Argentina: vencedores y vencidos
Claudio Katz [1]
El mayor conflicto social y político desde la rebelión del 2001 concluyó con un nítido triunfo de la derecha. La Sociedad Rural compartió con Bullrich, Carrio, Duhalde y Barrionuevo un logro impensado. Festejaron la anulación de las retenciones móviles por parte del senado con un entusiasmo que no exhibían desde hace décadas. Razones de una victoria El bloque conservador logró volcar la votación en la cámara alta porque se impuso primero en la calle. Esa presencia fracturó al bloque oficialista, ya que la derecha derrotó al justicialismo en el terreno tradicionalmente adverso de las multitudes. Duplicó la concurrencia del kirchnerismo en todos los actos y le arrebató la Capital, luego haberse impuesto en Rosario. El desplazamiento del escenario mediático de las rutas al Parlamento acentuó la presencia ruralista, con gran concurrencia espontánea a sus carpas del Congreso.
Todos los elogios al funcionamiento de las instituciones ocultan esta gravitación de la presión extraparlamentaria, que incluyó provocaciones y escarches. La patética decisión de Cobos con su voto decisivo, se atuvo a un viejo principio legislativo de intuir hacia dónde sopla el viento. No votó por convicción, ya que carece de algún principio. Entrenado en la política burguesa presintió que era el momento de cambiar de bando.
El ruralismo ganó porque canalizó un giro de la clase media, que ha pasado del cuestionamiento de la corrupción (“que se vayan todos”) a la revuelta conservadora. Este viraje comenzó con Blumberg, se reforzó con el triunfo de Macri y ha desembocado en una épica del bolsillo. Este giro se verificó en innumerables oportunidades durante el conflicto. El exabrupto más conocido estuvo a cargo del vicepresidente de CRA, que acostumbrado a maltratar a los peones de su estancia propuso disolver el Congreso.
El clima reaccionario se verificó en las cacerolazos de teflón, que enaltecieron a “la patria junto al campo”, proclamaron el rechazo de “los tiranos” y exigieron poner fin “al tema de los Derechos Humanos”. En ciertas escaramuzas no faltaron los gritos contra los “negros”, los “vagos” y los “montoneros”, bajo una cobertura televisiva que descubrió cuán legítimo es cortar las rutas cuando hay gringos y tractores.
La ideología derechista se reactivó por el carácter de una revuelta embanderada con la rentabilidad y consumada a través de un lock out. Los patrones aguantaron cuatro meses de conflicto porque sus peones nunca dejaron de trabajar.
El júbilo final de los derechistas contrasta con la pesadumbre que exhibían sus voceros cuando el resultado era incierto. Durante ese lapso se atormentaron por la aparición de “un conflicto inventado”, que “demostró lo peor de la política argentina”[2]. Se enfadaron con la ausencia de estabilidad para ejercer una dominación sin contratiempos y exhortaron a lograr que el capitalismo funcione sin traumas. La misma fantasía persigue a los opresores de todas las latitudes, cuándo miran en el espejo de un par más exitoso.
Pero el triunfo mejoró su ánimo y ahora aconsejan a Cristina. A diferencia del pasado esta crisis no incluyó en catástrofes financieras o hiperinflación. Por esta razón nadie exige un cambio de presidente. La acción de Cobos justamente difiere de la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia, en la vigencia de una coyuntura económica que abre cierto espacio para la reconstitución del gobierno.
La derecha busca afianzarse incentivando un viraje conservador del oficialismo, que podría comenzar con el cambio de ministros y el aumento de tarifas. Sus voceros consideran que “el gobierno tiene una oportunidad para comenzar de nuevo”, si abandona el “estilo kirchnerista”. En lo inmediato quieren tranquilidad. Las manifestaciones que acorralaron al gobierno ya cumplieron su función y ahora molestan a los dueños del poder. Causas de una derrota
El gobierno recibió un golpe furibundo. Se jugó a todo o nada y soportó una cachetada mayúscula. A pocos meses de asumir ha sufrido la erosión de su base electoral, perdió popularidad y se distanció de la clase media. El bloque parlamentario se indisciplinó, varios gobernadores emigraron y los radicales K preparan un éxodo. Dentro del Justicialismo ha recobrado fuerza la opción que lideran Duhalde y Rodríguez Saa y la alternativa de los expertos en amoldarse al humor reaccionario (Sola, Reuteman, Schiaretti).
El retroceso de Néstor Kirchner es atribuido a su obcecación, capricho y autismo. Pero en realidad repitió un curso ensayado por muchos presidentes. No solo la ambición de poder vincula el sueño alfonsinista de gestar un tercer movimiento histórico desde la capital en Viedma, con la maniobras menemistas de la re-reelección. Todos los proyectos estratégicos han buscado afianzar el poder presidencial.
