CHILE: EL PRESIDENTE DE LA CUT DEBE RENUNCIAR

Posted by Correo Semanal on lunes, junio 23, 2008


La canción es muy sencilla. El Presidente de la Central Unitaria de Trabajadores, Arturo Martínez, ratificó el 16 de junio el precio del salario mínimo impuesto, decidido y basculado por los tecnócratas del bloque en el poder, es decir, el Ministro de Hacienda, el del Trabajo y los patrones organizados en la Confederación de la Producción y el Comercio. Así, la cifra miserable quedó en $ 159 mil pesos mensuales (300 dólares). Estaba en $ 144 mil pesos. Rápidamente, 24 horas después de colocarse el monto preestablecido por arriba, el parlamento lo aprobó en tiempo récord. La nomenclatura de la Iglesia Católica propuso hace algún tiempo un “salario mínimo ético” de $ 250 mil pesos mensuales, pero la patronal suele ofender hasta los intermediarios de Dios cuando contravienen sus intereses.

Arturo Martínez, sin preguntarle a nadie, propuso 3 mil pesos más (6 dólares), pero no siempre se gana. Como futbolista teatralmente derrotado, a la salida de las supuestas negociaciones, el socialista que dirige la CUT e integró la misma lista en las elecciones internas del Partido Socialista que ganó Camilo Escalona otra vez (puntal de la Presidenta Bachelet ), manifestó “que hizo lo mejor que pudo”. Sin embargo, los millones de trabajadores afectados duramente por los números del salario mínimo no sonrieron comprensivamente. Menos sus hijos.

En el Chile actual, producto de la desaceleración económica mundial, el alza de los alimentos y la energía (petróleo y gas), la destrucción de los derechos sociales elementales (la educación, la salud, la previsión social y la vivienda), la inflación galopante, el trabajo precario y tercerizado, y la especulación del capital, la vida vale tan cara que el 80 % de la población (según el propio gobierno) está obligado a endeudarse para llegar a fin de mes. De acuerdo a investigaciones independientes, aproximadamente, el 30 % de los asalariados y asalariadas del país recibe el monto del sueldo mínimo como renta mensual. Son 300 dólares en una economía donde el kilo de pan cuesta 2 dólares (y es el alimento esencial de la mayoría), el kilo de arroz 2 dólares, un kilo y medio de leche en polvo 14 dólares, el kilo de tallarines 1 dólar, 100 gramos de café 4 dólares, un arriendo habitacional familiar mensual promedio casi 200 dólares, y el transporte público promedio por persona al día dos dólares. Como, primero la dictadura militar de refundación capitalista, y luego los gobiernos civiles de la Concertación , han privatizado tanto los derechos sociales, como la antigua propiedad social, el salario (fetiche de la desgracia popular) que perciben los trabajadores es el único medio para sanarse, educarse, alimentarse, transportarse, pernoctar, calentarse en el invierno y sobrevivir, en general, en el Chile de 2008. Los programas sociales del gobierno resultan absolutamente simbólicos, acotados e insuficientes. La pequeña y mediana empresa –donde se desempeña un alto porcentaje de asalariados- no tiene mercado propio, se destruye ante sus limitaciones crediticias y la reevaluación vertical del peso, y está obligada a vender sus productos al precio dictado por las grandes corporaciones comerciales y cadenas de supermercados, de propiedad monopólica y giros jurídicos multiplicados hasta el infinito para traba ejemplar de la sindicalización con alguna capacidad de negociación.

La Central Unitaria de Trabajadores, que hasta el golpe de Estado de 1973 se llamaba Central Única de Trabajadores y aglutinaba a más de un 30 % de la fuerza laboral chilena, hoy, con Arturo Martínez a la cabeza, contiene un número penoso del ínfimo porcentaje de sindicalización chileno (es decir, la CUT congrega a una fracción del poco más del 10 % de trabajadores asociados a un sindicato, donde sólo un 7 % tiene capacidad legal para negociar colectivamente). Como Martínez es un disciplinado militante de un partido de gobierno, se ha convertido en un inmejorable pacificador social, mediador de conflictos laborales (árbitro funcional de la patronal), y extensión de las políticas antipopulares del Ministerio del Trabajo y Hacienda. El hombre balbucea demagógicamente cada 1 de mayo a nombre de los asalariados, y en los hechos, legitima la desigualdad sin nombre de la sociedad chilena.

Ciertamente, las condiciones salariales y laborales de los trabajadores y trabajadoras del país no variarán una partícula hasta que no aumente sustantivamente el tonelaje orgánico y político de la clase desheredada, es decir, hasta que no se provoque el proceso complejo de liquidación significativa de la alienación y el miedo que impone la patronal desde las fábricas, oficinas y el Estado. Los trabajadores han dado muestras de mayor convicción y voluntad de pelea –al menos económica- en los primeros años del siglo XXI que en la década muerta de los 90. Sin embargo, todavía es absolutamente insuficiente para establecer un nuevo ciclo de lucha de clases explícito, masivo, de alta frecuencia, y en clave jugada por la independencia política y un proyecto de país anticapitalista. Ello es indiscutible. Pero algo totalmente distinto es, desde la presidencia de la multisindical más importante del país, rubricar las cifras de un salario mínimo infame, sin siquiera intentar movilizar la fuerza hasta ahora acumulada. Si es sabido que el monto del sueldo mínimo es producto de un acuerdo por arriba y a la derecha entre Hacienda y la patronal, ¿Por qué validarlo con la firma de la CUT ? ¿No resultaría infinitamente más digno y políticamente coherente con los intereses de los trabajadores, deslegitimar la negociación de los poderosos, golpeando la mesa y denunciando de cara a las mayorías nacionales la imposición brutal del capital y su minoría beneficiaria?
Aquí la canción es sencilla. Por decoro, por honor, por coherencia básica, porque la CUT no es ningún trampolín para ser parte de la próxima planilla de candidatos a diputado, porque la sobrevida de las grandes mayorías no merecen la escasez de ética elemental expresada; porque la memoria de tantos militantes sociales se honra en la lucha y no en la subordinación; porque las condiciones económicas, sociales y políticas atentan cotidianamente contra los intereses de los más, de los que mueven auténticamente y producen, en todos los ámbitos, la riqueza pésimamente distribuida en Chile, el Presidente de la multisindical, Arturo Martínez, debe renunciar. Pero no solamente por razones axiológicas, sentimentales o de pura mala gestión, sino, sobre todo, porque la presencia, estilo y contenidos de conducción de los asalariados organizados y no organizados en manos de un “representante” de esta naturaleza, confunden, obstruyen, disciplinan para bien de los de arriba, reproducen las condiciones de injusticia material del Chile actual, y postergan, una vez más, la recomposición de la clase asalariada sobre sus objetivos estratégicos y demandas políticas y económicas históricas.

Andrés Figueroa Cornejo
Miembro del Polo de Trabajador@s por el Socialismo

Junio 18 de 2008