Historia: La revolución húngara de los “consejos obreros” de 1956
Pepe Gutiérrez-Álvarez
Colaboración de Félix, Euskadi.
Estamos hablando de una página fundamental historia en la historia del siglo XX sobre la que existen una ingente bibliografía, y sobre la que se acaba de publicar un libro muy importante y documentado: En nombre de la clase obrera. Hungría 1956: La revolución narrada por uno de los protagonistas, de Sándor Kopácsi, El Viejo Topo, Barcelona, 2008, 405 págs, con un minucioso prólogo de Domingo Talens que somete a una crítica detallada a toda la propaganda de la derecha reaccionaria y de los publicistas estalinista..
En Octubre de 1956, la inmensa mayoría del pueblo húngaro se reveló contra el tutelaje y las normas impuestas por
Pero toda esta historia no se puede comprender sin tener muy en cuenta que el estalinismo, que había salido reforzado con la victoria sobre el nazismo, y que se había extendido su poder en toda Europa del Este y China (1949), parecía haber llegado un punto de no retorno, a inaugurar una nueva era “socialista” que, entre otras cosas, reafirmaba su victoria histórica contra el “viejo” socialismo revolucionario y pluralista...Era una época en la que figuras como Trotsky llegó a parecer casi una figura arqueológica tanto como lo podía ser Aníbal, que había llegado hasta las puertas de Roma para retroceder hacia una muerte trágica y aislada. Sin embargo, ya a finales de los años cuarenta algo comenzó a cambiar. Con la “desviación titoista” tuvo lugar una primera ruptura, en países como Francia o Italia, el debate sobre los campos de concentración y la represión de la disidencia ya se habían hecho estables y movilizaban a un sector cada vez mayor de la intelligentzia de la izquierda, en 1953, tras la muerte de Stalin, tuvieron lugar las revueltas obreras de Alemania del Este, tres años más tarde, el movimiento comunista se conmovía de pies a cabeza con las “revelaciones del XX Congreso del PCUS, y en Octubre de 1956 estallaba la revolución en Hungría, un país que en 1919 había vivido intensamente una repetición frustrada de la revolución de Octubre bajo la iniciativa de los consejos obreros...
Una historia qua quizás pueda parecer lejana pero cuya importancia no puede ser desmerecida, de entrada porque contribuye a comprender mucho mejor el “fracaso del socialismo”, un ideal que, al decir de los obreros polacos, había sido un buen invento pero que había sido mal aplicado. El socialismo es inherente a la libertad, y esto lo tuvieron claro los trabajadores, los estudiantes y los intelectuales obreros húngaros que en pleno fervor revolucionario descabezaron las odiosas estatuas de Stalin, momento que quedó inmortalizado en unas fotos que nos hablaban de la víspera de nuestro tiempo: de la crisis irreversible del estalinismo. Un desastre o un desvío de una revolución que podía haber sido muy diferente...
La conmoción provocada por el XX Congreso del PCUS, con el inaudito “Informe Kruschev” sobre los crímenes de Stalin, a pesar de sus contradicciones y limitaciones, sirvieron para legitimar en cierta medida el movimiento de protesta que, en el verano de 1956, afectaba en Hungría a todos los grupos sociales y en especial a estudiantes e intelectuales Las voces más numerosas reclamaban medidas urgentes para corregir el modelo socialista. Decía Bela Kovacs, el secretario del Partido de los Pequeños Propietarios liberado en abril, que nadie pensaba entonces en volver a la situación anterior a 1945. La frase probablemente fuera exagerada. En la manifestación del 56 se confundieron distintas corrientes, desde comunistas, anticomunistas, demócratas, liberales, socialdemócratas, hasta nostálgicos horthystas, y confluyeron las insatisfacciones materiales derivadas de la industrialización acelerada y la crítica al sistema de poder responsable de la anterior. El denominador común de los manifestantes radicaba en la defensa de un patriotismo independiente y soberano.
