Cultura: la resurrección de Norman Mailer

Posted by Correo Semanal on sábado, febrero 23, 2008

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Luis Hernández Navarro

La Jornada Semanal, México, 17-2-08http://www.jornada.unam.mx/

El conservador de izquierda Marzo de 1949. La pluma y la espada se batieron de nuevo. La segunda guerra mundial había ya concluido y la Guerra fría ordenaba el nuevo panorama geopolítico mundial. En el nombre de la libertad de expresión y la democracia liberal, Occidente procuraba frenar el avance del comunismo. Escritores, intelectuales y artistas se enfrentaron en el cuadrilátero de la otra Guerra fría: la cultural.
Como parte de esta guerra, en el hotel Waldorf, enclavado en Nueva York, comenzó una batalla central: la Conferencia Cultural y Científica para la Paz Mundial , organizada por el Consejo Nacional de las Artes, Ciencias y Profesiones. Amantes de la paz, distinguidos rojos y sus compañeros de ruta se dieron cita allí para deliberar sobre la paz, la distensión y el futuro de la humanidad. Personalidades como Leonard Bernstein, Dashiell Hammett y Lillian Hellman encabezaron la primera línea de fuego.
Objetando el evento simultáneamente a su realización, se instaló, en el piso de arriba del mismo hotel, un contracomité internacional, en el que participaban intelectuales de la talla de Karl Jaspers y André Malraux. Los detractores denunciaron la Conferencia como una tapadera de los intereses soviéticos organizada por la Cominform.
El ambiente era caldeado y polémico. Uno de los asistentes a la Conferencia , el joven escritor Norman Mailer, sorprendió a ambos bandos al acusar tanto a la Unión Soviética como a Estados Unidos de tener políticas exteriores agresivas que reducían las posibilidades de la coexistencia pacífica. Dijo allí: “Mientras exista el capitalismo, habrá guerra. Hasta que no tengamos un socialismo, honrado y justo, no habrá paz [ ... ] Todo lo que un escritor puede hacer es decir la verdad tal y como la ve, y seguir escribiendo.”
Apenas un año antes, Mailer había publicado Los desnudos y los muertos, una novela de más de mil páginas sobre la segunda guerra mundial que mereció grandes elogios y lo convirtió en una celebridad literaria. Fue escrita utilizando como materia prima las cartas que desde el frente de guerra al que fue enviado en el Pacífico escribió a Beatrice Silverman, su primera esposa. Escrita en apenas quince meses, la obra fue comparada con Guerra y paz, de Leon Tosltoi.
Aquella intervención de Mailer, de escasos veinticinco años de edad, dibujó algunos de los rasgos centrales de su carácter, que lo acompañarían hasta su muerte. Su vocación polémica, su espíritu contestatario, su ímpetu argumentativo, su vitalismo, estaban allí presentes.
Meses después, en abril de 1949, la revista Life publicó un artículo a doble página en el que arremetía contra los incautos estadunidenses que coqueteaban con el comunismo. Cincuenta fotografías tamaño pasaporte ilustraban la publicación. Allí estaban, entre otras, las imágenes de Marlon Brando, Charles Chaplin, Arthur Miller y Norman Mailer. Comenzaban a soplar de lleno los vientos de lo que sería el macartismo.
Autodefinido con el oxímoron de “conservador de izquierda”, durante años marxista a su manera y ateo, distanciado de la izquierda partidaria de su país, descubrió en Carlos Marx, sin compartir su ideología e incapacitado para juzgar su concepción de la economía, un estilo de pensamiento marcado por el rigor y la severidad. Encontró en 1959 en El capital el libro más importante en su vida, además de “la primera de las grandes psicologías que abordaron el misterio de la crueldad social con tanta sencillez y sentido práctico como para decir que somos un cuerpo colectivo de seres humanos cuya energía-vida es derrochada, desplazada y sistemáticamente robada a medida que pasa de uno de nosotros a otro”. Entrevistado años más tarde por el periódico El País, recordó que durante su campaña electoral para la alcaldía de Nueva York en 1969 enarboló un lema muy a tono con su carácter: ni la derecha ni la izquierda tienen la razón y el centro es un desastre. El centro –dijo– son las corporaciones, y el corporativismo está cambiando el estilo del mundo, sometiéndonos a todos a un molde único. Es la cultura del mal, de las superautopistas y el plástico.
