Brasil: ¿Reforma política o cosmética?
Frei Betto
Adital
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¿A quién le interesa la reforma política que está siendo debatida en el Congreso Nacional? En primer lugar a los actuales políticos, preocupados por cultivar sus ambiciones electorales. Primero yo, después nosotros y, quién sabe, posiblemente vosotros… Salvo honrosas excepciones, elegirse para un cargo político se ha convertido, en este país, en un medio de vida. Se adquiere posición, se pasa a ser autoridad, se reviste de inmunidad, se amplía el patrimonio personal, se rodea de aduladores… Hay quien trata de escapar de la red de la Justicia eligiéndose diputado o senador, que injustamente tienen derecho a foro privilegiado cuando son acusados. Y no se conoce ni un solo caso de condena por parte del Supremo Tribunal Federal.
Si nuestro Derecho tuviera vergüenza en la cara, los políticos investidos de mandato popular debieran ser juzgados por un tribunal popular y sometidos a penas más rigurosas. Primero porque la autoridad no reside en ellos. Reside en el pueblo que los eligió. Éste es el fundamento de la democracia, que se pervierte cuando el político se apropia de una legitimidad que, de hecho, pertenece a los electores. El político es un servidor público y está obligado a rendir cuentas a quien lo eligió, le emplea y le paga su salario: el pueblo.
La agropolítica es mucho más lucrativa que el agronegocio. Quien ocupa una función pública tiene el deber de dar ejemplo a los ciudadanos. ¿Cómo se va a hablar de ética y de bien común en la familia y en la escuela si hay políticos que destacan por la corrupción, el nepotismo, y repiten en la vida pública lo que hacen en la privada? Ahora sabemos que la agropolítica es mucho más lucrativa que el agronegocio. La reforma política corre el riesgo de reducirse a mero arreglo cosmético en nuestro sistema electoral. Se cambian las reglas de postulación y elección de candidatos, sin tocar lo más importante: democratizar nuestras instituciones; crear condiciones para que las mayorías sociales se vuelvan mayorías políticas; reglamentar y ampliar mecanismos de participación directa de la población en el poder público; agilizar la práctica frecuente de referendos y plebiscitos; instituir la revocabilidad de los mandatos; revertir el proceso de privatización de nuestra democracia formal; desfinanciar las contiendas electorales, etc. Muchos electores creen que el Congreso Nacional está compuesto por parlamentarios identificados con los programas de sus respectivos partidos. Sí sucede a veces, pero es raro. La mayoría de los parlamentarios, al contrario de Vargas, que salió de la vida para entrar en la historia, prefiere salir de la historia para gozar de la vida. De hecho, casi siempre los partidos sirven de mampara para encubrir a las verdaderas fuerzas políticas que están bien representadas allí: empresas de obras públicas y dueños del capital, especuladores e inversores extranjeros, latifundios y fábricas de armas, tabaco y bebidas alcohólicas, etc.
Por eso Brasil sigue siendo el único país de las tres Américas que nunca llevó a cabo la reforma agraria, vital para sacarlo del atraso y convertirlo en gigante no sólo por su exuberante naturaleza… Basta con recordar que hasta hoy no avanzó en el Congreso la propuesta de expropiación sumaria de las tierras en que se compruebe la existencia de trabajo esclavo. ¿Por qué la sociedad civil organizada no llena los pasillos del Congreso cuando se debate la reforma política? ¿Qué se gana con reclamar después si no quisimos participar? La educación política de una nación pasa necesariamente por la calidad del voto. El año entrante el elector será convocado a escoger nuevos concejales y alcaldes. ¿Cuáles son sus criterios de elección? Para ellos, cuanto menos control del elector, mejor. En cuanto al voto facultativo, estoy a favor de él siempre y cuando también lo sea el pagar impuestos. Si me dan el derecho de negarme en la esfera política, ¿por qué me obligan a sostener la pesada maquinaria del Estado? Igual que no existe poder que no dependa de los tributos de la población, también quiero que la política dependa cada vez más de la participación de los ciudadanos, aunque lo hagan como un deber y no como un placer.
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