Chile - ¿POR QUÉ RECORDAR…POR QUÉ OLVIDAR?

Posted by Correo Semanal on miércoles, mayo 28, 2008

Por Juan Varela Reyes (*)

“Ni al delirio que ignora lo que explica,
Ni al secreto expropiado a la locura,
Ni a la desvariada confidencia”

Rafael Alberti

Cuando uno de nosotros se da cuenta y toma conciencia de la necesidad de decir algo sobre lo que ve, sobre lo que siente, sobre aquello que le molesta hasta incomodarle y violentarle, debe de hacerlo, aun a costa de que a algunos no les guste, de que a más de alguien le parezca que se está hablando sobre lo obvio, porque ¿qué es lo obvio? Pareciera ser que hay que hoy día hay hacer algunas reverencias, pedir permiso para hacerlo, pero ¿a quién?

Uno está obligado e impulsado a decir algo aunque sea tan sólo para aliviar su pesada carga de individualismo que le desgasta en algo la existencia; porque para que nos andamos con cosas, por más que nos mostremos incómodos con algunas situaciones, en la generalidad nos sentimos bastante gratos y complacientes con la mayoría de las cosas que están ocurriendo bajo este neoliberalismo capitalista “a la chilena”.

Es por ello que, sin el permiso de nadie, estamos desafiados todos los días a expresar que no nos gusta para nada todo esto… pero, ¿qué es lo que nos molesta?

Nos molesta y violenta que se siga engañando, que se siga poniendo la misma trampa en que algunos cayeron al confundir y manipular algunos conceptos, como por ejemplo: la exclusión, que resulta engañosa tras su fachada y habría que decir que ello se ha hecho a costa de aquella otra que en verdad refleja la realidad de millones de chilenos: la marginalidad. Ahora bien, si algunos, por comodidad, por arreglos, pactos o acuerdos no quieren quedarse al margen de esta comedia de locos es su problema, pero no podemos correr todos tras la misma música, por muy linda que ella suene.

Molesta esta apuesta neoliberal que se ha hecho de vivir sólo el presente, ya que ello no es más que el reflejo de una sociedad enferma de falta de esperanza, vivimos en una sociedad en la que el presente es tan sólo eso y no se ve en él ningún futuro. Esta sociedad necesita desvalorizar la esperanza, los sueños, la imaginación, las ficciones; un sistema que necesita para vivir del “fin de la historia”, del “fin de la utopía”, de la “muerte de la sospecha” y ello porque dentro suyo no es tolerable la crítica, no aguanta la memoria del pasado, salvo aquella que le conviene y es por ello que, y a contrapelo de lo que se proclama como verdades “oficiales” sólo desde una memoria compartida y con la utopía compartida del futuro se hace posible la crítica.


Se puede afirmar que junto a la crisis del capitalismo la crisis del sujeto moderno es una crisis de memoria y utopía; este sujeto se va deformando cada día y se convierte en un objeto del poder, de ese poder que se enmascara tras la economía, la política y la tecnología.

Hablamos de la memoria y la utopía, tanto como dimensiones temporales, como las búsquedas de sentido al quehacer individual y colectivo; pero también lo hacemos por la potencialidad que tienen para pensar en un proyecto significativo de construcción de nuevas formas de convivencia y nuevos sujetos, con capacidad para transformar, desde este presente, los análisis, las visiones, las reflexiones que podamos hacer, pero sobre todo para cambiar radicalmente esto y aquello que no gusta. Pero, recordar y soñar no resuelven por si solos todo, sino que ellos son procesos que aportan a la configuración de ese futuro.

La memoria va dialécticamente ligada al tema del olvido. Este olvido, en nuestro país y a diferencia de la memoria se ha ido fabricando de otra manera, con otros materiales, con otras conductas y actitudes y con un actor adicional: el poder; poder que ha sabido acoger a todos: a los auto – engañado y a los traidores, a los díscolos y a los reformistas. El poder, como sujeto abstracto por lo demás, empíricamente ha ido ensanchándose y adquiriendo la forma que le conviene como grupo dominante y ha ido determinando desde su esfera, que es lo que hay que olvidar y lo que corresponde recordar, lo que debe mantenerse en la memoria y con ello asegurar un estrecho margen a la utopía e imponiendo una sola visión sobre ese pasado que nos ha tocado vivir. Resultado de ello, y en este contexto de neoliberalismo desatado es que hasta la memoria es objeto de negociación.

En ese contexto, surge entonces la pregunta: ¿qué es lo que hay que recordar? Caminando un día por una calle de la gran ciudad se nos apareció un rayado en una muralla que decía: “a recuperar la memoria histórica”. Se nos imaginó un juego en el que todos estamos obligados a recordar lo mismo y de la misma manera. La dificultad que tiene ese ejercicio individual es que al sometérselo al juego de la verdad que se da en el compartirlos, de hacerlos colectivos, nos enfrentamos al hecho de que nuestras memorias están atravesadas por distintas miradas y que se expresan de distintas maneras. Algunas memorias son triunfalistas y corresponden a las de aquellos que se sienten ganadores y tratan de imponer al conjunto esa visión, otras memorias están bloqueadas, se niegan a salir, ya sea por situaciones traumáticas vividas o que en el paso de los años no salieron porque ello era lo “políticamente correcto”; otras memoria son culposas, hay un sentimiento de culpabilidad que inhibe la escenificación de nuestra memoria; otras memorias están segmentadas, orientadas por los olvidos, no nos atrevemos a contar partes de nuestro pasado, aquello que no nos hace bien, que nos incomoda.

La pregunta que hay en el aire es sobre la posibilidad que tenemos como país de construir una sola memoria, una memoria histórica que supere las memorias bloqueadas, culposas, segmentadas.

No se trata, creemos, de recordar por recordar, sino se trata de traer al presente nuestros proyectos, recordar la brutalidad con que fueron derrotados y a partir de ello pensar en como nos armamos nuevamente de un proyecto nuevo, con trozos de nuestra historia y con lo nuevo que tenemos hoy día para compartir y soñar.

Pero, ¿hasta dónde llegar con nuestra reflexión? A señalar que detrás de todo esto hay algo oculto, algo que se sigue trabajando e instalando desde las sombras de ese poder: la impunidad. Impunidad sobre las atrocidades y brutalidades que golpearon a miles de patriotas y que no posibilitaron una resistencia a la entronización de esta “aventura” neoliberal. Esta impunidad se instala como condición necesaria para continuar con los atropellos y la explotación a los trabajadores. Impunidad para no castigar los abusos y arbitrariedades, demagogias de promesas que no se cumplen. Impunidad para seguir marginando a millones de chilenos. Impunidad para seguir haciendo lo “obvio”: convertir todas las demandas sociales, de educación, de salud, de vivienda, de mejores condiciones de vida y otras en simples valores de cambio… ni más ni menos.

Santiago, 28 de mayo de 2008
(*) Sociólogo – 26 de Mayo de 2008