Chile - QUÉ VIGENCIA TIENE EL QUIJOTE
Juan Varela Reyes (*)
“Sin duda alguna, eran molinos de viento,
Aquellos que iba a acometer”
(Miguel de Cervantes)
Al preguntarnos por todo lo que ocurre en nuestro país no deja de llamar nuestra atención como es que ciertos hechos, fenómenos y situaciones que creemos están dibujados de cierta manera, con ciertos trazos, en la realidad se presentan y son de otra forma. Pareciera ser que la magia neoliberal cambia nuestras percepciones y hasta los sentidos de lo pequeño y de lo grande de nuestras cotidianeidades. Ello lo podemos ver en varios ámbitos de la realidad.
En la educación: por todos los medios nos tratan de convencer que todo anda bien allí; que Chile tendría – supuestamente – uno de los mejores sistemas de educación de América Latina y de allí a que podemos ser ejemplo para otros países llamados desarrollados no hay más que un paso. La verdad es que esta falacia no resiste la rigurosidad de cualquier análisis con cierto grado de seriedad, salvo en aquellos ebrios de neoliberalismo. La educación chile vive uno de sus peores momentos, tanto por aquello que se muestra en la superficie, como son las condiciones materiales en las cuales se educa y se aprende, como por el carácter de mercancía que tiene. Pero, más allá de ello, lo cierto es que la educación chilena tiene, desde el poder, una apuesta racional: (de) formar personas que sólo tengan el rol de reproductores de la alienación social. Sus contenidos y sus formas sólo sirven para cimentar una racionalidad económica del éxito fácil, la competencia y la lucha de todos contra todos.
En la salud: más allá de los ingentes esfuerzos discursivos por tratar de dar la impresión de una sociedad sana, lo cierto es que la salud privatizada adquiere cada vez más las características de un severo juez que ha dictado su sentencia: condena a muerte a todos aquellos que no tienen los recursos para sanarse.
Y así podemos seguir enumerando una gran cantidad de males sociales que cruzan esta realidad; cada uno con su propia carga de clasismo y discriminación: educación y salud para unos pocos, para aquellos que tienen dinero y poder.
A partir de estas constataciones es posible preguntarse por las formas y caminos para enfrentar esos y otros grandes problemas sociales que hunden su raíz en la existencia de una sociedad desigual, injusta y clasista, que no es capaz de resolver las contradicciones que le atraviesan.
Sin embargo, es en el plano de la acción política en donde la vista ha confundido los molinos de viento con los gigantes que cree ver Don Quijote.
El “término” aparente de la dictadura militar trajo consigo ciertas concepciones sobre lo que se venía encima y que ha posibilitado y potenciado la confusión sobre ciertas realidades que es bueno tratar de despejarlas porque ellas de algún modo gravitan a la hora de preguntarnos sobre el que hacer, nuestro que hacer. Algunas de aquellas podemos explicarlas a partir de nuestras propias reflexiones, en una suerte de ejercicio explicativo que permita tranquilizar en parte nuestras preocupaciones; otras, en cambio, dicen relación con los porfiados hechos que, a veces y generalmente, reflejan más que los libros.
No es muy discutible que los gobiernos posteriores a la dictadura militar en algo morigeraron el clima de terror y atropellos a los derechos humanos de aquella época, aunque ciertamente hoy aquellos fenómenos quedan ocultos bajo la delgada tela sutil de lo oficial. De cierta forma estos gobiernos vinieron a tratar de ocultar los enemigos de clase, que no han cambiado, se han revestido con otras ropas, han mimetizado su forma de gigantes para tratar de parecerse a los molinos; la dificultad estriba que creyendo atacar a éstos, los golpes los siguen dando aquéllos.
Ese supuesto término de la dictadura y el terror trajo consigo las expectativas de que podríamos, como sociedad, alcanzar algún grado de democracia; en realidad se trató de nuevos molinos instalados para ocultar a los gigantes. Se ha definido la democracia de acuerdo a como ha funcionado y se ha llevado el proceso de dominación y aquello que tan elocuentemente se presenta como “gobernabilidad”; pareciera ser que esto que hay con ese nombre es el punto de llegada de algo, sin posibilidades de interrogarlo y cuestionarlo. Por esa vía también se han usado algunos verbos que tienden a confundir todos esto, se inmovilizó (traicionó para ser más exactos) las expectativas y las demandas y por ese mismo camino se instaló esta forma de convivencia tan particular que algunos le han puesto el nombre de “estado democrático”.
