Intransigencia del Vaticano, de Galileo al Plan Cóndor
INTRANSIGENCIA ROMANA, DE GALILEO A LOS REPRESORES DEL PLAN CÓNDOR
Luis Agüero Wagner
Las oficinas administrativas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica de Paraguay debieron trasladarse esta semana a la sede un colegio cercano para intentar reanudar las actividades universitarias, sin poder solucionar el conflicto suscitado y los violentos disturbios derivados del nombramiento como rector de un conocido colaborador del dictador neo nazi Alfredo Stroessner, José Moreno Rufinelli.
En vista que la sede central de la universidad se encuentra tomada, "utilizaremos las instalaciones del colegio La Providencia para tomar exámenes", indicó el decano Ilde Silvero, quien reconoció que varios catedráticos de la casa de estudios tienen un funesto pasado como colaboradores del dictador que gobernó por casi cuatro décadas en Paraguay con el respaldo de Washington, y se constituyó en pieza clave del Plan Cóndor.
Por otro lado, manifestó que aún no hay soluciones al conflicto por el nombramiento de José Moreno Rufinelli porque todas las negociaciones han fracasado.
El conflicto para el Vaticano está definido, puesto que el antiguo militante de las juventudes hitlerianas Joseph Ratzinger ha ratificado en el cargo al represor, con más razón al ser informado que se trataba de un conspicuo colaborador de una dictadura neo-nazi.
Mientras los obispos paraguayos eran salpicados por el escándalo internacional que representa proteger a un personero de la represión, emitieron un documento exigiendo "un proyecto país" al gobierno electo del Paraguay con una doble moral digna de Pío XII, quien el mismo año que publicó su encíclica condenando al totalitarismo borró del Index las obras de Charles Maurras, fundador de un violento e intolerante grupo antisemita y comunista. Al mismo tiempo, levantó a los miembros del grupo la prohibición de recibir los sacramentos que pesaba sobre ellos desde el pontificado de Pío XI.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el "Papa de Hitler" mantuvo un dulce neutralismo interesado en conservar la presencia católica en la Alemania Nazi, y se sintió fuertemente agraviado por el ateísmo militante en que cayeron los países de la órbita soviética al finalizar la contienda.
La intransigencia, hipocresía e intolerancia del Vaticano tienen un largo historial, aunque Juan Pablo II haya intentado menguarlos pidiendo perdón por el rosario de trágicos errores de la Iglesia. Durante un discurso a los partícipes en la sesión plenaria de la Academia pontifical de ciencias el 31 de octubre de 1992 reconoció claramente los errores de ciertos teólogos del siglo XVII en el caso Galileo, aunque entonces se negara a dicha retractación el cardenal Ratzinger con tres siglos de retraso.
Reconocer un error nunca ha sido fácil para la soberbia con mitra, si tenemos en cuenta que tardaron más de un siglo para "autorizar" las obras sobre el heliocentrismo de nuestro sistema solar, algo que pudo ser demostrado en 1741 con pruebas ópticas.
El 22 de junio de 1633, en el convento dominicano de Santa María, Galileo había sido condenado a cadena perpetua y su obra había sido prohibida. Para salvar el pellejo, se vio obligado a humillarse y pronunciar públicamente la fórmula de abjuración que el Santo Oficio había preparado.
Para autorizar una edición de las obras completas de Galileo, el Papa Benedicto XIV solicitó que se efectúe una prueba óptica en su presencia y la de sus asesores. Las demás obras debieron esperar casi dos décadas, hasta que en 1757 la Inquisición las retiró del Index de obras prohibidas.
Galileo dejó de lado una verdad incontrastable sólo porque aún estaba fresco el recuerdo de Giordano Bruno, quien por negarse a las ofertas de retractación tuvo menos suerte y fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en Campo dei Fiori, Roma. Medio siglo antes, el 27 de octubre de 1553, la Santa Iglesia había convertido en carbón al científico y teólogo aragonés Miguel Servet, argumentando que debía ser asesinado de manera horrible porque "su libro llama a la Trinidad Demonio y Monstruo de tres cabezas; porque contraría a las escrituras al decir que Jesús es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables" según decía la sentencia.
No hace falta siquiera añadir que antecedentes como éstos descalifican al Vaticano para argumentar supuestas "cualidades científicas" o de formación académica a favor de su consuetudinario encubrimiento de reputados represores de los años del Plan Cóndor, como José Antonio Moreno Rufinelli.