La confrontación oficial con el ruralismo fracasó por una acumulación de torpezas y actos desesperados, que transmitieron una imagen de total descontrol. Durante cuatro meses el gobierno osciló entre la concesión económica y la provocación política. Con gestos autoritarios y un lenguaje de patota exigió la “rendición incondicional” de sus adversarios, mientras aceptaba todos los pedidos ruralistas con excepción de la emblemática resolución 125.
A pesar de contar con una caja significativa de superávit fiscal para enfrentar la voluminosa cosecha almacenada por los agro-negociantes, los Kirchner solo consiguieron un alivio momentáneo cuándo se levantaron los cortes de ruta. Los ganadores nunca perdieron la iniciativa.
La primera causa de este fracaso fue la negativa oficial a incentivar una movilización popular, fuera del marco regimentado del Justicialismo, la CGT y las organizaciones cooptadas. No forjaron este sostén durante cinco años de administración y tampoco lo improvisaron durante la crisis. El temor a resucitar la sublevación del 2001-2002 acobardó a una pareja que llegó a presidencia, para reconstruir el estado y disipar las huellas de cualquier levantamiento por abajo.
En segundo lugar el gobierno perdió porque jamás se de los banqueros e industriales, que exigieron poner fin a la confrontación. Esta alianza impide la proclamada redistribución del ingreso, en un contexto inflacionario. Si el gobierno no aumentó significativamente los salarios y las jubilaciones es porque propugna un capitalismo neo-desarrollista incompatible con esas mejoras.
La tercera razón del triunfo derechista fue la desconfianza mayoritaria hacia un gobierno que emite discursos divorciados de la práctica. El olfato popular percibe que las trampas del INDEC apuntan contra la movilidad de los salarios y no solo contra la renta de los títulos indexados. La impronta menemista del tren bala tampoco pasa desapercibida y las exageraciones retóricas de Kirchner contra los “comandos civiles y grupos de tareas” solo acentuaron la escasa credibilidad de una política, que convierte a estrechos aliados en repentinos enemigos.
Este radicalismo verbal que anticiparon D´Elia y Bonafini enardeció a la derecha, pero no suscitó simpatías populares, ya que un disperso reguero de acusaciones no corrige la orfandad política. Mientras que De Angelis logró entusiasmar a su base conservadora, las andanadas oficialistas no despertaron una reacción equivalente.
La desconfianza popular es generada por la duplicidad gubernamental. La tolerancia de la protesta ruralista contrastó la represión de un gobernador kirchnerista a los empobrecidos de Jujuy. La misma diferencia de trato fue ratificada con la auspiciosa recepción oficial que recibieron las carpas del Congreso, mientras se repartían palos contra el intento de montar una olla popular en Plaza de Mayo.
Pero el trasfondo del problema es el agotamiento del peronismo como movimiento popular. Esta estructura política permite ganar elecciones y manejar el estado, pero no despierta entusiasmo. Lo que actualmente se recrea en Venezuela ha decaído en Argentina. Los Kirchner perdieron porque encabezan un movimiento que arrastra demasiados desengaños y no reconstruirá un proyecto popular.Justificaciones del progresismo Para los intelectuales que apoyan al gobierno el éxito derechista confirma la magnitud del desafió oficial. Consideran que los Kirchner confrontaron con los intereses del establishment en pos de un proyecto redistributivo y que se perdió por la explosiva magnitud de los intereses en juego[3].
Pero esta reacción de los conservadores no convierte al gobierno en exponente de la causa popular. Este rol debería verificase en su conducta y no en el comportamiento de los opositores. El aumento de la desigualdad y los subsidios a los poderosos demuestran que el gobierno no se ubica en el campo de los oprimidos, a pesar del rechazo que cosecha en el establishment. La caracterización de un gobierno debe basarse en la acción que desarrolla y no en las diatribas de Grondona o La Nación.
Una “simpatía por inversión” (“como la derecha lo ataca yo lo defiendo”) aproximó nuevamente al gobierno a un sector del progresismo. Pusieron sus críticas entre paréntesis para ponderar a una administración que abrió “espacios muy poco burgueses”, en ausencia de “propuestas a su izquierda” y movimientos con “demandas más avanzadas”[4]. Pero en realidad estas opciones y esos reclamos abundan, frente a un gobierno que les da espalda.
Cada vez que irrumpió un conflicto social fuera de las estructuras oficialistas la respuesta de los Kirchner fue adversa. Esta reacción ha sido coherente con la política de reconstrucción del poder de los dominadores, que han implementado desde el 2002. La derecha igualmente los rechaza porque son ajenos a la elite conservadora, gobiernan arbitrando entre todas las fracciones capitalistas, limitan los atropellos sociales y desenvuelven un discurso contestatario.
