Venezuela: Por escaso margen, ganó el “No”

Posted by Correo Semanal on lunes, diciembre 03, 2007

Hugo Chávez sufrió ayer su primera derrota en siete elecciones y su revolución bolivariana para instalar lo que él llama el Socialismo del Siglo XXI sufrió un severo revés, cuando la mayoría de los votantes rechazaron sus propuestas para reformar la Constitución.

Santiago O’Donnell, desde Caracas

Página/12, Buenos Aires, 3-12-2007
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En contra de los pronósticos que sólo le daban chances al No si los votantes concurrían masivamente a las urnas, el triunfo opositor se dio en una jornada llamativamente tranquila para todo lo que estaba en juego. La Junta Nacional Electoral demoró ocho horas para anunciar los resultados. A medida que pasaba el tiempo, crecía el rumor de que el oficialismo había perdido. Pero el gobierno hacia demorar el anuncio. Y las fuerzas militares ocuparon la sede de la junta electoral. En las primeras horas de la madrugada, el Consejo Nacional Electoral anunció que el “No” había obtenido el 50,7 por ciento de los votos, en tanto que el “Sí” había recibido el 49,3. Enseguida Chávez salió a reconocer los resultados en un clima de tensión.
A pesar de los masivos actos de cierre tanto del Si como del No en la emblemática avenida Bolívar, ayer se extrañaron en esta capital la tensión, las movilizaciones, y las largas colas frente a los centros de votación que marcaron los escrutinios del 2006 y del 2003, cuando la concurrencia alcanzó el setenta por ciento del padrón de 16 millones de electores.
La carta magna que se rechazó ayer contiene una serie de medidas que centraliza el poder y socializa las relaciones políticas y económicas. Permitiría la reelección indefinida del presidente y les quitaría recursos y poder a los alcaldes, intendentes y rectores de las universidades públicas para trasladárselas al gobierno y los consejos comunales creados por la nueva Constitución. Los más de sesenta artículos que serían reformados, casi un cuarto del total de la Constitución chavista de 1999, incluyen la reducción del horario de trabajo de ocho a seis horas, la universalidad del seguro social y el derecho alimentario, y la elevación a rango constitucional de los programas sociales de salud, educación y comida, las llamadas misiones. Además, le quita autonomía al Banco Central y limita el derecho de propiedad, aunque garantiza la propiedad de la vivienda y los emprendimientos productivos.
Según los encuestadores, la oposición debía lograr que cerca del 70 por ciento de la población vote para vencer al Sí chavista, ya que muchos opositores se han abstenido de votar en el pasado al no aceptar la legitimidad del acto eleccionario, o no creer que pudieran torcer la voluntad mayoritaria, que hasta ahora siempre había favorecido a Chávez. Esta vez los líderes opositores confiaban en el desgaste del proceso revolucionario, alimentado por las recientes defecciones del ex ministro de Defensa Raúl Isaías Baduel, la ex esposa de Chávez Marisabel Rodríguez y del partido PODEMOS; que fueron ampliamente difundidas por los diarios y noticieros opositores. Además apostaron al surgimiento del movimiento estudiantil opositor para motivar a los votantes jóvenes de clase media, que en el pasado habían mostrado cierta apatía a la hora de votar. El lleno de Avenida Bolívar que habían logrado en el acto de cierre había avivado esas expectativas.
El chavismo venía golpeado en las encuestas por las dudas generadas sobre la reelección indefinida del presidente, algunos problemas de gestión, acusaciones de favoritismo y corrupción, y el rechazo que el tono crispado del presidente produce en algunos sectores de la clase media. Pero en los últimos días Chávez había repuntado al convertir el referéndum en un plebiscito. En sus últimos discursos dejó de lado la defensa de la reforma para concentrarse en temas de política exterior y vincular la elección con una supuesta ofensiva del imperialismo. “El que vota por el No vota por Bush”, resumió en su acto de cierre de campaña.