La disyuntiva existencial en la que se ubicó fue la misma que postuló en su ensayo El negro blanco: reflexiones superficiales sobre el hipster: “Se es hipster o convencional (la alternativa que empieza a sentir cada nueva generación que accede a la vida norteamericana), se es rebelde o se es conformista, se es hombre de frontera en el Salvaje Oeste de la vida nocturna de Estados Unidos o se es una célula convencional más...”
Sin embargo, al final de su vida estableció con la religión una experiencia “interna y personal” y creyó en Dios no todo poderoso y en la existencia del Mal. “Me gusta –declaró a la dpa – creer en el Diablo, porque así me puedo explicar la existencia del mal.”
Eso no le impidió ser un detractor implacable de la presidencia imperial de su país. En su libro Why are We at War?, acusó a Estados Unidos de ser una superpotencia arrogante con tendencias fascistas, y tildó a George W. Bush de ex alcohólico teledirigido por conspiradores imperialistas. Para él, el hombre de la Casa Blanca era “un necio sin fisuras” y “el presidente más estúpido que hemos tenido”.
El hombre de los excesos
Norman Mailer nació en 1923 en el seno de una familia de inmigrantes judíos en New Jersey. Creció en Brooklyn. Estaba dotado de una excepcional inteligencia: poseía un iq de 165. Amante de los aviones, estudió mecánica aeronáutica en Harvard. Trabajó en un hospital psiquiátrico donde recabó material para su primera novela, A Transit to Narcissus.
Durante la segunda guerra mundial fue enviado al Pacífico. Fue cocinero del ejército estadunidense en Japón. Allí experimentó lo que en alguna ocasión calificó como la peor experiencia de su existencia y la más valiosa. La guerra fue su obsesión.
Pugilista en el pleito por la subsistencia, peleó dentro y fuera del cuadrilátero de la vida, y llevó a la literatura algunos de los más logrados relatos sobre el box. De las primeras peleas, forma parte la paliza que un grupo de pandilleros le propinó cuando el escritor se agarró a golpes con ellos porque le dijeron que su french poodle parecía maricón. A los acometidas literarias pertenece El combate, escrita en 1975, crónica del combate entre Muhammad Alí y George Foreman por el título mundial de boxeo.
Novelista, poeta, ensayista, reportero de Angora, activista político, aspirante a alcalde de Nueva York, guionista y fracasado director de cine, escribió, con una prosa espectacular, treinta y nueve libros. Realizó, sin mucho éxito, películas experimentales. Muchos de sus textos fueron publicados en Village Voice (el semanario neoyorquino que ayudó a fundar), Harper´s Life, Playboy y New Yorker.
Odiaba los relojes digitales, el olor a farmacia, la textura de las camisas de poliéster, la arquitectura moderna, el papel de cera de las hamburguesas de McDonalds, el aire de verano cuando el tráfico se atasca, el sabor de los vasos de plástico llenos de whisky con soda…
Aficionado al jazz, bebedor consistente, consumidor de marihuana durante dos décadas, crítico del lsd , opositor a la guerra, vividor exigente de sus propios excesos, practicante de la libertad sexual, prefiguró muchos de los rasgos centrales que años después adquiriría la contracultura. “ Creo –afirmó en una de sus últimas entrevistas– que he ejercido cierta influencia en la conciencia de nuestro tiempo, pero no la he cambiado.”
Su obra es un exuberante mural de la vida estadunidense de la segunda mitad del siglo pasado. Analizó la sociedad, la política y la mitología de su país natal mucho más certeramente que muchos científicos sociales. Su relación con su patria fue similar a la de un matrimonio. “Amo a este país. Lo odio. Me enfado con él. Me siento próximo a él. Me fascina. Me repele. Y es un matrimonio que ha estado funcionando durante unos cincuenta años de mi vida de escritor, ¿y qué ha sucedido durante este tiempo? Que ha ido a peor. Ya no es lo que era”, y añadía: “ Estados Unidos es un lugar más zafio, más barato, más burdo, más feo en tono, y creo que se está dando una aceptación más natural del fascismo por parte de una gran parte de la población.”