Enfrentar esta situación ha sido sin muchas dudas algo complejo. En ciertos momentos hemos apostado a la construcción de la unidad como tarea imprescindible, que lo es sin dudas, pero la historia muestra su inutilidad y su fracaso cuando los contenidos no son explicitados claramente por todos nosotros. Por ejemplo, al hablar de exclusión parece ser que todos estamos entendiendo lo mismo, creamos a partir de ello una realidad artificial y artificiosa; es decir, en este caso unos la están pensando como una realidad evidente en lo social, económico, político, cultural, mientras para otros se les imagina como parte de un proceso y hay entonces que trabajar por la inclusión social y política, que vendría a ser la solución de aquella evidencia.
Pensar en la democratización real y efectiva de nuestra sociedad también genera confusiones. Decíamos que pensar en la democracia formal como punto de llegada es distinto a pensar en ella como un momento, como un proceso que permita seguir dando los saltos necesarios para construir de otra manera nuestras relaciones, nuestra vida. Es también parte de la confusión la que se presenta entre la cosa (los molinos) y la realidad (los gigantes) que tiene a algunos pensando como atacar a los primeros olvidando la mimesis con respecto a lo real de los segundos.
Y allí no termina todo, estas preocupaciones son el inicio de las reflexiones activas en las que estamos desafiados: es necesario olvidar que los molinos son el problema; el problema son los gigantes y enfrentarlos requiere otra disposición, otra actitud y también de otras armas con que enfrentarlos.
Se instalan ciertos acontecimientos en nuestra realidad – real e imaginaria – que se traducen en momentos en los cuales miramos la historia nuestra y dentro de ella sus protagonistas que siguen vigentes, en un sentido: como ellos se instalan por la vista se vuelven íconos que se pueden observar y activar para las explicaciones de la historia. El Che y Allende, a quienes por estos días recordamos, pensaron y actuaron durante su vida pensando en los gigantes que dominan todo y lucharon contra ellos, cayeron por las armas de ellos; no pensaron que se trataba de molinos de viento, inocentes objetos que seguimos viendo a pesar de todo.
Por último, estamos enfrentados todos los días a dilucidar y esclarecer la metáfora que ha guiado esta reflexión. Para ponerlo en términos simples: o seguimos pensando que nuestros enemigos son los molinos de viento, espejismos que no permiten ver la realidad, sino aquella parte de ésta distorsionada y que empuja a subirse al carro de los vencedores coyunturales y que nuestra acción se reduce a cuidar nuestros pequeños mundos privados o nos hacemos cargo de que frente a nosotros hay gigantes que golpean cada día y todos los días con más furia.
Así está planteado el dilema de esta metáfora… lo demás es pura poesía.
Santiago, 17 de Junio de 2008
(*) Sociólogo, Junio 17 de 2008
“Sin duda alguna, eran molinos de viento,
Aquellos que iba a acometer”
(Miguel de Cervantes)
Al preguntarnos por todo lo que ocurre en nuestro país no deja de llamar nuestra atención como es que ciertos hechos, fenómenos y situaciones que creemos están dibujados de cierta manera, con ciertos trazos, en la realidad se presentan y son de otra forma. Pareciera ser que la magia neoliberal cambia nuestras percepciones y hasta los sentidos de lo pequeño y de lo grande de nuestras cotidianeidades. Ello lo podemos ver en varios ámbitos de la realidad.
En la educación: por todos los medios nos tratan de convencer que todo anda bien allí; que Chile tendría – supuestamente – uno de los mejores sistemas de educación de América Latina y de allí a que podemos ser ejemplo para otros países llamados desarrollados no hay más que un paso. La verdad es que esta falacia no resiste la rigurosidad de cualquier análisis con cierto grado de seriedad, salvo en aquellos ebrios de neoliberalismo. La educación chile vive uno de sus peores momentos, tanto por aquello que se muestra en la superficie, como son las condiciones materiales en las cuales se educa y se aprende, como por el carácter de mercancía que tiene. Pero, más allá de ello, lo cierto es que la educación chilena tiene, desde el poder, una apuesta racional: (de) formar personas que sólo tengan el rol de reproductores de la alienación social. Sus contenidos y sus formas sólo sirven para cimentar una racionalidad económica del éxito fácil, la competencia y la lucha de todos contra todos.
En la salud: más allá de los ingentes esfuerzos discursivos por tratar de dar la impresión de una sociedad sana, lo cierto es que la salud privatizada adquiere cada vez más las características de un severo juez que ha dictado su sentencia: condena a muerte a todos aquellos que no tienen los recursos para sanarse.
Y así podemos seguir enumerando una gran cantidad de males sociales que cruzan esta realidad; cada uno con su propia carga de clasismo y discriminación: educación y salud para unos pocos, para aquellos que tienen dinero y poder.
A partir de estas constataciones es posible preguntarse por las formas y caminos para enfrentar esos y otros grandes problemas sociales que hunden su raíz en la existencia de una sociedad desigual, injusta y clasista, que no es capaz de resolver las contradicciones que le atraviesan.
Sin embargo, es en el plano de la acción política en donde la vista ha confundido los molinos de viento con los gigantes que cree ver Don Quijote.
