 2009 dedicó otros 955.000 millones para reactivar la economía” (WSJA, 29-12-09).

Sin embargo, el problema es que los rescates, aunque ha habido acuerdo en extenderlos hasta bien entrado el 2010, de ninguna manera podrían durar “eternamente”: ¡si las crisis se resolvieran con emisión de moneda y endeudamiento estatal, el capitalismo nunca las tendría!8

Se expresa una aguda preocupación ante la eventual respuesta de los trabajadores al ajuste económico que necesariamente se impone: “El euro se tambaleó ayer a medida que la preocupación ligada a la deuda se propagó por toda la zona euro desde Grecia, donde las promesas de austeridad y rigor fiscal no lograron calmar los temores de los inversionistas (…) Los déficits presupuestarios que explotaron en las economías más débiles como Grecia, Irlanda, Portugal y España han obligado a los países más fuertes, liderados por Alemania, a pensar sobre un posible rescate de Grecia (…). Este [país] no tiene una salida fácil de sus problemas de presupuesto. La perspectiva de austeridad ya desató protestas por parte de jubilados, estudiantes y sindicatos del sector público en las últimas dos semanas, y los funcionarios temen una ola de agitación social. Los políticos y los mercados financieros ‘quieren que nos pongamos en los zapatos de los irlandeses’, señala el trabajador portuario y líder sindical Theodoros Koutras, al aludir a los profundos recortes en el gasto estatal y en los salarios que Irlanda anunció para controlar su déficit (…). Hasta ahora, el gobierno griego ha evitado cualquier clase de recortes en los salarios estatales al estilo Irlanda” (WSJA, 16-12-09).

En Inglaterra, la situación no es muy distinta: “Aunque Gran Bretaña sale de la recesión, enfrenta un déficit fiscal del 12,5% del PBI, uno de los mayores del mundo. Para reducirlo hay que quitar miles de millones de libras esterlinas de la economía mientras que el gobierno sube los impuestos y reduce el gasto (…) [Según alerta un empresario inglés]: ‘No piensen que una vez que termine esta recesión habrá mucho dinero a disposición de las autoridades para gastar. No habrá dinero’ (…) El control del déficit fiscal será un tema decisivo en las elecciones programadas para mayo, y los dos grandes partidos, el Laborista y el Conservador, prometen duras medidas. La semana pasada, el gobierno laborista detalló medidas para reducir a la mitad el déficit para 2014, pero postergó los grandes recortes hasta que el crecimiento cobre impulso. El opositor Partido Conservador ha prometido una ‘era de austeridad’ (…) Es sólo el comienzo, y durante los próximos tres o cuatro años se verán recortes en partidas de gastos importantes como asistencia social y salud” (WSJA, 8-1-10).

Luego de estos aleccionadores ejemplos del durísimo ajuste que viene urbi et orbi en todas las economías del mundo, señala el economista marxista francés Isaac Johsua: “El apoyo público no puede durar indefinidamente si es masivo. En EE.UU., el margen de maniobra de Obama, en este punto, es más y más reducido. En Francia, la deuda pública llega al 73% del PBI y se avecinará al 80% en 2010-2011. Ya las agencias de calificación han valorado negativamente los niveles de deuda pública de Grecia, España, Portugal; el Reino Unido mismo está amenazado. El apoyo público deberá pues pararse o ralentizarse significativamente, y esto en unos plazos que no son extensibles al infinito. Es entonces cuando llegará la hora de la verdad. En ese momento, una de dos. Puede ser que lo privado (consumo de los hogares, inversión de empresas, etc.) no supla lo público, no tome el relevo. La espiral descendente ha prevalecido, y los rescates proyectados se han utilizado prácticamente todos. Hemos pasado de una recesión a una profunda depresión. Entramos entonces en un nuevo mundo” (Isaac Johsua, en www.socialismo-o-barbarie.org).9

Como se puede apreciar, se trata de una discusión clave a la hora de comprender la dinámica de la crisis y evaluar los alcances y límites del rescate estatal: en el límite, si la economía capitalista pudiera ser rescatada de la crisis por la mera intervención estatal, el capitalismo sería eterno y Keynes no sería un teórico burgués del intervencionismo estatal, sino una especie de dios.

Sin embargo, esto no puede negar la eficacia de los rescates para mediar el aspecto más catastrófico de la crisis. Esto marca un agudo contraste con las políticas de Hoover a comienzos de los años 30, de ajuste fiscal y política monetaria dura que no hicieron más que agravar la depresión. No es casual que hoy el presidente de la Reserva Federal de EE.UU. sea Ben Bernanke, uno de los especialistas burgueses contemporáneos más importantes en la Gran Depresión. Hubo un aprendizaje de las lecciones de 1929 por parte de la clase capitalista, lo que no deja de ser un factor de importancia para la lucha revolucionaria de la clase obrera por el socialismo: “Para evitar que [la crisis] se convirtiera en una calamidad nacional, parte [de la solución del economista keynesiano Hyman Minsky] era que la Reserva Federal –que él gustaba en llamar Big Bank– se adentrase en la brecha y actuase como prestamista en última instancia para las empresas en asedio. Inyectando liquidez a las empresas en zozobra, la Reserva Federal podría romper el ciclo y estabilizar el sistema financiero. Fracasó a la hora de hacerlo en la Gran Depresión, cuando quedó a un lado y dejó que la crisis bancaria entrase en una espiral fuera de todo control. Esta vez, bajo la dirección de Ben Bernanke –como Minsky, un académico de la Depresión– ha tomado un enfoque diferente, convirtiéndose en el prestamista en última instancia de todo, desde fondos de inversión a bancos de inversión y fondos monetarios” (Stephen Mihn, Globe Correspondent, 13-09-09, en www.socialismo-o-barbarie.org, 24-11-09).

Esta eficacia del rescate, sin embargo, podría estar preparando nuevas y mayores turbulencias: “No hay duda: de momento la economía va menos mal. La primera explicación –la más importante, con mucho– es que nos encontramos en presencia de economías que funcionan masivamente basándose en el apoyo público. Este apoyo es de una amplitud extraordinaria, nunca antes conocida, sin precedentes. Recordemos la política monetaria:la tasa rectora de la Fed se ha mantenido a lo largo de meses entre el 0% y el 0,25%, algo nunca visto; la tasa del BCE está en 1% (algo nunca visto igualmente). Y el impacto de esta política ha sido débil (incluso muy débil) en comparación con la política presupuestaria. Es a partir de esta última –es decir, de los gastos estatales– que se ha originado el cambio. Primer aspecto de esta política: se ha pedido voluntariamente aumentar el déficit, pues la recesión supone automáticamente una disminución de los ingresos presupuestarios y una suba de los gastos públicos. En EE.UU., el déficit del presente año presupuestario (que acaba el 30 de septiembre) debería alcanzar (incluso superar) el 11% del PBI, cantidad sin precedentes jamás vista en tiempos de paz. Esto supone para la economía norteamericana que se le ha inyectado un 3% del PBI. En un año, en julio de 2009 (en relación con julio de 2008), el gasto público ha aumentado un 21%, mientras los ingresos disminuyeron 17%. Es un fenómeno universal: en Gran Bretaña, en el ejercicio fiscal en curso, que comenzó en abril del 2009, está previsto un déficit presupuestario del 12,4% del PBI” (Isaac Johsua, cit.).

El hecho es que esto es insostenible en el mediano plazo: la moneda y el crédito tienen relaciones críticas respecto de la riqueza real. Como explicamos, la emisión monetaria o el endeudamiento deben tener respaldo en la producción de riqueza real: a tanto nuevo circulante, tanto nuevo valor creado. Si este nuevo valor no se crea, si este endeudamiento no se “honra”, sólo se estará inflando un globo de riqueza ficticia, que estallará inevitablemente en escaladas inflacionarias, quebrantos empresarios, bancarios y estatales y cortes en las cadenas de pagos; en suma, depresión: “Los altos déficits fiscales de EE.UU. van a necesitar del recurso al financiamiento externo. Según algunas estimaciones, la deuda exterior neta estadounidense se puede llegar a multiplicar por tres, alcanzando los 10 billones de dólares en 2015, y la deuda externa total alcanzar 23 billones de dólares. Va a ser necesario que los Bancos Centrales del resto del mundo colaboren en la reconstrucción de los EEUU” (Michel Husson, “Capitalismo: hacia una regulación caótica”, La Breche, septiembre 2009.).

Viendo entonces los niveles insostenibles del endeudamiento exterior norteamericano, hoy multiplicado por la respuesta a la crisis, The Economist advierte que “Obama y el Congreso parecen creer que ellos pueden intervenir quirúrgicamente en la economía, pero subestiman las consecuencias no deseadas de esta actuación” (“Piling on”, The Economist, 28-5-09). En las ciencias sociales, las “consecuencias no deseadas de la acción humana” remiten a aquellos eventos o circunstancias que se desprenden de un orden causal de determinaciones que no pudo ser evaluado en su totalidad (y, menos aun, planificado). Y que, por ende, da lugar a consecuencias eventualmente opuestas a las buscadas. Esta categoría conceptual que podría muy bien aplicarse a los instrumentos de política económica de los estados capitalistas hoy, que están mediatizando a corto plazo la crisis, pero podrían estar preparando una más dramática si no se maneja bien el “timing” de las medidas de emergencia.

Una tendencia al estancamiento duradero

“Estas diversas tendencias se van a manifestar más y más netamente en una fase de ‘reabsorción’ de la crisis cuya duración será relativamente corta (dos a tres semestres). Los factores coyunturales positivos se van a diluir lentamente, mientras que las contradicciones estructurales tenderán a profundizarse. La fase de salida de la crisis se verá entonces bloqueada por el conjunto de los problemas no resueltos. Más concreta e inmediatamente, la dificultad de salir verdaderamente de la crisis se va a manifestar en dos cuestiones: la rentabilidad de las empresas y los déficit fiscales” (M. Husson, cit.).

Para evaluar las eventuales consecuencias de los rescates, la clave es hasta qué punto podrá avanzar la recuperación económica y en qué medida la misma se sostendrá en materia de producción, inversión, empleo y consumo. Asimismo, qué combinación tendrá esta creación de nueva riqueza con un ajuste económico para reducir el déficit, el endeudamiento estatal y aumentar la cuota de plusvalía a costa del deterioro de salarios, condiciones de trabajo y gastos generales de reproducción del capital. No se trata de un problema menor. Lo que están en juego son fenómenos económico-sociales de magnitud, como la histórica tasa de desempleo actual en EE.UU., un factor que podría dar lugar, en el mediano plazo, a fenómenos completamente imprevistos en el que todavía es el país capitalista más poderoso del mundo.

Veamos entonces la espinosa cuestión de las perspectivas futuras de la evolución del producto mundial. A fines de agosto pasado, The Economist se preguntaba: “¿U, V o W para la recuperación? La economía mundial ha parado de derrumbarse. (…) Lo peor de la más dramática recesión global desde los años 30 parece haber pasado. Es una buena noticia. El primer paso para cualquier recuperación es que el producto pare de derrumbarse. Pero la más importante cuestión es qué forma tomará la recuperación. El debate se centra en tres escenarios: V, U o W. Una recuperación en V será vigorosa, en la medida en que la demanda vaya para arriba. Una en forma de U ya será más débil y raquítica. Pero con una W, el crecimiento retornará por unos cuatrimestres sólo para volver a caer una vez más” (The Economist, 20-8-09). Digamos que ésta última pareciera ser hoy la perspectiva más probable.

En ese contexto, la revista se apresura a señalar la escala sin precedentes de la intervención estatal y se pregunta cuales serán, en última instancia, sus consecuencias: “La escala del colapso fue ampliada y profundizada por el congelamiento de la maquinaria de las finanzas globales, un dramático colapso en la confianza y un derrumbe en los stocks. Luego esto fue contrabalanceado con los más grandes estímulos en la historia. La forma de la recuperación depende de cómo vayan a interactuar estas fuerzas” (ídem).

Efectivamente, la escala del rescate ha sido histórica: entre 5 y 10 billones de dólares a escala mundial: ¡dos tercios del PBI de EE.UU. en un año!

El “pulmotor” de la intervención estatal vino así a reemplazar el derrumbe en materia de demanda, inventarios e inversión que produjo la crisis. La asistencia 2008-2009-2010 como proporción del PBI es la siguiente: EE.UU., 4,8%; Alemania, 3,4%; Francia, 3,3%; Canadá, 2,7%; Japón, 2,2%; Gran Bretaña, 1,5% (datos de The Economist muy tentativos de comienzos de marzo de 2009, razón por la cual deben tomarse sólo a título ilustrativo). En el caso de China, tenemos un dato más reciente: según The Economist (18-11-09), el estímulo habría alcanzado este año el 12% del PBI, una cifra pavorosa.

Justamente, una de las grandes preguntas es hasta qué punto ese pulmotor podrá seguir operando y qué le pasará al paciente si se le retira: “El gobierno conectó la economía estadounidense a un respirador artificial durante gran parte de 2009. Si se desconecta en 2010, como se espera, podría haber algunos retrocesos (…). La principal historia de 2010 en EEUU podría ser la reacción de la economía cuando el gobierno retire el respirador artificial. El consenso es que el sector privado tomará la batuta, pero los riesgos negativos para la economía a medida que la ayuda federal desaparezca son significativos” (WSJA, 29-12-09).

Incluso más: ¿qué pasará cuando el enfermo deba enfrentar los costos económicos de su “internación”? Sin pulmotor, y en plan de ajustarse el cinturón, subsiste entonces el peligro de una recaída: “Las ventas de viviendas en EE.UU. alcanzaron su máximo en tres años en noviembre, y los precios se estabilizaron. Pero las perspectivas para una recuperación amplia del sector son inciertas, ya que se están retirando los incentivos fiscales y las tasas de interés históricamente bajas probablemente no duren” (La Nación, 23-12-09).

De ahí el debate abierto entre las clases dominantes de los países del centro imperialista. No por nada acordaron extenderlo hasta entrado 2010: temen una peligrosa recaída en caso de una retirada prematura de la asistencia.

Una vez más, The Economist alerta: “Un rebote basado en ajuste de inventarios es necesariamente temporario, y uno basado en estímulo estatal no tiene perspectivas. Más allá de estos dos factores, hay poco que festejar. El mercado inmobiliario americano todavía está de capa caída, con los remates creciendo nuevamente; el alto desempleo alcanza nuevas cumbres, y los créditos temporarios para la adquisición de casas se terminan. Incluso si el mercado inmobiliario se estabiliza, el gasto en consumo se mantendrá débil mientras los consumidores están pagando deudas. En EE.UU. y otras economías post burbuja, una recuperación en V parece poco probable. En otras partes, ocurrirá sólo si una vigorosa demanda doméstica toma la posta del estímulo gubernamental. En Japón y Alemania, donde se espera que el desempleo siga creciendo, esto parece improbable en el futuro próximo. Las cosas están mejor en economías emergentes como China. Pero incluso allí se necesita una serie de reformas, desde una moneda más fuerte hasta un recorte en los subsidios, para aumentar los ingresos laborales y estimular el consumo. Hasta que estos desplazamientos ocurran, la recuperación global será frágil o muy frágil. Una sombría U con una larga y delgada curva de crecimiento débil es la más probable perspectiva para los próximos años”. Es decir, una situación de semiestancamiento permanente, muy en contraste con los altos índices de crecimiento de la última década.

Desde el ángulo del consumo, otro analista señala lo siguiente: “Los consumidores estadounidenses siguen con la billetera cerrada, lo que pone en entredicho la sostenibilidad del repunte económico y subraya la importancia de la demanda externa para la recuperación de la economía mundial. La mayoría de los economistas espera que la economía de EE.UU. se recupere en el segundo semestre a medida que las empresas reponen sus inventarios y el mercado inmobiliario se estabiliza. El consumo, no obstante, podría ser un lastre para la recuperación. No sólo ha aumentado el desempleo, sino que mucha gente enfrenta el congelamiento salarial u otros recortes, lo que va a reducir el gasto en el futuro. A todo esto se suma el aumento de la tasa de ahorro de los hogares de EE.UU., algo que muchos economistas interpretan como una tendencia de largo plazo” (en www.socialismo-o-barbarie.org).

Por su parte, el magnate de los medios Rupert Murdoch subraya agudamente esta tendencia al estancamiento de la economía mundial: “A juzgar por la publicidad y el estado de ánimo, hay una leve recuperación. No creo que sea significativa. Pienso que es un repunte en forma de L. Hay gran cantidad de desempleados en Estados Unidos en estos momentos, y eso no se va a resolver hasta que se produzca la formación de pequeñas empresas en gran escala” (WSJA, 25-11-09).

Finalmente, citemos al “filósofo de los mercados”, el habitualmente exagerado pero siempre agudo George Soros: “Desgraciadamente, es probable que la recuperación se quede sin fuerza e incluso puede seguirle una segunda caída económica, aunque no estoy seguro si se dará en 2010 o 2011. Estoy lejos de ser el único que piensa así. Cuanto más dure la recuperación, tanto más creerá la gente que continuará. Pero, a mi juicio, esto es característico de las situaciones que están lejos del equilibrio, cuando las percepciones tienden a ir a la zaga de la realidad. La mayoría de la gente aún no comprendió que esta crisis es distinta a otras anteriores, que estamos al final de una era” (La Nación, 27-12-09).

Parte de esto es que nadie sabe de dónde vendrá el reemplazo a EE.UU. en el mercado mundial en su carácter de consumidor de última instancia. Mientras el régimen de acumulación no sea reemplazado (o al menos “reordenado”), cada nueva recuperación no hará más que preparar una nueva crisis, transitando, en todo caso, una senda de crecimiento débil que preanuncie nuevos estallidos. Al respecto, Johsua señala: “Aunque el crecimiento vuelva, será ‘blando’, caótico, y esto por algunos años. No se podrán explotar de nuevo los mismos filones: baja de los ahorros de los hogares, endeudamiento, etc. Nada nuevo parece emerger de la crisis a pesar de su amplitud y violencia” (cit.).