Ayer la capital amaneció a las cuatro de la mañana sacudida por un toque de diana ensordecedor que entraba por la ventana desde los amplificadores instalados en los centros de votación. Fue prácticamente la única emoción del día, más allá del botellazo en el parabrisas que se comió el ex ministro Baduel, a quien Chávez había tildado públicamente de traidor. En una larga recorrida por Caracas, no se escucharon cánticos, ni gritos, ni petardos, ni se vieron concentraciones partidarias frente a los centros de votación. Apenas caras expectantes en Altamira, bastión del No, y moderado optimismo en el barrio 23 de enero, reducto del Sí.
23 de Enero
Chávez votó a las seis de la mañana con su nieta recién nacida en brazos en la escuela Angélica Martínez, humilde pero recién pintada de verde agua, enclavada en el morro de la 23 de Enero. La barriada, que habitan unos 700.000 personas repartidas entre casitas enrejadas, monoblocks construidos en los ‘50 por el dictador Pérez Jiménez y casillas de chapa y ladrillo, recibió a su hijo pródigo con una fiesta popular, con música en vivo sobre un escenario alzado para la ocasión. Cerca de las nueve, las familias se acercaban para disfrutar del día de sol, algunos con paraguas, casi todos vestidos de rojo. Por los parlantes sonaban canciones llaneras de Simón Díaz. Los vecinos chusmeaban y los chicos jugaban al béisbol en una canchita de básquet de cemento. Las mamás paseaban a sus bebés en el parque junto al camino.Un poco más arriba del morro, en el Centro de Poder Popular, una especie de unidad básica, un perro gordo color mostaza dormía la siesta bajo la sombra del zaguán. Frente a él, sentada en un banco junto a una pila de cajas de agua mineral y otra de latas de atún, María Victorino, de 52 años, esperaba noticias. Victorino es la encargada de la Misión Ribas, un programa social para llevar la enseñanza secundaria a los barrios pobres. Pero ayer estaba pendiente de mover gente al centro de votación.
Cada tanto alguien se acercaba a consultarla y ella los despachaba con frases cortas, en un alarde de eficiencia. “José Antonio está esperando que lo pasen a buscar, ya sabes, está con la silla de ruedas”, la requerían. “Ya está. Ya mandamos el vehículo”, contestaba ella.
Ese día el Centro de Poder Popular estaba vacío. No estaban los de las misiones de salud, ni educación ni alimentación. Toda la atención estaba puesta es el voto. “Estamos acá desde las tres y media de la mañana, trabajando para la revolución. Se busca el vehículo para votar, si es auto o moto, se acerca a la gente que necesita, nada más.” Victorino parecía confiada, pero no descartaba una derrota.
“Si perdemos será un retroceso no sólo para el país sino para toda Latinoamérica, ya que ésta es la punta de lanza de todo el proceso bolivariano en Sudamérica y el Caribe”, explicó seria, como si le pesara la responsabilidad. “Es un orgullo que Chávez sea de acá. Ya lo es que sea venezolano, así que imagínate lo que representa para el 23 de Enero.”
El morro estaba pintado de rojo. Bolívar, Martí, Chávez y el Che cubrían sus paredes. Por las calles pasaban zumbando en motos los Tupamaros, jóvenes vestidos con boinas rojas, anteojos negros y remeras negras del Che, que suelen andar armados, las milicias del ultrachavismo. En la punta del morro, frente al centro de votación de la Unidad 45, el vocero de los Tupamaros, Osvaldo Canica, explicó que él estaba en contra de la violencia, salvo la violencia revolucionaria, y que por eso estaba encantado de participar del acto eleccionario. “Esto es una lucha de clases. Venezuela sigue siendo una sociedad capitalista y estamos en la puerta de una invasión imperialista, por eso nos preparamos. Pero mientras exista la vía política, la vía democrática, no apoyamos la violencia. La violencia revolucionaria es distinta.” Canica dijo que hay 175.000 Tupamaros en todo el país preparados para defender la revolución. “Si gana el No volveremos a intentarlo. El presidente hará la propuesta, la Asamblea la aprobará y habrá que votar de nuevo, porque esto no tiene marcha atrás.”
Canica dijo que su ocupación era “militante social”. Consultado sobre quién le paga el sueldo, Canica dijo que nadie, pero que recibe dinero estatal. “Si tú construyes un juego de muebles y se lo vendes al gobierno, el gobierno te paga por eso. Bueno, es así, te pagan cuando haces algo.” El vocero no se mostró preocupado porque las colas para votar en su escuela se habían acortado considerablemente desde la última elección. “Lo que pasa es que hay más mesas, se descentralizó todo”, justificó.