Como bien supo y escribió, fue acusado de haber despilfarrado su talento, de entregarse a un exceso de actividades, de empeñarse con demasiada conciencia en convertirse en famoso, de actuar teatralmente en los límites y en el centro de su propia leyenda pública. Tanto así que en la película satírica El dormilón, del cineasta Woody Allen aparece un científico diciendo: “Este es un retrato de Norman Mailer. Legó su ego a la Facultad de Medicina de Harvard.” Nadie, sin embargo, puede inculparlo de no haber vivido intensamente su vida ni de haber hecho de la literatura el centro de su existencia.
Tom Wolf, su colega y rival en la aventura de forjar el nuevo periodismo, quien aseguraba que el hecho que siempre había limitado seriamente al novelista era que “nunca fue capaz de escribir diálogos convincentes”, reconoció, en homenaje póstumo, que “Norman tenía una gran personalidad. Era una fuente de energía tremenda para todo el mundo literario, era un motor, un generador. No le faltaba ego, pero hacía que todo el asunto pareciera encantador”.
Mujeres divinas
Era el año de 1960 y la fiesta terminaba. Adele Morales, segunda esposa de Norman Mailer, en papel de torero, lo retó diciéndole: “Aja toro, aja. Venga, mariquita, ¿dónde están tus cojones? ¿O es que la puta de tu querida te los ha cortado, cabronazo?” El escritor, ahogado en alcohol, entonces candidato a la alcaldía de Nueva York, respondió clavándole en la espalda un abrecartas.
Cuarenta años más tarde Mailer dijo sobre el incidente: “Cambió toda mi vida. Es el único acto que lamento y lamentaré el resto de mi vida cuando lo recuerdo. Y se produjo por la forma de vida que llevaba. No tengo dudas sobre esto. Lo que sucedió fue que me estaba haciendo más y más violento.”
Mailer escapó de la prisión gracias a Adele. Ella se negó a cooperar con el fiscal y el escritor fue castigado con una pena carcelaria que pagó en libertad bajo fianza, después de haber pasado tres semanas en una clínica para enfermos mentales. Los médicos pensaron en aplicarle electrochoques, pero un siquiatra lo diagnosticó como esquizofrénico paranoico y lo dejo libre.
Su matrimonio tenía poco de convencional. La tarjeta de invitación a la boda fue un pene que se extendía en la medida en la que la tarjeta se iba abriendo. Participaban en orgías y cuartetos. El alcohol alimentaba los excesos. En una ocasión, Mailer le confesó a su mujer que se había acostado con un travestido. Ella no le permitió que la tocara más. Finalmente se divorciaron.
A pesar de la generosidad con la que ella se comportó con su marido durante el proceso legal, Adele se convirtió en una máquina de resentimiento en su contra. Su venganza final fue la escritura de su autobiografía, La última fiesta, donde revela la vida disipada de aquellos años, sin ocultar un ápice de su rencor. “Durante cien domingos –escribió– me desayuné leyendo The New York Times, y enterándome de que tenía una nueva esposa, otro libro, más fama, el premio Pulitzer, contratos millonarios, uno de los anticipos más grandes a cuenta de un libro desde la época de Hemingway, en suma una lluvia de bendiciones mientras cicatrizaban mis heridas. No cabía duda de que Fausto recogía las recompensas de su contrato con el diablo. Yo lo sabía, porque estaba presente cuando lo firmó.”
El novelista tuvo con las mujeres relaciones apasionadas y conflictivas. Lo amaron, lo detestaron o las dos cosas al mismo tiempo. Se casó seis veces y tuvo nueve hijos. Una aventura que resultó ser una pesada carga financiera por concepto de pensiones, y un acicate para escribir para conseguir dinero.