En todo caso, esta tendencia al estancamiento duradero es otro factor que eventualmente contribuirá al relanzamiento de la crisis, en la medida en que la debilidad del crecimiento hará que todas las relaciones (desempleo masivo, déficit fiscal, endeudamiento) se hagan cada vez más críticas con el paso del tiempo.

Creciente pelea de matices dentro del contexto del neoliberalismo mundial

Abandonar prematuramente las políticas de sostén sería un error de proporciones históricas, que reiteraría los errores cometidos en los años 30” (Gordon Brown, primer ministro del Reino Unido).

A a pesar de que los “oficialismos” universalmente están por sostener la asistencia, crece el debate en las alturas de la clase dominante acerca de los peligros potenciales para la economía mundial de los déficits fiscales. Ahí están las señales de alarma por Dubai, Grecia, España e Irlanda para testimoniarlo. En este contexto, aparece una fracción de la burguesía que comienza a encarnar las banderas del ajuste económico, en determinados casos, brutal y ciegamente, como se expresa entre los republicanos en EE.UU. (ver al respecto en esta edición el trabajo de Roberto Ramírez). Así, empieza a haber elementos de polarización a nivel de las clases dominantes, aunque todavía atenuados por el propio “amesetamiento” de la crisis.

En todo caso, se trata de una tendendencia relativamente nueva, porque en las últimas décadas lo habitual era una estrecha e indistinguible unidad en las alturas. Se están creando las condiciones para una dinámica con más contradicciones y peleas interburguesas como tónica mundial.10 Se trata de una característica también clásica: que los capitalistas tengan una comunidad de intereses generales no impide muchas veces se enfrenten, incluso ferozmente, alrededor de divergencias particulares pero de mucho peso, hasta poniendo en juego la supervivencia de uno u otro sector o Estado capitalistas.11 Hoy ese escenario de unidad está en cuestión como consecuencia de la crisis.

Aclaración necesaria: nadie esté sacando los pies del plato del neoliberalismo, factor cuya importancia resalta Michel Husson. Este hecho, sin embargo, no deja de ser fuente de una dramática contradicción estructural en el capitalismo actual: “Los intereses sociales dominantes no tienen más que un único objetivo: restablecer el funcionamiento del capitalismo anterior al estallido de la crisis. Es lógico, pero al mismo tiempo absurdo. Lógico, porque no existe la alternativa de la última gran recesión (1974-5): el capitalismo pudo salir al precio del gran giro neoliberal de comienzos de los años 80. Pero no hay en el fondo más que dos formas de funcionar para el capitalismo: ‘a lo Keynes’ –como durante los ‘Treinta Gloriosos’– o ‘a lo liberal’. Como las presiones sociales han venido siendo insuficientes para volver a la primera fórmula, no queda otra salida que ir aún más lejos en la vía neoliberal. Pero es absurdo: esta vía está taponada en forma duradera porque sus condiciones de viabilidad han sido destruidas por la crisis financiera. Tal es la contradicción mayor del período que se abre” (M. Husson, Viento Sur, 4-9-09).

En todo caso, lo que sí hay es una pelea de matices alrededor de una versión más o menos “aggiornada” del capitalismo neoliberal: “Tomemos el ejemplo de las declaraciones del vicepresidente de EEUU, Joseph Biden (…). El declaró que ‘se trata de salvar al mercado contra los defensores del dejar hacer (laissez-faire) y del libre mercado’. Esta proposición de ‘salvar al mercado’ contra los laissez-fairistas radicales es típicamente neoliberal (…). Estamos pasando aparentemente del laissez-fairismo radical a una re-reglamentación práctica más asumida, pero que no produce ningún cambio sobre el fondo. Esto está enmascarado en el último período por el intervencionismo estatal” (reportaje a Pierre Dardot y Christian Laval, en Carré Rouge 42). Esta situación, claro está, es diferente en Latinoamérica, donde sí existe otra variante capitalista con elementos de capitalismo de Estado, encarnada por gobiernos como los de Hugo Chávez o Evo Morales.

Por otra parte, en los países del centro imperialista es evidente el significado del mayor peso en la economía de los Estados vía el rescate estatal y las nacionalizaciones parciales de la banca y otras empresas. Sin embargo, esto está explícitamente concebido como algo transitorio, para sostener el modelo neoliberal y no para ir, nuevamente, a formas capitalista de Estado más clásicamente “keynesianas”. En ese sentido, señala Lawrence Summers, principal asesor económico de Obama: “Nuestro gran objetivo era rescatar a una economía que estaba cerca del abismo, donde una depresión parecía una posibilidad real (…). La clase de colapso financiero y económico que a finales del año pasado parecía muy posible ahora parece remota. Los rescates fueron diseñados para ser, y han sido, temporales. No hay ninguna intención de alterar el papel primordial del sector privado en nuestra economía” (WSJA, 29-12-09).

En agudo contraste con la crisis de los años 30 y sus impulsos reformistas, “éste no es el caso de hoy. Hay un discurso de ‘refundación’, pero es sólo sobre el plano de la retórica” (Carré Rouge 42, cit.). Sin embargo, dialécticamente, el marco común de referencia neoliberal no impide que eventualmente se expresen crecientes matices entre las clases dominantes del Norte del mundo, sobre todo ante la eventualidad de un ascenso de la lucha de clases (que todavía no se ha verificado). No es igual el neoliberalismo puro y duro de los republicanos yanquis, por caso (que llegan a tener elementos de delirio conservador), que la versión “light” de “gatopardismo imperial” que impulsa la administración Obama, a la que podríamos caracterizar, en ausencia de luchas populares, como aborto de gobierno reformista sin reformas (ver al respecto el citado texto de R. Ramírez en esta edición).

Un ejemplo de esos matices es el debate acerca de hasta cuándo mantener la asistencia estatal. El economista semikeynesiano Paul Krugman viene quejándose de que, lejos de discutir cómo discontinuar el rescate, debería ser profundizado para lograr creación de empleo: “El estímulo está haciendo lo que se supone que haría, es decir, interrumpir la recesión y promover la recuperación. Pero no está haciendo lo suficiente. Supongamos que el país fuera a mantener un crecimiento del 3,5%. El desempleo finalmente empezaría a bajar, pero muy lentamente. La experiencia de la era Clinton, cuando la economía creció a un nivel promedio del 3,5% durante ocho años, sugiere que con el índice de crecimiento actual seríamos afortunados sí el índice de desempleo disminuyera medio punto anual. Es decir, nos llevaría una década volver a tener algo semejante al pleno empleo. Para peor, ni siquiera es seguro que la tasa de crecimiento se mantenga a ese nivel. Los efectos del estímulo se harán sentir más con el tiempo, pero su mayor impacto sobre el alza del PBI ya quedó en el pasado. Un crecimiento sólido sólo persistirá si los gastos privados ocupan el recambio una vez que se debiliten los efectos del plan de estímulo. Y, hasta el momento, no hay signos de que esto esté ocurriendo. Entonces, el gobierno debe hacer mucho más. Desgraciadamente, las perspectivas políticas para una nueva acción no son nada buenas” (La Nación, 3-11-09).

Pero el cálculo de Krugman hace insostenible la definición que tomáramos de The Economist en el sentido que los rescates estatales “no deberían ser discontinuados hasta que se llegara nuevamente el pleno empleo”. Ese criterio, tomado estrictamente, llevaría a la quiebra la economía mundial. La tijera del ajuste deberá pasarse mucho antes de que se recupere el empleo, lo que será un factor adicional a la potencialmente enorme inestabilidad económica y social.

Por otro lado, la voz de Krugman es minoritaria en un contexto que empuja para el otro lado: “Un segundo enfoque es que el gobierno mismo genere nuevos puestos de trabajo. Varios académicos de izquierda han abogado por una versión actualizada de la Administración para el Progreso del Empleo (WPA), de los años 30, en virtud de la cual se podría dar a los desempleados trabajo socialmente útil, como la construcción de viviendas para la población con bajos ingresos o el cuidado de los niños. Una propuesta del Instituto de Política Económica, de izquierda, indica que un programa de un costo de 40.000 millones de dólares al año, durante tres años, crearía un millón de puestos de trabajo. Estas ideas, no obstante, han logrado menos avances políticos. Ya en la mira por extralimitarse, el equipo de Obama es cauteloso sobre todo lo que huela a un Estado más grande” (The Economist en La Nación, 5-12-09).

2. Insuficiente destrucción de “capitales sobrantes”

Pasemos ahora a los problemas más estructurales de la actual crisis, cuyo secreto está, naturalmente, en la esfera de la producción, donde se genera el trabajo no pagado, base de las ganancias capitalistas.

Marx señalaba que las crisis capitalistas, al tiempo que exponen los límites de la acumulación a cada nuevo momento de su desarrollo, también accionan mecanismos contrarrestantes que permiten recuperar las ganancias empresarias.

De entre estos mecanismos (caída de los salarios, ejército industrial de reserva, comercio internacional, etcétera), hay uno de importancia central que nos interesa subrayar aquí: la destrucción de los “capitales sobrantes”. Es decir, la eliminación de los sectores capitalistas más débiles para que quienes salgan triunfantes de la lucha por la supervivencia puedan ampliar su campo de acción y sus ganancias una vez pasada la crisis.

Cuando se habla de “destrucción de capitales” hay que recordar que el capital, como la mercancía, tiene una doble dimensión: valor de uso y valor de cambio, o valor a secas.12 Lo decisivo en la economía capitalista no es el valor de uso, ya que no se produce para satisfacer las necesidades humanas sino el valor: la búsqueda de la valorización creciente, de la ganancia como motivo impulsor de la producción.

Por ejemplo, la desvalorización del capital constante fijo (los medios de producción) alcanza para recuperar la ganancia si todos los demás factores continúan iguales. Por lo tanto, esta “destrucción” no necesariamente debe ocurrir con el aspecto de valor de uso “físico” de los medios de producción, sino solamente respecto de su valorización. Por supuesto, eventos mayores de desvalorización, como las guerras, implican también destrucción física de mercancías (en la Segunda Guerra Mundial se estima que se destruyó casi un tercio del capital social mundial total). Pero la clave sigue estando en la pérdida de valor y no en la destrucción física de los medios de producción. Esto permite a los capitalistas triunfantes, por ejemplo, adquirir plantas, marcas o empresas enteras de sus competidores a precios de remate, procediendo así a disminuir los costos de producción en su conjunto.

En lo que sigue veremos cómo viene operando este mecanismo esencial para contrarrestar las tendencias a la crisis en la actualidad, y por qué su funcionamiento deficiente es una de las causas principales de una eventual recaída de la economía mundial.

Selección “no natural”: los problemas para liquidar competidores en la actual crisis

“El dramático cambio en jerarquía enmascara la carencia de cambio profundo en el sistema financiero como tal. Aparte de Lehman Brothers, ninguna otra gran firma ha sido dejada caer, como hubiera ocurrido si no hubiera sido asistida. Gracias a la ayuda estatal, la ley para las grandes firmas hoy es lo que Gordon Gekko, el villano del film Wall Street, llamaba ‘supervivencia de los menos aptos’” (The Economist).

Consciente de esta realidad de insuficiente destrucción de capitales en la actual crisis, la revista decana del capitalismo mundial se queja de que, contra lo que sería necesario para sanear al sistema, aparece más bien una lógica de “supervivencia de los menos aptos”.13

Si sus beneficiarios son obvios, los mayores bancos de EE.UU., la Unión Europea y Japón, automotrices como General Motors y Chrysler, empresas navieras y un largo etcétera, menos claras son sus consecuencias en el funcionamiento a largo plazo del sistema.

Para tener una idea de lo que hubiera significado la desaparición de General Motors para sus competidores, el gigante automotriz estadounidense producía anualmente 9 millones de autos y camiones en 34 países diferentes. Tenía 463 subsidiarias y empleaba a 234.500 personas, 91.000 de ellas en EE.UU., donde incluso proveía cobertura de salud y jubilaciones a 493.000 trabajadores retirados. Sólo en EE.UU. gastaba 50.000 millones de dólares anuales comprando partes y servicios de una red de 11.500 proveedores. y pagaba 476 millones de dólares en salarios cada mes (datos de 2008, poco antes de perder su supremacía mundial a manos de Toyota; The Economist, 4-6-09). Sacarla del medio hubiera sido el sueño de muchas automotrices: hubiera permitido una enorme “racionalización”, igual o mayor producción con menos trabajadores, menos plantas y obviamente más ganancias, en escala mucho mayor a las que permite hoy la reestructuración a la baja de esta empresa. Que desde ya también implica despidos masivos, empeoramiento de condiciones de trabajo y salarios y cierre de plantas.

Así, una de las consecuencias no queridas de los rescates estatales es que el cuchillo no ha llegado hasta el hueso en la “cura de la crisis” por obra de ese mecanismo de “selección no natural”, que deja sobrevivir demasiados capitalistas que deberían haber quebrado: “Algunas aseguradoras acusan al gobierno [de EE.UU.] de distorsionar el mercado al mantener a flote a las empresas más débiles. Edmund Kelly, presidente ejecutivo de Liberty Mutual Group, menciona el caso de Hartford Financial Group, uno de sus competidores, que obtuvo 3.400 millones de dólares en fondos estatales luego de comprar una entidad de ahorro y transformarse en un holding bancario. Liberty Mutual, que no solicitó fondos estatales, no entiende por qué Hartford los obtuvo. ‘La quiebra de Hartford no le hubiera causado ningún daño a la economía’, asegura Kelly” (WSJA, 29-12-09).

En términos conceptuales: demasiado poca destrucción de capitales sobrantes, lo que hace que, para el conjunto de los capitalistas, la ganancia no se recupere, entre otras cosas porque debe seguir siendo repartida entre un mismo número de “actores”. De este modo, se mediatiza la recuperación de la producción (y de la acumulación).

El capitalismo arrastre demasiados “cuerpos muertos”, demasiada alta composición orgánica de capital, demasiado alto componente de trabajo ya creado y sólo reproducido (transferido) en las nuevas mercancías, y poco nuevo plustrabajo (trabajo no pagado) respecto de esa masa de capital constante.

Un ejemplo significativo es lo que ocurre con la industria automotriz en la actual crisis, una de las más importantes en el capitalismo en razón de que produce los bienes de consumo masivo durables más importantes, a la vez que suele caer en mayor sobreacumulación: “En las calles de las grandes ciudades norteamericanas y europeas (…) [se] constata un significativo número de marcas [que] continúan reluciendo para atraer al comprador, pero que en los hechos no son más que apariencias engañosas de empresas quebradas, mantenidas artificialmente con vida a fuerza de dineros públicos o de reestructuraciones de un porvenir incierto, como CIT, GM, Chrysler, Saab, Opel, Karstad, Quelle, Iberia, Alitalia. En apariencia, funciona como si todo fuera normal, pero, en hechos de salud económica, es una enfermedad que socava más y más profundamente todo el tejido de las empresas (…) verdaderos zombies. Todos ‘muertos-vivos’ económicos” (Global Europe Anticipation Bulletin 39).

Repetimos: subsisten demasiados competidores por una torta de trabajo no pagado que no aumenta en la proporción necesaria. Como correctamente explicaba Chris Harman: “Un importante hecho empírico de las crisis en los últimos 40 años tiene que ver con el relativamente bajo nivel de quebrantos empresarios. La concentración y centralización del capital significan que las más grandes firmas son capaces de proteger sus divisiones con menores ganancias de ir a la quiebra, un punto ya señalado en los escritos de Preobrajensky en 1931. Y el temor de los otros capitalistas y los Estados por el daño que podría suceder por el quebranto de las firmas verdaderamente grandes ha llevado a que en cada crisis en las décadas recientes el Estado intervenga para evitar que esto ocurra; lo que los comentaristas económicos del sistema ahora llaman el problema de los ‘demasiado grandes para caer’. El estudio de las bancarrotas en los EEUU concluye que fueron realmente raras las bancarrotas hasta 1990. Hubo más en la corta crisis 2000-2002 (Enron y WorldCom fueron las más conocidas), pero el giro hacia los rescates desde el colapso de Lehman Brothers –incluyendo el masivo involucramiento de los Estados previniendo el colapso de General Motors y Chrysler– muestra los límites de la desvalorización durante la crisis”.14

La resultante de la escasa destrucción de capitales en la crisis es sencillamente que se seguirá tirando para abajo la tasa de ganancia y dificultando su recuperación de conjunto. Una masa de ganancia igual o disminuida se debe seguir repartiendo entre una igual cantidad de capitalistas, lo que no incentiva a ninguno a invertir ni acumular.

Por supuesto, la distribución de las ganancias se efectúa en el mercado y significa que cada capitalista no recibe exactamente el trabajo no pagado producido bajo su ámbito, sino una alícuota variable en relación al capital total invertido en su producción: dada la perecuación de la tasa de ganancia, la participación en la ganancia social total depende del tamaño de su capital, lo que es otro de los motivos impulsores a una rápida y creciente acumulación, tal como señalan Grossmann y Mattick. De aquí se sigue que si algunos competidores quedan fuera de juego, los sobrevivientes embolsarán una porción mayor del plusvalor total.