Ya en julio de 1956, Moscú, consciente del malestar existente en el partido húngaro, envió a Budapest a dos eminentes jerarcas, Mikoyan y Suslov, para arbitrar una solución. Esta no fue otra que la de hacer dimitir de la dirección al odiado Rakosi, nombrando en su lugar a E. Geröe (igualmente poco popular por su identificación con el sistema del anterior), e incorporar a la ejecutiva a Janos Kadar y otros de los llamados comunistas nacionales (que habían pertenecido a
Los manifestantes se congregaron ante la estatua del poeta Petöfi, recitándose un poema simbólico -Talpra Magyar- que recordaba los inicios de la revolución antihabsbúrgica de 1848. El Gobierno, desconcertado e indeciso, terminó por consentir la manifestación que en un principio había prohibido. La multitud -formada por intelectuales, estudiantes, empleados, obreros, campesinos, e incluso soldados de uniforme-, que portaba banderas nacionales sin el emblema comunista, mostró después su solidaridad con el pueblo polaco en la plaza de Joseph Bern -un general polaco que luchó con los húngaros en 1848-49-. Se leyó allí el comunicado elaborado por
A continuación, el grito de ¡Nagy al poder! se convirtió en el lema más repetido por la multitud. ¿Qué hacía entretanto el personaje cuyo nombre se invocaba con intenciones mesiánicas? Nagy no participó en la manifestación, pero se vio obligado por la tarde a dirigir unas palabras a la muchedumbre. Habló desde la sede del Parlamento con un lenguaje gubernamental, racional más que sentimental, sobre la solución de los problemas y divergencias a través de la discusión y la negociación, animando a la gente ante todo a preservar el orden constitucional y la disciplina. A la misma hora aproximadamente, el primer secretario del partido, E. Geröe, emitió un comunicado por radio en el que defendió el poder de la clase obrera y concluyó por condenar una manifestación que calificaba de nacionalista. ¿Se trató de una provocación deliberada? Lo cierto fue que el comunicado del secretario decepcionó profundamente a los manifestantes, ya raíz del mismo los acontecimientos se precipitaron en una espiral de violencia, en el edificio de
Los límites de la solución Nagy
Llegó un momento en el que la situación para el Gobierno era en extremo difícil, ya que carecía de autoridad moral, no disponía de fuerzas suficientes para reprimir la insurrección, y además dudaba de su lealtad, caso de producirse un enfrentamiento popular. El Comité Central del partido, reunido urgentemente en la noche del 23 a124, adoptó dos decisiones trascendentales: nombrar a Imre Nagy presidente del Consejo de Ministros, y solicitar la ayuda de las tropas soviéticas para restablecer el orden. En relación al segundo acuerdo, se hizo creer que la petición de ayuda soviética fue refrendada por Nagy, pero –presume, François Fejtö, el más reconocido historiador de esta época, basándose en diversos testimonios- semejante imputación podía formar parte de una maniobra política para desprestigiar y aislar al personaje, haciéndole responsable de la invasión. De partida, parece difícil que Nagy mediara en una decisión cuando aún no había tenido prácticamente tiempo de tomar posesión del cargo, si se tiene en cuenta que los tanques soviéticos aparecieron en las calles de la capital en las primeras horas del día 24 de octubre. El asunto, no obstante, permanece oscuro, aunque quizás los húngaros de hoy lo conozcan mejor. En efecto, el The Budapest Post comunicaba en febrero de 1993 la publicación de dos libros, El expediente Yeltsin y Las páginas que faltaban, con documentos de origen soviético sobre la revolución de 1956, que Boris Yeltsin había regalado durante su visita a Budapest en noviembre de 1992 al presidente húngaro Arpad Göncz.