Altamira
A lo largo de la Avenida Francisco Miranda, que une el centro de la ciudad con el coqueto barrio de Altamira, pasando por el distrito financiero, los pasacalles azules cubren los postes de luz. Cada veinte metros aparece la silueta de Simón Bolívar vestido de general, o alguna consigna del No. La alcaldía del Chacao, que abarca la avenida, está en manos de la oposición. De las seis alcaldías de Caracas tres son rojas y tres son azules. Todo eso podría cambiar si se aprueba la reforma, ya que las alcaldías pasarían a ser “gobernaciones federales” ocupadas por delegados del Ejecutivo.
La Francisco Miranda desemboca en la floreada y señorial Plaza Francia, donde se alza el Obelisco venezolano y donde el antichavismo se ha congregado para dar inicio a sus marchas de protesta. Ayer, cerca del mediodía, lucía semidesierta, limpia de cotillón partidario. A seis cuadras de ahí, subiendo la loma entre chalets ocultos detrás de grandes muros de cemento, un grupito de personas se arremolinaba en la puerta de Colegio Cristo Rey, donde funciona un centro de votación. A un costado del patio de baldosas negras y blancas, instaladas sobre la mesa de votación, cinco modernas laptops con sus respectivos operadores controlaban el ingreso al cuarto oscuro. Más allá, cuatro monjas ancianas vestidas todas de blanco cuchicheaban bajo el sol. En otra punta del patio, los líderes estudiantiles que controlaban el voto miraban la puerta y sacudían la cabeza con evidente preocupación. Afuera, una encuestadora que medía el boca de urna contaba más de 1700 votos, de los cuales menos de diez había sido para el Sí. Pero la concurrencia apenas arañaba el 50 por ciento, una cifra decepcionante para el corazón del No.
“Todo el mundo habla de la abstención, mucha gente no quiso participar por considerar que el proceso es ilegítimo, pero éste es el último cartucho que tenemos para frenar la revolución, la última esperanza”, opinó Ana María Benedetti, abogada recién recibida de la Universidad Andrés Bello.
“Más que socialismo, si gana el Sí vamos a una dictadura que no respeta los derechos principales, como la información y la propiedad intelectual”, dijo María Celeste Melo, 21 años, estudiante de sociología de la Universidad Católica.
“Yo entiendo que el proceso es ilégitimo, por eso voté bajo protesta, pero si no ganamos Venezuela va a ser Cuba”, dijo Jorge Nevett, estudiante de abogacía de la Católica de 21 años. La mamá de Melo, una rubia de ojos celestes, escuchaba el diálogo asomada a una ventana desde un aula que daba al patio. Los tres estudiantes coincidieron en que si perdían la lucha ya no tenía sentido y que era tiempo de irse del país. Y coincidieron en el destino.
“Yo me voy a hacer un posgrado a Boston, así que me voy pase lo que pase”, dijo Benedetti.
“A donde la acepten. Yo también me iría a Estados Unidos”, aprobó Melo.
“Yo también. A cualquier lado si perdemos. Debajo de un puente en Colombia estaría mejor que acá”, terció Nevett, camisa de polo negra, pantalones caqui y mocasines haciendo juego con el cinturón marrón. La mamá de Melo asintió su aprobación.
Cuando faltaban dos horas, para el cierre de la votación el líder opositor Julio López salió al aire con una súplica desesperada. “Hacemos este llamado no para pedirle, sino para exigirle al pueblo venezolano que salga a votar.” Al caer la noche, mucho antes de que aparecieran los primeros resultados, una pandilla de Tupamaros surcó las avenidas del centro tocando sus bocinas en señal de advertencia o festejo. Todavía faltaban horas para que se conociera el resultado. Quedaba por delante una larga noche cargada de tensión.