Burguesía nacional

Posted by Correo Semanal on viernes, enero 11, 2008

Fuente: http://www.argenpress.info/nota.asp?num=050864&Parte=0

Por: Juan Diego García (especial para ARGENPRESS.info)

A diferencia de la burguesía metropolitana que ha conseguido desarrollar plenamente el capitalismo, superar el antiguo régimen y acceder a la modernidad, la clase dominante latinoamericana fracasa estruendosamente en la tarea de construir naciones independientes y prósperas.
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Primero cambia el dominio español por el británico y luego cae en la esfera de influencia imperialista de los Estados Unidos; no adelanta cambios importantes en las antiguas estructuras económicas y hasta refuerza el régimen de castas que había imperado durante la colonia. No hay reforma agraria, ni impulso a la industria; no se crea realmente una estructura estatal moderna y los terratenientes rentistas, los grandes comerciantes, la burocracia ineficaz, los prelados del dogma y los generales de pacotilla continúan poblando el universo de unas sociedades ancladas en un ruralismo bobalicón, el atraso y la pobreza. Mientras la burguesía europea daba los últimos golpes al feudalismo, industrializaba y afianzaba el dominio de la razón y la modernidad, la clase dominante criolla se regodeaba indolente sobre un mar de atraso, ignorancia y dependencia insultantes. Ni los sueños de Bolívar ni las posteriores iniciativas reformistas impulsadas a lo largo del siglo XIX tuvieron éxito. Sus impulsores se vieron condenados al ostracismo, el destierro o el paredón de fusilamientos.
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Habrá que esperar al siglo XX para que el progreso y la modernidad se intenten de nuevo. Ahora, una fracción de la oligarquía criolla se propone modernizar la propiedad rural, fomentar el desarrollo urbano, construir infraestructuras, generar un verdadero mercado interno, alcanzar la integración territorial, crear una administración pública moderna, introducir el laicismo en la vida cotidiana, recuperar soberanía nacional, en fin, tareas indispensables para alcanzar el estatus de naciones modernas. Figuras como Cárdenas, Vargas, Perón, Arbenz, López Pumarejo o Eloy Alfaro, entre otros, representan ese intento de modernización; al frente de movimientos populistas estos líderes aglutinaban a las mayorías pobres en duro enfrentamiento con los sectores más atrasados de la oligarquía criolla y sus aliados extranjeros, en particular los Estados Unidos.
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Estos proyectos, conocidos como “desarrollismo latinoamericano” produjeron resultados muy dispares, cierto crecimiento económico y algunos grados de mayor democracia política pero no consiguieron romper la dependencia ni superar las enormes desigualdades heredadas del pasado. La burguesía nacional fue incapaz de satisfacer tareas históricas que le eran propias. De hecho, terminó pactando con los sectores que antes combatió y acomodándose a las condiciones generales de la dependencia y el atraso; renunció a un capitalismo de verdad por imposible y a la democracia política por peligrosa para sus propios intereses. Finalmente, las políticas neoliberales de las últimas décadas acabaron por completo con los sueños de un capitalismo criollo razonablemente dinámico y moderadamente democrático. La burguesía modernizadora lo intentó, sin duda, pero sus propias contradicciones la llevaron al fracaso; antes que enfrentar decididamente a la vieja oligarquía y la dominación extranjera prefirió arriar banderas por temor al pueblo y por las ventajas que le deparó su reacomodo a la clase social dominante de la que formaba parte.
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En las postrimerías del siglo pasado y en los comienzo del presente aparece un vigoroso movimiento social y político que lleva al gobierno a elites nuevas con programas de clara impronta nacionalista y popular. La razón central de este cambio es precisamente la crisis del modelo neoliberal que no solo desequilibra gravemente la economía (con efectos sociales desastrosos) sino que agota el espacio político de los partidos tradicionales. Se habla entonces con razón de un nuevo desarrollismo, con matices notorios de país a país y con una diferencia destacable según quien ejerza la hegemonía política. En la mayoría de los casos no se trata más que de aminorar los efectos más perniciosos del modelo vigente a través de ayudas económicas masivas a sectores marginales, creando una nueva forma de clientelismo que asegura victorias electorales y la paz social. En este caso no se afectan las estructuras económicas básicas ni las relaciones de dependencia. En el fondo, se repite, en otro contexto histórico una dinámica muy similar al desarrollismo tradicional con sus limitaciones y su enorme carga de impotencia y frustración.