El progresismo confunde esta enemistad política con choques de intereses sociales. No logra distinguir la primera divergencia de la segunda coincidencia. Por eso atribuye la derrota actual a un manejo equivocado del conflicto y no al compromiso con los bancos, la UIA y los pools de siembra. Con esa visión tienden a repetir el mismo mensaje que ha puesto en boga el ruralismo.
Algunos enfatizan la actitud monárquica de manejar país como a una provincia, eludir el consenso y encerrarse en una lógica sectaria, como si este estilo fuera una novedad en la tradición del Justicialismo[5]. Otros objetan la elección de protagonistas irritantes[6] o la reiteración de un discurso setentista que “habla de la oligarquía y no se adapta a las mutaciones de la época”[7]. Esta última objeción despliega el peronismo disidente para encarrilar el giro conservador.
Estos balances conducen a tender puentes con la oposición, en la misma línea que reclama el establishment. Pero son conclusiones contradictorias con la reiterada caracterización de un golpe en ciernes[8]. Si hubo amenaza destituyente (es decir acciones tendientes a preparar una asonada económico-institucional), en lugar de concertar con el enemigo correspondería prepararse para una batalla más radical.
Quiénes apoyaron al gobierno no han tomado nota de la escasa receptividad popular de sus mensajes. Esta indiferencia obedece a que publicidad oficial resalta ciertos hechos (“se recuperó el empleo”, “salimos de la crisis”), encubriendo lo esencial (ausencia de de reformas sociales, democratización política y redistribución del ingreso).
Durante el conflicto muchos oficialistas repitieron las banalidades constitucionalistas (“el gobierno defiende el interés general contra un interés sectorial”), como si los Kirchner estuvieran desligados de compromisos con los capitalistas. Hicieron hincapié en argumentos legalistas (“el gobierno ganó las elecciones y debe ser confrontado en los comicios”), que frecuentemente se utilizan contra las luchas sociales que apoya la izquierda[9]. Si esos criterios de estricta legalidad rigieran la vida política argentina todavía gobernaría De la Rúa. La izquierda ruralista A diferencia de lo ocurrido en los últimos años, la intervención de la izquierda en el conflicto quedó diluida. Este rol fue menos visible que en cualquier otra crisis precedente, pero esta vez no por sectarismo, reyertas internas o desaciertos tácticos, sino por el inusitado alineamiento de un sector con el ruralismo.
Tanto el MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores), como el PCR (Partido Comunista Revolucionario) y Castells adoptaron una activa posición a favor de ese bloque. Concurrieron a sus actos, custodiaron la Carpa Verde, aportaron banderas rojas al mitin de Palermo, participaron de la vigilia que rodeó la deliberación del senado y finalmente celebraron junto a la Sociedad Rural. Han construido un el mundo al revés, para presentar este logro de la derecha como un triunfo popular.
La principal justificación de semejante despropósito es el carácter masivo del reclamo agrario que “gran parte de la izquierda no percibió”, porque “compró los cuentos del gobierno” y no “se molestó en visitar la realidad de los pueblos”[10]. Pero este alcance masivo de la movilización ruralista es un hecho incontrastable que nadie objeta. Lo que está en debate es su carácter progresivo. Como lo prueban los autonomistas de Bolivia, los estudiantes Venezuela o los sionistas de Israel, una movilización reaccionaria puede atraer multitudes. La historia de gorilismo argentino es un ejemplo familiar de esa posibilidad.
Quiénes ignoran la existencia de rebeliones conservadoras con fuerte basamento social consideran que la “izquierda perdió la brújula” al “ponerse en la “vereda de enfrente del movimiento de masas”[11]. Pero no registran que el punto de partida de una política socialista radica en caracterizar cuál es la demanda en juego y en advertir luego dónde se ubican los principales enemigos.
En este caso la exigencia de eliminar un impuesto a la renta agraria condujo a toda la derecha a alinearse con el ruralismo. La simple presencia de la Sociedad Rural y la Coalición Cívica exigiendo la anulación de las retenciones móviles confirmó desde el inicio esa ubicación. Al actuar junto a ellos, la izquierda ruralista cubrió de legitimidad una campaña por la rentabilidad de los capitalistas.
Es cierto que las asambleas auto-convocadas impusieron un tono más belicoso a la protesta, frente a dirigentes que preferían negociar. Pero esta conducta solo reforzó los nefastos efectos del lock out sobre el abastecimiento de los alimentos. Es absurdo asimilar esta acción con una huelga. Los peones trabajaron mientras sus patrones cortaban rutas, reclamando mayores ganancias y no mejores salarios. Por esta razón la propuesta de radicalizar la protesta coincidió con la beligerancia del PRO.