Machista acérrimo, atrajo el odio feroz del movimiento feminista, que vio en su obra y sus opiniones una afrenta. Muchos de sus personajes mujeres son androfóbicas por naturaleza. En su libro El prisionero del sexo , un gran éxito de ventas y panfleto central en la guerra de los sexos de comienzos de los setenta, acusó a las féminas de “usar anticonceptivos por odiar a los hombres”. Las feministas descargaron sobre él los amargos dardos de la crítica. Kate Millet, una de las principales figuras de este movimiento en Estados Unidos, no dudó en calificarlo como el último cerdo patriotero.
Mailer no tuvo empacho alguno en escribir que “la revolución feminista ha convertido a la mujer en ese tipo de hombre que a mí me entristecía cuando era joven. Ése que tenía que trabajar de nueve a cinco de manera aburrida y nunca era dueño de su destino. Ahí es donde acabó su revolución, su asalto al poder”.
La desmesura como proyecto literario
Impetuoso, excepcional, preciso en su escritura, Mailer fue una formidable máquina de mecanografiar. “Creo escribir –dijo– para un público que carece de tradición para medir su experiencia, pero posee la intensidad y claridad de su vida interior. Para ese público me gustaría ser suficientemente bueno como escritor.” Practicante de la libertad expresiva radical, el artista utilizó una gran variedad de voces en sus textos. No dudó, por ejemplo, en recurrir a todo tipo de personas gramaticales para contar sus relatos. En su ensayo Un fuego en la luna se refirió a sí mismo como Acuario, en El prisionero del sexo como El Prisionero y en Miami y el sitio de Chicago es el reportero.
En Los ejércitos de la noche, la deslumbrante obra sobre la marcha hacia el Pentágono contra la guerra de Vietnam, del 21 de octubre de 1967, ejemplo notable del periodismo participante, galardonado con los premios Pulitzer y Nacional de Novela, el escritor es, simultáneamente, reportero y protagonista. La voz relatora central recae en un Mailer ubicuo, mientras que el Mailer activista habla en tercera persona gramatical.
En La canción del verdugo, premiada también con el Pulitzer, donde cuenta una parte de la vida del reo y asesino Gary Gilmore, Mailer contiene su yo y echa mano de la omnisciencia verbal para generar un efecto de aparente neutralidad narrativa. En lugar de utilizar digresiones efectistas, arma un relato con materiales perfectamente ensamblados.
Sobre este uso de las distintas voces narrativas en su obra apunta: “No es fácil escribir en primera persona sobre un personaje que es más fuerte y más valiente que tú. Pero hay que hacerlo, porque si todos tus personajes tienen tu mismo nivel, no te enfrentas a temas más importantes.”
Su obra diluye las fronteras entre realidad y ficción. Periodismo y literatura, novela y reportaje, biografía y reportaje literario, literatura y ciencia social se funden y confunden en sus escritos. No en balde el subtítulo de Los ejércitos de la noche es La Historia como novela. La novela como Historia.
Simultáneamente novelista, historiador y periodista, utiliza las herramientas de la escritura de ficción para contar la realidad. “Por motivos de verosimilitud –afirmó sobre El fantasma de Harlot, su monumental libro sobre el aparato de inteligencia de Estados Unidos– sostendré que mi cia imaginativa es más real que casi todas las experimentadas personalmente.”
Autor famoso en función de reportero, Mailer asegura que “un buen periodista es alguien que todavía tiene que decirle a uno la verdad en privado; tiene la mirada brillante y puede contar diez buenas historias en la barra de un bar”.
Su incursión en el periodismo, empero, está marcada centralmente por su vocación de novelista. Según él, el flash del periodista sirve para registrar mejor a los muertos en un accidente de carretera, pero no para mucho más.
En la ficción hay menos aire estancado y en general más luz. “Casi todo lo que he escrito –advirtió– deriva de mi sentido de valor de la ficción.”

Consideraba que no había nada peor que tener mucho estilo. “Creo –dijo– que en mi obra he ido a los opuestos del estilo. Se muestra de lo mejor en Un misterio americano y prácticamente no existe en La canción del verdugo, porque el material de este libro es prodigioso.”
Para Mailer el propósito del arte es intensificar y exacerbar la conciencia moral de la gente: “Pienso, en particular que la novela, cuando es buena, es la forma más moral de las artes, porque es la más inmediata, la más insoportable, si usted quiere. De la que es más difícil escapar. La novela nos cambia la vida.”