Aquí es necesario recordar la distinción, crucial en Marx, entre la tasa de ganancia como proporción de ésta con el capital total y la masa de ganancia. Cuando la tasa de ganancia comienza a disminuir, los capitalistas eligen invertir en otra rama productiva o en las finanzas, a la búsqueda del reestablecimiento de la proporción de sus ganancias respecto de su “capital en funciones”. La caída en la tasa termina arrastrando a la masa de las ganancias hacia abajo, en la medida en que el capitalista retira su inversión. Entre la tasa y la masa de ganancias se establece una relación dialéctica, no mecánica: se pueden “compensar” en uno u otro sentido durante un tiempo (como señalaba Grossmann). Pero, en el límite, la caída de la tasa termina arrastrando a la masa de las ganancias y detonando la crisis.

Para que la tasa de ganancia sea reestablecida, Harman puntualizaba en el texto antes citado: “Esto significa que hay una sola vía en la cual la caída de los costos de la nueva inversión puede superar el problema de la ganancia. Esto ocurre si algunos capitalistas son desplazados en materia de capitalización accionaria producto de la desvalorización [de sus activos] y son colocados fuera de los negocios, mientras que otros se benefician de la compra de sus estructuras, equipos y materias primas a menor precio que su valor. Esto es, la crisis, creando las condiciones bajo las cuales algunos capitalistas ‘canibalizan’ otros, provee las condiciones bajo las cuales la caída de los costos de la nueva inversión puede servir para contrarrestar las tendencias de largo plazo a la caída en la tasa de ganancia”. Pero es precisamente este mecanismo el que alcanza a operar del todo durante la actual crisis.

Donde más espectacularmente se da la citada “selección no natural” (inhibición del quebranto) es en el terreno de la banca mundial, tras el rescate prácticamente total de lo más granado de la banca de los países imperialistas. Con ser lo más notorio, no se trata solamente de la banca: industrias clave como automotores, acero, barcos, aviación y muchas otras recibieron asistencia.

Al respecto un “gurú” de Wall Street señala: “No creo que volvamos a la normalidad tal cual la conocíamos, sino a una nueva normalidad, que es con desempleo crónico más alto, más ahorro y menor gasto de los consumidores, y la menor capacidad instalada utilizada que hayamos visto desde los 30. Tenemos demasiadas fábricas, demasiados cafés, demasiados malls, demasiado de todo. Entonces ahora tenemos que hacer una ‘racionalización’, como la denominan los economistas. Tenemos que descifrar cuál es el nivel de gasto, de actividad, y después adecuarnos. Creo que fue un error rescatar a la industria automotriz, fueron 50.000 millones de dólares que gastamos. Nunca vamos a recuperar ese dinero. Las empresas todavía pierden dinero, y lo que necesitamos en EEUU es menos automotrices, no más. Lo siento, sé que es malo para la gente que pierde su trabajo, pero el problema es que creamos demasiadas compañías. Vamos a terminar cerrando fábricas de todas maneras” (entrevista a John Mauldin, La Nación, 8-11-09).

Ejemplos típicos de esta dialéctica de inhibición del quebranto, sobreacumulación y “reestructuración” son la industria automotriz y naviera: “El año pasado, la industria automotriz [de EE.UU.] tenía capacidad para hacer 17 millones de vehículos. Las ventas en 2009 ni siquiera alcanzarían la mitad de esa cifra. Las tres grandes automotrices [estadounidenses] –General Motors, Ford y Chrysler– acumularon ruinosos costos en las décadas de la posguerra, tales como los ‘gold-plated’ planes de salud y pensiones para los trabajadores que se retiran a la joven edad de 48 años. Las tres están reestructurándose desesperadamente. Sólo Ford sobrevivirá en su forma actual” (The Economist, 28-5-09). Y en cuanto a la sobrecapacidad en la industria naviera, una de las más golpeadas en sus perspectivas de mediano plazo de la economía mundial15: “Como invitados no esperados, 453 buques container, 11% de la capacidad global, están amarrados en los puertos de Hong Kong, Singapur y otros del sudeste asiático. Sólo cinco años atrás, la alta demanda desde China significaba que todos estos barcos, y más, eran desesperadamente requeridos. Entre fines de 2006 y julio de 2008, los fabricantes de barcos recibieron suficientes pedidos como para duplicar la flota mercante mundial. Ahora, se están botando estos nuevos barcos –más de 9.000 unidades– justo cuando la demanda está colapsando. Los pedidos de nuevos barcos, como era de esperar, han colapsado, y la preocupación ya no es qué debe comprarse, sino cómo cancelar pedidos” (The Economist, 26-3-09).

En el caso de Corea del Sur, nave insignia de la producción mercante mundial, el gobierno está buscando reorientar la industria hacia la producción de plataformas petrolíferas y gasíferas marítimas offshore en el marco de una caída pavorosa: “Las autoridades de Corea del Sur propusieron medidas para enfrentar una caída en los pedidos de barcos este año. El país alberga a siete de los diez mayores astilleros del mundo (…). Los pedidos de barcos hasta noviembre estaban muy por debajo del nivel del año pasado, lo que quiere decir que la actividad comenzará a caer el año próximo y se hundirá en 2011 y 2012. Este efecto con retraso afectará el negocio de la construcción de barcos con especial fuerza en Corea del Sur, donde el sector es responsable por cerca de 10% de las exportaciones del país por valor (…). Los analistas afirman que llevará años para que las navieras absorban los pedidos de barcos realizados hace algunos años y que ahora se están terminando en los astilleros” (WSJA, 22-12-09). Según estimaciones coincidentes, la producción naviera mundial recién se recuperaría hacia 2015, siempre que la economía mundial no sufra una nueva recaída.

En suma, este cóctel explosivo de sobreacumulación en las principales ramas productivas y rescates que impiden la destrucción de los capitales sobrantes es otro factor estructural que empuja hacia la recaída de la crisis. O, en todo caso, para el estancamiento duradero de la economía mundial, en ausencia de una recuperación en materia de nuevas inversiones.

Las dificultades para “rejuvenecer” al capitalismo

“Debido a que la masa del capital crece menos rápido en términos de valor, y debido a que el empleo de trabajo vivo depende no del valor sino de la masa de los elementos de la producción, se sigue de aquí que para emplear a la población trabajadora a un determinado nivel, un capital mucho más pequeño [en términos de valor, no necesariamente físicos] va a ser suficiente. Incrementos en la productividad y la extensión de los valores de uso que la acompañan reaccionan como sí la acumulación de valor estuviera en un estadio menor y más inicial. Representan un proceso de ‘rejuvenecimiento’ económico. El hálito de vida de la acumulación es entonces prolongado. Pero esto sólo significa que el colapso es pospuesto, lo que ‘nuevamente muestra que las mismas influencias que tienden a hacer caer la ganancia también moderan los efectos de esta tendencia’ [Marx]” (H. Grossmann).

Volviendo al mecanismo de la “purga” de capitales sobrantes durante la crisis, el capitalismo tiene su tendencia intrínseca a la crisis pero también las formas de contrarrestarla. La crisis se genera porque en un determinado punto del proceso de acumulación hay demasiado capital ya creado (trabajo muerto) y poca creación proporcional de nuevo valor y, sobre todo, plusvalor, el mecanismo íntimo impulsor de la producción capitalista. Así, la ganancia, que proviene exclusivamente del trabajo vivo (es decir, del nuevo trabajo puesto en acción a cada nuevo paso de la producción), del excedente de trabajo sobre la remuneración de la fuerza de trabajo, se estrecha cada vez más. Es decir, la proporción de trabajo no pagado cada vez se reduce más en relación con todo el trabajo necesario (muerto y vivo) que es utilizado para simplemente mantener el capital y la fuerza de trabajo ya en funciones.

Llegado un punto, la caída de esta proporción (tasa de ganancia, igual al plusvalor sobre el gasto en capital constante y variable) desalienta la inversión en la producción, y tira hacia abajo la masa total de las ganancias. Cuando ocurre esto, muchos capitalistas buscan el atajo de la esfera de las finanzas para obtener ganancias “fáciles”. Como señalarámos en la edición anterior, una de las características centrales del capitalismo en su fase neoliberal es la recuperación de la tasa de explotación pero sin que esta plusvalía obtenida haya sido aplicada proporcionalmente a la acumulación, sino que se ha buscado la “fuga” de su “valorización financiera”.

Pero esas ganancias “fáciles” dependen de las “difíciles” que se generan en el terreno de la producción. La ganancia no es más que trabajo no pagado a los trabajadores. Y si ese trabajo no ha sido generado, las ganancias fáciles son en el fondo ficticias: “La crisis financiera resulta en el fondo de una reivindicación imposible del capital: obtener para el conjunto de los capitales invertidos una rentabilidad en línea con los rendimientos que los activos financieros procuran en ciertos segmentos. Pero la ley del valor interviene periódicamente para recordar que el volumen de las riquezas producidas está limitado por la extracción de plusvalía; en definitiva, no se pueden distribuir más riquezas que las que se producen. Los activos financieros no son el fondo más que derechos de giro sobre la plusvalía. Su valor nominal es en cierto sentido virtual, pues sólo cuenta la prueba de su conversión en bienes reales, lo que parafraseando a Marx, se podría llamar el gran salto mortal del mundo del capital ficticio al de la mercancía” (Michel Husson, “¿Adónde va la crisis?”, Viento Sur, 17-11-08).

Con la caída de las ganancias en el terreno de la economía “real” se construyen las burbujas financieras, que a la postre resultan insostenibles. De ahí que se necesite una “limpieza”: ingentes masas de capital ficticio deben ser barridas de la escena para que no sigan exigiendo remuneración.

Fundamentalmente, lo que debe ser reestablecido es la ganancia en el terreno de la producción material. Aquí actúan las señaladas contratendencias de la crisis. Las más sencillas de ver son las formas de aumento de la explotación del trabajo. desde la caída del valor de la fuerza de trabajo hasta la generación de un ejército industrial de reserva que tire hacia abajo las condiciones de trabajo. Pero cabe agregar también la gran importancia del comercio exterior como ámbito de transferencia de plusvalor, como destaca agudamente Grossmann.

Siguiendo la lectura que hace Grossmann de Marx, a nivel del mercado mundial funcionan las mismas leyes que en la economía nacional. Es sabido que las tasas de explotación y de ganancia son tasas medias, porque el mercado actúa tanto igualándolas como distribuyendo entre los capitalistas la masa de plusvalía en proporción al capital total en funciones. De ahí entonces que, a nivel del mercado, si bien no puede haber creación de valor, sí hay transferencias de valor y plusvalor, tanto nacional como internacionalmente. Y esto hace al rol del mercado mundial como causa contrarrestante de la crisis, según Grossmann: las transferencias de valor en el mercado mundial y la exportación de capitales en función de la búsqueda de lugares de inversión con menor composición orgánica del valor y menores salarios. Esto significa que el ataque al movimiento obrero es condición necesaria pero no suficiente para salir de la crisis: el capitalismo también es, y muy esencialmente, un sistema de competencia entre los propios capitalistas.

Se puede producir más y mejor con la misma (o menor) cantidad de trabajadores más productivos que a la vez dejan sin uso enormes masas de capital fijo en medios de producción. No sólo sobran, digamos, autos y aviones: sobran sobre todo máquinas y plantas enteras de las más diversas ramas de la producción, como ocurre hoy en EE.UU., donde la utilización de la capacidad instalada es la menor desde los años 30.

En esas condiciones, el trabajo no pagado se confrontará con este menor empleo de medios de producción (pv/c), aumentando entonces la tasa de ganancia. Así se produce el efecto de “rejuvenecimiento” del capitalismo que señala Grossman. Pero este “rejuvenecimiento” (menos carga de trabajo muerto) no sobrevendrá si se debe seguir remunerando a los capitales más improductivos y un conjunto de máquinas, plantas y medios de producción que han devenido en sobrantes.

Volvamos a la industria automotriz, en este caso el debate sobre qué hacer con la Opel en Alemania: “Pocos dudan que el sistema bancario necesita ser rescatado. Pero los riesgos de rescatar firmas industriales son mucho más severos. Incluyen competencia distorsionada, debilitamiento de empresas más saludables y preservación de métodos de producción caducos. Los costos introducen al gobierno en gran endeudamiento; la preocupación no es que el Estado vaya a devenir más poderoso, sino que quede severamente debilitado (…). Opel ha fallado en todos los tests. Ha venido perdiendo participación en el mercado por años, y parece demasiado pequeña para sobrevivir en una industria plagada por la sobrecapacidad” (The Economist, 12-3-09).

La consigna debería ser, conforme a las leyes más clásicas de la dinámica capitalista (¡según Marx y según The Economist!), destruir sin piedad los capitales sobrantes: cerrar firmas, borrar marcas, despedir en masa, cerrar plantas y trasladar a otros países ramas enteras de la producción, así como exportar capitales.

Pero esto tiene un costo político-social inmenso que no es fácil que el capitalismo pueda soportar. Aquí se vuelve insportablemente aguda la tensión entre el capitalismo como régimen de explotación económica y como sistema de dominación social. Volveremos sobre esto más adelante.

Por otro lado, esa destrucción de capital podría arrastrar consigo, incluso económicamente, al capitalismo como un todo. Ahí aparece el rescate estatal para evitar el colapso. Pero esa acción tiene un enorme costo: al mantener en actividad los capitales menos rentables, la tasa y la masa de ganancia no alcanzan a recuperarse lo suficiente. En consecuencia, la producción languidece, como se espera que ocurra en los próximos años con la economía mundial sumergida en una situación de estancamiento duradero.

De esta manera, la supervivencia de los “menos aptos”, si bien es más conveniente políticamente, tiene económicamente consecuencias dramáticas al limitar la acción de las contratendencias a la crisis e impedir el “rejuvenecimiento” del sistema. Así, esta política preanuncia graves dificultades en el terreno de la acumulación del capital y una recaída en la crisis en perspectiva.

Sobreacumulación, concentración y centralización de capitales

Es sabido que cuando la producción aumenta y se desarrollan ramas productivas que, por las más diversas razones, tienen una mayor tasa de ganancia que otras, los capitalistas se vuelcan en masa a invertir en ellas, calculando las perspectivas del mercado en cuestión. Pero como la producción capitalista es globalmente no planificada, anárquica, caótica, los capitalistas se entusiasman en exceso y se produce una sobreacumulación de capitales, que cuando emerge la crisis se revela en toda su magnitud.

Ya desde antes de la crisis misma quizá esta sobrecapacidad se venía manifestando como sobrante en la utilización de capacidad instalada o como reducción del precio de las mercancías producidas. Pero cuando la crisis estalla, y los mecanismos de compraventa se paralizan casi por completo, cuando baja a pique la producción, como en la actual crisis, se revelan los errores en la “planificación” empresaria de la inversión y la producción. Se ha aplicado demasiado capital, que no encuentra salida en la realización del valor y el plusvalor en el mercado; se han comprado demasiadas máquinas, se han erigido demasiadas plantas, la capacidad productiva es tal que el mercado no puede “digerir” ese volumen de mercancías. Como consecuencia de esta sobreacumulación de capitales, debe proceder la desvalorización de esos activos (o incluso su destrucción), de manera de restablecer la justa proporción entre producción, ganancias y mercado.

Esto es lo que debería estar ocurriendo en la actual crisis, proceso hoy inhibido por los rescates estatales. Pero junto con lo anterior, hay otros mecanismos contra la crisis que sí están presentes hoy: la concentración y centralización de los capitales, conocidas en el mundo económico como “fusiones”.

Como ya señalamos, las crisis implican la posibilidad de que los capitales desvalorizados por sobreacumulación, caída de las ganancias y/o quebrantos sean adquiridos a precios de remate por una empresa más fuerte. La concentración funciona racionalizando procesos productivos vía la adquisición y fusión a nivel del proceso de producción mismo. Por su parte, la centralización de capitales opera no a ese nivel sino en el del capital accionario.

En definitiva, frente a la sobreacumulación que la crisis revela, los mecanismos de concentración y centralización de capitales funcionan como compensación. Veamos cómo.

Es más fácil ver los elementos de centralización porque hacen a las fusiones y adquisiciones empresarias (acontecimientos en materia de propiedad que suponen luego, casi invariablemente, “racionalizaciones” productivas a gran escala): “La compra el lunes por parte de Exxon de la firma de exploración de gas natural XTO Energy Inc. por 31.000 millones de dólares es otra señal inconfundible de que la actividad de fusiones y adquisiciones en EE.UU. se está recuperando. Normalmente, eso es un buen indicador también para la economía en general (…)Si la historia reciente es un referente, una recuperación de las fusiones y adquisiciones (F&A) también es prueba de que la economía en general ha empezado a recuperarse. Estudios de las dos últimas décadas muestran que los acuerdos suelen ser un indicador tardío del crecimiento económico, que suelen presentarse unos meses después de que la economía toca fondo, y aumentan a medida que las bolsas se recuperan y el crecimiento del PBI y el consumo repuntan. Las F&A del ciclo actual alcanzaron su tope en 2006 y 2007, con acuerdos por unos 1,39 billones de dólares en ambos años. Y alcanzaron unos 0,75 billones en 2009” (WSJA, 16-12-09).

Ahora bien, aunque esta actividad de fusiones y adquisiciones efectivamente se viene recuperando, se combina con la señalada no destrucción de capitales en su conjunto, de modo que el primer factor puede compensar sólo parcialmente el hecho de que los Estados le están dando sobrevida a unidades económicas inviables. Y ésta es otra de las razones que abonan una recaída en la crisis.

¿Puede el Estado crear una economía a su imagen y semejanza?

Respecto de la cuestión de la intervención del Estado en la economía, hay un problema de índole teórica: el famoso debate de los años 20 acerca de las posibilidades de un “capitalismo organizado” y que continuó en las décadas posteriores alrededor del fenómeno del keynesianismo.