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Podría decirse que este nuevo desarrollismo, bajo la dirección o influencia de las elites tradicionales (inclusive sin participar directamente en el gobierno) resulta menos radical, menos progresista que el desarrollismo de antaño. En realidad ahora sería poco riguroso hablar de una fracción progresista de la burguesía nacional que apoye al nuevo desarrollismo; sería más preciso hablar de un desarrollismo mediatizado por la clase dominante en su conjunto y sus aliados extranjeros que presionan con bastante éxito a la nueva elite de extracción popular que ha llegado al gobierno, admitiendo medidas sociales que no afectan de manera importante sus intereses económicos básicos, lo mismo que un cierto nacionalismo en las relaciones internacionales que tampoco arriesga los compromisos asumidos con el capitalismo multinacional. Guardando las proporciones resultarían entonces más progresistas Getulio Vargas que Lula, Perón que Kirchner y Allende (o hasta el mismo Frei) que la señora Bachelet. Su principal escollo como proyecto desarrollista es precisamente armonizar con los intereses de la clase dominante (y el capitalismo internacional). Por ese motivo no hay reforma agraria en Brasil y se mantienen tantas leyes de la dictadura en el Chile democrático (la legislación laboral, la educativa y buena parte de la penal), para solo mencionar dos ejemplos. Por la misma razón no se tocan en estos países del nuevo desarrollismo los intereses de las grandes compañías multinacionales, expresión moderna del viejo imperialismo. De nuevo, la burguesía nacional criolla se muestra incapaz de llevar adelante un proyecto burgués moderno e independiente. Son burgueses con dientes de leche, gentes adocenadas, cómodamente instaladas en su condición de dóciles socios menores del capitalismo internacional, indolentes frente al destino sin horizontes de las mayorías pobres del país.
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Algo diferente ocurre en Venezuela (y probablemente también en Bolivia) pues en estos dos países andinos la hegemonía política la tiene (aunque sea relativamente) una elite nueva salida de diversos movimientos populares, extraños a la casta dominante tradicional, pero que a diferencia de los anteriores si se propone desmontar la dependencia (nacionalizando recursos naturales, por ejemplo) y busca afanosamente afectar los viejos privilegios, los grandes grupos de intereses, combatir las desigualdades y todo ello inmerso en una dinámica de cambios que se propone finalmente superar el capitalismo. La gran diferencia entre ambos desarrollismos reside entonces en estos dos factores claves: el agente histórico del cambio ya no es la burguesía nacional y el objetivo final del movimiento es no conservar el sistema capitalista.
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Por paradójico que resulte, el nuevo desarrollismo que proponen Chávez y Morales necesita primero realizar todas aquellas tareas que la burguesía criolla fue incapaz de llevar a feliz término. El viaje al Socialismo del Siglo XXI exige primero permitir al capitalismo criollo su plena expansión, el desarrollo de todas sus potencialidades (esas que la mediocre burguesía nacional fue incapaz de llevara a cabo) y la culminación de sus procesos naturales para alcanzar la base material sobre la cual es entonces posible erigir la nueva sociedad socialista.
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Por supuesto, tan empresa no está exenta de riesgos. Si Fidel Castro ha dicho con toda claridad que aún después de casi medio siglo el socialismo cubano puede desmantelarse víctima de sus propios errores (y no por la acción de sus enemigos) con mayor razón la nueva capa dirigente en Bolivia y Venezuela puede igualmente devenir en una nueva clase burocrática sobre la cual se reconstruyan las relaciones sociales capitalistas. No sería la primera vez que ocurriese; la dirección revolucionaria mexicana, empeñada en desarrollar el país en torno al inevitable eje de un vigoroso capitalismo de Estado terminó ella misma convertida en parte de la clase dominante, insertada como nueva burguesía y acomodada a las condiciones de la dependencia externa y el capitalismo de periferia, sin que faltase por supuesto el discurso revolucionario y la proclamación del más puro nacionalismo para calmar los ánimos del indignado sentimiento popular.
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En tal caso, y con exclusión de otros factores a considerar, estaríamos ante el riesgo de la absorción de la nueva elite por parte de la vieja oligarquía, convirtiendo a los revolucionarios de hoy en burgueses, tan estériles, innecesarios e impotentes como la vieja burguesía nacional.
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El reto no es pequeño, en manera alguna. Donde falló clamorosamente la burguesía criolla debe tener éxito ahora una nueva fuerza política compuesta por clases trabajadoras, sectores marginados y un amplio abanico de grupos sociales, ya sea para alcanzar niveles de desarrollo y autonomía dentro del capitalismo (si es que ello es factible), ya sea para realizar el sueño de un orden social más humano, más justo y soberano: el socialismo.