Más allá de su prolífica producción, la práctica del oficio no le resultaba necesariamente fácil. En una extensa entrevista concedida a dos periodistas franceses confesó: “Escribir te destroza el cuerpo; te sientas ahí en la silla, hora tras hora, y sudas tinta para sacar unas pocas palabras.”
Para escribir, el novelista elaboraba un montón enorme de notas antes de comenzar. Leía mucho sobre los asuntos colaterales de la historia y pensaba mucho en ello hasta cultivarlo. Tuvo una sola regla para redactar: decirse a sí mismo que se iba a sentar a escribir al día siguiente. “Mediante esa declaración estás pidiéndole ya a tu subconsciente que prepare el material”, confesó.
En el tramo final de su vida no se hacía muchas ilusiones sobre la influencia de la escritura en el mundo contemporáneo. “ Cuando era joven los escritores solíamos pensar que las novelas podrían cambiar el mundo, pero no, es la televisión la que lo cambia.” Y añadía: “ Hace tiempo que las humanidades y los intelectuales han sido relegados. Sólo importan los factores económicos. La opinión de los intelectuales disidentes no llega al gran público. Por supuesto que puedo decir lo que me dé la gana, pero eso no quiere decir que los medios de comunicación de masas se vayan a hacer eco de mis palabras. Nadie me invita a comparecer en las grandes cadenas de televisión; a lo más que puedo aspirar es a aparecer en un programa minoritario, en cable.”
Muerte, limbo y resurrección El 10 de noviembre de 2007, a consecuencia de una insuficiencia renal, falleció Normal Mailer. Tenía ochenta y cuatro años. Inicialmente fue enviado al limbo, según escribió en su relato “Después de la muerte, el limbo”, publicado en 1998. Su pecado fundamental –como el de todos los que aterrizan allí– fue no haber empleado más sustancia del alma que la requerida por las exigencias de la vida; fue el castigo por toda hora vaciada del deseo nuevo e intenso de ser utilizada.
Al llegar, el limbo estaba allí para enfrentarlo cara a cara con los pecados para los que no hay lágrimas: “Su propia y despreciable colaboración con la máquina-nausea de millones de células, esa asesina de Cristo de la época: la televisión.” Mailer se estremeció “recordando en cuántas ocasiones, con cada uno de sus nueve hijos, había cerrado las puertas de su propia resistencia a la televisión y permitido que los jodidos peques siguieran mirando la pantalla porque eso los calmaba. ”
Su siguiente estación en el más allá fue, según él mismo elucubró en una entrevista, encontrarse con un ángel monitor que le dijo:
–Sr. Mailer, estamos muy complacidos de conocerlo. Estábamos esperando su llegada. Déjeme decirle las buenas noticias, absolutamente buenas: ha sido seleccionado para la reencarnación.
–Ay, gracias –le respondió él–, sí, realmente no quería irme a la paz eterna.
–Entre nosotros –reviró el ángel– le digo que la paz eterna no es del todo necesaria; tiende a volverse monótona. Pero lo importante es que usted reencarnará. ¿Qué quisiera usted ser en su siguiente vida?
–Bueno, creo que un atleta negro –dijo el escritor–. No me importa dónde me ponga, yo buscaré el éxito, y sí, quiero ser un atleta negro.
–Mire, Mailer tenemos tantas peticiones. Y todo el mundo quiere ser un atleta negro en su siguiente vida. No sé si podamos... déjeme ver que puedo hacer... –aseveró abriendo su libro enorme de reservas–. Bueno, aquí dice que usted se reservó para ser cucaracha. Y también le tengo noticias: será la cucaracha más rápida de toda la calle.
Así que la próxima vez que veamos a una cucaracha correr velozmente, habrá que tener cuidado en no pisarla, no vaya a ser que se trate de la reencarnación del novelista. O, quién sabe, quizás el escritor haya convencido finalmente al ángel de ser un deportista. Así que si en las Olimpiadas de 2020 un atleta negro sube al podium de vencedores a recibir su medalla y comienza a hacer declaraciones desmesuradas a la prensa, habrá que sospechar que, en el más allá, Mailer se salió con la suya.