Conceptualmente, si desde la intervención estatal se pudiese evitar el estallido de las contradicciones más íntimas del capitalismo, la eternidad del sistema estaría asegurada. Lenin, respecto de la supuesta “planificación” y “racionlización” que implicarían las nuevas grandes unidades económicas (cárteles y trusts), sostenía: “La afirmación de que los cárteles pueden eliminar las crisis es una fábula difundida por los economistas burgueses, que desean a toda costa embellecer el capitalismo. Por el contrario, el monopolio creado en ciertas ramas de la industria aumenta e intensifica la anarquía inherente a la producción capitalista en su conjunto”.

Lo propio vale para el Estado: en tanto factor “derivado” –que, claro está, tiene capacidad de reacción sobre la base económica, pero dentro de ciertos límites– no puede por su sola intervención resolver las contradicciones que desgarran la estructura misma de las relaciones sociales de la producción capitalista. Este hecho se hace visible hoy bajo la forma de los estrictos límites de las intervenciones estatales para rescatar a la economía mundial de su peor crisis en décadas, así como de los dramáticos desequilibrios que se están creando a partir de ella.

Veamos más de cerca los problemas teórico-conceptuales que plantea la intervención estatal en la crisis y en los mecanismos de reproducción del capital, así como su “eficacia” para crear una economía “a su imagen y semejanza”.

La producción es, según Marx, la sede de la creación del valor, el terreno fundamental y el que manda en la economía como totalidad. Pero la producción está necesariamente acoplada a otro plano, la reproducción de las esas condiciones de la producción que formalmente la preceden: garantizar que en cada nueva jornada laboral haya los medios de producción, materias primas y fuerza de trabajo necesarios para llevar adelante la producción. Esto se logra por la intermediación del mercado, del momento de la compraventa, del dinero (o, en su defecto, del crédito): la esfera de la reproducción.

Durante la actual crisis, es en ese terreno donde centralmente interviene el Estado. También lo hace, ocasionalmente, en la producción directa, al asumir la gestión de una empresa o rama de la producción, pero esta no es la tónica en la actualidad; no se han puesto al orden del día estatizaciones al estilo keynesiano, como sí ocurriera en la segunda posguerra, sobre todo en Europa, con diversas ramas industriales y sobre todo de servicios.

Hoy no hay nada parecido. En la actual crisis, la gestión ha sido dejada, prácticamente en todos los casos, en manos privadas, aun cuando el paquete accionario está abrumadoramente en manos del Estado (casos GM y Chrysler en EE.UU.). La intervención ha consistido más bien en facilitar recursos o financiamiento a las empresas o bancos en bancarrota.

Los rescates no han sido otra cosa que garantizar asistencia dineraria al conjunto de los grandes bancos y empresas, asegurando la continuidad de la producción por la vía de evitar el bloqueo de los mecanismos de reproducción del capital: mantener el financiamiento, cubrir los quebrantos y seguir remunerando la fuerza de trabajo (o incluso financiar los procesos de “racionalización” y despidos en masa en curso).

Como se ha podido observar en estos últimos dos años, la crisis en el terreno del capital-dinero tiene una mecánica específica que puede multiplicar exponencialmente las dimensiones de la recesión. La crisis financiera amenaza a cada instante con reactuar brutalmente sobre los fundamentos más íntimos de la producción bajo la forma de una crisis de restricción crediticia (credit crunch).

La “crisis crediticia” es aquella en la que, como señalan Dumenil y Levy en su clásico ensayo “La Gran Depresión: ¿un evento paradójico?” (1995), los potenciales prestadores de dinero (los bancos) alimentan la presión recesiva por la vía de una cerrada negativa a prestar dinero (sea a tasas “normales” o tout court). Esto ocurre a pesar de la persistente demanda de los candidatos a tomar créditos (prestatarios) y de una política de tasas de interés formalmente bajas. En estas condiciones, la crisis de restricción crediticia mina la capacidad de la política monetaria para alimentar una recuperación. Si se priva a una persona de oxígeno, se pondrá azul, colapsará y eventualmente morirá. Si se priva de crédito a la economía, comienza un proceso similar. Al ampliarse e intensificarse la crisis financiera, la economía comienza a sofocarse. Concretamente, el grado de profundidad de la crisis depende del grado de restricción del sistema de créditos, sea en la habilitación de los mismos a los bancos (crédito interbancario), a las industrias, a las diversas instancias gubernamentales o a los particulares.

De ahí entonces los rescates multimillonarios que pasan por encima de una mera política monetaria y se ubicaron directamente en el terreno de la política presupuestaria, por la vía de la asistencia dineraria directa por parte del Estado.

Sin embargo, la intervención estatal tiene una contraindicación. Porque, como hemos señalado más arriba, su intervención opera justamente para evitar el pleno funcionamiento de las leyes espontáneas del sistema, que amenazarían con barrer con todos los capitales sobrantes, con impredecibles consecuencias económicas, sociales y políticas. Los rescates estatales en buena medida rompen el “automatismo” que caracteriza a la reproducción económica bajo el capitalismo (y que los liberales más acérrimos exigen respetar a todo trance).

Desde el punto de vista estrictamente económico, la clave para sanear el sistema es cuánta destrucción de capital (y de fuerza de trabajo) se logra concretar durante la crisis para crear las condiciones de salida a ésta.

Pero aquí aparece un problema extraeconómico: lo que es conveniente para el capitalismo en términos económicos muchas veces inviable desde el punto de vista político, con lo cual la recuperación amenaza quedar trunca aun si la intervención estatal, en un primer momento, atenúa los aspectos más catastrófico de la crisis. Esta contradicción entre las leyes de la economía y las necesidades de la dominación política podría conducir a eventuales explosiones sociales que amenacen al conjunto del sistema.

Para que la crisis sea “resuelta” es entonces imprescindible la intervención del Estado en algunos puntos del sistema de reproducción, si no, no hay salida. Como entrevió Keynes en los 30: el mecanismo económico, una vez atascado, no se destraba sin la ayuda del Estado.

De ahí se sigue la insistencia de los gobiernos imperialistas en rescatar a la banca mundial, ámbito central del sistema de reproducción, en la medida en que es el lugar de administración del capital en la forma de dinero. Pero al hacer esto, simultáneamente, se mediatizan o inhiben los mecanismos automáticos de recuperación de la ganancia: “La intervención del Estado siempre ha tenido una doble repercusión. Previene que los primeros síntomas de la crisis se desarrollen hacia un colapso económico liso y llano. Pero también obstruye la capacidad de algunos capitales de reestablecer sus ganancias a expensas de los otros” (Chris Harman, “La tasa de ganancia y el mundo hoy”). Sin que hayan leído a Marx, esa contradicción se expresa en los furiosos debates en el seno de la burguesía, sus administradores y políticos sobre la conveniencia o no de salvar tales o cuales bancos y/o empresas –como la General Motors en su momento– o dejarlas quebrar para “sanear” la industria (es decir, recuperar a mediano plazo la rentabilidad).

Teóricamente, se trata entonces de la señalada cuestión acerca de la eficacia de los Estados para “burlar” la acción de las leyes económicas, a las que puede mediatizar pero nunca anular, porque nos estamos refiriendo a esferas que, en el capitalismo, tienen racionalidades muy distintas.

El marxista Paul Mattick, en referencia a la subordinación de los problemas monetarios a los de la esfera de la producción, observaba que “Keynes prefería a Gesell en vez de Marx porque favorecía políticas económicas, especialmente en los terrenos monetario y fiscal, que él (Keynes) veía como capaces de aliviar las enfermedades económicas del capitalismo sin alterar su estructura social básica. Marx, lidiando con cuestiones monetarias exclusivamente, enfatizaba los aspectos extramonetarios de la economía. En su visión, las cuestiones monetarias podían ser entendidas solamente bajo la luz de las relaciones capitalistas de producción. No es la moneda la que por su naturaleza crea esta relación; por el contrario, es la existencia de esta relación la que permite transformar una mera función monetaria en capital” (Marx y Keynes. Los límites de la economía mixta, 1969). Y luego de subrayar este ángulo materialista del análisis de Marx, agregaba Mattick: “[Para Marx], el mercado y la acumulación de capital están [recorridos] por dificultades que aparecen como problemas monetarios. El mismo proceso de compraventa como tal contiene un elemento de crisis, en la medida en que el vendedor no está obligado a comprar y puede retener sus valores en forma monetaria. Una cantidad de dinero que no es suficientemente grande como para servir como capital adicional puede necesitar un período de atesoramiento que también puede constituir un elemento de crisis” (ídem). Sin embargo, la matriz de la crisis siempre está en otro lado: en las “disfunciones” en la esfera misma de la producción, que es la determinante de los fenómenos monetarios y no al revés.

Lo mismo se puede aplicar, conceptual y teóricamente, a los límites de la intervención del Estado en la esfera de la economía: las leyes económicas preexisten al mismo Estado y éste no puede “crear” una economía “a su imagen y semejanza”.

Resolver realmente, y no sólo mediatizar o postergar, las recurrentes crisis del sistema, es la tarea de la revolución social: esto es, establecer otras relaciones de producción subordinadas a otras leyes, que en el socialismo serán las de la producción directa de valores de uso, las de la planificación económica consciente y las de la democracia socialista.

3. La perentoria necesidad de rebalancear la economia mundial

“Los desbalances de la economía mundial son una de las causas esenciales de la crisis. Para salir de ella, hace falta una remodelación completa de la economía mundial. Sin embargo, la transición desde la caótica configuración actual hacia esta nueva configuración ‘balanceada’ debe imponerse a dos tipos de obstáculos. El primero es social y resulta de la resistencia de los intereses dominantes, cuyo proyecto es volver a hacer negocios como usualmente, cuestión que les calza perfectamente. El segundo está a nivel económico: la relativa rigidez de la división internacional del trabajo establecida por la globalización deja la transición, que puede no ser inmediata, incierta. En estas condiciones, las tensiones entre el deseo de mantener el orden existente y la profunda necesidad de una reorganización en los planos económico, social y ambiental abren un largo período de inestabilidad e incertidumbre” (Michel Husson, China-USA: The uncertain aftermath of the crisis”, agosto 2009).

Pasemos ahora de los elementos determinantes de la crisis en el terreno de la producción a los desajustes en los mecanismos de realización de plusvalor y circulación de capitales a nivel mundial.

Un elemento central a abordar a este respecto son las actuales relaciones económicas entre EEUU y China, cuestión de inocultable importancia más allá de la distorsión que introduce la cobertura impresionista de los medios de comunicación al respecto.

Una segunda cuestión no menos importante es valorar los alcances reales de los ensayos de “coordinación internacional” de respuesta a la crisis, como las reuniones del G-20, que gobiernos como el de Lula da Silva del Brasil han presentado “como un hecho revolucionario” del cual estaría surgiendo “un nuevo orden económico internacional”…

Sobre China y EE.UU.

“Dado que las reglas de la OMC atan las manos a China en su política industrial, ¿cuánto castigo sufriría China si el renminbi se valorizara? Una valorización del 25% –más o menos el porcentaje en el que el renminbi está subvaluado– reduciría el crecimiento de China en un poco más del 2%. Es un efecto significativo, aun con los estándares de desempeño superlativo de China en el ámbito del crecimiento. Lo que es más importante, una reducción del crecimiento llevaría a China por debajo del umbral del 8% que sus líderes consideran necesario para evitar las luchas sociales” (Dani Rodrik, profesor de Política Económica de la Universidad de Harvard, La Nación, 13-12-09).

Partamos de señalar que la visita de Barack Obama a China en noviembre pasado (2009) y los magros resultados que cosechó reabrieron la discusión acerca de las actuales relaciones entre EE.UU. y China en el contexto de la situación internacional creada por la crisis.

León Trotsky, en un célebre folleto titulado Sobre Europa y EE.UU, señalaba la creciente contradicción ante la emergencia de un nuevo centro imperialista, EE.UU., en condiciones en que los límites históricos alcanzados en el desarrollo del capitalismo impedían el ascenso de un nuevo centro sin la caída del viejo. Tal era la tesis básica de su trabajo.

La Segunda Guerra Mundial vino a confirmar este aserto, resolviéndose por su intermedio (a costa de una dramática destrucción de fuerzas productivas y seres humanos) el problema de la hegemonía mundial por varias décadas, tema que hoy vuelve a ponerse sobre la mesa. Digamos de paso que una diferencia que tenemos con el economista marxista argentino Claudio Katz en el abordaje a la actual crisis es cierta subestimación de los tremendos problemas que enfrenta EE.UU., su tendencia a la declinación histórica, y la propensión, lenta pero real, al declive hegemónico en casi todos los terrenos, aun si no aparece reemplazante a la vista.15

A comienzos del siglo XXI, si por un lado están creciendo determinadas contradicciones al interior de las relaciones entre las potencias imperialistas, la crisis de ninguna manera ha llegado –por ahora– a profundizarse de tal manera que rompa el equilibrio internacional. Hay una convivencia de tendencias tanto “competitivas” como “cooperativas” que no adelantan, en las actuales condiciones al menos, una conflagración internacional: “Es necesario un reajuste de conjunto del dispositivo Estado/mercado. La hora de tal reajuste devendrá necesario, y no podría ser más que a escala mundial, porque la internacionalización del capital, producto de la mundialización tal como se viene desarrollando desde los años 90, crearon una serie de relaciones irreversibles que plantean al capital, para decirlo en términos telegráficos, la cuestión del ‘Estado mundial’. Frente a esta cuestión, las élites oligárquicas se verán confrontadas a una situación bien precisa de competencia muy viva a escala mundial y de ausencia de una potencia hegemónica, porque EE.UU. está por perderla, si es que ya no la perdió, sobre toda una serie de planos, aunque no hay nadie capaz de tomar su lugar. En consecuencia, entramos en una situación (…) donde la competencia [de capitales] se expresará en esa otra forma de competencia entre Estados y entre muy grandes grupos industriales y financieros. No se trata de anunciar una reedición de la competencia inter-imperialista de siglo XIX o de la primera mitad del XX (las cosas son más complicadas ahora), pero sí de constatar que subsisten terrenos en que la rivalidad entre Estados es extremadamente fuerte y la cooperación difícil”.16

Precisamente, en materia de relaciones entre Estados, existe una contradicción central creciente cada vez más visible (aunque falta mensurar sus verdaderos alcances): la relación entre China y EE.UU.17

En primer lugar, aclaremos que China no deja de ser un gigante en gran medida con pies de barro, cuyas bases estructurales no la asemejan –no todavía– a un país imperialista. Por el contrario, sigue siendo una nación dependiente de la inversión extranjera en los puntos más dinámicos de su aparato productivo (entre otros factores de dependencia): “Mientras más profundamente [el país] es integrado a los mercados mundiales, más fuertes son la dependencia y las restricciones que encuentra en sus opciones políticas y estratégicas” (“Lecciones de China”, Lin Chun, en www.socialismo-o-barbarie.org, 9-10-09). Además, la capacidad de consumo interno y el nivel de vida general de su población trabajadora (urbana y rural) siguen siendo bajísimos para los estándares internacionales. Su producto bruto interno medido sobre población (PBI per capita) es un décimo del de EE.UU., lo que da la pauta de la baja productividad general de su economía. Y los elementos de esclavitud laboral continúan caracterizándola como una “plataforma exportadora” (taller del mundo en materia de bienes de consumo).

El PCCh se ha negado a tomar medidas para acabar con esta conformación estructural, porque ese giro significaría hacer concesiones económico-sociales a las masas, lo que para nada está en la cabeza de los burócratas chinos, que más bien emprendieron el camino opuesto: el de restaurar el capitalismo.

China concentra una serie de paradojas: desde el punto de vista del ciclo económico, ha sido más “estable” desde 1980 que en su fase no capitalista (aunque al costo de la acumulación de una serie de contradicciones dramáticas que en algún momento deberán explotar). Recordemos que durante su fase no capitalista, 1949-1980, China pasó por una serie de dramáticas convulsiones; las más sonadas, el llamado “gran salto adelante” de finales de la década del 50, y la “revolución cultural” de finales de los 60.

Al mismo tiempo, desde el punto de vista social, es evidente que el período no capitalista post revolución de 1949 concentró una serie de conquistas, sobre todo entre los núcleos centrales de los trabajadores urbanos (paradójicamente, no ocurrió lo propio el campesinado, la verdadera base social de la revolución anticapitalista china). Sin embargo, no por ello llegó a configurar un “estado obrero” como equivocadamente se lo definió desde diversos sectores de nuestro movimiento trotskista; tal desenlace no fue posible ante la ausencia de la clase obrera al frente del proceso revolucionario y del poder (ver al respecto “China 1949, una revolución anticapitalista”, en Socialismo o Barbarie 19).

En suma: “El balance de las reformas post maoístas es un embrollo de contradicciones, mostrando por una parte las condiciones materiales de la existencia mejoradas en general, junto con una creciente clase media urbana, y por otro lado [agudos] problemas y dificultades. Hasta ahora, el patrón de crecimiento de China no ha superado sus rasgos de bajos salarios, baja tecnología y baja productividad con el costo de alta inversión, alto consumo de energía y alta polución, y una alta tasa de explotación y dependencia del comercio exterior” (Lin Chun, cit.).

Volviendo a nuestra argumentación, digamos que existe un factor real que cuestiona en cierta forma la definición anterior de China como nación dependiente. No se trata sólo de las dimensiones del gigante asiático, sino de que con dos o tres billones de dólares en sus manos –en dinero constante y sonante o bajo la forma de bonos del estado norteamericano– China se ha convertido en el principal acreedor de EE.UU.: “Beijing no olvida, ni un instante, que es el mayor acreedor de EEUU, con más de un billón de bonos del Tesoro norteamericano, y que el 70% de sus reservas, que más que duplican aquella cifra, están en moneda norteamericana” (Marcelo Cantelmi, en Clarín, 21-11-09).