Cuando fue interrogado por un periodista del citado semanario, el presidente del Consejo de Ministros húngaro el 23 de octubre de 1956, Andras Hegedüs, declaró su satisfacción por la entrega de estos documentos, y, aunque aún no los había leído, no dudaba de su interés para explicar su propia actuación en aquellos dramáticos días, señalando al respecto que él no actuó solo y que lo hizo por sentido de responsabilidad política. Los documentos parecen revelar que la carta de los dirigentes húngaros pidiendo la intervención armada soviética fue firmada después del 23 de octubre, y fue utilizada sólo más tarde para justificar la invasión de cara a la comunidad internacional. En todo caso, lo que está claro es que los dirigentes húngaros se comportaron entonces de manera muy distinta a como lo habían hecho sus homónimos polacos. En lugar de hacer causa común con el pueblo, llamaron a las tropas soviéticas, comprometiendo en alto grado a Nagy, cuya presidencia se verá inmediatamente hipotecada por la invasión militar. De poco servirá que el día 25 Mikoyan y Suslov sustituyan a Geröe por Janos Kadar en el cargo de primer secretario del partido, y que autoricen -¿era sincera la autorización? - días más tarde a Nagy ya! nuevo equipo a ensayar la vía nacional hacia el socialismo, dándoles las mismas concesiones que a
La hora de los comités y consejos obreros
Los trabajadores se pusieron en pie y la huelga general empezó espontáneamente en Budapest el día 24 tras la intervención militar, y en los días siguientes se propagó al resto del país. En casi todas las ciudades y pueblos de Hungría se constituyeron, a veces de modo violento pero las más de forma pacífica, comités y consejos revolucionarios que asumieron el poder llevados por un irresistible espíritu de antiautoritarismo (Feher-Heller). Fueron capaces de implantar una libertad de prensa, que permitió publicar y emitir toda clase de propaganda, salvo la de los nazis húngaros, cuyo periódico Aurora fue vetado. Entre estas instituciones, surgidas de modo espontáneo, sobresalieron los Consejos Obreros, elegidos en el plazo de sólo dos días (26-28 de octubre) en todas las fábricas del país. El día 31 de octubre se reunió en Budapest un Parlamento de los Consejos Obreros, en el que estuvieron presentes delegados de las fábricas más importantes del país, que aprobó una declaración de los derechos y deberes de los nuevos organismos. Aquella carta transformaba radicalmente la organización de la fábrica impuesta por el régimen rakosista. En la misma se afirmaba, en efecto, que la fábrica pertenecía a los trabajadores, y que su control estaría en manos de un Consejo Obrero elegido democráticamente por éstos.
No obstante, la acción revolucionaria de los Consejos y Comités no iba contra el Estado, sino contra la forma totalitaria del Estado y su sumisión a
En esta situación, el proceso de constitución de los nuevos órganos de representación alcanzó en los últimos días de octubre un ritmo muy vivo. En los pueblos, en las fábricas, en los sectores profesionales y de servicios, en los cuadros de la administración, hasta en las fuerzas militares (Comité revolucionario de
Semejante propuestas, aunque finalmente fueron plenamente asumidos por Nagy, no los compartieron, sin embargo, ni el Kremlin, ni aquellos húngaros partidarios de un nacionalismo radical, antisemita y conservador , que dominaban en el Consejo Nacional Transdanubiano, de Györ, y en Budapest giraban en torno a Jozsef Dudas, militar y editor del periódico Hungría Independiente. En esta línea, el papel desarrollado por Radio Europa (que se emitía en húngaro desde Munich por refugiados al servicio de
Aquí entra la poderosa Iglesia católica, y en su emisión del 31 de octubre, Radio Europa Libre se refería al cardenal Jozsef Mindszenty como el más legítimo jefe del movimiento nacionalista húngaro. El mencionado cardenal acababa de ser liberado por Nagy , que esperó alcanzar del primado de
Sin embargo, estos contenidos quedaban muy diluidos en el conjunto de un mensaje donde también se negaba legitimidad al Gobierno democrático de 1945; se pedían elecciones bajo control internacional, situándose el primado al margen de los partidos y por encima de ellos; se defendía el derecho de propiedad equitativamente limitado por los intereses sociales, y la preocupación por preciadas instituciones con un gran pasado, concluyendo el cardenal con la petición del restablecimiento inmediato de la libertad de enseñanza religiosa, así como la restitución de las instituciones y asociaciones de
En el momento en que en 1955 Nagy cayó en desgracia, preparó unos “Memorandums” para el Comité Central y para Andropov, entonces embajador de
Dichos Memorandums encerraban toda una teoría política que Nagy aplicará hasta sus últimas consecuencias cuando opte abiertamente por