La presentación de una exigencia patronal como una demanda de los “pequeños productores” fue desmentida por la perdurable alianza que mantuvo la Federación Agrario con las restantes entidades. Buzzi y De Angeli no expusieron “una correcta denuncia del modelo agropecuario”[12]. Jerarquizaron la derogación de las retenciones móviles y por eso el conflicto se distendió con la anulación de esa resolución.
La analogía con la sublevación ocurrida hace siete años es totalmente equivoca[13]. Mientras que en ese momento los pequeños depositantes defendieron sus ahorros junto a los desocupados contra los bancos, ahora la clase media actuó junto a los dueños del agro-negocio.
Otros sectores de la izquierda ruralista –como el PCR- han cuestionado incluso la validez de las retenciones, argumentando que este gravamen ha sido propiciado “por la oligarquía para evitar un impuesto directo a la propiedad”[14]. Pero olvidan agregar que en la movilización reciente no se propuso superar esta distorsión con mecanismos progresivos de recaudación. Al contrario, se bregó por reducir al máximo cualquier gravamen para mejorar los ingresos de los capitalistas. Quiénes se enorgullecen de “formar parte de conducción de la FAA” han acompañado su involución, sin notar que el viejo cooperativismo agrario afín a la izquierda se ha extinguido junto al avance de la soja.
Durante al primer peronismo la izquierda fue sepultada por equivocarse de campo. Sesenta años después un sector vuelve a repetir el mismo error. Algunos justifican esta conducta, argumentando que era la única opción frente al kirchnerismo. Pero en realidad existen muchas formas de batallar contra los reaccionarios sin sostener al gobierno. La condición de este camino es reconocer que la derecha “no es un fantasma” y se ubicó dentro del bloque ruralista. Una política de izquierda Durante cuatro meses el país quedó polarizado y no emergió una tercera alternativa de rechazo del ruralismo conservador y crítica al gobierno. Hay que reflexionar sobre estas dificultades, ya que es posible la reproducción de este escenario en el futuro.
Un problema que podría reaparecer es el programa. Para intervenir en una crisis es indispensable formular planteos asociados con los problemas en juego, para construir puentes entre las preocupaciones de la población y las banderas de la izquierda. En la crisis reciente este nexo obviamente incluía las retenciones móviles, que motivaron la confrontación. Postular su aplicación transitoria como impuesto progresivo para reducir el IVA y aumentar los salarios es un ejemplo de esas conexiones. Cuándo todo un país está conmocionado por las retenciones es indispensable recoger el tema y formular una propuesta.
Es cierto que las retenciones son un instrumento de política económica para divorciar precios locales e internacionales, pero en los hechos se utiliza como impuesto. Esta complejidad no justifica el silencio. Todos los argentinos supieron durante el conflicto que se discutía un gravamen, cuya aplicación progresiva para prioridades sociales estaba a la orden del día.
Es un grave error suponer que la vigencia o anulación de las retenciones móviles constituye “un problema burgués ajeno a los interés de los trabajadores”. Si ambas situaciones fueran idénticas sería también indiferente la preeminencia de impuestos a las grandes fortunas o al consumo popular. El problema es semejante a las privatizaciones. Los despilfarros o arbitrariedades gubernamentales en el manejo de las empresas públicas no tornan indiferente el carácter estatal o privado del petróleo, los teléfonos o el agua.
Una falsa polarización volvió a dominan la vida política argentina y la izquierda no logró avanzar en otra opción. Con la simple denuncia de una “lucha entre capitalistas” en la que “todos son iguales” no se construye esa alternativa, ya que ese mensaje convoca a la pasividad. En el incipiente espacio “Otro camino para superar la crisis” comenzó a gestarse un curso de acción más provechoso que debe ser profundizado[15].
.El mayor conflicto social y político desde la rebelión del 2001 concluyó con un nítido triunfo de la derecha. La Sociedad Rural compartió con Bullrich, Carrio, Duhalde y Barrionuevo un logro impensado. Festejaron la anulación de las retenciones móviles por parte del senado con un entusiasmo que no exhibían desde hace décadas. Razones de una victoria El bloque conservador logró volcar la votación en la cámara alta porque se impuso primero en la calle. Esa presencia fracturó al bloque oficialista, ya que la derecha derrotó al justicialismo en el terreno tradicionalmente adverso de las multitudes. Duplicó la concurrencia del kirchnerismo en todos los actos y le arrebató la Capital, luego haberse impuesto en Rosario. El desplazamiento del escenario mediático de las rutas al Parlamento acentuó la presencia ruralista, con gran concurrencia espontánea a sus carpas del Congreso.