Sobre la base que su moneda, el yuan, continúa manteniéndose en un valor menor al dólar (y, por tanto, al resto de la canasta de monedas internacionales), su potencia exportadora sigue siendo inexpugnable, a pesar de que su efectiva conformación estructural la hace dependiente de importar todo o casi todo lo relacionado con inversiones de capital, y que su especialización exportadora se concentra en bienes de consumo (sector II).

Esto viene a cuento del debate actual sobre la perentoria necesidad de que el mercado mundial se “rebalancee”. Al respecto, señala el Nobel de Economía Paul Krugman: “Esperemos que cuando las cámaras no estén filmando, Obama y sus anfitriones se embarquen en alguna franca conversación sobre política monetaria. Porque el problema de los desequilibrios comerciales internacionales está a punto de empeorar significativamente y se avecina un enfrentamiento potencialmente feo si China no cambia su actitud” (La Nación, 17-11-09).

La crisis ha hecho estallar por los aires una configuración de la economía mundial en la que EE.UU. operaba como comprador en última instancia y China como vendedor. Necesariamente, EE.UU. debe encaminarse ahora hacia un enorme ajuste económico: más que importar, necesita exportar. Más que seguir endeudándose para consumir, necesita ahorrar (tendencia que ya se está dando). Ahora bien, ¿quién será el nuevo destinatario de las exportaciones chinas? ¿Qué harán otras economías “empujadas por las exportaciones” como Alemania o Japón? ¿Quién será el que consuma todo lo que se produce a nivel mundial? Es precisamente en esta línea de fractura donde se instalan las eventualmente cada vez más tensas relaciones entre China y EE.UU.

La evidente paradoja es que los mismos grupos económicos estadounidenses operan en China, dado el creciente entrelazamiento de ramas productivas en un orden mundial “globalizado”, dato que no se puede subestimar. Por ejemplo, “buena parte de las exportaciones chinas son el resultado de inversiones estadounidenses en China, y el bajo precio de estas importaciones permite tirar para abajo las presiones por el valor de la fuerza de trabajo en EE.UU.” (M. Husson, cit.)

Aquí, debe resaltarse que en la actual configuración de la economía global, el mercado mundial se afirma superando y a la vez sin poder eliminar las fronteras y estados nacionales. Es decir, desde el punto de vista de los capitalistas individuales, las fronteras “no importan”, aunque a la vez especulan con los diversos niveles de salario, empleo y condiciones de trabajo, con las distintas composiciones orgánicas del capital, con los diversos marcos regulatorios de los estados y las cotizaciones de las monedas. Pero esta dramática contradicción reemerge a cada nuevo momento del desarrollo capitalista: desde el punto de vista de cada Estado capitalista, en lo que hace a cuentas nacionales y flujos de capital, las fronteras sí pesan, y mucho.

Y en la medida que el capitalismo imperialista es una configuración que superpone economía y política (con determinación en última instancia de la primera), si la economía mundial no se “rebalancea”, se plantea la posibilidad de que se atasque o dé lugar a salidas o tendencias más bien de competencia –e incluso, de profundizarse la crisis, de hostilidad– y no de cooperación.

De ahí que desde EE.UU. se le esté exigiendo a China que aumente su consumo interno por la vía de revaluar el yuan, desarmando en parte su modelo y posibilitando así el rebalanceo del resto de la economía mundial, particularmente la de EE.UU.: “El tema al que Washington más prioridad le ha dado es el que demanda una presión decidida para que China se haga cargo de la crisis mundial, aumentando sus importaciones y liquidando el preferencial ahorro de sus ciudadanos (40% contra el 3% de los norteamericanos). Es un mercado de 1.300 millones de consumidores que el capitalismo real quiere dentro del plato para recuperar los ritmos anteriores de crecimiento” (M. Cantelmi, en Clarín, 26-9-09).

Pero esto entrañaría una dramática contradicción por ahora sin visos de solución: China debería dar un giro casi de 180 grados en su propio modelo “capitalista salvaje”.18

Como señala Husson, “el modo de crecimiento chino no es sustentable. En el nivel económico, la estructura de la demanda es aberrante. Con un excesivo peso de las exportaciones (41,3% del PBI en 2007) e inversión (42,7%) y una participación decreciente del consumo público y privado en los mercados (49,6% del PBI en 2007), está expuesto a los peligros de sobreacumulación y, simétricamente, de subconsumo. Los superávits comerciales han cumplido un rol de motor en los años recientes, pero están amenazados por el bajo crecimiento de la apertura de nuevos mercados y, en el largo plazo, por la creciente dependencia de la energía. Desde ahora mismo, China necesita ‘reenfocarse’ en el mercado interno bajo la presión de tensiones sociales relacionadas con trabajo, salud y jubilaciones. Sin embargo, como en EE.UU., esta reconversión en el modelo de desarrollo se enfrenta al desafío de la desigualdad social que le es inherente” (Michel Husson, “China-USA…”, cit.).

Por esa vía, además, China sería obligada a pagar parte de la cuenta de la crisis norteamericana. De ahí que, irónicamente, le exige a EE.UU. que aplique la receta clásica de los países tercermundistas: un crudo ajuste fiscal para garantizar la solvencia del dólar y el pago puntual de los intereses de la deuda a la propia China.

Incluso analistas marxistas parecen descuidar esta problemática, en una mirada que a su vez subestima la dimensión histórica de la crisis: pierden de vista el hecho de que la configuración entera del capitalismo neoliberal está en crisis. Y si bien es un hecho que los capitalistas insisten en mantenerla, no por eso deja de ser fuente de dramáticos desequilibrios, que en todo caso sólo serán postergados pero volverán a emerger.

Una mirada de este tipo es la de Claudio Katz en sus trabajos sobre la crisis desde 2008: “La eclosión del 2008-9 se enmarca en la misma etapa de otros estallidos del período neoliberal, como la burbuja japonesa (1993), la caída del sudeste asiático (1997), el desplome de Rusia (1998), el desmoronamiento de las puntocom (2000) o el descalabro de Argentina (2001). Este tipo de temblores se suceden con gran frecuencia y ocasionan terribles padecimientos sociales. Pero al mismo tiempo, se inscriben en un período signado por la recuperación de la tasa de ganancia y la reapertura de campos de inversión (…) Estas transformaciones han generado desequilibrios que irrumpen a través de crisis de sobreproducción y sobreacumulación. La remodelación del capitalismo ha creado desbalances entre el ahorro y la inversión y brechas entre el ritmo de acumulación y el consumo. Estos desajustes salen a la superficie durante las eclosiones financieras, expresando contradicciones específicas del período neoliberal” (Claudio Katz, “Crisis global II: las tendencias de la etapa”, 23-11-09).

Así, Katz parece no ver más que “temblores” y “desajustes” en el funcionamiento del capitalismo neoliberal, cuando lo que hay es una crisis con elementos que la plantean como histórica (es decir, que cuestionan el régimen de acumulación como tal) y en la que los crecientes desequilibrios que viene acumulando la actual fase del capitalismo mundializado están llamados a tener, eventualmente, dramáticas consecuencias.

La problemática sobre las relaciones entre EE.UU. y China, más allá de todos los impresionismos a la moda y de cualquier sobrestimación de la propia China en el concierto del mercado y los Estados a nivel mundial, está llamada a tener una creciente importancia:En ambos países debe agregarse otro factor negado, la relativa irreversibilidad de la división internacional del trabajo. EEUU simplemente ya no produce parte de los bienes que importa, y tampoco puede el aparato productivo chino ser fácilmente reconvertido hacia la satisfacción de la demanda interna, debido a la rigidez de sus estructuras productivas e incluso dada la excesivamente desigual distribución del ingreso” (M. Husson, China-USA…”, cit.).

Paul Krugman, “obamista” convicto y confeso, es un buen parámetro para medir la eventual envergadura de los desarrollos: “Mes tras mes, los titulares yuxtaponen el creciente déficit comercial de Estados Unidos y el creciente superávit comercial de China con el sufrimiento de los trabajadores estadounidenses desempleados. Si yo fuera el gobierno chino, estaría realmente preocupado por esta perspectiva” (P. Krugman, La Nación, 17-11-09).

En síntesis, las contradicciones que operan detrás de la actual crisis no han llegado a romper el equilibrio del capitalismo mundial por el hecho que ésta se mediatizó al borde del abismo de la depresión. Sin embargo, en la medida en que la crisis sigue abierta y amenaza tener nuevos desarrollos, los desequilibrios mundiales podrían dispararse y, dentro de ellos, pueden encarnizarse las contradicciones entre EE.UU. y China.

Estados, mercado mundial y planificación

“Un país fuertemente endeudado con los extranjeros, con déficit fiscal [creciente], está creando grandes sumas de divisas adicionales. Al mismo tiempo, está autorizado a fugar hacia adelante con bajísimas tasas de interés. Pronto o tarde, tal arreglo seguramente se romperá, trayendo a la vida un nuevo sistema de divisas, tal como Bretton Woods emergió en los años 40” (The Economist, 20-10-09).

Continuando con la cuestión del “rebalanceo” de la economía mundial, abordemos ahora, muy someramente, los problemas y el rol de la moneda mundial: el dólar. En trabajos anteriores hemos mencionado la paradoja, citada por diversos analistas, de que durante el pico de la crisis el dólar tendiera a fortalecerse. Sin embargo, planteábamos que esto no era más que una tendencia coyuntural. Pasado el pico de la crisis, las cosas volverían a su lugar.

¿Pero cuál es ese lugar? La tendencia al debilitamiento de la divisa norteamericana, aunque últimamente el dólar aparece fortalecido frente al yen y el euro (en el caso de éste, afectado por los temores al default de los eslabones más débiles de la UE, como Grecia). Hay trayectorias íntimamente contradictorias entre el corto y el largo plazo en lo que hace al destino del dólar. A corto plazo, es evidente que su debilitamiento beneficia la posición exportadora de EE.UU. y alivia la carga del endeudamiento del país.

En cuanto a las posibles consecuencias en el mediano plazo, una de ellas es la tendencia a la inflación. Y una de las derivaciones de ésta que molesta a los capitalistas –junto con la devaluación de sus activos– es que intensifica la puja por los ingresos desde la clase trabajadora y motoriza, eventualmente, la conflictividad social, aunque venga de muy atrás en los EE.UU.

En todo caso, lo que nos interesa sobre todo subrayar aquí son las consecuencias de largo plazo: los efectos “geopolíticos” del deterioro del dólar. Y aquí, la debilidad del dólar sin duda apunta a socavar su lugar económico y también político en el mercado mundial y en el concierto del sistema mundial de Estados.

Entre otras cosas, un dólar debilitado dificulta mantener las inversiones de capitales norteamericanos en el resto del mundo. Peor aún: un dólar débil mina su lugar de “moneda mundial” y el privilegio (señoreaje) que tiene el Estado norteamericano de emitir “libremente” y sin competidores una moneda que impera mundialmente.19

Es sabido que la moneda no es, en última instancia, más que el representante general de la riqueza, y si la riqueza representada por el dólar es menor (es decir, la potencialidad de la economía estadounidense es menor), el dólar no puede dejar de debilitarse. No da igual que EE.UU. aporte el 50% del PBI mundial (como ocurría en la inmediata posguerra) o sólo el 25%, como ocurre hoy.

Sí, para colmo, lo anterior está acompañado de políticas de “facilitamiento cuantitativo” (emisión de la Reserva Federal sin respaldo, contra endeudamiento estatal) en medio de una abrupta caída en la producción, el dólar se asemeja a un chicle que se estira en longitud… pero a costa de adelgazarse, porque no se incrementa su masa.

Así, la circulación del dólar aumenta mundialmente, pero la riqueza que representa disminuye. De ahí que su valor tienda a debilitarse. El precio en dólares de las mercancías, a mediano plazo, debe aumentar para contrastarse con la masa incrementada de billetes existentes.

Es de esta manera que las consecuencias de corto y largo plazo respecto del lugar de dólar como moneda mundial se presentan como íntimamente contradictorias y apuntan, a la larga, al socavamiento de la posición internacional de los EE.UU.

Por otro lado, cabe consignar otro fenómeno observable en medio de la crisis: la extrema sincronización en sus desarrollos, favorecida por las tendencias “mundializadoras” de las últimas décadas, que se han revelado a su vez como mecanismos de propagación universal de la crisis. Katz hace una atinada descripción del fenómeno: “La eclosión del año pasado incluyó un alto grado de sincronización global. El crack se expandió aceleradamente en sucesivas fases de preparación (2007), estallido (2008) y generalización (2009). También el alivio posterior mantuvo esa pauta de rápida incidencia mundial. Esta sincronización expresa, en primer lugar, la creciente interconexión que presentan las actividades bancarias. Un derrumbe significativo en Wall Street se trasmite a toda velocidad a la red planetaria de colocaciones especulativas. Esta mundialización financiera reduce drásticamente la capacidad que tradicionalmente detentaban los estados para afrontar de manera autónoma cada vendaval bursátil. La fuerza de contención que tenían los viejos instrumentos cambiarios, monetarios o bancarios se ha estrechado significativamente. La misma interacción se verifica, en segundo término, en el plano comercial. En el debut de la recesión, se multiplicaron las dificultades para colocar los excedentes en los distintos mercados del mundo. El esquema exportador –que se ensanchó mediante crecimientos de las transacciones internacionales por encima de la producción– se ha transformado en la pesadilla de las grandes crisis. La nueva velocidad de transmisión que tienen los desequilibrios mundiales obedece, en tercer lugar, al avance de la internacionalización productiva, que han generado las empresas transnacionales. Estas compañías introdujeron una reestructuración en la división internacional del trabajo, que acentuó el alineamiento de muchos precios, con ganancias medias establecidas a nivel global” (Claudio Katz, “Las tendencias de la etapa”).

Lo anterior no implica uniformar los desarrollos de la crisis: su dinámica no ha sido similar en todo el globo. Característicamente, en varias regiones por fuera de los países del centro imperialista, la crisis impactó de manera mucho más atenuada, al menos en la magnitud de los desarrollos. Se trata de los alcances y límites del famoso fenómeno del desacople (decoupling), que se da en Latinoamérica, entre otras regiones, y cuya explicación específica no podemos desarrollar aquí.

Pero lo que vale para el conjunto mundial es el hecho que la extrema velocidad de los encadenamientos de la crisis viene siendo uno de los rasgos salientes de su dinámica, tanto en su caída como en su actual “recuperación”. El fundamento más general de esta tendencia es la ya señalada circunstancia de lo cualitativamente más integrada que está la división del trabajo y los flujos el comercio en la economía mundial. La mundialización ha operado una suerte de corrimiento del umbral de la contradicción entre las fuerzas productivas mundializadas y las fronteras y estados nacionales. Sin duda, esta contradicción estructural del capitalismo subsiste: basta constatar que no hay propiamente una burguesía mundial, o cómo las potencias imperialistas siguen atadas a su estado nacional para observar cómo esta brutal contradicción del capitalismo se resignifica a cada nuevo paso de su desarrollo. Pero es un hecho que el umbral de esta configuración íntima del sistema se ha corrido en el sentido de que nunca como en las últimas décadas la realidad de la economía como un todo, y de cada uno de los países y mercados nacionales o regionales que la componen, se manifiesta cada vez más como inmediatamente mundial, global, internacional. De ahí entonces que con el estallido de la crisis hayan emergido reclamos de una mayor regulación e intervención de los estados en la economía.

Pero asoma aquí una contradicción insuperable, que se expresa en los límites de la actuación de organismos como el G-20 (cuestión sobre la que volveremos enseguida). Si los mecanismos de la mundialización son los que explican el “sincronismo” tanto de la propagación como de la “reversión” de la crisis, no se sigue de ahí una tendencia hacia una eventual coordinación cualitativa de la economía mundial bajo el capitalismo. Aun globalización mediante, las fuerzas productivas bajo el capitalismo siguen sin ser directamente mundiales. Esto requeriría una división del trabajo y una planificación económica realmente internacional que desestime de plano los intereses de los estados nacionales y, sobre todo, de los estados nacionales más fuertes.

Algo que no puede ocurrir bajo el capitalismo, dado el carácter de irreductible competencia (entre capitalistas y entre Estados) de ese orden social. El financista George Soros, que sabe dónde le aprieta el zapato, señala agudamente al respecto: “Los mercados globales necesitan regulaciones globales, pero las regulaciones vigentes tienen su raíz en el principio de la soberanía nacional. Hay algunos acuerdos internacionales, como los Acuerdos de Basilea, sobre requerimientos mínimos de capital, y también hay buena cooperación entre los entes reguladores de los mercados. Pero la fuente de la autoridad es siempre el Estado soberano. No basta con reiniciar un mecanismo que se ha detenido, necesitamos crear un mecanismo regulatorio que nunca existió. El sistema financiero de cada país es sostenido por su propio gobierno. Pero a los gobiernos les preocupa su propia economía. Esto lleva a lo que podría llamarse proteccionismo financiero, que amenaza con destruir los mercados financieros globales (…). En la década del 30, el proteccionismo comercial empeoró una mala situación. En la economía actual, el ascenso del proteccionismo financiero constituye un peligro aún mayor” (La Nación, 27-12-09).

Repetimos: capitalistas en competencia (aun si son trusts o monopolios) y Estados en competencia (independientemente de todas las avanzadas formas de asociación que el sistema ha ido construyendo en su historia) sigue siendo una de las matrices irreductibles del capitalismo.

Esto es lo que explica el carácter siempre de “declaración de intenciones” que no pueden dejar de tener foros internacionales como el G-20. Como dice Michel Husson, todo lo que la burguesía puede ofrecer hoy es un gigantesco simulacro de regulación… junto con grandes discursos y cumbres ilusorias.