Luis Agüero Wagner
Las oficinas administrativas de la Facultad de Filosofía de la Universidad Católica de Paraguay debieron trasladarse esta semana a la sede un colegio cercano para intentar reanudar las actividades universitarias, sin poder solucionar el conflicto suscitado y los violentos disturbios derivados del nombramiento como rector de un conocido colaborador del dictador neo nazi Alfredo Stroessner, José Moreno Rufinelli.
En vista que la sede central de la universidad se encuentra tomada, "utilizaremos las instalaciones del colegio La Providencia para tomar exámenes", indicó el decano Ilde Silvero, quien reconoció que varios catedráticos de la casa de estudios tienen un funesto pasado como colaboradores del dictador que gobernó por casi cuatro décadas en Paraguay con el respaldo de Washington, y se constituyó en pieza clave del Plan Cóndor.
Por otro lado, manifestó que aún no hay soluciones al conflicto por el nombramiento de José Moreno Rufinelli porque todas las negociaciones han fracasado.
El conflicto para el Vaticano está definido, puesto que el antiguo militante de las juventudes hitlerianas Joseph Ratzinger ha ratificado en el cargo al represor, con más razón al ser informado que se trataba de un conspicuo colaborador de una dictadura neo-nazi.
Mientras los obispos paraguayos eran salpicados por el escándalo internacional que representa proteger a un personero de la represión, emitieron un documento exigiendo "un proyecto país" al gobierno electo del Paraguay con una doble moral digna de Pío XII, quien el mismo año que publicó su encíclica condenando al totalitarismo borró del Index las obras de Charles Maurras, fundador de un violento e intolerante grupo antisemita y comunista. Al mismo tiempo, levantó a los miembros del grupo la prohibición de recibir los sacramentos que pesaba sobre ellos desde el pontificado de Pío XI.
Durante la Segunda Guerra Mundial, el "Papa de Hitler" mantuvo un dulce neutralismo interesado en conservar la presencia católica en la Alemania Nazi, y se sintió fuertemente agraviado por el ateísmo militante en que cayeron los países de la órbita soviética al finalizar la contienda.
La intransigencia, hipocresía e intolerancia del Vaticano tienen un largo historial, aunque Juan Pablo II haya intentado menguarlos pidiendo perdón por el rosario de trágicos errores de la Iglesia. Durante un discurso a los partícipes en la sesión plenaria de la Academia pontifical de ciencias el 31 de octubre de 1992 reconoció claramente los errores de ciertos teólogos del siglo XVII en el caso Galileo, aunque entonces se negara a dicha retractación el cardenal Ratzinger con tres siglos de retraso.
Reconocer un error nunca ha sido fácil para la soberbia con mitra, si tenemos en cuenta que tardaron más de un siglo para "autorizar" las obras sobre el heliocentrismo de nuestro sistema solar, algo que pudo ser demostrado en 1741 con pruebas ópticas.
El 22 de junio de 1633, en el convento dominicano de Santa María, Galileo había sido condenado a cadena perpetua y su obra había sido prohibida. Para salvar el pellejo, se vio obligado a humillarse y pronunciar públicamente la fórmula de abjuración que el Santo Oficio había preparado.
Para autorizar una edición de las obras completas de Galileo, el Papa Benedicto XIV solicitó que se efectúe una prueba óptica en su presencia y la de sus asesores. Las demás obras debieron esperar casi dos décadas, hasta que en 1757 la Inquisición las retiró del Index de obras prohibidas.
Galileo dejó de lado una verdad incontrastable sólo porque aún estaba fresco el recuerdo de Giordano Bruno, quien por negarse a las ofertas de retractación tuvo menos suerte y fue quemado vivo el 17 de febrero de 1600 en Campo dei Fiori, Roma. Medio siglo antes, el 27 de octubre de 1553, la Santa Iglesia había convertido en carbón al científico y teólogo aragonés Miguel Servet, argumentando que debía ser asesinado de manera horrible porque "su libro llama a la Trinidad Demonio y Monstruo de tres cabezas; porque contraría a las escrituras al decir que Jesús es un hijo de David; y por decir que el bautismo de los pequeños infantes es una obra de brujería, y por muchos otros puntos y artículos y execrables" según decía la sentencia.
No hace falta siquiera añadir que antecedentes como éstos descalifican al Vaticano para argumentar supuestas "cualidades científicas" o de formación académica a favor de su consuetudinario encubrimiento de reputados represores de los años del Plan Cóndor, como José Antonio Moreno Rufinelli.
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