Todos los elogios al funcionamiento de las instituciones ocultan esta gravitación de la presión extraparlamentaria, que incluyó provocaciones y escarches. La patética decisión de Cobos con su voto decisivo, se atuvo a un viejo principio legislativo de intuir hacia dónde sopla el viento. No votó por convicción, ya que carece de algún principio. Entrenado en la política burguesa presintió que era el momento de cambiar de bando.
El ruralismo ganó porque canalizó un giro de la clase media, que ha pasado del cuestionamiento de la corrupción (“que se vayan todos”) a la revuelta conservadora. Este viraje comenzó con Blumberg, se reforzó con el triunfo de Macri y ha desembocado en una épica del bolsillo. Este giro se verificó en innumerables oportunidades durante el conflicto. El exabrupto más conocido estuvo a cargo del vicepresidente de CRA, que acostumbrado a maltratar a los peones de su estancia propuso disolver el Congreso.
El clima reaccionario se verificó en las cacerolazos de teflón, que enaltecieron a “la patria junto al campo”, proclamaron el rechazo de “los tiranos” y exigieron poner fin “al tema de los Derechos Humanos”. En ciertas escaramuzas no faltaron los gritos contra los “negros”, los “vagos” y los “montoneros”, bajo una cobertura televisiva que descubrió cuán legítimo es cortar las rutas cuando hay gringos y tractores.
La ideología derechista se reactivó por el carácter de una revuelta embanderada con la rentabilidad y consumada a través de un lock out. Los patrones aguantaron cuatro meses de conflicto porque sus peones nunca dejaron de trabajar.
El júbilo final de los derechistas contrasta con la pesadumbre que exhibían sus voceros cuando el resultado era incierto. Durante ese lapso se atormentaron por la aparición de “un conflicto inventado”, que “demostró lo peor de la política argentina”[2]. Se enfadaron con la ausencia de estabilidad para ejercer una dominación sin contratiempos y exhortaron a lograr que el capitalismo funcione sin traumas. La misma fantasía persigue a los opresores de todas las latitudes, cuándo miran en el espejo de un par más exitoso.
Pero el triunfo mejoró su ánimo y ahora aconsejan a Cristina. A diferencia del pasado esta crisis no incluyó en catástrofes financieras o hiperinflación. Por esta razón nadie exige un cambio de presidente. La acción de Cobos justamente difiere de la renuncia de Chacho Álvarez a la vicepresidencia, en la vigencia de una coyuntura económica que abre cierto espacio para la reconstitución del gobierno.
La derecha busca afianzarse incentivando un viraje conservador del oficialismo, que podría comenzar con el cambio de ministros y el aumento de tarifas. Sus voceros consideran que “el gobierno tiene una oportunidad para comenzar de nuevo”, si abandona el “estilo kirchnerista”. En lo inmediato quieren tranquilidad. Las manifestaciones que acorralaron al gobierno ya cumplieron su función y ahora molestan a los dueños del poder. Causas de una derrota
El gobierno recibió un golpe furibundo. Se jugó a todo o nada y soportó una cachetada mayúscula. A pocos meses de asumir ha sufrido la erosión de su base electoral, perdió popularidad y se distanció de la clase media. El bloque parlamentario se indisciplinó, varios gobernadores emigraron y los radicales K preparan un éxodo. Dentro del Justicialismo ha recobrado fuerza la opción que lideran Duhalde y Rodríguez Saa y la alternativa de los expertos en amoldarse al humor reaccionario (Sola, Reuteman, Schiaretti).
El retroceso de Néstor Kirchner es atribuido a su obcecación, capricho y autismo. Pero en realidad repitió un curso ensayado por muchos presidentes. No solo la ambición de poder vincula el sueño alfonsinista de gestar un tercer movimiento histórico desde la capital en Viedma, con la maniobras menemistas de la re-reelección. Todos los proyectos estratégicos han buscado afianzar el poder presidencial.
La confrontación oficial con el ruralismo fracasó por una acumulación de torpezas y actos desesperados, que transmitieron una imagen de total descontrol. Durante cuatro meses el gobierno osciló entre la concesión económica y la provocación política. Con gestos autoritarios y un lenguaje de patota exigió la “rendición incondicional” de sus adversarios, mientras aceptaba todos los pedidos ruralistas con excepción de la emblemática resolución 125.
A pesar de contar con una caja significativa de superávit fiscal para enfrentar la voluminosa cosecha almacenada por los agro-negociantes, los Kirchner solo consiguieron un alivio momentáneo cuándo se levantaron los cortes de ruta. Los ganadores nunca perdieron la iniciativa.
La primera causa de este fracaso fue la negativa oficial a incentivar una movilización popular, fuera del marco regimentado del Justicialismo, la CGT y las organizaciones cooptadas. No forjaron este sostén durante cinco años de administración y tampoco lo improvisaron durante la crisis. El temor a resucitar la sublevación del 2001-2002 acobardó a una pareja que llegó a presidencia, para reconstruir el estado y disipar las huellas de cualquier levantamiento por abajo.
