A los 89 años de la muerte de Rosa Luxemburg

Posted by Correo Semanal on jueves, marzo 13, 2008


Pedro Llanos Paredes

En Lucha n° 16, Protesta y propuesta, Boletín virtual de la JPS-Lima

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La segunda semana de enero, por las calles de Berlín, pasa un largo cortejo de banderas rojas. La gente lleva consigo además claveles rojos, los mismos que depositan muchos visitantes ante la tumba de Marx en el cementerio de Highgate. Solo que éstos claveles son depositados frente a un monumento dedicado a los caídos durante el levantamiento espartaquista, en el calor de la traicionada Revolución Alemana. Estos cla-eles son para Rosa Luxemburg.
Cierta gente, que considera que la izquierda está a dieta, edulcora a más no poder a esta teórica y heroi-ca luchadora del marxismo revolucionario y la presen-tan como una líder que a la vez es una de las funda-doras de la socialdemocracia moderna; no como lo que realmente fue: una revolucionaria consecuente que murió a manos de la reacción armada, enviada por (¡vaya sorpresa!) los traidores socialdemócratas.
Basta con leer un poco de historia o de las propias obras de Rosa Luxemburg para apartar ciertos errores histó-ricos (intencionales o no) que cometen algunos y saber que su vida política la dedicó a la lucha contra el reformismo en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán (PSA), en la época en la que la socialdemocracia aún tenía (algo de) contenido revo-lucionario, y a desarrollar una estrategia revolucionaria alterna-tiva a lo que ella carácterizaba como el blanquismo de la vía insurreccional urbana de Lenin. Pese a esas diferencias, al igual que éste último, al ver que la socialdemocracia europea se había prostituido, decide romper con la misma y crea junto a su camarada Karl Liebknecht la Liga Espartaquista: liga que haría que por una semana flamee la bandera roja sobre Berlín y muchas otras ciudades alemanas, respondiendo al llamado de la Revolución Soviética.
Otros críticos, aún más osados (y estalinistas), pretenden descubrir en su original reflexión marxista –con mala intención- rastros de Bakunin, Kropotkin o inclu-so Proudhon cosa que no logran, excepto cuando sa-can citas de su contexto y crean teorías como la "teo-ría de la espontaneidad de las masas" que atribuyen a quien sabía y era conciente que la preparación de un partido de las clases trabajadoras es necesaria para la victoria final del socialismo.


Las tres obras políticas más importantes de Luxem-burg, y que desmienten todas estas especulaciones (por no decir calumnias), son Reforma o Revolución, Huelga de masas, Partido y Sindicatos y La Revolu-ción Rusa. En la primera, establece una relación dialéctica entre reforma y revolución, diciendo que las reformas per se no pueden acabar con el capita-lismo, pero si son producto de la lucha de clases pueden debilitar y amenazar el poder de las clases dominantes, facilitando de esta manera la victoria en el combate final por el socialismo: la revolución. La segunda propone, como alternativa a la insurrección urbana para esta batalla final, la táctica de una huel-ga de masas generalizada, surgida de las contra-dicciones del sistema capitalista, no de algún decre-to de los sindicatos o partidos y en la que el partido revolucionario debe ganarse la dirección de la misma "para llevarla hasta el fin". Finalmente, en La Revo-lución Rusa critica constructivamente a la misma, diciendo, ante ciertas restricciones impuestas por Lenin y Trotsky en el naciente estado soviético, que en el socialismo las libertades burguesas han de de-jar de existir solamente en el papel y cobrar verda-dero sentido y contenido, transformando cualitativa-mente a la democracia, a la vez que se transforman las relaciones sociales de producción. Rosa temía que si la revolución mundial no evitaba el aislamiento de la Revolución Rusa, esta podría degenerar… y la historia muestra cómo degeneró.
¡Cuánto dista ésta Rosa Comba-tiente de la Rosita inofensiva que nos quisieran presentar algunos oportunistas!
En política, como se sabe, las omi-siones y tergiversaciones no ocurren por casualidad. El gran silencio que, pese a todo esto, aún ronda a la hermo-sa, heroica y trágica figura de Rosa Luxem-burg y la tergiversación de su reflexión marxista ante su redescubrimiento tras la caída del Muro de Berlín revelan que el viejo reformismo es el mismo: tan oportunista como siempre. Lamentablemente para combatirlo se necesitan nuevos argumentos, que nos hagan volver a creer firmemente que no se puede negociar por migajas con los que roban y explotan al pueblo trabajador.
En este sentido, volver a la obra de Luxemburg, volver a sus argumentos y debates en contra del reformismo y, finalmente, rescatar la importancia que ella le daba a la democracia dentro del socialis-mo es una gran oportunidad que se le presenta a la izquierda contemporánea de transformarse a si misma para transformar (sin traicionar su identidad y tradición) la realidad.