Colombia: el negocio de la guerra

Posted by Correo Semanal on viernes, febrero 22, 2008

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Colombia

El negocio de la guerra Después de las multitudinarias manifestaciones del 4 de febrero contra las Farc, alguna reflexión de fondo debería realizarse desde las izquierdas que no se reduzca a culpar al imperialismo o al gobierno “paramilitar” de Alvaro Uribe. Raúl Zibechi


Semanario Brecha
Montevideo, 15-2-2008
http://www.brecha.com.uy/main.asp
Nada es más cierto que la administración de George W Bush no ha dejado de atizar la guerra a través del multimillonario Plan Colombia, y del rearme y entrenamiento del ejército colombiano. Tampoco puede dudarse que Uribe llegó al gobierno, y se mantiene en él, gracias al apoyo estadounidense y de los paramilitares, y que no ha dejado de promover una grosera militarización del país.
Por último, qué duda puede caber que los paramilitares han cometido brutales masacres y que están aliados al narcotráfico y a los grandes hacendados. Y que trabajan en estrecha relación con las multinacionales, las grandes beneficiarias de la reconfiguración territorial en curso, que puede abarcar hasta la mitad de las tierras productivas del país que cambiaron de manos en los últimos años mediante la violencia. El problema es doble: las farc han perdido toda legitimidad entre la población, y el masivo apoyo popular a Uribe no puede achacarse sólo a la manipulación mediática, que existe, sino al cansancio de la población con una guerra sin futuro. La guerra popular

Hubo un tiempo en que la guerrilla gozaba de apoyo entre la población colombiana y era respetada en el mundo. El origen de las Farc es diferente al de otros grupos combatientes. En 1948 fue asesinado el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán, caudillo popular detestado por la intransigente oligarquía colombiana. El magnicidio provocó una gran revuelta popular, el Bogotazo, y un largo período de guerras entre liberales y conservadores conocido como La Violencia, en el que murieron unas 200 mil personas. Liberales y comunistas, perseguidos ferozmente por el Estado, se refugiaron en regiones remotas e inaccesibles y resistieron durante más de una década, hasta que buena parte de ellos se reagruparon en lo que posteriormente serían las Farc. El origen liberal de buena parte de sus efectivos, entre ellos Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo, su principal dirigente, marcan diferencias con la mayor parte de las guerrillas del continente. Hacia los años 60, las guerrillas liberales y comunistas fueron confluyendo en “zonas liberadas” en las que fundaron “repúblicas independientes” como la de Marquetalia. El 5 de mayo de 1966 nacen las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) como brazo armado del Partido Comunista. La segunda vertiente, más importante aún, radica en la necesidad de los campesinos de defenderse de los terratenientes, que marginaron y expropiaron a las mayorías campesinas empujándolas hacia los márgenes de la frontera agrícola. La guerrilla colombiana se conforma, en los hechos, como grupos de autodefensa campesina ante la violencia extrema de los poderosos.

Hasta comienzos de la década de 1980 las Farc contaban con mil a tres mil combatientes. En mayo de 1984 establecen un alto el fuego como parte de los acuerdos de paz firmados con el presidente Belisario Bentancourt, y crean la Unidad Patriótica (UP) para participar en las elecciones y en la vida política legal. Pero la UP fue aniquilada por la acción conjunta de los narcotraficantes, los paramiliatres y el Estado. En pocos años fueron asesinados entre dos y cuatro mil simpatizantes y dirigentes de la UP. A partir de 1986, bajo el gobierno de Virgilio Barco, comenzaron procesos de paz con el M-19, el EPL, el PRT y el Movimiento Armado Quintín Lame, que formaban junto a las Farc y al ELN la Coordinadora Simón Bolívar. Como parte de los acuerdos de paz con esos grupos figuraba la convocatoria de una Asamblea Constituyente. El 9 de diciembre de 1990, el mismo día en que se elegían los constitiuyentes y mientras aún se negociaba la paz con las Farc, el ejércido sin previo aviso lanzó una ofensiva contra la mítica Casa Verde, sede del Secretariado del grupo guerrillero. Cuando se rompieron definitivamente las negociaciones, en 1993, el grupo armado contaba con unos diez mil combatientes en 70 frentes. En los 90 las Farc se fortalecen y derrotan al ejército en varios combates. En 1998 se abre un nuevo proceso de paz con el presidente Andrés Pastrana y la creación de una Zona de Distensión desmilitarizada de 40 mil kilómetros cuadrados. En 2002 se puso fin a la experiencia en medio de acusaciones a las farc de participar en el negocio del narcotráfico y practicar el reclutamiento forzoso de menores, mientras el gobierno de Pastrana negociaba el Plan Colombia para fortalecerse y ganar el conflicto. Guerra y Paz