En segundo lugar el gobierno perdió porque jamás se de los banqueros e industriales, que exigieron poner fin a la confrontación. Esta alianza impide la proclamada redistribución del ingreso, en un contexto inflacionario. Si el gobierno no aumentó significativamente los salarios y las jubilaciones es porque propugna un capitalismo neo-desarrollista incompatible con esas mejoras.
La tercera razón del triunfo derechista fue la desconfianza mayoritaria hacia un gobierno que emite discursos divorciados de la práctica. El olfato popular percibe que las trampas del INDEC apuntan contra la movilidad de los salarios y no solo contra la renta de los títulos indexados. La impronta menemista del tren bala tampoco pasa desapercibida y las exageraciones retóricas de Kirchner contra los “comandos civiles y grupos de tareas” solo acentuaron la escasa credibilidad de una política, que convierte a estrechos aliados en repentinos enemigos.
Este radicalismo verbal que anticiparon D´Elia y Bonafini enardeció a la derecha, pero no suscitó simpatías populares, ya que un disperso reguero de acusaciones no corrige la orfandad política. Mientras que De Angelis logró entusiasmar a su base conservadora, las andanadas oficialistas no despertaron una reacción equivalente.
La desconfianza popular es generada por la duplicidad gubernamental. La tolerancia de la protesta ruralista contrastó la represión de un gobernador kirchnerista a los empobrecidos de Jujuy. La misma diferencia de trato fue ratificada con la auspiciosa recepción oficial que recibieron las carpas del Congreso, mientras se repartían palos contra el intento de montar una olla popular en Plaza de Mayo.
Pero el trasfondo del problema es el agotamiento del peronismo como movimiento popular. Esta estructura política permite ganar elecciones y manejar el estado, pero no despierta entusiasmo. Lo que actualmente se recrea en Venezuela ha decaído en Argentina. Los Kirchner perdieron porque encabezan un movimiento que arrastra demasiados desengaños y no reconstruirá un proyecto popular.Justificaciones del progresismo Para los intelectuales que apoyan al gobierno el éxito derechista confirma la magnitud del desafió oficial. Consideran que los Kirchner confrontaron con los intereses del establishment en pos de un proyecto redistributivo y que se perdió por la explosiva magnitud de los intereses en juego[3].
Pero esta reacción de los conservadores no convierte al gobierno en exponente de la causa popular. Este rol debería verificase en su conducta y no en el comportamiento de los opositores. El aumento de la desigualdad y los subsidios a los poderosos demuestran que el gobierno no se ubica en el campo de los oprimidos, a pesar del rechazo que cosecha en el establishment. La caracterización de un gobierno debe basarse en la acción que desarrolla y no en las diatribas de Grondona o La Nación.
Una “simpatía por inversión” (“como la derecha lo ataca yo lo defiendo”) aproximó nuevamente al gobierno a un sector del progresismo. Pusieron sus críticas entre paréntesis para ponderar a una administración que abrió “espacios muy poco burgueses”, en ausencia de “propuestas a su izquierda” y movimientos con “demandas más avanzadas”[4]. Pero en realidad estas opciones y esos reclamos abundan, frente a un gobierno que les da espalda.
Cada vez que irrumpió un conflicto social fuera de las estructuras oficialistas la respuesta de los Kirchner fue adversa. Esta reacción ha sido coherente con la política de reconstrucción del poder de los dominadores, que han implementado desde el 2002. La derecha igualmente los rechaza porque son ajenos a la elite conservadora, gobiernan arbitrando entre todas las fracciones capitalistas, limitan los atropellos sociales y desenvuelven un discurso contestatario.
El progresismo confunde esta enemistad política con choques de intereses sociales. No logra distinguir la primera divergencia de la segunda coincidencia. Por eso atribuye la derrota actual a un manejo equivocado del conflicto y no al compromiso con los bancos, la UIA y los pools de siembra. Con esa visión tienden a repetir el mismo mensaje que ha puesto en boga el ruralismo.
Algunos enfatizan la actitud monárquica de manejar país como a una provincia, eludir el consenso y encerrarse en una lógica sectaria, como si este estilo fuera una novedad en la tradición del Justicialismo[5]. Otros objetan la elección de protagonistas irritantes[6] o la reiteración de un discurso setentista que “habla de la oligarquía y no se adapta a las mutaciones de la época”[7]. Esta última objeción despliega el peronismo disidente para encarrilar el giro conservador.