De todos modos, cabe dar cuenta del surgimiento del G-20. ¿Qué significa? ¿Cuál es su verdadera eficacia a la hora de sacar a la economía mundial de la crisis? A nuestro entender, se trata de una suerte de “ámbito de coordinación” internacional de las políticas económicas, de cierta importancia pero que de ninguna manera ha ido más allá de una suma de “recomendaciones” para que cada estado soberano lleve adelante. Según su conveniencia y, lo que es más importante, según sus relaciones de fuerza reales, que es lo que verdaderamente vale.

Aquí hay una estrategia muy clara: dar mayor injerencia en los asuntos económicos internacionales a países como los del BRIC (Brasil, Rusia, India y China), aparecer como “abriendo el juego” a países que no son del centro imperialista, con el objeto de sumarlos a la misma gestión conservadora y neoliberal de la crisis.

De esta manera, el G-20, lejos de las afirmaciones de Lula de que supondría “un cambio revolucionario” en la economía mundial, no significa ningún “nuevo orden” desde el punto de vista del contenido de las relaciones económicas, ni una configuración distinta respecto de que el imperialismo significa. Esto es, relaciones inevitablemente jerarquizadas al interior de la totalidad mundial (económica y política) que es el capitalismo.

En efecto representa un cambio, pero sólo de grado o “cantidad”, que se deba sumar a nuevos actores a la gestión del capitalismo neoliberal mundializado ante el debilitamiento hegemónico de EE.UU. En todo caso, es una versión más “soft” que sólo amplía la gestión del orden conservador existente, sin tocar nada de su contenido explotador, expoliador y opresor.20

Para comprobar este aserto no hay más que seguir los pasos de dirigentes tan conservadores como Hu Jintao en China, Medvedev-Putin en Rusia o el del propio Lula (perdida ya toda veleidad reformista) en Brasil, que posan de “grandes “estadistas” con la expectativa de poner a sus países “en la órbita de las grandes naciones del mundo”. No existe el menor cuestionamiento de un “concierto mundial” en el que sólo se aspira a tocar los mismos acordes conservadores y neoliberal capitalistas.

En suma, el límite estructural aquí es la propia matriz de origen del capitalismo imperialista como totalidad, que agrupa economías y estados en relaciones de jerarquización y subordinación. En este marco, la internacionalización creciente de los capitales sólo plantea en un nivel más elevado el carácter competitivo del sistema. La subsistencia de los estados nacionales y de su orden jerárquico, la ausencia de “estado mundial” y de una planificación universal, sólo posible bajo el orden socialista, es otro factor que limita severamente la recuperación estructural de la crisis.

4. La gestión de la fuerza de trabajo

Vayamos ahora a los problemas de la clase obrera a nivel mundial. Como primera cuestión, la creación de desempleo de masas y el deterioro en materia de salario y condiciones de trabajo constituyen otra de las contratendencias de la crisis para recuperar la ganancia capitalista.

Muchos analistas se preguntan por qué no ha habido una respuesta más de conjunto de los trabajadores a los ataques que universalmente lanzan los capitalistas para hacerles pagar la cuenta de la crisis. Aquí inciden diversos factores. Inicialmente, a la clase obrera siempre le es muy difícil salir a la lucha en condiciones de una escalada fenomenal del desempleo. Además, se debe tener en cuenta que, mundialmente, estamos frente a otra clase trabajadora, tanto generacionalmente como respecto de sus condiciones de contratación y conciencia. Una clase obrera más extendida, pero también más fragmentada, y que tendrá necesariamente que hacer su experiencia en las condiciones de la crisis. Finalmente, como es obvio, el ingreso a escena de los trabajadores dependerá en buena medida de hasta qué punto la mediación de la crisis funcione o se dirija a una nueva recaída.

El metabolismo social del desempleo

En el contexto anterior, el impacto del desempleo está inevitablemente marcado por una desigualdad nacional de circunstancias. Hay, sin embargo, una serie de patrones comunes: mundialmente el capitalismo logró fragmentar y dividir profundamente a la clase trabajadora en los últimos 30 años. La asalarización se extendió a ojos vista, el número de proletarios aumentó, pero con ellos creció la atomización y fragmentación de los trabajadores: se trata de una clase cuya estructura está marcada por una serie de “anillos concéntricos”.

Esto se constata palmariamente en los eslabones más débiles. Aquí, se superponen varios factores diferenciales: de relación de contratación, generacionales, étnicas y migratorias. Basta ver unos pocos datos de EE.UU. respecto del impacto diferencial del desempleo según el color de piel, edad y región del país de que se trate. También esto hace a la compleja mecánica del despertar obrero en la crisis: “Las cifras (…) subestiman el problema [del desempleo]. Un indicador (…) que incluye a las personas que han renunciado a la búsqueda de un empleo y a los trabajadores de media jornada involuntarios sugiere que uno de cada seis trabajadores está subempleado. Casi el 40% de los desempleados han estado sin trabajo durante más de un año, el porcentaje más alto desde la Gran Depresión. El dolor se hace sentir de manera desproporcionada en los hombres, los jóvenes y los negros. En los dos primeros casos, las tasas de desempleo se encuentran en el punto máximo desde la posguerra” (The Economist en La Nación, 5-12-09).

El desempleo entre la franja de edad de los 16 a los 19 años ronda, globalmente, el 25%; entre la población hispana alcanza el 30%, y entre la negra, el 40%, mientras que en la blanca “apenas” supera el 20%. Así las cosas, en EE.UU. hay una franja de 3,5 a 5 millones de jóvenes que no están en la escuela y tampoco tienen trabajo.21

Para colmo, también hay agudas diferencias regionales: “La pequeña ciudad de El Centro no es el centro de nada, excepto su poco generoso desierto. Pero El Centro ha venido recibiendo un monto inusual de atención, atento a que es el área metropolitana que tiene el peor índice de desempleo de EE.UU., 27.5% en junio, casi tres veces la tasa nacional” (The Economist, 20-8-09).

Desde otro ángulo, lo que se pone sobre la mesa es toda la rica diversidad de la clase obrera mundial en lo que hace a sus generaciones, orígenes nacionales, diferenciales étnicos, etc., y cómo esta potencial riqueza, esta “universalidad”, es aprovechada por el capitalismo para dividir, emponzoñar y empobrecer al conjunto de la clase trabajadora internacional.

Mundialmente, los gobiernos capitalistas se las ingeniaron en las últimas décadas para dividir cada clase obrera nacional en diversas situaciones de contratación, una más frágil que la otra. Estas franjas frágiles fueron la primera variable de ajuste de la crisis. En el caso de EE.UU., la inmigración latina y la clase obrera de color; en la Unión Europea, la migración africana o asiática; en China, el proletariado venido del campo; en países latinoamericanos como la Argentina –socialmente más “homogéneo”–, la variable de ajuste son los contratados.

En todos estos casos, esta importantísima porción (quizá la mitad) de la clase obrera mundial opera como válvula de seguridad del sistema, que permite dejar en la calle a la franja más débil de la clase obrera: es el caso de España, donde no hay otra explicación de cómo convivir sin tremendos sobresaltos con una tasa oficial de desempleo del 20%. Este sector “variable de ajuste” –conceptualmente, víctimas de una de las leyes contrarrestantes a la crisis bajo el capitalismo– evita afectar centralmente a las porciones más estables de la clase obrera. Funcionan así a modo de colchón social para despedir en masa sin que se produzca una respuesta a la altura de la agresión.

Este patrón explica materialmente la ausencia, hasta ahora, de una reacción obrera proporcional al ataque en curso: “Los cambios estructurales en Europa sugieren que los puestos de trabajo se van a perder más rápido que en caídas económicas anteriores. Los contratos temporarios han proliferado en muchos países, a expensas de la dificultad de despedir trabajadores permanentes. Mucha de la reducción del desempleo en Europa en estas últimas décadas fue debido al rápido crecimiento en este tipo de contratos. Ahora el proceso está yendo en sentido inverso. En España, el ejemplo más extremo de mercado de trabajo ‘dual’, todos los puestos de trabajo perdidos el año pasado han sido de temporales. En Francia, el empleo temporario ha caído en un quinto. Los puestos de trabajo permanentes prácticamente no han sido afectados. Aunque la profusión de los contratos temporarios ha traído mayor flexibilidad, ha dejado caer el mayor peso del ajuste desproporcionadamente sobre los menos calificados, los jóvenes y los inmigrantes. La mayor proporción de inmigrantes en la fuerza de trabajo europea también hace que el patrón del desempleo se sienta menos” (The Economist, 12-3-09).

Luego se da el ejemplo de Japón, también aleccionador en este sentido: “A pesar de que tiene pocos inmigrantes, Japón también está mostrando las consecuencias de un mercado laboral dual. Su fuerza de trabajo está más dividida que en cualquier otro país industrializado. Los trabajadores ‘regulares’ gozan de una fuerte protección; el ejército flotante de temporarios, contratados y trabajadores de medio tiempo no tiene prácticamente ninguna. Desde 1990, la ‘década perdida’, las empresas se han apoyado crecientemente en estos irregulares, que ahora representan un tercio de la fuerza laboral, por encima de sólo el 20% en 1990” (ídem).

Lo anterior no quita que el carácter histórico de los índices de desempleo exprese una acumulación de tensiones y la eventualidad de situaciones de desequilibrio social que pueden terminar estallando abruptamente. Porque en caso de una recaída en la crisis y de pasar al cierre liso y llano de plantas, el “primer anillo” de trabajadores con contratos estables quedaría en la línea de fuego, lo que podría constituir un elemento de salto en la dinámica de la crisis.

La difícil mecánica del despertar obrero

El señalado problema estructural se combina con otro que atañe más a la subjetividad de la reacción frente al derrumbe que rodea a la clase trabajadora: “Creo que el primer efecto de la crisis no va a ser poner a la gente en movimiento, sino darles miedo, y ponerlos temerosos por sus empleos, si es que todavía tienen uno. Pero luego de un cierto punto, generalmente las cosas cambian. La diferencia entre los 70 y ahora es que cuando la crisis impactó a mediados de esa década [en EE.UU.], ya había pasado el pico del ascenso de aquella época, tanto en términos del movimiento de la mujer como del ‘poder negro’; pero también el movimiento laboral había pasado su punto más alto. Desde ya que no estamos en un ascenso todavía. La trayectoria es diferente ahora. Uno debe ser cauto en los pronósticos, pero si alguna vez hubo una convergencia de condiciones que pueden presionar las cosas en una dirección correcta, creo que ha comenzado a decantar ahora” (Kim Moody, “Perspectivas para un nuevo movimiento obrero”, ISR 64, marzo-abril 2009).

Ese miedo se desprende precisamente de la certeza de “muerte social” que significa el desempleo (fenómeno observado en Argentina en ocasión de la crisis de 2001-2002). La cobertura social varía de región en región (y de país en país), haciendo más o menos dramática la circunstancia de estar desocupado. Por ejemplo, globalmente, la cobertura social es mucho más importante en Europa continental que en EE.UU., Inglaterra o Asia. En EE.UU., si la tasa de desempleo es la más alta en 25 años, conseguir un nuevo empleo es más difícil que en los últimos 50 años: “Los despidos masivos de obreros y empleados en EEUU son un barómetro y marcan el momento en que la crisis comienza a salir de la ‘superestructura’ económico financiera y a meterse dentro de la sociedad estadounidense. La desocupación, ya ocurra en el mundo subdesarrollado o en el imperio, es una instancia límite, donde la prioridad es el riesgo de la supervivencia del individuo y su familia. Ya no se trata de una devaluación de su salario por aumento de los precios, sino de la desaparición del salario y de la capacidad del consumo, con la disgregación de la conducta social que conlleva. Un desocupado (que ha perdido su universo de consumo y de supervivencia, incluido el de su familia) no puede ser contenido con ‘inyecciones financieras’ o con ‘asistencialismo’; requiere de una solución estructural” (“Los emergentes de la recesión”, en www.socialismo-o-barbarie.org).

Esta realidad se expresa en la tendencia de que siempre a la clase obrera la ha resultado más difícil enfrentar situaciones de despidos en masa; por lo menos, en un primer momento. Es que cuesta hacerse una composición de lugar y encontrar puntos de apoyo cuando el mundo se derrumba alrededor; además, en el lugar de trabajo, esto pone materialmente a la clase obrera a la defensiva, a diferencia que las situaciones de pleno empleo, que favorecen la presión por la recuperación del salario o las condiciones de trabajo: “La crisis económica ha hecho a los empleadores más militantes en su demanda para impulsar austeridad y liquidar concesiones. Una estrategia ha sido el recorte en la negociación de seguros de salud para empleados y jubilados. Otra estrategia de emergencia es la de redefinir –o incluso evadir– la obligación de pagar jubilaciones, como ha ocurrido en las ramas del acero y automotriz, así como en numerosas empresas no sindicalizadas. La intensificación del ritmo de trabajo está también ocurriendo en la medida que los trabajadores se ven empujados a dejar de lado francos, vacaciones, paradas en la jornada laboral, y así sucesivamente. Y los capitalistas están incrementando el uso de los procedimientos de bancarrota (o la amenaza de ellos) para romper los convenios sindicales e imponer severos recortes en materia de salarios y beneficios” (International Socialist Review, julio-agosto 2009).

El metabolismo social de desempleo funciona así, inicialmente, como un mecanismo inhibidor: psicológicamente se trata de la idea de que “a mí no me va a tocar” o de que la crisis “sólo será pasajera”. Esto puede detonar una reacción posterior (mecánica de la parálisis a la rebelión social que vivimos en la Argentina a comienzos del siglo). Pero al comienzo “es inevitable que todavía haya, a pesar de la severidad de la caída, una aquiescencia residual en el ‘mercado’, inclusive entre los trabajadores. Muchos están paralizados por el colapso económico. Hay inclusive una visión ingenua entre muchos trabajadores de que la crisis va a ser ‘temporaria’, que terminará a fin de año” (Socialism Today 126).

Lo mismo se registra, por ejemplo, en Irlanda: “Los salvatajes del gobierno han causado un profundo repudio y están presionando a la gente hacia la izquierda, hacia la actividad y la lucha. Muchos están furiosos con que el gobierno corra a salvar a los que causaron la crisis financiera, al mismo tiempo que recorta empleo y salarios. Pero, al mismo tiempo, la propaganda de los medios de comunicación y del gobierno y el impacto de la crisis golpean a la gente llevándola hacia atrás. Junto con la bronca hay también el miedo y la confusión acerca de qué se puede hacer” (ídem).

De esta manera, factores estructurales y “psicológicos” se combinan para dificultar la reacción de la clase trabajadora a los ataques capitalistas. Y sin embargo, andando el tiempo, puede comenzar a hacerse valer la ley dialéctica del salto de cantidad en calidad: cuando los ataques afecten ya a la mayoría social de los trabajadores, cuando no queden recursos económicos y subjetivos como para creer que a uno no le va a tocar, cuando comienzan, aquí o allá, a darse experiencias de lucha que sirven de punto de referencia, o incluso cuando ocurre una “recuperación” respecto del pico más dramático de caída de la crisis (como ocurre ahora) la situación puede virar 180 grados: los trabajadores han vivido un proceso de saturación, de absorción lenta de una humillación tras otra, hasta un punto en el que se da una cristalización en su descontento por los abusos que han recibido. Y allí sobreviene la rebelión.

Así ocurrió en los EE.UU. de la Gran Depresión a partir de 1933: “Años de derrotas y privaciones entraron en la ebullición de la bronca y la explosión. Incluso con entre 12 y 17 millones de desempleados, la clase obrera tomó la oportunidad para una contraofensiva. Roosvelt, o al menos así lo vieron, había ‘garantizado a los trabajadores el derecho a sumarse a un sindicato’. Por debajo de esta explosión de militancia estaba la extendida creencia en 1933 de que la caída económica ya había alcanzado su piso. Ahora era el tiempo de pelear. Como informó la AFL, había ‘un virtual levantamiento de los trabajadores para lograr su afiliación’. En fábrica tras fábrica los trabajadores estaban llevando adelante asambleas de masas donde los obreros manifestaban su ‘deseo de organizarse’. La tradición del ‘open shop’ [lugar de trabajo libre de sindicalización] quedó bajo asedio” (John Newsinger, “1934: el año de la contraofensiva”, ISR, marzo 2009).

En fin, la distancia entre el constante empeoramiento de la situación objetiva y la conciencia de la clase obrera podría tender, dialécticamente, a cerrarse en el próximo período. Eventos explosivos podrían ayudar en esta dinámica. Al borde del abismo, la masa de los trabajadores podría comenzar difusamente a cuestionar el sistema capitalista, la más de las veces sin ideas claras acerca de qué debe reemplazarlo.

Es precisamente esta misma ley materialista dialéctica la que se expresó, fragmentariamente, en la toma de rehenes en Francia, o en las primeras ocupaciones de fábrica en Inglaterra en décadas y décadas: “Impedir que el ejecutivo deje la planta era nuestra última chance. No teníamos ninguna otra alternativa” (The Independent, Londres, 16-3-09).

En síntesis, la dialéctica de la lucha de clases puede terminar haciendo de la necesidad de enfrentar la catástrofe una virtud para empujar a la clase obrera mundial a la lucha: “En el camino especulativo hacia el equilibrio capitalista hay muchos obstáculos gigantescos: el caos del mercado mundial, el desbaratamiento de los sistemas monetarios, el dominio del militarismo, la amenaza de la guerra, la falta de confianza en el futuro. Las fuerzas elementales del capitalismo están buscando vías de escape entre pilas de obstáculos. Pero estas mismas fuerzas fustigan a la clase obrera y la impulsan hacia adelante” (León Trotsky, en www.socialismo-o-barbarie.org).