Con el gobierno de Uribe, desde 2002, todo fue empeorando. Las Farc debieron replegarse y han perdido numerosos efectivos y, sobre todo, la iniciativa militar y política. Sin embargo, la política de Washington y de Uribe no alcanzan a explicar el brutal aislamiento de las Farc, lo que representa su derrota política y, probablemente, su futura desaparición como grupo significativo.
La forma como se financian es uno dato relevante. El 78 pro ciento de sus ingresos, o sea unos mil millones de dólares anuales, los obtiene por su participación en el narcotráfico, según el gobierno de Colombia. Una parte sustancial es el llamado “impuesto al gramaje”, pagado por cada gramo producido por campesinos y traficantes. Otros 600 millones de dólares los obtiene, según las mismas fuentes, de las “vacunas” o extorsiones y secuestros. El resto de sus ingresos provendrían del robo de ganado a los terratenientes. Un segundo elemento que deslegitimó a las Farc es que entre el 20 y el 30 por ciento de sus efectivos son menores, muchos de ellos reclutados a la fuerza según denuncia de Humans Rights Watch. En tercer lugar, están sus métodos, a menudo muy similares a los que emplean los paramilitares y las fuerzas armadas. Las Farc han cometido masacres contra campesinos y grupos indígenas y Amnistía Internacional considera que violan los derechos humanos. Por último, la difusión de imágenes y testimonios sobre los rehenes y prisioneros, atados con cadenas desde hace cinco, seis y más años, terminaron de sepultar su ya menguada credibilidad. Peor hay algo más. La gente común percibe que la guerra la perjudica y beneficia a los poderosos. Los paramilitares se ofrecen como un proyecto de refundación y orden al servicio de las nuevas formas de acumulación, donde la minería a cielo abierto y los biocombustibles resultan los proyectos estrella. Por eso, en los últimos años los paras están concentrado fuerzas en “los territorios estratégicos para la implantación de los proyectos de biocombustibles, minería, sistemas intermodales de transporte y generación de energía de diversa naturaleza”, según el director de la edición colombiana de Le Monde Diplomatique, Carlos Gutiérrez. Ocupan los espacios dejados por los tres millones de desplazados en los últimos 20 años, que ahora se hacinan en las periferias urbanas. En Colombia, y de la mano de la guerra, funciona lo que el geógrafo estadounidense David Harvey denomina como “acumulación por desposesión”. En ese sentido, la guerra es funcional a las grandes empresas multinacionales que se benefician del Plan Colombia. “No se puede entender el capitalismo sin el concepto de guerra”, por medio de la cual el capital “despoja, explota, reprime y discrimina”, señaló el subcomandante Marcos en un reciente coloquio en San Cristóbal de las Casas. Y agregó un aserto que puede parecer ingenuo, pero que valdría tomar en cuenta sobre todo cuando proviene de alguien que encabeza algo que se autodenomina “ejército”: “Paradójicamente, es en la paz donde es más difícil hacer negocios (…) Por eso la paz es anticapitalista”.