Estos balances conducen a tender puentes con la oposición, en la misma línea que reclama el establishment. Pero son conclusiones contradictorias con la reiterada caracterización de un golpe en ciernes[8]. Si hubo amenaza destituyente (es decir acciones tendientes a preparar una asonada económico-institucional), en lugar de concertar con el enemigo correspondería prepararse para una batalla más radical.
Quiénes apoyaron al gobierno no han tomado nota de la escasa receptividad popular de sus mensajes. Esta indiferencia obedece a que publicidad oficial resalta ciertos hechos (“se recuperó el empleo”, “salimos de la crisis”), encubriendo lo esencial (ausencia de de reformas sociales, democratización política y redistribución del ingreso).
Durante el conflicto muchos oficialistas repitieron las banalidades constitucionalistas (“el gobierno defiende el interés general contra un interés sectorial”), como si los Kirchner estuvieran desligados de compromisos con los capitalistas. Hicieron hincapié en argumentos legalistas (“el gobierno ganó las elecciones y debe ser confrontado en los comicios”), que frecuentemente se utilizan contra las luchas sociales que apoya la izquierda[9]. Si esos criterios de estricta legalidad rigieran la vida política argentina todavía gobernaría De la Rúa. La izquierda ruralista A diferencia de lo ocurrido en los últimos años, la intervención de la izquierda en el conflicto quedó diluida. Este rol fue menos visible que en cualquier otra crisis precedente, pero esta vez no por sectarismo, reyertas internas o desaciertos tácticos, sino por el inusitado alineamiento de un sector con el ruralismo.
Tanto el MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores), como el PCR (Partido Comunista Revolucionario) y Castells adoptaron una activa posición a favor de ese bloque. Concurrieron a sus actos, custodiaron la Carpa Verde, aportaron banderas rojas al mitin de Palermo, participaron de la vigilia que rodeó la deliberación del senado y finalmente celebraron junto a la Sociedad Rural. Han construido un el mundo al revés, para presentar este logro de la derecha como un triunfo popular.
La principal justificación de semejante despropósito es el carácter masivo del reclamo agrario que “gran parte de la izquierda no percibió”, porque “compró los cuentos del gobierno” y no “se molestó en visitar la realidad de los pueblos”[10]. Pero este alcance masivo de la movilización ruralista es un hecho incontrastable que nadie objeta. Lo que está en debate es su carácter progresivo. Como lo prueban los autonomistas de Bolivia, los estudiantes Venezuela o los sionistas de Israel, una movilización reaccionaria puede atraer multitudes. La historia de gorilismo argentino es un ejemplo familiar de esa posibilidad.
Quiénes ignoran la existencia de rebeliones conservadoras con fuerte basamento social consideran que la “izquierda perdió la brújula” al “ponerse en la “vereda de enfrente del movimiento de masas”[11]. Pero no registran que el punto de partida de una política socialista radica en caracterizar cuál es la demanda en juego y en advertir luego dónde se ubican los principales enemigos.
En este caso la exigencia de eliminar un impuesto a la renta agraria condujo a toda la derecha a alinearse con el ruralismo. La simple presencia de la Sociedad Rural y la Coalición Cívica exigiendo la anulación de las retenciones móviles confirmó desde el inicio esa ubicación. Al actuar junto a ellos, la izquierda ruralista cubrió de legitimidad una campaña por la rentabilidad de los capitalistas.
Es cierto que las asambleas auto-convocadas impusieron un tono más belicoso a la protesta, frente a dirigentes que preferían negociar. Pero esta conducta solo reforzó los nefastos efectos del lock out sobre el abastecimiento de los alimentos. Es absurdo asimilar esta acción con una huelga. Los peones trabajaron mientras sus patrones cortaban rutas, reclamando mayores ganancias y no mejores salarios. Por esta razón la propuesta de radicalizar la protesta coincidió con la beligerancia del PRO.
La presentación de una exigencia patronal como una demanda de los “pequeños productores” fue desmentida por la perdurable alianza que mantuvo la Federación Agrario con las restantes entidades. Buzzi y De Angeli no expusieron “una correcta denuncia del modelo agropecuario”[12]. Jerarquizaron la derogación de las retenciones móviles y por eso el conflicto se distendió con la anulación de esa resolución.
La analogía con la sublevación ocurrida hace siete años es totalmente equivoca[13]. Mientras que en ese momento los pequeños depositantes defendieron sus ahorros junto a los desocupados contra los bancos, ahora la clase media actuó junto a los dueños del agro-negocio.
Otros sectores de la izquierda ruralista –como el PCR- han cuestionado incluso la validez de las retenciones, argumentando que este gravamen ha sido propiciado “por la oligarquía para evitar un impuesto directo a la propiedad”[14]. Pero olvidan agregar que en la movilización reciente no se propuso superar esta distorsión con mecanismos progresivos de recaudación. Al contrario, se bregó por reducir al máximo cualquier gravamen para mejorar los ingresos de los capitalistas. Quiénes se enorgullecen de “formar parte de conducción de la FAA” han acompañado su involución, sin notar que el viejo cooperativismo agrario afín a la izquierda se ha extinguido junto al avance de la soja.