Sobre todo, si el actual amesetamiento de la crisis le permite a los trabajadores recobrar confianza en sí mismos, tal como ocurrió en la crisis de los años 30: el ascenso obrero en EE.UU. comenzó en 1933 y no en 1929, precisamente en un momento en que la Depresión parecía haberse “superado”. En todo caso, se trata de otra de las tendencias contradictorias que la actual “recuperación” podría movilizar en materia de respuesta obrera a la crisis.

El posible surgimiento de un nuevo movimiento obrero

“Por primera vez en toda mi vida, estoy viendo algunos líderes sindicales [estadounidenses] que toman la cuestión racial. Esto es muy inusual. Generalmente no les interesa; de hecho, le tienen miedo. Ellos tienen que hablar para sus bases blancas, en muchos casos perfectos racistas” (Kim Moody).

Marx utiliza dos conceptos para dar cuenta de la situación de la clase obrera: los planos de la clase en sí (es decir, su situación “estructural”) y la clase para sí (sus niveles de conciencia y organización). Estos planos son decisivos para comprender hoy el impacto de la crisis y los inhibidores y desencadenantes de la lucha. La clase obrera a nivel mundial –más allá de sus desigualdades– emerge en esta crisis luego de prácticamente 30 años de contrarreformas y transformaciones antiobreras, tanto en el plano estructural como sindical y político. De ahí que la respuesta frente a la agresión capitalista de hacerle pagar la crisis no pueda ser mecánica.

Estructuralmente, ya hemos hecho referencia a las condiciones de atomización y fragmentación en toda una serie de condiciones contractuales, junto con el rol que cumplen la inmigración, el factor étnico, la “exportación” a otro país (los EE.UU.) de franjas enteras de la clase obrera –como ocurre en Centroamérica– y las burocracias sindicales, que retomaremos más abajo.

Pero a este elemento estructural está empezando a sobreimprimirse –a niveles todavía difíciles de cuantificar– otro de orden revolucionario en el terreno de la subjetividad. Por ejemplo, en EE.UU. está planteada una resindicalización de la clase trabajadora. Pero la ministra de Trabajo de Obama, Hilda Solís, ha resultado a este respecto el mismo “fiasco” que el gobierno de Obama en todas las áreas de su gestión: “En la campaña presidencial de Obama, que fue apoyada económicamente por los aparatos sindicales, el candidato se comprometió a modificar la legislación [laboral]. La reforma legislativa se llamaba Employee Free Choice Act (ley para la libre elección de los empleados). Si más del 50% de los trabajadores firmaban la lista sindical (card check), no sería necesario el voto secreto para establecer una representación sindical, que el empresariado debería reconocer y con la cual debería firmarse un contrato colectivo (…). El proyecto de reforma de ley comenzó a discutirse en comisiones del Congreso en marzo pasado (2009) [y rápidamente quedó en la nada]” (Charles-André Udry, “El ejemplo Obama y General Motors”, 12-6-09, en www.socialismo-o-barbarie.org).

Si en la década del 50, el 35% de la clase obrera estadounidense estaba sindicalizada, ahora a duras penas alcanza el 8%. Hoy, para formar un sindicato en el lugar de trabajo hay que pasar por un plebiscito secreto que lo autorice, y que las más de las veces es manipulado por la patronal: “Para comprender esta situación puede ser útil, y quizá necesario, recordar el sistema legal de sindicalización en EE.UU. Según las leyes vigentes en EE.UU., para obtener el derecho a organizarse sindicalmente, ser reconocido por la patronal y poder firmar un contrato colectivo, hay que pasar por el proceso siguiente: un trabajador pide un documento de adhesión a un sindicato (card check). Lo hace firmar por sus compañeros de trabajo. Una vez que ha reunido la firma del 30% de los trabajadores de una unidad de trabajo (una empresa), existe formalmente una estructura para negociar un contrato. En ese momento, la patronal puede exigir un voto secreto para saber si los trabajadores de la empresa quieren o no la sindicalización. La táctica de los militantes –frente a esta votación de hecho controlada por la empresa– consiste en hacer firmar la lista sindical por más del 50%, o mejor aún, por el 60% de los trabajadores, con el fin de asegurarse un voto superior al 50%. La patronal, desde que conoce el proceso de sindicalización, empieza campañas de amenazas que van del chantaje con el cierre de la empresa si hay sindicalización hasta el despido de los activistas sindicales, pasando por la intervención de grupos profesionales (psicólogos, juristas, etc., que se dirigen a asambleas de trabajadores obligados a escucharlos) especializados en campañas antisindicales. Es una práctica floreciente en EE.UU. Su objetivo: obtener una mayoría contraria a la sindicalización de la empresa cuando tenga lugar la votación” (ídem).

Sin embargo, al calor de la crisis, podrían estar abriéndose grietas en esta situación, por donde podría pasar un proceso de reorganización sindical de sectores de los trabajadores estadounidenses, como ocurrió también en los años ’30: “En junio de 1933, el Congreso estadounidense aprobó la ley de recuperación industrial (NIRA), el núcleo del llamado ‘Primer Nuevo Trato’. La ley proveía apoyo estatal a las firmas para formar asociaciones encargadas de establecer regulaciones para su rama industrial, que incluían salarios, horario y condiciones de trabajo. La administración adoptó así una estrategia corporativa para ‘reestablecer la estabilidad industrial’ garantizando el statu quo de trabajadores y patrones, uno en posesión de poco, el otro en posesión de mucho (…). Mientras que Roosevelt no buscaba con esto más que fortalecer la AFL [la vieja burocracia sindical], esto tuvo un efecto electrizante en la clase obrera”, porque abrió una grieta por donde se proceso un salto histórico en la organización de los trabajadores estadounidenses (John Newsinger, cit.).

Volviendo a la actualidad: “El 10 de marzo pasado, United Tecnologies, golpeada por la crisis económica, se transformó en el último gigante industrial en anunciar despidos masivos, recortando la fuerza de trabajo en 11.600 personas, alrededor del 5%. El desempleo en el mundo desarrollado está alcanzando niveles no vistos por décadas. Sin embargo, incluso si los períodos de alto desempleo son una desgracia, parece que podrían ser buenos para los derechos de los trabajadores. La crisis capitalista ha fortalecido las perspectivas de los sindicatos, los cuales son vistos más positivamente en EE.UU. de lo que ocurrió desde que Jimmy Carter ocupó la presidencia” (The Economist, 12-3-09). Así, una de las posibles tendencias de la crisis en la dimensión de clase para sí de los trabajadores a nivel mundial es la eventualidad de desarrollos progresivos en el terreno de la organización de los trabajadores al calor de la crisis.

Un ejemplo obvio por su importancia es el de EE.UU.: “Las direcciones tradicionales del movimiento obrero norteamericano –la UAW (sindicato automotriz), los trabajadores del acero, etc. – no están llamadas a ser la vanguardia de lo que ocurra. Están colocados completamente a la defensiva, y no veo cambio en eso. Pero podemos mirar hacia otros lugares, en lugares tales como los trabajadores de empaque de carne, una de las pocas industrias donde la densidad sindical ha crecido en los últimos años. Se han visto obligados a establecer relaciones con movimientos sociales, con grupos en el Sur, y particularmente con trabajadores inmigrantes (…). Creo que organizar el Sur es la clave en toda esta cuestión. Los inmigrantes van a jugar un papel en esto, lo mismo que los trabajadores negros, así como una pequeña porción de trabajadores blancos que sostuvieron a Obama y que están dispuestos a ir más allá de su tradicional racismo” (K. Moody, cit.).

Por suùesto, buscando inhibir estos posibles desarrollos en materia de lucha y organización está el decisivo papel de las burocracias sindicales en mediar todo proceso de lucha y reorganización. Ver, por ejemplo, su siniestro rol en las automotrices de EE.UU., entregando 40.000 puestos de trabajo en General Motors a cambio de transformarse en accionistas principales de la empresa y firmando un paz social por seis años. Una verdadera traición histórica que tiró para abajo toda posible resistencia obrera en EE.UU. en este primer tramo de la crisis: “Fue durante los años 1930 que la UAW (Sindicato de Trabajadores de las Automotrices) entraron en escena mediante dramáticas ocupaciones de fábrica lideradas por comunistas, socialistas y otros radicales. Hoy, la UAW, sin embargo, es una organización muy diferente. Ha llevado la muy largamente establecida estrategia de conciliación con los empleadores a una conclusión extrema transformándose, por la vía de los fondos de salud, en el mayor propietario de acciones, junto con el gobierno de EE.UU., de General Motors, y el mayoritario en Chrysler (el 55%). Para alcanzar esta extraña forma de participación empresaria, el sindicato acordó una paz social por seis años, eliminar normas laborales negociadas a lo largo de décadas, cortar pagos de horas extras, y más concesiones aún. El resultado de todo esto es la virtual eliminación de las diferencias entre las plantas organizadas por la UAW y las no sindicalizadas” (Lee Sustar, “Los trabajadores estadounidenses en la crisis. ¿Resistencia o retroceso?”, ISR, julio-agosto 2009).

Véase también el caso de Francia, donde luego de dos o tres jornadas de lucha nacionales masivas (nunca con continuidad), las burocracias de la CFDT y la CGT no llamaron a nada más y dejaron aisladas multitud de luchas que se desataron a lo largo del año pasado. Asimismo, es ilustrativo el caso irlandés (uno de los países de la Unión Europea donde la crisis pegó más fuerte): “La bronca [por el rescate a los bancos] obligó al Congreso Sindical de Irlanda (ICTU) a responder forzándolo a llamar a una manifestación nacional en Dublín contra las medidas del gobierno. Esto ocurrió respondiendo a las presiones primariamente del sector público, pero el ICTU y los sindicatos individuales no están haciendo prácticamente nada para pelear los efectos de la crisis en el sector privado. Esta actuación es una desgracia y ayuda al gobierno en sus planes de ‘divide y reinarás’, ayudándolo a la vez a lograr cierto éxito en sus ataques al propio sector público” (Socialism Today 129).

Y, por último, veamos un ejemplo asiático: “Un pequeño pedazo de tierra, que lleva dos horas de manejo de una punta a la otra, revela mucho sobre la transformación económica de este vasto país. Esta franja del sur de China va desde Guangzhou, el viejo puerto del tratado reservado para los extranjeros antes de que Mao los expulsara, a Shenzhen, la ciudad establecida luego de la muerte de Mao como un experimento de empresa privada. A lo largo de las décadas pasadas se transformó en una de las máquinas económicas de más acelerado crecimiento mundial, un núcleo global en la manufactura de ropa, zapatos y electrónicos, con decenas de millones de obreros inmigrantes. Ahora esta región está sufriendo una notable contracción” (The Economist, 19-2-09).

En todo caso, de producirse una nueva recaída, la crisis económica mundial podría terminar echando al ruedo nuevos e inmensos batallones de la clase obrera mundial hoy todavía “vírgenes” desde el punto de vista sindical y político, obligándolos a hacer sus primeras experiencias en medio de las actuales duras condiciones: desde China hasta el sur de EE.UU., pasando por regiones con más tradición como Europa y Latinoamérica, que sin duda sigue siendo la región más avanzada de la lucha de clases mundial. La entrada a la palestra de la lucha de clases de esta nueva generación obrera es otro factor que podría agravar todos los desarrollos de la situación mundial en el mediano plazo.

5. La economía capitalista ante una crisis histórica

“Mirando atrás, Sidney Lens, una joven trotskista entonces, recuerda como ‘una tónica radical reemplazó la desmoralización de comienzos de los años 30’. Eran épocas cuando ‘un izquierdista entre miles de obreros’ era suficiente para darle al grupo dirección y estímulo” (John Newsinger).

Como hemos señalado, los rescates estatales mediatizaron las tendencias más catastróficas de la crisis. Hasta el momento, es un hecho que se ha evitado una nueva Gran Depresión de la economía mundial, y con ella un acontecimiento de magnitud histórica que rompa el equilibrio entre los Estados y las clases a nivel mundial.

Desde hace décadas que el mundo capitalista no vive una revolución social, lo que expresa una relativa estabilidad sociopolítica más general.22 Pero atención: acontecimientos como la crisis actual, de profundizarse por la vía de una recaída, podrían comprometer ese delicado equilibrio.

Como la crisis fue parada al borde del abismo, la economía mundial no llegó a caer por el despeñadero de una depresión. Este hecho material ha mediatizado todos los desarrollos. Por un lado, el equilibrio no se ha roto en las relaciones entre Estados, en las que no se verificó un salto cualitativo en las tendencias proteccionistas al “sálvese quien pueda”. Por el otro, en lo que hace a la lucha entre las clases, esa mediatización, sumada a la ardua mecánica del despertar obrero en condiciones de desempleo de masas y fragmentación de la fuerza de trabajo, han llevado a un escenario contradictorio en el terreno de la clase obrera. Esto es, la ausencia de un ascenso de las luchas de conjunto, combinado con ciertas tendencias, aún incipientes, a la recomposición del movimiento obrero.

Así parecen crecer, aunque muy desigualmente, procesos todavía embrionarios de recomposición, experiencias de búsqueda de sindicalización de nuevos sectores de la clase obrera, como está ocurriendo desde Costa Rica a EE.UU., pasando por la Argentina y otros países.23

Al mismo tiempo, esto parece estar teniendo lugar sin que, por ahora, se verifique un ascenso de las luchas de la clase obrera mundial. Ni en Europa occidental, ni en EE.UU., ni en China (por señalar algunas las regiones centrales, a las que cabe agregar Japón) hay ascenso, lo que, salvo para Europa occidental, tiene cierta lógica considerando el bajísimo punto de partida.24

Es en Europa occidental donde se verifican más procesos de lucha de las regiones citadas, desde los secuestros de patrones en Francia hasta algunas ocupaciones de fábrica en Gran Bretaña, subrayando especialmente la rebelión popular en Grecia de fines de 2008, que sigue marcando la situación política en ese país. Pero en los principales países de Europa occidental, es un hecho que hasta el momento la mediación de las burocracias sindicales no ha podido ser superada para dar lugar a un ascenso de conjunto: el proceso de la lucha sigue bajo el signo de la fragmentación.

En el caso de China, las ya señaladas telarañas mentales, entre otros múltiples factores, deben ser resueltas para que su clase obrera se ponga de pie.25

Pero una de las claves mayores es EE.UU. Desde la época de Lenin y Trotsky se decía que Estados Unidos era una zona “libre de comunismo”. Incluso se ha llegado a afirmar que sería un país donde “no existe la lucha de clases”. Las tradiciones de lucha de comienzos del siglo XX (la experiencia de la International Workers of the World-IWW), de la década del 30 (el mayor ascenso obrero hasta hoy en EE.UU.) y la de la década del 60 (Vietnam y la lucha por los derechos civiles) del siglo pasado están para demostrar la evidente falsedad de este aserto.

Sin embargo, la ausencia de una escalada de luchas durante este primer tramo de la crisis parecería renovar esta ideología o falso prejuicio. Esto es lo que explica, en gran medida, por qué Obama no es un nuevo Roosevelt: en última instancia, porque no hay ascenso en EEUU de las luchas sociales.

En todo caso, podemos afirmar que pese a todas estas afirmaciones idealistas sobre Estados Unidos, allí también rigen las leyes de la lucha de clases y si la crisis termina recrudecieando de manera que tienda a superar las diversas mediaciones, seguramente se vivirá el primer ascenso en décadas. Una nueva recaída en la crisis, en medio, además, de un desempleo de masas histórico en el país del norte, está llamada a tener, más pronto que tarde, las más dramáticas consecuencias.

Incluso para EE.UU., la perspectiva de un salto en las luchas obreras y populares está inscrita en las tendencias de la situación mundial ante la eventualidad del ingreso a escena de una nueva generación obrera: desde los 130 millones de obreros de origen rural chino hasta los componentes inmigrantes y no sindicalizados en EE.UU., pasando por la inestable situación marcada por la rebelión popular en Grecia y la lucha de clases latinoamericana, componentes que empiezan a desarrollar hoy materialmente sus primeras experiencias vitales en medio de la crisis económica mundial más grave desde los años 30.

¿Crisis cíclica o histórica?

Las reflexiones anteriores nos obligan a volver al terreno material de la crisis. Como advertimos en estas páginas un año atrás, ante un acontecimiento de alcances históricos como la crisis actual, y ante la acumulación de dramáticos desequilibrios que ésta implica, sería de una ceguera monumental dar definiciones que cierren prematuramente procesos abiertos y que están llamados a tener efectos duraderos sobre la economía, la política y la lucha de clases a nivel mundial por los próximos años.26

Henryk Grossmann insistía en que las crisis eran el escenario donde el capitalismo encontraba las vías para desviar su tendencia al “derrumbe”: un momento no sólo de “hundimiento”, sino también de “fuga hacia adelante” de la crisis mediante los mecanismos que ella pone en juego. Sin embargo, planteaba también que el evento mismo de la crisis no solamente servía para desviar el curso “catastrófico” de la acumulación capitalista: revelaba también las contradicciones mortales que lo atraviesan de cabo a rabo.

Con ese marco conceptual, hay que intentar dar una caracterización global de la crisis capitalista actual. No se trata de una mera crisis “cíclica”, de las que habitualmente pautan el ritmo de la acumulación capitalista. Estas crisis cíclicas, en Marx, ocurrían acompañando el ciclo del capital industrial, pautado por un “ritmo” que hacía que cada 8 o 10 años se viviera una crisis relacionado con la desvalorización del capital fijo y su reemplazo por una nueva matriz productiva.