El “término” aparente de la dictadura militar trajo consigo ciertas concepciones sobre lo que se venía encima y que ha posibilitado y potenciado la confusión sobre ciertas realidades que es bueno tratar de despejarlas porque ellas de algún modo gravitan a la hora de preguntarnos sobre el que hacer, nuestro que hacer. Algunas de aquellas podemos explicarlas a partir de nuestras propias reflexiones, en una suerte de ejercicio explicativo que permita tranquilizar en parte nuestras preocupaciones; otras, en cambio, dicen relación con los porfiados hechos que, a veces y generalmente, reflejan más que los libros.
No es muy discutible que los gobiernos posteriores a la dictadura militar en algo morigeraron el clima de terror y atropellos a los derechos humanos de aquella época, aunque ciertamente hoy aquellos fenómenos quedan ocultos bajo la delgada tela sutil de lo oficial. De cierta forma estos gobiernos vinieron a tratar de ocultar los enemigos de clase, que no han cambiado, se han revestido con otras ropas, han mimetizado su forma de gigantes para tratar de parecerse a los molinos; la dificultad estriba que creyendo atacar a éstos, los golpes los siguen dando aquéllos.
Ese supuesto término de la dictadura y el terror trajo consigo las expectativas de que podríamos, como sociedad, alcanzar algún grado de democracia; en realidad se trató de nuevos molinos instalados para ocultar a los gigantes. Se ha definido la democracia de acuerdo a como ha funcionado y se ha llevado el proceso de dominación y aquello que tan elocuentemente se presenta como “gobernabilidad”; pareciera ser que esto que hay con ese nombre es el punto de llegada de algo, sin posibilidades de interrogarlo y cuestionarlo. Por esa vía también se han usado algunos verbos que tienden a confundir todos esto, se inmovilizó (traicionó para ser más exactos) las expectativas y las demandas y por ese mismo camino se instaló esta forma de convivencia tan particular que algunos le han puesto el nombre de “estado democrático”.
Enfrentar esta situación ha sido sin muchas dudas algo complejo. En ciertos momentos hemos apostado a la construcción de la unidad como tarea imprescindible, que lo es sin dudas, pero la historia muestra su inutilidad y su fracaso cuando los contenidos no son explicitados claramente por todos nosotros. Por ejemplo, al hablar de exclusión parece ser que todos estamos entendiendo lo mismo, creamos a partir de ello una realidad artificial y artificiosa; es decir, en este caso unos la están pensando como una realidad evidente en lo social, económico, político, cultural, mientras para otros se les imagina como parte de un proceso y hay entonces que trabajar por la inclusión social y política, que vendría a ser la solución de aquella evidencia.
Pensar en la democratización real y efectiva de nuestra sociedad también genera confusiones. Decíamos que pensar en la democracia formal como punto de llegada es distinto a pensar en ella como un momento, como un proceso que permita seguir dando los saltos necesarios para construir de otra manera nuestras relaciones, nuestra vida. Es también parte de la confusión la que se presenta entre la cosa (los molinos) y la realidad (los gigantes) que tiene a algunos pensando como atacar a los primeros olvidando la mimesis con respecto a lo real de los segundos.
Y allí no termina todo, estas preocupaciones son el inicio de las reflexiones activas en las que estamos desafiados: es necesario olvidar que los molinos son el problema; el problema son los gigantes y enfrentarlos requiere otra disposición, otra actitud y también de otras armas con que enfrentarlos.
Se instalan ciertos acontecimientos en nuestra realidad – real e imaginaria – que se traducen en momentos en los cuales miramos la historia nuestra y dentro de ella sus protagonistas que siguen vigentes, en un sentido: como ellos se instalan por la vista se vuelven íconos que se pueden observar y activar para las explicaciones de la historia. El Che y Allende, a quienes por estos días recordamos, pensaron y actuaron durante su vida pensando en los gigantes que dominan todo y lucharon contra ellos, cayeron por las armas de ellos; no pensaron que se trataba de molinos de viento, inocentes objetos que seguimos viendo a pesar de todo.
Por último, estamos enfrentados todos los días a dilucidar y esclarecer la metáfora que ha guiado esta reflexión. Para ponerlo en términos simples: o seguimos pensando que nuestros enemigos son los molinos de viento, espejismos que no permiten ver la realidad, sino aquella parte de ésta distorsionada y que empuja a subirse al carro de los vencedores coyunturales y que nuestra acción se reduce a cuidar nuestros pequeños mundos privados o nos hacemos cargo de que frente a nosotros hay gigantes que golpean cada día y todos los días con más furia.
Así está planteado el dilema de esta metáfora… lo demás es pura poesía.
Santiago, 17 de Junio de 2008
(*) Sociólogo, Junio 17 de 2008
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