A partir de esta fecha, y hasta su caída, la solidaridad de Nagy con el pueblo fue en aumento, a pesar de algunas manifestaciones de violencia indiscriminada hechas por las masas, cuyo exponente más trágico fue la masacre ante el Centro del Partido Comunista de Budapest ocurrida el 30 de octubre, en la que resultó muerto, entre otros, el nagysta Imre Mezö. Ese mismo día, Nagy reconoció lo que venía siendo un hecho desde el 23 de octubre, el final del partido Único, y anunció un Gobierno de coalición, semejante al de 1945, y el inicio de conversaciones con
Esta segunda invasión soviética de Hungría se vio facilitada en el contexto internacional al coincidir con la acción francobritánica contra Suez, que suscitó graves divergencias entre Washington y sus principales aliados en Europa. A pesar de las declaraciones del presidente Eisenhower en favor de la causa húngara, y de la propaganda norteamericana que sembró la esperanza en los ánimos de los revolucionarios de una ayuda de Occidente, los EE.UU. no hicieron nada más que plantear, sin mucha convicción, el problema en el Consejo de Seguridad de
Ante tales circunstancias, el inoportuno ataque anglo-francés contra Egipto a partir del 31 de octubre con el pretexto de la nacionalización del canal de Suez, proclamada por Nasser a finales de julio, esfumó las esperanzas de una ayuda occidental a Hungría al romper la unidad de los países de
De Imre Nagy a Kadar
Consciente de lo que estaba en juego, el último gobierno de coalición formado por Nagy hizo público el 3 de noviembre su firme propósito de impedir la restauración del capitalismo en Hungría, pero también de defender con el mismo ahínco las conquistas de la revolución, en particular la independencia nacional, la neutralidad y la construcción del socialismo sobre una base democrática. En aquel gabinete, los comunistas disidentes estuvieron representados por Losonczy, Maleter y el propio Nagy; los Pequeños Propietarios por Tildy, Kovacs y Szabo; los Socialdemócratas por Anne Kethly, Kelemn y Fischer; y los Nacional Campesinos (reconvertidos en Partido Petöfi) por Bibo y B. Farkas. La inclusión en el Gobierno del nombre de Kadar era totalmente ilusoria, porque para entonces ya se conocía su salida de Budapest, junto con Apro, Münnich, y otros. Pocas horas antes de formar este Gobierno, Nagy había comunicado al secretario general de
Esta segunda y definitiva invasión militar se puso en marcha, y en las primeras horas del 4 de noviembre los tanques soviéticos entraron en Budapest. Imre Nagy y algunos de sus colaboradores se refugiaron, en vano, en la embajada de Yugoslavia, mientras en el edificio del Parlamento quedó István Bibo como único representante del gobierno legítimo húngaro. A él le correspondió formular en la madrugada del día de la intervención la última declaración de que Hungría no pretendía seguir una política antisoviética sino coexistir en una comunidad de naciones libres del Este de Europa cuyo objetivo sea fundar sus vidas sobre la base de los principios de libertad, de justicia y de una sociedad libre de explotación.
Nagy concluyó con una desesperante petición de ayuda a las grandes potencias y a las Naciones Unidas en favor de la libertad del pueblo húngaro. Antes de terminar aquel día, las emisoras del este de Hungría difundieron comunicados de Münnich y de Kadar, anunciando su ruptura con Nagy y la fundación de un gobierno revolucionario obrero y campesino en la ciudad de Szolnok que, además de solicitar la ayuda soviética, incluía en su programa casi todos los puntos del Gobierno anterior, salvo lo referente a las elecciones libres, pluripartidismo y neutralidad. El 23 de noviembre de 1956 Imre Nagy y sus allegados fueron sacados de la embajada yugoslava y deportados a Rumania, no obstante haber prometido Kadar a Tito su liberación: En un proceso secreto, Nagy fue acusado de alta traición por conspiración, complicidad con los crímenes contrarrevolucionarios y abrogación del Tratado de Varsovia. El 16 de junio de 1958 fue ejecutado, junto a Pal Maleter, Jozsef Szilagyi y Miklos Gimes (Geza Losonczy había muerto ya en la cárcel). Yugoslavia volvió a protestar contra la violación de las garantías que Kadar había dado de forma solemne, y muchos intelectuales de todas las tendencias militantes socialistas y comunistas expresaron igualmente su indignación en Europa occidental.
El régimen neoestalinista de Kadar, después de una primera etapa de brutal represión, se fue consolidando en los años siguientes. El partido -ahora llamado Socialista y Obrero- recuperó su papel de control sobre el Estado y la sociedad, y los húngaros se vieron obligados a aceptar con resignación, una vez más en su historia, el fracaso de una revolución. Gracias a la coyuntura mundial favorable de los años sesenta, a la ayuda económica de
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