Durante al primer peronismo la izquierda fue sepultada por equivocarse de campo. Sesenta años después un sector vuelve a repetir el mismo error. Algunos justifican esta conducta, argumentando que era la única opción frente al kirchnerismo. Pero en realidad existen muchas formas de batallar contra los reaccionarios sin sostener al gobierno. La condición de este camino es reconocer que la derecha “no es un fantasma” y se ubicó dentro del bloque ruralista. Una política de izquierda Durante cuatro meses el país quedó polarizado y no emergió una tercera alternativa de rechazo del ruralismo conservador y crítica al gobierno. Hay que reflexionar sobre estas dificultades, ya que es posible la reproducción de este escenario en el futuro.
Un problema que podría reaparecer es el programa. Para intervenir en una crisis es indispensable formular planteos asociados con los problemas en juego, para construir puentes entre las preocupaciones de la población y las banderas de la izquierda. En la crisis reciente este nexo obviamente incluía las retenciones móviles, que motivaron la confrontación. Postular su aplicación transitoria como impuesto progresivo para reducir el IVA y aumentar los salarios es un ejemplo de esas conexiones. Cuándo todo un país está conmocionado por las retenciones es indispensable recoger el tema y formular una propuesta.
Es cierto que las retenciones son un instrumento de política económica para divorciar precios locales e internacionales, pero en los hechos se utiliza como impuesto. Esta complejidad no justifica el silencio. Todos los argentinos supieron durante el conflicto que se discutía un gravamen, cuya aplicación progresiva para prioridades sociales estaba a la orden del día.
Es un grave error suponer que la vigencia o anulación de las retenciones móviles constituye “un problema burgués ajeno a los interés de los trabajadores”. Si ambas situaciones fueran idénticas sería también indiferente la preeminencia de impuestos a las grandes fortunas o al consumo popular. El problema es semejante a las privatizaciones. Los despilfarros o arbitrariedades gubernamentales en el manejo de las empresas públicas no tornan indiferente el carácter estatal o privado del petróleo, los teléfonos o el agua.
Una falsa polarización volvió a dominan la vida política argentina y la izquierda no logró avanzar en otra opción. Con la simple denuncia de una “lucha entre capitalistas” en la que “todos son iguales” no se construye esa alternativa, ya que ese mensaje convoca a la pasividad. En el incipiente espacio “Otro camino para superar la crisis” comenzó a gestarse un curso de acción más provechoso que debe ser profundizado[15].
Notas
[1]Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su pagina web es: www.lahaine.org/katz
[2]Berensztein Sergio, “Las duras lecciones que deja la crisis”, La Nación, 12-6-08.
[3] Es la conclusión de Mocca Edgardo. “¿Tuvo sentido el conflicto?”. Página 12, 20-7-08. Esta caracterización predomina también entre los intelectuales de la Biblioteca Nacional que firmaron la “Carta Abierta” (Foster, Casullo, H. González, Soria)
[4]Toer, Mario, “De ilusiones y realidades”, Página 12, 6-12-08
[5] Argumedo Alcira, Solanas Pino, “Después de la votación” Página 12, 18-7-08.
[6]“Si tengo problemas con la clase media no puedo elegir a Luís Di Elia para que las persuada” Mocca Tuvo”.
[7] Sidicaro Ricardo, “Apenas ayer” Página 12, 19-7-08.
[8]Giardinelli, Mempo, “Paisajes después de la batalla”, Página 12,18-7, Giardinelli, Mempo, “De golpes, Carmonas y tiros por la culata” Página 12,18-7).
[9]“Las 200.000 personas de Rosario deben confrontarse con los ocho millones de votos... Debe regir la ley”, Vilas Carlos, “Es el poder”, Página 12, 12-6-08.
[10] García Sergio, “Del sectarismo al apoyo a Kirchner hay un solo paso”. Alternativa Socialista, n 478, 2-7-08.
[11] Vaca Arturo, “Perdió la brújula” Alternativa Socialista 477, 19-6-08. Ripoll Vilma, “Con los chacareros”, Página 12, 3-7-08.
[12] García, Del sectarismo.
[13]“En el 2001 había que apoyar a los pequeños depositantes y ahora a los sectores medios del campo”.García Del sectarismo
[14]Gastiazoro Eugenio, citado por Página 12, 8-6-08
[15]Los documentos que emitió este espacio puede consultarse en www.anred.org/article.
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Correspondencia de Prensa - Agenda Radical - Boletín Solidario
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