En la actual crisis, lo que está en juego no es una simple “regularidad”: está en cuestión la posibilidad misma de emplear en forma productiva el plusvalor incrementado obtenido. Existe una dificultad enorme para encontrar ramas productivas que relancen de conjunto la acumulación hacia adelante. Lo que está cuestionado es la articulación de la economía mundial (los desbalances y desequilibrios que la atraviesan a la misma a nivel global). Y por ende, estamos en presencia de una serie de problemas estructurales, más que de un mero ciclo de la dinámica del desarrollo capitalista: “Si las crisis pueden siempre contrarrestar la caída en la tasa de ganancia, en este sentido Marx estaría equivocado en ver en esta ley [la tendencia decreciente de la tasa de ganancia] la campana que dobla a muerto para el capitalismo, dado que el sistema ha sobrevivido crisis recurrentes en los últimos 180 años. Pero aquellos que se apoyan en este argumento asumen que la reestructuración del sistema siempre puede tomar forma de manera que golpee a algunos capitalistas pero no a otros. Michael Kidron presentó un verdadero desafío a este esquema en los años 1970. Estaba basado en la comprensión que el desarrollo del capitalismo no era simplemente cíclico, sino que siempre implicaba transformaciones a lo largo del tiempo (Chris Harman, “La tasa de ganancia y el mundo de hoy”). Esto es, el capitalismo también tiene edad, y no es igual la potencial dinámica de sus crisis en su etapa de ascenso que en la de su apogeo o en la de decadencia.

León Trotsky se refería a este orden de problemas respecto de la curva de desarrollo del capitalismo en los debates con el economista Kondratiev en la década del 20, concepto con el cual Trotsky buscaba dilucidar la mecánica de la evolución más de conjunto del sistema.

Trotsky tenía la virtud dialéctica que en esta categoría incluía no sólo los factores “inmanentes”, económicos, del ciclo capitalista, sino lo que él llamaba las “condiciones más generales de la acumulación”: los factores no estrictamente económicos, desde el descubrimiento de nuevos mercados hasta el factor lucha de clases.

En todo caso, la curva de desarrollo capitalista sólo se puede trazar con posterioridad al desarrollo de los acontecimientos, en la medida en que su evolución depende también de estas condiciones generales de la acumulación, “extrínsecas” al mecanismo económico propiamente dicho. Los elementos políticos y de lucha de clases cuyos desarrollos siempre están abiertos, son imposibles de predeterminar, ya que dependen del resultado de la lucha misma: “Por lo que se refiere a las fases largas (de cincuenta años) de la tendencia de la evolución capitalista, para las cuales el profesor Kondratiev sugiere, infundadamente, el uso del término ‘ciclos’, debemos destacar que el carácter y duración están determinados no por la dinámica interna de la economía capitalista, sino por las condiciones externas que constituyen la estructura de la evolución capitalista. La adquisición para el capitalismo de nuevos países y continentes, el descubrimiento de nuevos recursos naturales y, en el despertar de éstos, hechos mayores de orden ‘superestructural’ tales como las guerras y las revoluciones, determinan el carácter y el reemplazo de las épocas ascendentes, estancadas o declinantes del desarrollo capitalista” (León Trotsky, “La curva de desarrollo capitalista”).

En síntesis: la curva general del desarrollo de la actual crisis depende también, y no puede ser de otra manera, de la lucha de clases. La crisis tiene todos los ingredientes para configurar un escenario en que se ponga en juego la matriz misma del capitalismo neoliberal, y no simplemente constituirse en una circunstancia más dentro del marco de un ciclo económico “ascendente”.

Hacia un salto en la lucha de clases mundial

“Una encuesta realizada en abril pasado encontró que sólo el 53% de los estadounidenses piensa que el capitalismo es mejor al socialismo, con un 20% prefiriendo el socialismo y un 27% sin claridad. Son números alarmantes para los defensores del libre mercado” (The Economist, 28-5-09).

Nada de esto implica que el neoliberalismo capitalista vaya a ser superado “automáticamente”: como acabamos de señalar, dependerá del desarrollo concreto de la lucha de clases mundial.

Pero las contradicciones que revela la crisis hacen aflorar a la superficie las fallas más estructurales que atraviesan al orden capitalista, y que categóricamente exceden una consideración de la crisis como meramente “cíclica”. De ahí que empleemos la categoría de crisis histórica: “Esta crisis representa el más grande fracaso del libre mercado desde la II Guerra Mundial. Hasta ahora, los economistas han argumentado que el mercado es autorregulado; esta fantasía ha sido destruida. Esta crisis ha llevado a una corrida contra el sistema bancario mundial, una quiebra del mercado bursátil, y ha abierto la puerta a la más larga y profunda recesión de la posguerra. Ésta no es una típica crisis cíclica, que el capitalismo generalmente tiene cada una década más o menos, sino una crisis sistémica” (Joel Gier, “La peor crisis capitalista desde los años 30”, ISR 62).

Por eso mismo, es imprescindible en la evaluación de la dinámica de la crisis no quedarse por detrás de sus posibles implicancias. Sobre todo, se trata de entender las tendencias subyacentes que hacen a la profundidad histórica y estructural de la crisis, las cuales sin duda se manifestarán por la vía de una serie de alzas y bajas que seguramente confundirían el cuadro de conjunto si nos atuviéramos simplemente a ellas. Es lo que ocurre hoy con la “euforia” de los mercados, en recuperación desde marzo del 2009, o respecto de las incipientes tendencias a la recuperación del producto mundial.

Sin embargo, como señalara agudamente el marxista consejista Paul Mattick, incluso las crisis “cíclicas” no son más que una “réplica condensada” de las tendencias de largo plazo a la crisis capitalista. Por lo tanto, la evaluación de la actual dinámica de la crisis (y de su posible “recuperación”) depende no tanto de los desarrollos de superficie, sino de las tendencias y contradicciones íntimas subyacentes en el capitalismo mundial, que todos los analistas reconocen que no han sido modificadas un ápice.

Como totalidad mundial, de conjunto, se ha ingresado en una nueva situación mundial cuyos desarrollos están llamados a seguir como la sombra al cuerpo, aunque nunca mecánicamente, los altibajos de la crisis mundial. En todo caso, algo es categórico: ante la eventualidad de una nueva recaída, está en el horizonte la posibilidad de rupturas reales en el equilibrio capitalista. Se están dando las condiciones materiales para un proceso de ascenso de la lucha de clases mundial que para nada puede ser excluido a priori. Por el contrario, es uno de los elementos que planteados ante la perspectiva de la continuidad de la crisis, y que de confirmarse apuntará al agravamiento de todos los desarrollos de la nueva situación mundial por la que estamos atravesando.

Por otra parte, este hecho objetivo ocurriría en las condiciones históricas subjetivas creadas por la liberación de energías que estratégicamente significó la caída del estalinismo. Y, por tanto, la eventual creación de condiciones políticas para una acción más autodeterminada de los explotados y oprimidos, en particular de la clase obrera, que en determinadas regiones del globo se está ubicando –si bien todavía lentamente– más en el centro de la escena.

En conclusión, crisis y lucha de clases seguirán entrelazándose, realimentándose mutuamente, sobre todo si se verifica que el actual “respiro” es de corto alcance y que, de una u otra manera, sólo prepara nuevas recaídas.

Por nuestra parte, sobre lo que constituye la más grave crisis económica mundial desde los años 30, sólo queremos volver a subrayar que estamos viviendo una crisis que plantea problemas estructurales en la configuración del capitalismo mundial. Hasta el momento, estos problemas ni siquiera comenzaron a abordarse, y están llamados a producir nuevos giros en la situación económica mundial. Con estos desarrollos se confirmará si estamos “simplemente” ante una gran recesión o en plena primera Gran Depresión del siglo XXI, de la cual, lucha de clases mediante, podría emerger un sistema profundamente modificado.


Notas:

1 En las economías del Sur del mundo, el impacto ha sido mucho más mediado. No podemos dedicarnos aquí a las razones de este “desacople”.

2 En el Foro Empresario de Davos en enero del 2009 se podían escuchar opiniones como la siguiente: “El laissez faire no funciona, pero tampoco el comunismo”, y el oligárquico diario argentino La Nación daba cuenta de un “clima de derrota generalizado” entre los empresarios (2-2-09).

3 Digamos que tanta “euforia” no puede opacar que en la década que va de fines de 1999 a finales del 2009 las acciones que cotizan en la Bolsa de Nueva York perdieron 0,5% al año: se trata de su peor desempeño en una década en los casi 200 años de historia de la bolsa de Wall Street, incluso superando la caída del 0,2% anual que sufrieron las acciones durante los años de la Gran Depresión.

4 Se estima que este año 2010 el PBI de EE.UU. crecerá el 3% (para 2011 las previsiones se hacen más difusas). Pero en noviembre de 2009, la producción manufacturera continuaba un 13,3% por debajo de su nivel en igual mes del 2007.

5 Yendo más allá de EE.UU., China nunca cayó en recesión y las principales economías de la Unión Europea ya han salido de ella, al menos por ahora: “Mientras países como EE.UU., Japón, Francia y Alemania retomaron la senda del crecimiento en el tercer trimestre de 2009, Gran Bretaña cayó un 0,3% y pasó a ser el último de los integrantes del G 20 en superar la recesión. Los economistas prevén una expansión de un 0,9% en 2010”, en Wall Street Journal Americas (WSJA), 8-1-10.

6 John Mauldin, La Nación, 8-11-09. Agreguémosle a esto que la semana laboral promedio en los EEUU se redujo a 33 horas, frente a las 33,6 de hace un año, el menor nivel en la historia de ese país.

7 Algo de esto acaba de anunciar Rodrigo Zapatero en España, con el agravante de que allí la tasa de desempleo oficial ronda el 20%.

8 En este sentido, hay que recordar que la Gran Depresión de los años 30 sólo se resolvió realmente con la Segunda Guerra Mundial y la movilización de capitales y fuerza de trabajo que ésta implicó.

9 Según WSJA, el déficit fiscal estadounidense pasará del 62% del PBI en 2007 (es decir, antes de que se desatara la crisis) a un estimado del 108% en 2014. Y agrega: “España se convirtió el miércoles 9 de diciembre, en el último de los países de la zona euro en enfrentar una posible rebaja de la calificación de la deuda soberana, lo que aumenta los temores de que problemas fiscales similares a los que se empezaron a ver en Grecia esta semana se estén expandiendo (…). Estos países [Irlanda y varios del sur de Europa], que habían tenido tasas de crecimiento altas ahora están en problemas debido a que gran parte de ese crecimiento fue financiado con deuda (…). Se espera que el déficit de España supere el 11% del PBI este año, mientras que el de Grecia podría llegar a casi el 13%. Ambos están muy por encima del límite de 3% del PBI estipulado por las reglas presupuestarias de la UE” (WSJA, 10-12-09).

10 En Latinoamérica esto se verifica desde hace unos años, pero por otras razones; esto es, la dinámica política que impusieron las rebeliones populares, factor inexistente en el Norte del mundo.

11 Hay infinidad de ejemplos de divisiones y peleas en la clase dominante, de toda importancia y magnitud; los más dramáticos son las dos guerras mundiales. También es el caso de las guerras civiles en España (bajo la presión de la revolución social) o en EE.UU. en el siglo XIX para dilucidar el modelo capitalista de acumulación. Desde ya, en ningún caso hoy estamos en este nivel de enfrentamientos.

12 Henryk Grossmann es insistente en este aspecto acerca de este doble carácter de la producción capitalista (de valores de uso y de valor) en su clásico trabajo La ley de la acumulación y el derrumbe del sistema capitalista. La categoría también es central en la elaboración de otro destacado economista marxista, Roman Rosdolsky.

13 En biología, Darwin el que sentó las bases de la teoría moderna de la evolución y dio cuenta del mecanismo de selección natural por el cual, dado un determinado “ambiente” (hoy se lo llamaría “ecosistema”), las especies sobrevivientes son las que presentan rasgos de mayor adaptación a él. En el terreno de la economía, la selección “no natural” de los rescates estatales es la que produce que mediante la asistencia sobrevivan todos los organismos y no sea destruida ninguna especie competitiva.

14 Chris Harman, “No todo marxismo es dogmatismo: una respuesta a Michel Husson”, www.swp.org.br. Este análisis es convincente más allá del hecho de que el número de bancarrotas empresarias ha aumentado al compás de la crisis. Según informa The Economist, en el primer cuatrimestre de 2009, 20.251 empresas cayeron en bancarrota, un crecimiento del 52% respecto de igual período del año anterior. Incluyendo firmas individuales, se esperan 1,5 millones de bancarrotas este año, el doble que en 2007 (28-5-09). Pero es una verdad a puño que no se ha dejado caer ninguna gran empresa o banco. Ya que lo citamos, aprovechamos para hacer nuestro sentido homenaje al compañero, importante dirigente de la tradición del trotskismo en Inglaterra de las últimas décadas, a quien conociéramos personalmente años atrás y que incluso nos alojara en su casa de Londres en 2003.

15 Cuestión también presente en corrientes como el Frente Popular Darío Santillán de la Argentina, una fuerza autonomista anticapitalista, pero cuyo anticapitalismo tiene postergado sine die las perspectivas de la lucha por la revolución socialista y, por lo tanto, termina cayendo en orientaciones oportunistas y posibilistas tanto en el terreno político como en el sindical. El reflejo de esto en el terreno del análisis de la crisis económica mundial es la tendencia a subestimar todos sus desarrollos.

16 Carré Rouge, cit. El analista propone llamar a esta combinación difusa entre los elementos competitivos y cooperativos a escala de los países imperialistas o de los “nuevos jugadores” (los BRIC) “coopetition”, es decir, competencia combinado con cooperación.

17 Un elemento conflictivo se expresó en la reciente Cumbre Climática, en la que China y EE.UU. “compitieron” sobre qué reducción de gases de efecto invernadero le correspondía a cada uno. Fue una verdadera farsa en la cual ninguno de los dos países estuvo dispuesto a comprometerse a nada serio. Mucho menos a salirse del marco general del capitalismo neoliberal y sus leyes de desarrollo salvajes y destructivas del hombre y la naturaleza.

18 A nuestro juicio, de la primera fase de la crisis no ha surgido ninguna transformación estructural en la conformación del capitalismo actual digna de tal nombre, no sólo en China sino globalmente.

19 Desde ya, no puede haber verdaderamente tal moneda mundial sin estado mundial, algo imposible bajo el capitalismo. Es en parte por la tensión que genera este privilegio que se está hablando de establecer los Derechos Especiales de Giro (DGE) del FMI como moneda mundial.

20 En este sentido, Claudio Katz reactualiza categorías que, más allá del debate específico sobre el carácter actual del Brasil (ver en esta edición el texto de M. Yunes), son de utilidad: “La noción de subimperialismo contribuye a superar el simplificado esquema de centro-periferia e indica la variedad de relaciones que genera la polarización del mercado mundial. Retrata la existencia de formaciones intermedias que algunos pensadores han teorizado con el concepto de semiperiferia. Este término alude a frecuentes situaciones intermedias en la historia del capitalismo (…). Las nociones de semiperiferia y subimperialismo permiten captar el dinamismo contradictorio del capitalismo” (“América Latina frente a la crisis global”).

21 Estamos, en verdad, ante un patrón universal. En Inglaterra, por ejemplo, “la Oficina Nacional de Estadísticas confirmó que el índice de desempleo entre los jóvenes de 16 a 24 años llegó a su nivel más alto en 14 años, y despertó así el espectro del surgimiento de una ‘generación perdida’ como la gestada durante el gobierno de Thatcher, cuando un millón de jóvenes buscaban empleo sin éxito. Actualmente, un 19,1% de los jóvenes ingleses se encuentra sin trabajo” (La Nación, 18-8-09).

22 Aquí no establecemos una diferencia entre las connotaciones “anticapitalista” y “socialista” de esas revoluciones sociales, tan importante en otro contexto, sino que sólo hacemos referencia a la ruptura con las relaciones capitalistas de producción.

23 A este respecto, desconocemos casi por completo lo que está ocurriendo en el sudeste asiático, aunque hay indicios de una dinámica aparentemente en este sentido, si bien partiendo de muy atrás.

24 Nos referimos a las “telarañas” mentales de todo tipo de las cuales parten los nuevos batallones de la clase obrera mundial. Por ejemplo, regiones de industrialización reciente como Vietnam nos dejan ante el interrogante de cómo podrá hacerse la clase obrera una coherente composición de lugar en un país que pasó de una dramática y heroica guerra antiimperialista frente a EE.UU. a la restauración salvaje del capitalismo en pocos años: “Un estimado de 500.000 trabajadores perdieron sus trabajos el año pasado, y el gobierno reconoce que otros 400.000 serían despedidos este 2009. Estos son números duros en un país joven que necesita un millón de nuevos trabajos cada año para absorber su creciente fuerza de trabajo, hoy de alrededor de 45 millones de personas. Como China, Vietnam no tiene mucha red estatal de seguridad social. Los obreros despedidos tienden a retornar al campo y a sostenerse en sus familias. Pero los campesinos van a encontrar difícil sostenerse sin que el dinero de los obreros de las fábricas sea enviado a casa” (The Economist, 5-3-09).

25 “Un periódico chino, Global Times, publicó un historia del aniversario de Tian An Men. La calificó como un ‘tema sensible’, pero dijo que la población china está hoy ‘mucho más apática acerca de la política’. [Sin embargo], cuadros de base citados por Liaoning dijeron que recientes incursiones en Internet reflejan cambios en el ‘estado de ánimo social’ gracias a la crisis financiera global. Un signo de esto es la mayor tendencia de los usuarios de Internet a pasar a los hechos antes que simplemente ventilar su bronca on line” (The Economist, 4-6-09).

26 En su paso por Buenos Aires, el economista marxista paquistaní-residente en EEUU, Anwar Shaikh, afirmó respecto de la dinámica de la crisis que, en su opinión, lo que estaba en curso era “la primera Gran Depresión del siglo XXI”.